LA TELEVISION
La televisión, “la caja tonta”,
“black mirror”, que maravilloso invento, gracias Perskyi, Logie,
o a quien haya que adjudicarle el mérito según Google.
La televisión educa, informa, y
entretiene. Disponemos de docenas de canales, cientos, a color, en
pantallas planas, convexas o cóncavas , diminutas y gigantes, VCR o
LED... televisiones.
La televisión puede arreglarte la
vida, o hundirla, puede convertirte en alguien amado y respetado, o
en alguien odiado y rechazado. La televisión la emplea el político,
el líder religioso, el cómico, el deportista, el científico... La
televisión te transmite su mensaje, pero ¿es real ese mensaje? ¿Es
cierto?
Asumimos que todo lo que dice la
televisión es cierto, ¿por qué iba a no serlo? Las masas prefieren
la televisión a la prensa y la radio, porque invade todos sus
sentidos, no solo el ocular o el auditivo, los invade todos a la vez,
y nos evita el esfuerzo de interpretar letras o una voz...nos da
imágenes, y una imagen vale más que mil palabras. Qué gran refrán,
todos nos lo sabemos, pero pocos lo analizamos cada vez que vemos una
noticia en televisión. ¿De qué fuente viene? ¿Quién la ha
editado? ¿A qué interés responde? La justicia, es aquello que los
fuertes infligen a los débiles. Y la historia se recuerda según el
vencedor la cuenta. Y usará la televisión para divulgarla.
La revolución no será televisada,
decía Scott Heron.
Con estas premisas, ¿cómo no iba a
convertirse la televisión en una herramienta de la
conspiranocaracia? ¿Un elemento aplastante de la distopía? ¿Un
oscuro objeto de devoción, cuasi religiosa, capaz de manipular la
voluntad humana?
Suena terrible ¿verdad? Pues
imaginaros lo que pueden llegar a idear los marquetin seniors de los
grandes canales y las productoras. ¿Qué no sabrán ya ellos sobre
el control de masas? ¿Qué no habrán puesto a prueba con nosotros?
Las técnicas del Tavistock. Google y el Big Data es sólo un bebé
en pañales al lado de la tele, porque la tele lleva con nosotros
casi 100 años. Mucho se ha hablado desde entonces de la publicidad
subliminal, los experimentos sociales televisados, la propaganda
política camuflada, el deporte como opio del pueblo, y hasta dibujos
animados que provocan la epilepsia. La televisión no puede ser mejor
protagonista de la ciencia ficción, ella sola, esa caja de plástico
con intestinos de cobre, silicio, litio, y gases nobles, podría ser
la mayor tirana de todas las inteligencias artificiales en un cercano
futuro oscuro y decadente.
En mi casa había una gran televisión
con carcasa de madera, a blanco y negro, hasta donde mis recuerdos me
llevan atrás en el tiempo, con unos botones duros rectangulares para
cambiar de canal. Apenas había 2 canales para seleccionar. Poco a
poco, y sin darme cuenta, llegó la tele en color, y al poco dejamos
de levantarnos del sofá para cambiar de canal sin usar un palo largo
de madera, porque había mandos a distancia. Y los canales, afloraban
como setas tras días de lluvia y sol, canales privados, autonómicos,
raros canales locales difíciles de sintonizar con nieve y ruido...
Recuerdo pinchar una patata en la antena de la tele, porque se
suponía que así debían verse mejor. O incluso fabricar una
parabólica con papel de aluminio y cajas de envasar huevos.
Pero en la tele, había algo mágico,
algo que no eran documentales, ni películas, ni programas
infantiles, ni dibujos animados, ni el telediario. Era un formato que
a parte de divertir al televidente, podía aupar a la gloria y la
riqueza a unos pocos elegidos, ¡los concursos!. ¡Cuántas cartas se
enviaron desde mi casa a los concursos! Y nunca nos llamaban a
ninguno, y sin embargo, recuerdo a la mamá de mi compañero de clase
Alejandro, que participó hasta 3 veces en la ruleta de la fortuna.
¡Que envidia! No solo salía en la tele y podía saludar a sus seres
queridos desde su atril de participante, dispersando su mensaje de
amor y fraternidad a todo el globo terráqueo, si no que se lo pasaba
pipa participando en un divertidísimo juego que premiaba los
aciertos con dinero y electrodomésticos.
Recuerdo con gran nostalgia concursos
como “Si lo se no vengo” que presentaba el cyborg Jordi Hurtado
cuando yo acababa de deshacerme del chupete, donde ya los
concursantes tenían que demostrar una equilibrada mezcla de
recursos, habilidades e ingenio para superar la yincana televisiva
programada y obtener sus recompensas. Recuerdo el gran “Un, Dos,
Tres”, y más tarde “El Gran Juego de la Oca” o “El Gran
prix”, “Humor amarillo”... Pero si algo fue poco a poco
instaurándose en los concursos, fue, que no sólo había que ser
listo, o fuerte, o veloz... Había que renunciar a tu orgullo. Tenías
que dejar que toda la nación se riera de ti a cambio de unas pesetas
o un flamante Opel Corsa, o un apartamento en Guardamar del Segura.
Te corneaba una vaquilla, te cortaba el pelo un saltimbanqui
sobreactuado.... O como en “El semáforo”, te abucheaban e
incluso te lanzaban fruta podrida como en un espectáculo de
trovadores en la plaza de una aldea del siglo XII si desentonabas o
tus pasos de baile eran aritmicos, o sólo tú te reías de tus
chistes. Ganar dinero a cambio de tu dignidad para regocijo y
carcajada de millones de familias, en sus hogares, apuntando con el
dedo al friki sin orgullo que vendió su alma a la televisión por 30
monedas de plata. Y nosotros descojonados.
Suena a circo romano, pero,
reflexionemos un momento...es así. Y no digo que haya que prohibir
nada, ni canales, ni normativas de emisión, ni gaitas... Si tenemos
docenas de canales, somos libres de elegir, si ver a media docena de
bellas y bellos adolescentes gritarse con el culo pegado a una silla,
en un ritual de cortejo de extraradio; O poner un docu reality de
buscadores de raíces de ginseng en la América rural más profunda,
en los Apalaches, u otra zona geográfica que solo nos suena de las
películas de Clint Eastwood y John Wayne. También somos libres de
escoger el noticiario, y digerir con total naturalidad y sin un sólo
movimiento muscular en nuestra conciencia cristiana y occidental,
cómo se ahogan los migrantes africanos, cómo caen misiles sobre
escuelas de Oriente Medio, o cómo un alumno descarga su aka 47 en un
aula de Mississippi, que casi que se nos remueven más las entrañas
viendo una peli de Steaven Seagal, de lo deshumanizados que nos tiene
la actualidad. Somos libres de pulsar el botón o no.
Y no somos peores ni mejores seres
humanos por ver una cosa u otra, no señor. Somos lo que conseguimos
diseccionar tras el visionado. Hemos de separar el grano de la paja,
y hasta el “Gran Hermano” puede enseñarnos moralejas a cerca de
“qué actitudes deplorables y rancias tomadas por sus concursantes
son las que hay que evitar en mi día a día para no parecer un
auténtico gañán”, por ejemplo, pero esto ya es algo subjetivo.
Veo la tele, consumo tele, la llamada
telebasura, y también la tele pública de los empollones y los
hipsters. Veo realitys y veo “la noche temática”, veo pelis de
Berlanga y veo algún deporte ocasional, veo programas de ovnis y
fantasmas y veo dibujos animados. Viva la tele.
Pero a veces me asusta pensar, en la
evolución de la tele, en lo que me he acostumbrado a admitir como
normal, y en lo que llegaré a ver, entre bromas y elucubraciones
ficticias y otras providencias.
Volviendo al “Un, Dos, Tres”, un
maravilloso concurso aderezado con espectáculos de variedades, en el
que los concursantes igual se llevaban una calabaza al término del
programa, como igual se llevaban una autocaravana valorada en unos
milloncejos de pesetas. Recuerdo, que en aquél concurso, solían
integrar fragmentos de concursos orientales que eran una auténtica
putada, hablando mal y pronto. Metían a aquellas delicadas
concursantes orientales en jaulas llenas de murciélagos, o hacían
beber al intrépido chico un biberón de nicotina, o cualquier otra
tortura surealista y bizarra que tuviesen que superar a cambio de
algo de efectivo, mientras medio continente se meaba de la risa con
lo chiflados que debían de estar para pasar por ese aro tan
asqueroso. ¿Chiflados? ¿Qué tal..necesitados? Todos tenemos un
precio ¿Sería ético tal vez si esos participantes fuesen miembros
de familias en riesgo de exclusión, parados, enfermos mentales, etc?
¿ Sería igualdad de condiciones o sería sadismo? Y así
evolucionan los shows de “putadas” hasta el punto de encontrarnos
por internet productos como Bumfight, en el que se graban a
vagabundos en peleas callejeras, o estúpidos juegos de autolesión a lo Jackass o
Dirty Sánchez, en los que el sin techo pierde varios dientes o se
rompe un hueso, a cambio de un pequeño fajo de benjamins, y las
carcajadas del consumidor. Parece que el espectador va acercándose
a un punto de tolerancia cero en lo que lo mismo es “Humor
amarillo” que un reality de enfermos terminales en una casa y a ver
quien falleciese primero. No, no existe ese programa aún, que yo
sepa, pero dadle tiempo a Paolo Vasile, que igual el formato le
interesa. ¿Os parece exagerado? A mi no, cuando por ejemplo y actualmente, hay ya en emisión realitys que ponen a prueba la fidelidad de un matrimonio,
incitándoles a la promiscuidad entre participantes, o una isla con desconocidos en cueros con la intención de copular en la primera noche si la atracción física y química es suficientemente erógena para que se de la situación ante las cámaras, carentes de intimidad, ojos de miles de espectadores. Quedan muy poquitas líneas que traspasar, y el share se encargará
de ello, estoy seguro.
EL FUGITIVO DE STEPHEN KING
Las cartas están sobre la mesa, y
genios más talentosos que yo ya se habían dado cuenta. Es el caso
de Richard Bachman, un señor de Maine que cambió la docencia
lingüistica por la literatura de ficción, y principalmente la que
le aupó al número uno mundial de un género, el terror. Este señor
en concreto, no es más ni menos que Stephen King, que durante un
periodo de actividad creativo, escribió tanto, que su editorial y
las librerías eran incapaces de colocar tantos títulos de su puño
y letra mientras los clientes los leían, por lo que se inventó un seudónimo con el que seguir publicando como un loco, sin frenos, y
así no saturar la rotación literaria de sus libros en los puntos de
venta.
Stephen, tomó aquella doble identidad
voluntariamente, sin orden ni consejo de su editor, y asegura que las
obras bajo esa nueva firma, están escritas con el mismo mimo y buen
hacer que el resto de sus más famosos best sellers rubricados con su
nombre original. Desde luego, El Fugitivo, no escatima en talento ni
un sólo renglón.
El Fugitivo es una maravillosa obra
CIFI que nos transporta a un futuro muy cercano con muchos de los
elementos del cyberpunk y casi todos los de la distopía. Megaurbes
opresoras, con guetos proletarios oprimidos por una burguesía
corporativa que se pasa por el forro los convenios, los sindicatos, y
la igualdad social. Problemas ecológicos que afectan a la salud de
los más desfavorecidos, incapaces de adquirir medicamentos debido a
su bajo poder adquisitivo, pandillas callejeras que imponen su ley en
las zonas desmilitarizadas, turismos aéreos surcando las
autopistas... Tiene todo lo que el manual de la CIFI próxima nos ha
mostrado hasta el momento, pero añade algo nuevo, algo poderoso,
añade la televisión. Antes que Stepehen, otros autores CIFI ya
habían jugueteado con tiento en las posibilidades que los medios de
comunicación ofrecerían en un futuro para oprimir a la sociedad,
como El precio del Peligro de Robert Sheckley (que no he leído) o
John Brunner y su Jinete de la onda de shock. Y otros lo harían tras
Stephen, rizando más el rizo, como en la saga los Juegos del Hambre.
Pero King, en El Fugitivo, continúo empleando fórmulas future noire y cyberpunk, que vamos a ver a continuación.
La obra en sí, sin spoilers como
siempre, nos pondrá en el seguimiento de Ben Richards, un
desempleado del gueto industrial, que ha dado su vida y su salud por
una gran compañía a cambio de cuatro perras mensuales, cuya
situación familiar es muy delicada. Richards es un protagonista
orgulloso y de convicciones firmes, proletario y honrado, que nunca se ha planteado ciertos
aspectos sociales, y pasa por la vida como un mueble, cabreado, pero
como un mueble, como una especie de Michael Douglas en Un día de
furia, está a punto de explotar sin saberlo.
El caso es que Richards
necesita liquidez inmediata, está harto de ver a su familia pasarlo
mal, y les profesa tal amor conyugal y paternal, que toma la más
drástica de las decisiones, apuntarse a los castings de la Libre
Visión, el canal por excelencia, cuya programación está copada por
concursos de “putadas” como Corre tras el dólar, en el que
obesos y tullidos han de esforzarse a niveles atléticos mortales
para conseguir algo de pasta, y si no, pues un gordo menos en Coop
City. Y mientras el público en su casa pegándose una jartada a
reir, claro.
El concurso de más audiencia y mejores
premios, es un docu reality llamado El Fugitivo, en el que varios
fugitivos voluntarios, con apenas unas horas de ventaja respecto a sus perseguidores,
han de apañárselas como puedan en campo abierto por toda la nación,
para no ser abatidos. Es un concurso a vida o muerte. Los Gladiadores
Americanos en versión Pekín Express, o algo así. Los perseguidos
han de reportarse diariamente a los estudios de la productora con
unas cintas de grabación en modo selfie de ellos mismos, para seguir
cobrando las primas diarias mientras concursan.
Por si sonase poco alagüeño,
cualquier ciudadano puede conseguir premios en metálico si facilita
información del paradero del fugitivo o incluso lo abate, por lo
que, es un auténtico “Yo contra el mundo”, ya que el espectador,
también participa, y puede alcanzar la fama, la gloria y el dinero
si liquida al fugitivo a la que baja a comprar el pan.
Ese importante matíz, en el que el
espectador puede ser concursante espontáneo, abre la veda moral que
el libro expone a cerca de cómo podemos deshumanizarnos y ser un
lobo para el prójimo.
En su huida, narrada a ritmo de road
movie, siempre en constante movimiento, por diferentes barrios,
ciudades, carreteras, y conociendo a diferentes compinches y
personajes, Richards evolucionará al enfrentarse a la cara más dura
de la supervivencia, la de tener que matar para seguir respirando.
Es él, o ellos, no hay alternativa, lo que minará profundamente su
conciencia, sentimiento que Stephen es capaz de transmitir al
lector, porque al final, los cazadores, también tienen familia, son
personas, y el mero hecho de resistir sin ser cazado un día más
para conseguir dinero para su familia, a Richards, le hace plantearse
dónde están las líneas del bien y del mal, ¿Justifica el fin
todos los medios? ¿Desvinculamos lo que vemos por la tele, de
nuestra realidad y nuestras circunstancias, sólo porque lo vemos a
través de una pantalla y no nos salpica?
Richards va convirtiéndose poco a
poco, página a página, en algo más que un paria con meros
objetivos personales.
Y ahí es dónde, insisto, la novela
toma un pequeño tinte cyberpunk, porque Richards, es un antihéroe,
una persona cuyas necesidades básicas personales le han arrastrado a
algo mucho más grande, que terminará convirtiéndole, como era de
esperar, en adalid de las causas nobles de sus conciudadanos de bajo
nivel adquisitivo, en contra de la telaraña corporativa de mentiras
tejida por la Libre Visión. Sin quererlo, sin habérselo planteado
nunca, se convertirá en un lobo solitario que enarbola las quejas de
los oprimidos, en la punta de lanza de los sin voz, en una estrella
televisiva influyente. Pero no porque él así lo desee, ya que el
egoísmo y el odio, como a cualquier humano de carne y hueso, le
ciegan y le impulsan a tomar decisiones poco premeditadas,
impidiéndole mantener la mente fría. Y en su frenética huida,
tendrá constantes dudas a cerca de su toma de decisiones, que nos
harán empatizar con él tanto como los espectadores de la Libre
Visión.
La novela surfea temas de importancia
social como la libertad de expresión, el medio ambiente, el racismo,
la violencia policial, y por supuesto y ante todo, la manipulación
de los medios televisivos, la gran mentira, el circo de las
estrellas.
PERSEGUIDO CON ARNOLD SCHWARZENEGGER
De éstas páginas, vinieron,
irónicamente, las futuras imágenes, y en 1987 Arnold Schwarzenegger
interpretó a un Richards algo más distinto. Ya estamos con las
licencias televisivas, al final Stephen iba a llevar razón. El joven
Arnold, aún algo verde en Hollywood tras sus primeros éxitos como
Conan y Comando, asume un papel interpretativamente zafio, y de poco
diálogo (ya que su anglosajón aún se le atascaba en su acento
germánico) con chascarrillos mal escritos y del género más casposo
de los 80, en los que afortunadamente (aunque no por eso más
acertadamente ni mucho menos) en pos de la libertad creativa y de la ficción, todo valía, con frases como “Me das
asco maricón cobarde” mientras se encargaba de reducir a Dynamo,
uno de sus perseguidores.
En la película, Richards deja de ser
un empleado de fábrica corporativa en desempleo, y lo convierten en
un policía discolo, con principios, encarcelado por negarse a abatir
a civiles desarmados en una manifestación por víveres y artículos
de primera necesidad. Una especie de Ghandi musculado, pacífico pero no pacifista, que ni
tiene familia, ni problemas a los que responder en casa, un giro muy distante de la novela pese a conservar el nombre del protagonista
original del libro.
Prisionero en un campo de reeducación,
al más puro estilo Gulag, Richards entabla amistad con otros presos,
que a modo anecdótico, conservan los nombres de los demás fugitivos
que corren por sus vidas en paralelo a Richards, en las hojas
originales del relato, pero que en la versión cinematográfica, pues
allí están, picando piedra en la cantera junto a Richards,
planeando una fuga.
Los injustamente recluidos presos
logran fugarse, pero la alegría no les dura mucho, ya que pronto
caerán en manos de Killian, el director del concurso Perseguido,
que también coincide con el nombre y rol del mismo personaje en la
novela, pero que no se parecen ni en el blanco de los ojos. Me llama
la atención, a nivel anacrónico, que el Killian de la novela, fuese
negro, y sin embargo en la película, fuese blanco. ¿Estaría mal
visto en los 80 que un afroamericano fuese directivo de una gran
corporación, sería eso un puesto ejecutivo sólo reservado a los
blancos? Porque no les hubiese costado nada ser fieles a la obra y
contratar un actor negro, pero en fin, mamarrachadas de la industria
supongo, como su actual tendencia a tratar de normalizar a la fuerza
la multiculturalidad étnica dando papeles en films a actores y
actrices multiétnicos sólo por agradar a los defensores de ésto y
de aquello. Vaya, que si se la liaron a Gerard de Pardier, no sin
poca razón histórica, por interpretar a un Alejandro Dumas blanco,
el día menos pensado Hollywood dentro de 30 años nos casca un
biopic del Hitler negro, o un Michael Jordan blanco...en fin... un
sin sentido de apariencias y protocolo.
El caso es que a Arnie, alias Richards,
y sus compinches revolucionarios que conoció en la trena, los mandan
al concurso para deleite y sacie de sed de sangre del público
norteamericano del futuro.
En ésta ocasión, no han de huir por
todo el país haciendo autoestop y enviando cintas beta por correo a
la productora cada 24 horas, no, es algo mucho más hollywoodiense
claro, digno de una producción de unos 30 millones de inversión, cuyo guión fue maleado y retocado una veintena de ocasiones. A los corredores les sueltan en un distrito de 40 manzanas en ruinas, todo bien
videovigilado para el rodaje del show, y no les queda otra que correr
como zorros en una cacería británica mientras unos cazadores de lo
más rocambolesco les persiguen con la intención de asesinarlos.
Ciertamente, el mayor acierto de la
película a la hora de tomarse licencias, son esos cazadores, que se
han convertido en iconos del cine de acción de los 80 y el bajo
presupuesto. En la novela, los cazadores eran una versión de los
hombres de negro de la CIA discretos, que se movían en silencio,
acechando a un Richards paranoico, que veía perseguidores donde no
los había, aportando un factor psicológico de pánico continuo a la
lectura, mientras que el protagonista se escabullía con disfraces,
identidades falsas y cohartadas bien construidas. En contra, y de qué
maravillosa manera, en el film, los cazadores son super estrellas
mediáticas de la matanza y el asesinato, poco menos que neo
gladiadores romanos, con pomposas vestimentas, nombres que inspiran
el terror en el corazón de los fugitivos, y armas personalizadas
como seña de identidad, con las que dar muerte a los desdichados
corredores.
Sub Zero, Dynamo, Fireball, Budgesaw,
Capitán Libertad... Qué gran elenco de horteras sacamantecas
inspirados en el presing catch y vulgares jefes finales de pantalla
de un videojuego 8 bits. Qué maravilla. Si la película merece la
pena es por ellos. Cómo me ochentea verlos aparecer en escena.
En la película, el papel secundario
recae en los hombros de la atlética Maria Conchita Alonso, a quien
casualmente, veríamos en la segunda entrega de Predator, tras
protagonizar Arnold la primera. María, que para mi es la predecesora del perfil artístico que hoy encarna Mitchelle Rodríguez, da vida a Amber, un papel de heroína a la sombra del protagonista, una mujer frágil, en apuros,
que necesita continuamente la defensa del todopoderoso Arnold, en
cuyas garras de seducción caerá sin resistencia, para que en un
final como Hollywood manda, sean felices y coman perdices. Algo muy
de los 80 también, en lo que el cine actual ha progresado
adecuadamente, pero que aún tiene que mejorar si se lo propone.
En la novela, Richards no era
acompañado de ninguna escudera sexy y desvalida, pero sí es cierto,
que el papel de María Conchita, es la versión extendida y
reinterpretada de uno de los personajes de la obra original, el de
una civil secuestrada por Richards como rehén en su huida, que poco
a poco, durante su secuestro a manos de El Fugitivo, va destapándose
una venda de los ojos, una venda que nublaba la realidad de su
sociedad por debajo de sus zapatos de tacón de clase media, y pese a
que nunca logra empatizar por completo con su captor, sí le llega a
conceder el beneficio de la duda, entre el pánico que le profesa y
un principio de síndrome de Estocolmo.
Lo que la película sí nos muestra,
entre líneas de acción gratuita, peleas cortas con final feliz, y
los bíceps de Arnold y sus peores frases machistas y cavernícolas,
es cómo Libre Visión manipula las verdades y engaña al espectador
para conducirlo a una opinión deseada a cerca del concurso y sus
participantes. Y eso también lo encontramos en el libro, mucho más
enfocado y como leit motiv principal por encima de la acción y los
crochés, pero por fin película y libro se dan la mano en algo más
a parte de los nombres de pila de sus personajes principales, en una sutil pero directa crítica light de la consabida e incuestionable manipulación de información por parte de los medios.
Diseccionadas ambas obras, y
superpuestos sus paralelísmos y diferencias, sólo me queda añadir
que el libro es una lectura obligada para los amantes de las
distopías, y que la película ha envejecido mal, quedando a la
altura de una producción de serie B que más que frenética resulta
lenta y monótona, previsible, pero sobre todo icónica gracias a los
bizarros perseguidores.
SMASH TV
Desde entonces, los concursos letales han seguido
siendo tema recurrente en la CIFI en general, a la sombra de El
Fugitivo, convirtiéndose en un recurso muy constante en los hilos
argumentales de muchas obras en distinto formato, como por ejemplo el
concurso de la “Tower of Death” en el videojuego Flashback, las
peleas de Carbono Modíficado, la retransmisión de las Purgas de la
saga la noche de las bestias, el cazador de recuerdos X-mas Kid en el
videojuego Remember Me, y otros muchos ejemplos que olvido y que aún
estaré por descubrir, pero si uno se llevó la palma a mi gusto, ese
fue Smash TV.
Un videojuego de la empresa Williams, de la era de los 8 y 16 bits, en el
que uno o dos concursantes, recorrían varios platós equipados con
trampas mortales, frenando olas de matones y sobreviviendo a
dispositivos de defensa futuristas, con el único objetivo de
sobrevivir y recibir fajos y fajos de billetes, electrodomésticos y
todo tipo de premios de alta gama, mientras el presentador, muy
inspirado en el Killian de la película, hace de maestro de
ceremonias plató tras plató acompañado de sus sexys azafatas. Que
por cierto, se parecen también mucho a las de la película, de las
cuales poco he hablado, y son un elemento importante, ya que , aparte
de mencioanr que se trataba del equipo de cheer leaders de Los
Angeles Lakers, el director, Paul Michael Glaser, las dotó de un
gran protagonismo en la película, amenizando con sus coreografias
(obra de Paula Abdul) los cortes publicitarios del show de Perseguido
entre escenas de cacería.
Perseguido tuvo su propio videojuego
licencia para ordenadores de 8 bits, como Spectrum, Amstrad o
Commodore, pero es Smash TV el verdadero heredero espiritual del
concepto concurso letal.
La mecánica es simple, avanzar fases
estáticas, en las que nuestros muñecos han de sobrevivir a oleadas
ingentes de enemigos, al más puro estilo Gauntlet, esquivando y
disparando, mientras recogen power ups balísticos para causar mayor
daño y destrucción, e items de recompensa como joyas, dinero,
tostadoras, y cajas de premio misterioso,
El éxito del éste beat em up, reside en los reflejos del
jugador, su velocidad de control, y su paciencia, hasta que por fin
nos topamos con los jefes de concurso, donde Mutoidman será
inmortalizado en los anales de los videojuegos como uno de los jefes
finales más horrendos y desagradables de la historia. Un enorme
híbrido de máquina de guerra blindada, cyborg, y mutante, que nos
atormentará con proyectiles y embestidas de su módulo de tracción
oruga mientras no dejamos de esquivar y disparar hasta reducirlo a
vísceras y chatarra.
El juego es ágil, rápido, muy
adictivo, divertido e ideal para un rato libre sin tener que casarnos
con el desarrollo de una historia y sus obligaciones, es simple y
llanamente, un reto de habilidad para poner tu alias en lo más alto
de la tabla de scores.
Es hora de dejaros, que empieza el
concurso de armeros amateur que compiten forjando filos mortíferos,
en el canal que tengo sintonizado en el número 17 del dial. Hasta la
próxima entrada.
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