domingo, 15 de marzo de 2020

WE STAND ON GUARD, DE VAUGHAN Y SKROCE


Y LA REALIDAD SUPERÓ A LA FICCIÓN

Y llegó el día, la distopía se hizo realidad, aquello que dábamos por imposible, las ficciones más derrotistas posibles de pasquines baratos con historias de ficción sobadas, el problema de unas personas que viven muy lejos a y las que no conocemos se convirtió en nuestro problema, una vez más en la historia de la humanidad, y no aprendemos.
No, hoy no os hablo como Pixel Van Gogh, Ninja cibernético a tiempo parcial, os hablo como la persona de carne y hueso que hay detrás, no de un terminal sensodyne c-5000 con trodos de silicona para acceder al ciberespacio, si no aporreando un teclado negro y viejo, pegajoso, por el reciente baño de desinfectante industrial que acabo de aplicarle. Y no estoy en un megabloque de apartamentos baratos, estoy en un sótano subterráneo, rodeado de servidores, switches, pantallas, y ordenadores que zumban monótonos y van a hacerlo toda la noche, al menos hasta las 07 horas si yo puedo oírlo. Y una vez abandone este cuartucho de emergencias de servicios y sistemas que la empresa que paga mis facturas tiene habilitado para crisis y emergencias, subiré a una superficie desierta lamida por los primeros rayos de un sol tibio incapaz de exterminar el maldito COVID-19 en los idus de Marzo.
Que si los chinos comen murciélago, que si sus mercados son una guarrería y escupen en el suelo, que si en sus fábricas las condiciones de salubridad son muy malas, que si esos tipos con trajes aislantes fumigando la ciudad son para impresionar porque el comunismo todavía pesa en su cultura y el telón de acero en verdad no se ha caído todavía…
Y aquí estamos, con el culo de Europa paralizado por completo por “una gripe”, vaya, quien nos lo iba a haber dicho. La información, la desinformación, internet, Ana Rosa Quintana invitando a toreros a hablar de una pandemia… ¿Es que podríamos haber hecho otra cosa?
He dormido 3 horas de las últimas 40, he sufrido el peor cuadro de ansiedad de mi vida, he intentado evitar que mi mujer bajase a la calle a por champú aterrorizado, para después de hiperventilar unos minutos, darme cuenta de que no es ninguna pesadilla, es la puta vida real.
Y si miro a largo plazo, lo peor, es que tal vez, sea sólo el aperitivo de los tiempos que están por venir, de las distopías de las que hablo en éste blog desde hace más de un año, pero con gente que muere de verdad, con guerras de verdad, virus de laboratorio de verdad, crisis económicas de verdad. ¿A caso tiene mi generación más derecho que la de nuestros abuelos de vivir en paz? ¿Tiene más derecho la humanidad occidental que la oriental de vivir sin plagas, golpes de estado y trabajos precarios?
Da la sensación de que nada es casualidad, de que quisiesen cambiar las reglas, de que la sociedad del bienestar sea un espejismo a corregir. ¿Putin y los famosos hackers rusos? ¿Guerra económica EEUU VS China? ¿Brexit? Mientras La Unión Europea vuelve a ponerse fronteras, y el puzle se balcaniza, aunque sea, temporalmente, y por medidas de seguridad.
Y los muros que los ricos levantaron para separarles de los pobres, son ahora el muro que los pobres flanquean para impedir que lo salten los ricos, y ApocalipsisSuave pasa de ser una novela de ciencia ficción a ser un ensayo. Y Daniel Estulin de repente, o Enrique de Vicente , dejan de parecernos conspiranoicos trasnochados para convertirse en iluminattis.
Y todo deja de tener sentido de nuevo, porque arriba es abajo, cuando quieren que abajo sea arriba, y nunca nos cuentan la película como queremos que termine.
He comprado un coche nuevo, y mi concesionario no se ha molestado en llamarme para decirme "Oiga,“su coche se va a retrasar hasta después de la alarma sanitaria”, no, me han cobrado unos miles y me han dejado colgado llamando a un teléfono que no responde nadie.
Y el ratoncito Mickey Mouse me ha hecho exactamente lo mismo para semana santa, y sus esbirros roedores de call center tampoco atienden ninguna llamada.
Y entonces miro a mi alrededor, y veo gente que sale a hacer footing con mascarilla y guantes, al alcalde de una ciudad de casi 5 millones de habitantes diciendo que las fuerzas de la ley y el orden tienen permiso para disgregar cualquier aglomeración de personas por cualquier medio, y mi bidé, fiel amigo al que he ignorado desde hace tanto tiempo, mi bidé, hola bidé.
Y no aguanto ni un segundo más, porque a veces incluso lloro, agotado pro la escasez de sueño, con los nervios a flor de piel, saturado de estadísticas, noticias y políticos en televisión, harto de gente que quiere llevar más razón que otra, harto de medidas marciales que no solucionan nada cuando debemos seguir viajando en metro, bus o trabajar en centros de trabajo de 100 compañeros/as. Puedo ir a la fábrica pero no puedo bajar a dar una vuelta a la manzana porque en mi piso de 35 metros cuadrados de 800 euros mensuales en las afueras no tengo espacio para hacer ni abdominales sin golpearme la nuca con una pila de cajas de plástico contenedoras del chino llenas de la colorida ropa de verano. Esas medidas, sólo, porque una parte de la población prefiere que la sigan sirviendo la cena en mesa con una botella de cabernet y el BMW en doble fila, con el maletero lleno de papel de culo de triple capa perfumado con lilas.
Mientras, Reino Unido dice “que mueran los débiles y se inmunicen los sanos” en una darwiniana parodia de separatismo reafirmativo. Y al presidente de EEUU le da igual que solo en Ohio haya más casos que en España. ¿por qué ellos no se preocupan, y mis líderes occidentales sí? ¿Quién miente? ¿Quién arriesga? Me duele la cabeza pero no puedo parar.

¿Servirá de algo rezar? ¿O será mejor confiar en mis máquinas? No lo aguanto, vuelvo a ser Pixel Van Gogh, y vuelvo a abrir el libro de Rodolfo Martínez que estoy leyendo, y vuelvo a componer una canción de punk distópica con mi amigo Jaime a la guitarra, y me pongo Akira por enésima vez en la Tablet, y decido hacer una entrada del blog porque ya llevo casi 2 semanas con la cabeza como un misil haciendo entrevistas de trabajo para prosperar en la megacorporación, visitando concesionarios de aeroberlinas para decidirme por una, y ultimando los detalles de un viaje familiar a Nukaworld Park y de repente el virus bio-informático Cha-Laoh satura todo el cantón corporativo. Y vuelvo a estar sólo.

DE CONFLICTOS Y POSTGUERRAS, WE STAND ON GUARD


Hecha una entrada tan personal, pasemos a la obra de hoy, cómic, que hace tiempo que no lo toco, y que va en cierta consonancia con los acontecimientos actuales, y no, no es Crossed, tranquilos. Hoy vamos a hablar de We stand on Guard, obra de Brian K. Vaughan a las ideas y Steve Skroce a los dibujos, rellenados pro Matt Hollingsworth.
Brian, neoyorkino que parece sentirse muy a gusto en la ciencia ficción pese a sus comienzos en Marvel, con personajes futuristas pese a todo como Cable, que ha destacado por Y, el último hombre y Ex Machina . Aunque parezca una tontería (ya veréis luego que no), merece en ésta entrada, añadir el dato de que su esposa, es canadiense, de Ottawa.
Y Steve Skroce, croata – canadiense, que también comenzó en MArvel, con Cable y Spiderman, pero que se asentó como talento en la ilustración con las hermanas wachosky currando en el storyboard de la sagrada Matrix, y en Ectokid, e incluso colaborando con uno de los más geniales, Geoff Darrow, en su obra conjunta Doc Frankenstein.
El tercero en discordia, Matt Hollingsworth, venía de trabajar en Dc, Vertigo y Dark Horse y de participar en los efectos visuales de películas como Serenity y Superman Returns. Y la meta retroalimentación cierra el circulo de inspiraciones si añadimos que reside en Croacia.
Así que encontramos puntos de conexión suficientes en el trío de ases para que sus energías fluyan y converjan de manera fructífera en We Stand On Guard.
Planeta cómic nos lo trae en tapa dura, con todas sus grapitas en el interior.



Al turrón. ¿De qué va? El zoom del satélite de tungsteno se posa sobre Canadá. Y nos introduce de una forma tan cotidiana como al que estamos viviendo todos, en familia, frente a la TV éstos días, oyendo noticias terribles y reinterpretándolas con atrevimiento e ignorancia, con cuñadismo, haciendo quinielas sin tener ni puta idea del asunto ni de geopolítica ni de nada. Y en un abrir y cerrar de ojos, fuego, sangre, mucha sangre sobre todo, la obra no escatima en pantones rojos y explicitas viñetas que representan, por otro lado, la realidad de la guerra, y no una guerra cualquiera, la tercera guerra mundial.
Tras el conflicto, Canadá queda invadida por tropas de ocupación norteamericanas, cuyo principal objetivo, aparte de aplacar la resistencia civil paramilitar, es esquilmar el más precioso recurso natural de Canadá para beneficio propio, el agua.
A priori, no tiene ningún sentido que EEUU quisiese invadir Canadá ni en una distopía si quiera, parece una idea de Terrance y Philips de Southpark, pero vamos a ver que encontramos para convencernos de semejante disparate:
Por un lado, notamos las influencias de Steve Skroce a la hora de retratar su Canadá en la obra, nos va a transmitir el carácter de sus gentes, su multiculturalidad incluyendo personajes francófonos en la ficción (cosa que a mi me da por saco, porque los textos de sus bocadillos, vienen en francés, para darle ese puntito “inmersivo”, y que queréis que os diga, tengo la suerte de chapurrearlo por cuestiones laborales pero no me apetece tener que andar haciendo esfuerzos mentales para leer un cómic por muy “cool” que quede dejar sus textos en francés), canciones populares canadienses, datos históricos que enriquecen el background, varios easter eggs (como el de Outlander y el de Little Robo, a ver si los encontráis en las viñetas) y por supuesto en la recreación de sus paisajes, flora y fauna.
Y que en la tradición bélica de EEUU, nunca ha habido un enfrentamiento abierto (exceptuando Méjico) con un país limítrofe o que comparta suelo. Y proponer ésta idea, requería del conocimiento local de sus autores.
Por el otro, no puedo pasar sin hacer un furtivo hermanamiento de We Stand On Guard con Cuchillode agua, novela de bacigalupi a la que ya le hemos hincado el monocolmillo, y os recomiendo que leáis conjuntamente con ésta de hoy, para entender, si se puede, un poco más, las ya hoy acuciantes necesidades norteamericanas de aumentar sus reservas de agua dulce potable antes del colapso total de sus cañerías y grifos, que sirven de inspiración para convertir en villanos a los yankees en éste tebeo, invasores crueles, opresores y ladrones de agua.
Así que una premisa abusrda, puede cobrar plausibilidad.
Y durante éste tiempo de postguerra, tenemos a nuestro grupo de “makis”, revolucionarios y patriotas, acusados de terroristas por parte de los nuevos líderes vencedores, que arrastran truculentas historias alimentadas por la venganza y el odio hacia el invasor, un odio visceral, cultural, enraizado, que no atiende a ninguna razón, como posiblemente tampoco atienda el de un niño palestino lanzándole piedras a un tanque israelí, son consecuencias de la guerra y la ocupación. Porque la guerra, que es uno de los mensajes del cómic, la guerra no siembra ningún fruto dulce, solo nos dará cosechas podridas de odio y rencor. “La guerra siempre es guerra”, como me gusta esa frase amigo Fargo, que bien me viene tan a menudo.
De ese grupo armado protagonista, Amber encabezará la ficción, entre flashbacks de su niñez y el desarrollo de la historia. La heroína, es una víctima civil transformada en libertadora y Juana de arco de su causa independentista. Una soldado autodidacta, que se ha visto obligada a ser lo que es, porque la guerra, las circunstancias, el hambre, la han empujado hacia esa rama de su evolución.



La obra no profundiza demasiado en el resto del grupo, a excepción de Amber, y su motivación enfrentándose a las tropas de ocupación norteamericanas, pese a que nos los presentan con algunos detalles, pero no es justamente un cómic de trasfondo, historias personales, personalidades profundas y magnéticas, no. Es un cómic de acción y reacción, disparos, sangre, muy bélico y cinematográfico, que me recuerda a algunos viejos Predator, en los que la historia solía ser siempre un bodrio repetitivo, pero en las que el entorno y las habilidades de caza del alienígena coleccionista de cráneos eran el motor de las viñetas, nos importaba poco las motivaciones, fobias o filias del poli neoyorkino o la teniente rusa que tenía que enfrentarse al xeno, sólo queríamos ver cómo moría o como vivía. En We Stand On Guard, pese al mensaje antibelicista y la oda al amor propio canadiense que ni la policía montada ni el jarabe de arce, lo que mola es eso, los tiros, la sangre, las sorpresas en combate, la guerra de guerrillas y el sabotaje.
Y bueno, otra cosa, los robots gigantes. Es posiblemente el gancho artístico más importante de la obra, en esa postguerra distópica, las ocupaciones no se mantienen con tanques y camiones, si no con enormes mechas de combate cuyos diseños son embaucadores, de una gracilidad tecnológica realista, bruta, que nos recuerdan a los actuales droides cánidos en pruebas del Instituto tecnológico de Masachussetss, pero de tamaño descomunal. El imaginario tecnológico baila entre Star Wars, historias pulp de la Segunda Guerra mundial (como el prototipo Haunebu), Transformers y los ciborgs de Masamune Shirow.
Os costará no encontrar similitudes entre ciertas viñetas y los AT-At del Imperio contraataca. Porque además, el paralelismo entre el grupo rebelde enfrentándose al imperial sobre la nieve, es yo creo que clarísimo.
Una historia cyberpunk que gira en torno al odio, la venganza, el hambre, los abusos militares durante un periodo de ocupación, la injusticia, y el poder, que vuelve a mostrarnos una vez más la cara más grotesca de la guerra, como una colección de cuadros negros de Goya, con una pizquita de Geoff Darrow pero sin su particular horror vacui, y una fantasiosa y maravillosa colección de vehículos de combate futuristas.



Podemos añadir incluso, la recurrente temática distópica de la desinformación desde el poder y las mentiras de la historia, porque como he dicho un montón de veces, la historia la cuentan los vencedores, no los vencidos. Así que EEUU, convertida en villana opresora, es el blanco de una crítica encubierta por parte del guionista, que trata de poner de manifiesto las cloacas de la casa blanca y que no todos los fines justifican los medios.
Que a veces, los libertadores, sólo tienen que dar un paso para cruzar al otro ladi la fina línea de los torturadores. Guantanamo se me ofrece como referencia al caso.
Esto, si nos permitimos el esfuerzo de tratar de empatizar con los adalides de ambos bandos en el conflicto del cómic, Amber y su némesis la teniente Yedida, podría dar como resultado, la asunción de evitar juzgar los motivos de cada una de las partes, lo que nos llevaría a un debate filosófico de lo bélico que me hace acordarme de las ideas de Heinlein a cerca de la necesidad de la existencia de la guerra como solución a la vía diplomática fallida, a un conflicto entre naciones.
¿Es intrínseca la guerra a la humanidad? Lo de siempre, no hay ni buenos ni malos, según en que bando te haya tocado estar.
Recomendable, pero me atrevería a decir que en ningún caso imprescindible, un tentempié futurista correcto, acertado, del que a lo sumo me chirría su patriotismo por la bandera de la hoja de arce roja, que nos viene bien en los días que vivimos para recordarnos, que de la noche a la mañana, te cierran un país, te lo ocupa un ejército extranjero, y de nada te sirve ya tu nuevo suburvan, ni la reserva de las vacaciones en un resort para dentro de un mes, porque van a quitarte tu casa, tu familia, tu dinero, tu orgullo, y cuando no te quede nada, si te dejas, te quitarán también la vida, y no somos una generación exenta de ello, ni nosotros, ni nuestros niños, así que tras leer we stand on guard, reflexionemos, qué futuro queremos, y las posibilidades de pasar del primer mundo al tercero en cuestión de días.