martes, 9 de octubre de 2018

RUDY RUCKER Y SOFTWARE

RUDY RUCKER


Rudy Rucker es un nombre mucho más fácil de recordar y pronunciar que el que figura en su documentación, Rudolf Von Bitter Rucker (Gracias Rudy), natural de Kentucky en el 1946.
No es un autor del que se pueda recabar una vibrante y turbulenta biografía, como el caso de Effinger o K. Dick, pero sí podríamos decir de él que es un ciudadano ejemplar en tal caso. No todo son drogas, chips y techno en la low life de la generación hi tech
Fue un estudiante brillante, que llegó a matemático, ejerció como profesor. Publicó varios ensayos científicos que llegaron lejos en ciertos ámbitos de la comunidad y le deberían haber grajeado un merecido éxito profesional, pero estaba claro que no todo podía ser tan perfecto, Rudy era un matemático díscolo, un tipo de ciencia alternativo, un “yeyé” o lo que seguramente los catedráticos más distinguidos y apolillados de su gremio catalogarían como “hippie” sólo por ciertas de sus actitudes, su melena, y su interés por la filosofía y las letras. Esto, claramente, lastró su popularidad en el circuito matemático según su entorno, y es que es una pena que sin comer culos un tipo con talento tenga más difícil asomar la cabeza que uno sin talento pero con la lengua bien entrenada.
Sin embargo, la historia tiene una buena moraleja, y es que nada frena al hombre perseverante y con aptitud. Rucker fue un docente excepcional en diferentes escuelas y universidades, nunca frenó su sed de saber, ni su hambre de escribir, y nos ha dejado un montón de buenos títulos científicos y divulgativos, y otros de CIFI, convirtiéndose en uno de los padres del movimiento literario Cyberpunk.
En 2004 Rucker abandona la cátedra con el título profesor Emérito como profesor de Sistemas Informáticos y programación. Aún gozamos de su compañía en el planeta Tierra.

Desde luego, es una personalidad muy diferente a por ejemplo, el adalid del Cyberpunk, William Gibson, quien no tenía ni la más remota idea de sistemas ni computadoras cuando escribió Neuromante. Rudy sabía lo que se hacía cuando se ponía a imaginar sus historias, o al menos, tenía una base científica en la que impulsarse para dar el triple salto mortal con tirabuzón. Su estilo literario, de hecho, se ganó el apelativo de Transrealismo dentro de la escuela Cyberpunk, porque la diferencia de sus formas era evidente en contra de la del resto de su círculo creativo. Bajo su propio Manifesto Transreal, abogaba por la inspiración de la vida personal y plasmar mediante la fantasía, percepciones instantáneas de lo cotidiano. Un poco rococó para una mente primitiva como la mía, pero la diferencia en el texto respecto al resto de autores Cyberpunk es escandalosa, de eso no cabe duda.



Entre el 1982 y el año 2000, Rucker ha llevado a cabo su principal obra de ficción, la tetralogía del Ware, compuesta por las obras Software, Wetware, Freeware y Realware, de las cuales en formato físico, impreso, y en español, sólo ha llegado Software, y mira que ha habido tiempo de por medio para tenernos contentos a los lectores de CIFI. Y si resulta que me equivoco, pese a mis arduas y tediosas búsquedas por internet para poder comprarlos todos, y resulta que sí fueron traducidos y comercializados, corregidme y por favor ponedme en el rastro de esos tomos.
Sin embargo, sí disponemos de otras obras suyas posteriores como por ejemplo El hacker y las hormigas, que reposa en mi mueble del salón a la espera de ser devorado más temprano que tarde.

CIENCIA FICCION EN CASTELLANO


Software es, insisto en “si no me equivoco”, el único título de la tetralogía Ware de Rudy Rucker, impreso en castellano, y data de principios de los 80. Como lector de ciencia ficción, con irónica preferencia por el anticuado formato físico (me estoy cargando el Amazonas), me mosquea que haya sagas como ésta, que pese a haberse convertido en clásico en su lengua materna, carezca de una correcta representación castellana, incluso cuando la mitad de la saga ha sido galardonada con un premio Philip K. Dick, que es un galardón que augura una buena acogida del título y avala la calidad del relato. Es decir, no creo que sea tirarse a una piscina sin agua para la editorial que lo adopte, o tal vez sí, no lo se, estoy fuera mirando para adentro, sólo soy un consumidor, pero por suerte o por desgracia, tengo unos humildes conocimientos de marketing y experiencia en el abominable mecanismo dentado de la distribución y edición de otros soportes culturales, no iguales, pero parecidos, en el mercado español. 
Insisto, en lo que a literatura me respecta, soy un ignorante del método, y hablo como consumidor, con derecho de venirme arriba cuando me de la gana aún a riesgo de reconocer no tener ni idea de lo que hablo, pero que nadie me quite mi derecho de enfatizar mis lastimeros quejidos de lector.
El caso es que me da la sensación, de que las tendencias actuales de cada década, moda, o movimiento social – intelectual, cuando arraigan, lo hacen borrando de la memoria sus antecesores y raíces, para que como consumidores, sólo pensemos en el “ahora”. ¿Es esto premeditado o buscado por los ingenieros sociales y los genios marquetinianos? ¿O es algo espontáneo y fortuito, intrínseco a nuestra forma de ser? Me resulta claro y llamativo en la música, su industria y la subcultura derivada del calco estético y la imitación de actitudes que adoptan los fans de sus ídolos. Fans que deglutan el producto final con glotonería y ansia, en muchos casos, sin pararse a pensar el orígen de ese sonido que se ha convertido en sustancia imprescindible en sus nuevas vidas, sin querer si quiera saber qué hubo antes, de dónde procede, cuales son sus bases tanto técnicas como culturales... Nada de eso importa, lo quieren rápido, lo quieren ahora, no importa el antes ni el después, están integrados en el creciente grupo mayoritario, insertados, forman parte de “algo”. ¿Es eso lo que genera una moda?
Y me enjabono con todo esto a riesgo de que me cortéis el agua, porque cuando llego a una gran superficie o un category killer de lectura, y me paro en la ciencia ficción o incluso en la fantasía, hay un extraño equilibrio entre incunables y licencias de éxito, que no soporto, lo entiendo, lo asumo, lo respeto, pero no lo soporto. ¿Que a qué me refiero? De todos los tomos a elegir, están las indispensables colecciones de Philip K. Dick, de Asimov, Dune de Herbert y familia... Luego encontramos algunos títulos de nuevos escritores de éxito y talento como podría ser el catálogo que ofrece Gigamesh, y otras editoriales que se atreven a picotear como con Tieryas, Cixin Liu o Glukhovsky entre otros... Y por último el 50% restante pertenece a licencias de universo expandido de videojuegos, juegos y películas de Hollywood, negocio puro y duro, como Star Wars, Halo, Bioshock, Mass Effect, Dishonored, o Warhammer 40.000. Y ojo, que algunas de las plumas que rubrican esos títulos de mastodónticas franquicias del entretenimiento, son premiados y reputadísimos autores de obras clásicas, pero a mi lo que me aturde es, ¿Y dónde están esas obras clásicas? ¿Por qué ninguna editorial las repone? Y repito, que desde la más humilde y reconocida ignorancia, sospecho, que las cifras me darían esa respuesta, pero el que no se moja, no coge peces, y por eso una vez más y sin que me patrocinen ni me lo agradezcan, soy yo el que se lo agradece a editoriales como Gigamesh.



Enfocando de nuevo la tetralogía Ware de Rudy, el problema es que ni siquiera se editaron en castellano las 3 obras finales de la saga, sólo la primera, por Martínez Roca en su colección Gran Superficción II, ¿no interesaba traducir el resto pese a recibir un segundo premio como garantía? Nos dejaron a medias, que digo a medias, a tres cuartos, de conocer el final. Y es una pena que ésto ocurra, porque el pasado de la ciencia ficción, es el ahora del mismo género. Rudy Rucker no abordó llamativas novedades ni asumió demasiados riesgos (a mi parecer) al comenzar la tetralogía del Ware con Software, y a continuación daré mi punto de vista de por qué, pero es un eslabón en la cadena de la CIFI, necesario (aunque reconozcamos que no imprescindible) para entender el género como tal. ¿Qué le pasó al público lector de CIFI en castellano para que las editoriales dejasen de interesarse en publicar más títulos? Ni idea, soy un gameto de los 80, tampoco puedo dar mucho más atrás en el tiempo, pero es algo que parece haberse prolongado incluso entre escritores de nuestra propia lengua madre, y ahí está lo preocupante. No veo reediciones ni nuevos ejemplares de Rodolfo Martinez, ni de Rafael Marín, aunque sea moderadamente fácil encontrar títulos de Carlos Sisí (del que su obra CIFI, en mi humilde opinión, está muy por debajo del nivel de los inicios de su obra Zombie, y “que le quiten lo bailao”) o lo más reciente de Guillem Sánchez, o el terror sideral más Stephenkingniano o Lovecraftiano de Emilio Bueso. Pero es material suministrado con cuenta gotas. ¿A caso a España no le gusta la ciencia ficción? ¿Es eso? ¿No vende? ¿Y pese a todo no le merece a una editorial poderosa hacer reediciones de pequeña tirada, darle el gancho de edición limitada y bla. bla, bla, y mantener un catálogo completo con diferentes tipos de producto para mantener la rotación de títulos? No se....no tengo ni pajolera idea y estoy dispuesto a aprender.
Ostras, eso sí, no paso de párrafo sin decir que lo único en español que no falta nunca en ningún lado es J.J.benítez y sus infumables píes de página hard cifi para premios Nobel en aeronáutica de la saga Caballo de Troya.

SOFTWARE


Bueno, al turrón, Software. La obra en sí comienza con un estilo socarrón y esperpéntico, denigrante a la vez que gracioso, pero algo casposo. Me recuerda a ese Ubik de Philip K. Dick pero más grosero e irreverente aún. Saboreo ciertos matices de la CIFI más Pulp, cincuentero, deliberadamente arcaico y anacrónico para alguien que escribía en los 80, que no hace tanto, sobre un 2020.
La historia comienza en un denigrante estado de Florida, caricaturizado en forma de distopía, superpoblado de jubilados ociosos y pasotas con ganas de drogas y música del siglo pasado. Y nos centra en dos personajes zafios e inadptados, el señor Cobb y el joven Sta-Hi, vecinos. El madurito, un borracho pensionista, ex genio de la robótica y la programación de inteligencias artificiales, culpable o como mínimo responsable, de la toma de conciencia de las máquinas (al más puro estilo Terminator); El otro, un adolescente drogadicto hijo de policía. Ambos cumplen esa característica contracultural, del género Cyberpunk, de ser parias convertidos por accidente en protagonistas de toda una odisea cibernética, a la que van sobreviviendo con más pena que gloria, sin grandes aspiraciones ni nobles cometidos, si no más bien tomando decisiones ególatras y atendiendo a su instinto de supervivencia. Pero huyen de esa estética dura, del matón chipeado, o del detective de novela negra, son más bien valleinclanescos, inadaptados cómicos, dan pena incluso, parece el comienzo de un sainete en la que ambos protagonistas cumplen el papel del donaire. No se si eso me gustó o me hizo temblar a apenas una docena de páginas, porque el libro no es muy largo tampoco, no quería una comedia de ciencia ficción, quería cyberpunk.



Pero no me dejo vencer por primeras impresiones y le doy cera a las páginas, una tras otra, y acabo lamentándome de que no pase de las 200 páginas, y de no tener el siguiente tomo de la saga en mis manos una vez lo he terminado, porque me deja con la incógnita y ya me he acostumbrado a un ritmo creciente de desarrollo y acción que ha terminado por envolverme.

Como sabéis, no hago spoilers, pero algún dato del libro debéis conocer para bien entenderme, o tener ganas de leerlo también. Podría improvisar una sinopsis, o un gancho de tapa trasera, del siguiente modo:

Un paso por delante del cyberpunk, Software, se impone en el género de CIFI como un paso evolutivo a la robótica de Asimov en todos los sentidos. Canalla, irreverente y ácido nos propone una serie de importantes reflexiones humanas bajo esa apariencia macarra e insolente”

¿Qué tal lo hago? Bueno...al caso.... La trama gira en torno a que el señor Cobb, en su día, antes de pasarse el tiempo tirado a la bartola con resaca, fue una estrella científica (vaya, ¿un poco transrealista tal vez?) que creó la vida artificial, robots y máquinas pensantes, sistemas de I.A. Autónomas, y en el 2020 ya ha caído en el olvido de la media, convirtiéndose en un don nadie. Un Gepetto cyberpunk. Pero sus creaciones, que han evolucionado y han creado una sociedad propia en la Luna, no se han olvidado de él, como han hecho sus congéneres orgánicos, los droides tienen planes, y hasta ahí voy a leer.

El título tiene muchos matices a destacar y de los que rondar sin desvelar sorpresas.
Para empezar, esas descripciones tan grotescas y deneznables de sus personajes, que nos hacen imaginarlos como zaguanes tuercebotas, no creo que sea sólo un sarcasmo, si no que encuentro una similitud, que considero más que acertada, con la forma en la que H.P. Lovecraft describía a sus “malditos” en sus novelas, a su prole de semihumanos, siervos y cultistas de las horrendas deidades cósmicas con propósitos y fines ignominiosos. Lovecraft los describía con rasgos feos, casi animales, en ocasiones simiescos o anfibios, pueblerinos poco agraciados, y de esto mucho se ha hablado de su especial crueldad al describir con esa horripilancia a sus personajes de etnias no caucásicas, pero eso es otra polémica para otro momento. Pues Rucker no es tan exagerado ni tan cruel, pero no esconde su admiración por el genio de Providence, y a parte de sus descripciones indecorosas de sus personajes, hace diferentes alusiones a la obra del mismo y los mitos de Chtuhlu en varios capítulos de Software. Vaya matrimonio, el cyberpunk y Lovecraft, ¡F'thang!
También es notable esa influencia, en las formas inhumanas y dificilmente imaginables por el lector, que Rucker le da a sus diferentes modelos de robots en la obra. Cuerpos cilíndricos con múltiples apéndices finos como un cable, que se desplazan sobre una oruga metálica, y de su parte superior sacan varias antenas, y otras bizarradas retorcidas que mientras leía me hacía pensar en si era un robot o un Anciano de los mitos.



Rucker se mofa abiertamente, pero de una forma que en ningún caso me parece insultante, de Asimov y sus leyes de la robótica. Los robots de Software son más humanos que nosotros, egoístas, con vicios y virtudes, me recuerdan mucho a Futurama, tienen sus problemas, sus necesidades, su propia moral diferente, ya que entienden la vida de forma no orgánica, distinta, y aquí llega lo más profundo e importante de la historia, el Software que da título al libro.



Los robots son en cierto modo, inmortales, porque sus programas, disponen de backups, y si el harware es destruido, no hay problema, si conservamos un backup de la personalidad del robot, por lo que la vida para ellos, la moral, la ética, es por ende mucho más distinta de cómo la percibe un humano. En éste concepto, reluce fulgurante la faceta científica y a la vez humanista de Rucker. El Software es lo más parecido al alma, o quizás el alma no es más que un software biológico.
En Software, dándole vueltas a lo susodicho, vanos a encontrar dilemas como la convivencia de dos especies superiores, la humana y la mecánica, con sus enfrentamientos y sus puntos de inflexión. Cómo sus diferentes ecologías, necesitan la una de la otra, y encontraremos ideas que nos recordarán a The Matrix y cómo las máquinas necesitan materia humana para su supervivencia, y no desvelo nada, porque ahí lo dejo.

Antes de continuar, cabe hacer un inciso especial a cerca del capítulo 16, un entremés poético, que también refleja el humanismo del científico en la personalidad de Rudy, ya que entre sus publicaciones, pese a ser un hombre de ciencias, también hay publicaciones de poesía, y ese breve interludio o intromisión de capítulo 16, es una brevísima pero intensa poesía sin lugar a dudas. Todo un hombre renacentista Rucker. Poniendo una pizca de pasión en una obra aparentemente caótica.

Y ya mencionado el asunto de la profundidad poética, nos damos cuenta durante la lectura, de que estamos destapando cuestiones sobre la libertad del individuo, el miedo a la muerte, la religión, el significado de Dios, la evolución de las especies, todo enfocado de un modo serio y formal, que hábilmente Rucker camufla con sus personajes extremos, que se pasan colocados y con ganas de echar un polvo la mitad de la aventura, y sus situaciones políticamente incorrectas que generan a su paso por cualquier parte. Convierte lo que podría haber sido una chapa moral y un compendio de divagaciones humanísticas soporíferas, dirigidas por Sánchez Dragó, en un circo salvado por la inaceptable actitud de eruditos borrachos al estilo Fernando Arrabal. Y creo que esa, es la mayor grandeza de Software.

Solo añadiré, qué pena por no poder tener el resto de la tetralogía encuadernada en español, por que aunque al principio me cayeron mal, ahora hecho de menos a sus personajes.

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