RUDY RUCKER
Rudy Rucker es un nombre mucho
más fácil de recordar y pronunciar que el que figura en su
documentación, Rudolf Von Bitter Rucker (Gracias Rudy),
natural de Kentucky en el 1946.
No es un autor del que se pueda recabar
una vibrante y turbulenta biografía, como el caso de Effinger
o K. Dick, pero sí podríamos decir de él que es un
ciudadano ejemplar en tal caso. No todo son drogas, chips y techno
en la low life de la generación hi tech.
Fue un
estudiante brillante, que llegó a matemático, ejerció como
profesor. Publicó varios ensayos científicos que llegaron lejos en
ciertos ámbitos de la comunidad y le deberían haber grajeado un
merecido éxito profesional, pero estaba claro que no todo podía ser
tan perfecto, Rudy era
un matemático díscolo, un tipo de ciencia alternativo, un “yeyé”
o lo que seguramente los catedráticos más distinguidos y
apolillados de su gremio catalogarían como “hippie” sólo
por ciertas de sus actitudes, su melena, y su interés por la
filosofía y las letras. Esto, claramente, lastró su popularidad en
el circuito matemático según su entorno, y es que es una pena que
sin comer culos un tipo con talento tenga más difícil asomar la
cabeza que uno sin talento pero con la lengua bien entrenada.
Sin embargo, la historia tiene una
buena moraleja, y es que nada frena al hombre perseverante y con
aptitud. Rucker fue un docente excepcional en diferentes
escuelas y universidades, nunca frenó su sed de saber, ni su hambre
de escribir, y nos ha dejado un montón de buenos títulos
científicos y divulgativos, y otros de CIFI, convirtiéndose
en uno de los padres del movimiento literario Cyberpunk.
En 2004 Rucker
abandona la cátedra con el título profesor Emérito como profesor
de Sistemas Informáticos y programación. Aún gozamos de su
compañía en el planeta Tierra.
Desde luego, es una
personalidad muy diferente a por ejemplo, el adalid del Cyberpunk,
William Gibson, quien no tenía ni la más remota idea de
sistemas ni computadoras cuando escribió Neuromante. Rudy
sabía lo que se hacía cuando se ponía a imaginar sus historias, o
al menos, tenía una base científica en la que impulsarse para dar
el triple salto mortal con tirabuzón. Su estilo literario, de hecho,
se ganó el apelativo de Transrealismo dentro de la escuela
Cyberpunk, porque la diferencia de sus formas era evidente en
contra de la del resto de su círculo creativo. Bajo su propio Manifesto
Transreal, abogaba por la inspiración de la vida personal y
plasmar mediante la fantasía, percepciones instantáneas de lo
cotidiano. Un poco rococó para una mente primitiva como la mía,
pero la diferencia en el texto respecto al resto de autores Cyberpunk
es escandalosa, de eso no cabe duda.
Entre el 1982 y el
año 2000, Rucker ha llevado a cabo su principal obra de
ficción, la tetralogía del Ware, compuesta por las obras
Software, Wetware, Freeware y Realware, de las cuales
en formato físico, impreso, y en español, sólo ha llegado
Software, y mira que ha habido tiempo de por medio para
tenernos contentos a los lectores de CIFI. Y si resulta que me
equivoco, pese a mis arduas y tediosas búsquedas por internet para
poder comprarlos todos, y resulta que sí fueron traducidos y
comercializados, corregidme y por favor ponedme en el rastro de esos
tomos.
Sin embargo, sí
disponemos de otras obras suyas posteriores como por ejemplo El
hacker y las hormigas, que reposa en mi mueble del salón a la
espera de ser devorado más temprano que tarde.
CIENCIA FICCION EN CASTELLANO
Software es, insisto en “si no
me equivoco”, el único título de la tetralogía Ware de
Rudy Rucker, impreso en castellano, y data de principios de
los 80. Como lector de ciencia ficción, con irónica preferencia por
el anticuado formato físico (me estoy cargando el Amazonas), me
mosquea que haya sagas como ésta, que pese a haberse convertido en
clásico en su lengua materna, carezca de una correcta representación
castellana, incluso cuando la mitad de la saga ha sido galardonada
con un premio Philip K. Dick, que es un galardón que augura
una buena acogida del título y avala la calidad del relato. Es
decir, no creo que sea tirarse a una piscina sin agua para la
editorial que lo adopte, o tal vez sí, no lo se, estoy fuera mirando
para adentro, sólo soy un consumidor, pero por suerte o por
desgracia, tengo unos humildes conocimientos de marketing y
experiencia en el abominable mecanismo dentado de la distribución y
edición de otros soportes culturales, no iguales, pero parecidos, en
el mercado español.
Insisto, en lo que a literatura me
respecta, soy un ignorante del método, y hablo como consumidor, con
derecho de venirme arriba cuando me de la gana aún a riesgo de
reconocer no tener ni idea de lo que hablo, pero que nadie me quite
mi derecho de enfatizar mis lastimeros quejidos de lector.
El caso es que me da la sensación, de
que las tendencias actuales de cada década, moda, o movimiento
social – intelectual, cuando arraigan, lo hacen borrando de la
memoria sus antecesores y raíces, para que como consumidores, sólo
pensemos en el “ahora”. ¿Es esto premeditado o buscado por los
ingenieros sociales y los genios marquetinianos? ¿O es algo
espontáneo y fortuito, intrínseco a nuestra forma de ser? Me
resulta claro y llamativo en la música, su industria y la subcultura
derivada del calco estético y la imitación de actitudes que adoptan
los fans de sus ídolos. Fans que deglutan el producto
final con glotonería y ansia, en muchos casos, sin pararse a pensar
el orígen de ese sonido que se ha convertido en sustancia
imprescindible en sus nuevas vidas, sin querer si quiera saber qué
hubo antes, de dónde procede, cuales son sus bases tanto técnicas
como culturales... Nada de eso importa, lo quieren rápido, lo
quieren ahora, no importa el antes ni el después, están integrados
en el creciente grupo mayoritario, insertados, forman parte de
“algo”. ¿Es eso lo que genera una moda?
Y me enjabono con todo esto a riesgo de
que me cortéis el agua, porque cuando llego a una gran superficie o
un category killer de lectura, y me paro en la ciencia ficción
o incluso en la fantasía, hay un extraño equilibrio entre
incunables y licencias de éxito, que no soporto, lo entiendo, lo
asumo, lo respeto, pero no lo soporto. ¿Que a qué me refiero? De
todos los tomos a elegir, están las indispensables colecciones de
Philip K. Dick, de Asimov, Dune de Herbert
y familia... Luego encontramos algunos títulos de nuevos escritores
de éxito y talento como podría ser el catálogo que ofrece
Gigamesh, y otras editoriales que se atreven a picotear como
con Tieryas, Cixin Liu o Glukhovsky entre
otros... Y por último el 50% restante pertenece a licencias de
universo expandido de videojuegos, juegos y películas de Hollywood, negocio puro y duro, como Star Wars, Halo, Bioshock, Mass Effect, Dishonored, o
Warhammer 40.000. Y ojo, que algunas de las plumas que rubrican
esos títulos de mastodónticas franquicias del entretenimiento, son
premiados y reputadísimos autores de obras clásicas, pero a mi lo
que me aturde es, ¿Y dónde están esas obras clásicas? ¿Por qué
ninguna editorial las repone? Y repito, que desde la más humilde y
reconocida ignorancia, sospecho, que las cifras me darían esa
respuesta, pero el que no se moja, no coge peces, y por eso una vez
más y sin que me patrocinen ni me lo agradezcan, soy yo el que se lo
agradece a editoriales como Gigamesh.
Enfocando de nuevo la tetralogía Ware
de Rudy, el problema es que ni siquiera se editaron en
castellano las 3 obras finales de la saga, sólo la primera, por
Martínez Roca en su colección Gran Superficción II,
¿no interesaba traducir el resto pese a recibir un segundo premio
como garantía? Nos dejaron a medias, que digo a medias, a tres
cuartos, de conocer el final. Y es una pena que ésto ocurra, porque
el pasado de la ciencia ficción, es el ahora del mismo género. Rudy
Rucker no abordó llamativas novedades ni asumió demasiados
riesgos (a mi parecer) al comenzar la tetralogía del Ware con
Software, y a continuación
daré mi punto de vista de por qué, pero es un eslabón en la cadena
de la CIFI,
necesario (aunque reconozcamos que no imprescindible) para entender
el género como tal. ¿Qué le pasó al público lector de CIFI en
castellano para que las editoriales dejasen de interesarse en
publicar más títulos? Ni idea, soy un gameto de los 80, tampoco
puedo dar mucho más atrás en el tiempo, pero es algo que parece
haberse prolongado incluso entre escritores de nuestra propia lengua
madre, y ahí está lo preocupante. No veo reediciones ni nuevos
ejemplares de Rodolfo Martinez,
ni de Rafael Marín,
aunque sea moderadamente fácil encontrar títulos de Carlos
Sisí (del que su obra CIFI, en
mi humilde opinión, está muy por debajo del nivel de los inicios de su obra Zombie, y “que le quiten lo bailao”) o lo más reciente de
Guillem Sánchez, o el
terror sideral más Stephenkingniano
o Lovecraftiano
de Emilio Bueso. Pero
es material suministrado con cuenta gotas. ¿A caso a España no le
gusta la ciencia ficción? ¿Es eso? ¿No vende? ¿Y pese a todo no
le merece a una editorial poderosa hacer reediciones de pequeña
tirada, darle el gancho de edición limitada y bla. bla, bla, y
mantener un catálogo completo con diferentes tipos de producto para
mantener la rotación de títulos? No se....no tengo ni pajolera idea
y estoy dispuesto a aprender.
Ostras,
eso sí, no paso de párrafo sin decir que lo único en español que
no falta nunca en ningún lado es J.J.benítez
y sus infumables píes de página hard
cifi para premios Nobel
en aeronáutica de la saga Caballo
de Troya.
SOFTWARE
Bueno,
al turrón, Software.
La obra en sí comienza con un estilo socarrón y esperpéntico,
denigrante a la vez que gracioso, pero algo casposo. Me recuerda a
ese Ubik
de Philip K. Dick
pero más grosero e irreverente aún. Saboreo ciertos matices de la
CIFI
más Pulp,
cincuentero, deliberadamente arcaico y anacrónico para alguien que
escribía en los 80, que no hace tanto, sobre un 2020.
La
historia comienza en un denigrante estado de Florida,
caricaturizado en forma de distopía, superpoblado de jubilados ociosos
y pasotas con ganas de drogas y música del siglo pasado. Y nos
centra en dos personajes zafios e inadptados, el señor Cobb y el
joven Sta-Hi, vecinos. El madurito, un borracho pensionista, ex genio
de la robótica y la programación de inteligencias artificiales,
culpable o como mínimo responsable, de la toma de conciencia de las
máquinas (al más puro estilo Terminator);
El otro, un adolescente drogadicto hijo de policía. Ambos cumplen
esa característica contracultural, del género Cyberpunk,
de ser parias convertidos por accidente en protagonistas de toda una
odisea cibernética, a la que van sobreviviendo con más pena que
gloria, sin grandes aspiraciones ni nobles cometidos, si no más bien
tomando decisiones ególatras y atendiendo a su instinto de
supervivencia. Pero huyen de esa estética dura, del matón chipeado,
o del detective de novela negra, son más bien valleinclanescos,
inadaptados cómicos, dan pena incluso, parece el comienzo de un
sainete en la que ambos protagonistas cumplen el papel del donaire.
No se si eso me gustó o me hizo temblar a apenas una docena de
páginas, porque el libro no es muy largo tampoco, no quería una
comedia de ciencia ficción, quería cyberpunk.
Pero
no me dejo vencer por primeras impresiones y le doy cera a las
páginas, una tras otra, y acabo lamentándome de que no pase de las
200 páginas, y de no tener el siguiente tomo de la saga en mis manos
una vez lo he terminado, porque me deja con la incógnita y ya me he
acostumbrado a un ritmo creciente de desarrollo y acción que ha
terminado por envolverme.
Como
sabéis, no hago spoilers,
pero algún dato del libro debéis conocer para bien entenderme, o
tener ganas de leerlo también. Podría improvisar una sinopsis, o un
gancho de tapa trasera, del siguiente modo:
“Un
paso por delante del cyberpunk,
Software, se impone en el género de CIFI
como un paso evolutivo a la robótica de Asimov
en todos los sentidos. Canalla, irreverente y ácido nos propone una
serie de importantes reflexiones humanas bajo esa apariencia macarra
e insolente”
¿Qué
tal lo hago? Bueno...al caso.... La trama gira en torno a que el
señor Cobb, en su día, antes de pasarse el tiempo tirado a la bartola
con resaca, fue una estrella científica (vaya, ¿un poco
transrealista
tal vez?) que creó la vida artificial, robots y máquinas pensantes,
sistemas de I.A. Autónomas, y en el 2020 ya ha caído en el olvido
de la media, convirtiéndose en un don nadie. Un Gepetto cyberpunk. Pero sus creaciones,
que han evolucionado y han creado una sociedad propia en la Luna, no
se han olvidado de él, como han hecho sus congéneres orgánicos, los droides tienen
planes, y hasta ahí voy a leer.
El
título tiene muchos matices a destacar y de los que rondar sin
desvelar sorpresas.
Para
empezar, esas descripciones tan grotescas y deneznables de sus
personajes, que nos hacen imaginarlos como zaguanes tuercebotas, no
creo que sea sólo un sarcasmo, si no que encuentro una similitud,
que considero más que acertada, con la forma en la que H.P.
Lovecraft describía a sus
“malditos”
en sus novelas, a su prole de semihumanos, siervos y cultistas de las
horrendas deidades cósmicas con propósitos y fines ignominiosos.
Lovecraft los
describía con rasgos feos, casi animales, en ocasiones simiescos o
anfibios, pueblerinos poco agraciados, y de esto mucho se ha hablado de su especial crueldad al
describir con esa horripilancia a sus personajes de etnias no
caucásicas, pero eso es otra polémica para otro momento. Pues
Rucker no es tan
exagerado ni tan cruel, pero no esconde su admiración por el genio
de Providence,
y a parte de sus descripciones indecorosas de sus personajes, hace diferentes alusiones a la obra del mismo y los
mitos de Chtuhlu en
varios capítulos de Software.
Vaya matrimonio, el cyberpunk
y Lovecraft, ¡F'thang!
También
es notable esa influencia, en las formas inhumanas y dificilmente
imaginables por el lector, que Rucker
le da a sus diferentes modelos de robots en la obra. Cuerpos
cilíndricos con múltiples apéndices finos como un cable, que se
desplazan sobre una oruga metálica, y de su parte superior sacan
varias antenas, y otras bizarradas retorcidas que mientras leía me
hacía pensar en si era un robot o un Anciano de los mitos.
Rucker se mofa abiertamente, pero de una forma que en ningún caso me
parece insultante, de Asimov y sus leyes de la robótica. Los robots
de Software son más
humanos que nosotros, egoístas, con vicios y virtudes, me recuerdan
mucho a Futurama,
tienen sus problemas, sus necesidades, su propia moral diferente, ya
que entienden la vida de forma no orgánica, distinta, y aquí llega
lo más profundo e importante de la historia, el Software
que da título al libro.
Los
robots son en cierto modo, inmortales, porque sus programas, disponen
de backups, y si el harware es destruido, no hay problema, si
conservamos un backup
de la personalidad del robot, por lo que la vida para ellos, la
moral, la ética, es por ende mucho más distinta de cómo la percibe
un humano. En éste concepto, reluce fulgurante la faceta científica
y a la vez humanista de Rucker.
El Software es lo más
parecido al alma, o quizás el alma no es más que un software
biológico.
En
Software, dándole vueltas a lo susodicho, vanos a encontrar dilemas como la convivencia de dos
especies superiores, la humana y la mecánica, con sus
enfrentamientos y sus puntos de inflexión. Cómo sus diferentes
ecologías, necesitan la una de la otra, y encontraremos ideas que
nos recordarán a The Matrix
y cómo las máquinas necesitan materia humana para su supervivencia,
y no desvelo nada, porque ahí lo dejo.
Antes
de continuar, cabe hacer un inciso especial a cerca del capítulo 16,
un entremés poético, que también refleja el humanismo del
científico en la personalidad de Rudy,
ya que entre sus publicaciones, pese a ser un hombre de ciencias,
también hay publicaciones de poesía, y ese breve interludio o
intromisión de capítulo 16, es una brevísima pero intensa poesía
sin lugar a dudas. Todo un hombre renacentista Rucker.
Poniendo una pizca de pasión en una obra aparentemente caótica.
Y ya
mencionado el asunto de la profundidad poética, nos damos cuenta
durante la lectura, de que estamos destapando cuestiones sobre la
libertad del individuo, el miedo a la muerte, la religión, el
significado de Dios, la evolución de las especies, todo enfocado de
un modo serio y formal, que hábilmente Rucker camufla con sus
personajes extremos, que se pasan colocados y con ganas de echar un polvo la mitad de la aventura,
y sus situaciones políticamente incorrectas que generan a su paso
por cualquier parte. Convierte lo que podría haber sido una chapa
moral y un compendio de divagaciones humanísticas soporíferas, dirigidas por Sánchez Dragó,
en un circo salvado por la inaceptable actitud de eruditos borrachos
al estilo Fernando Arrabal.
Y creo que esa, es la mayor grandeza de Software.
Solo
añadiré, qué pena por no poder tener el resto de la tetralogía
encuadernada en español, por que aunque al principio me cayeron mal,
ahora hecho de menos a sus personajes.
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