RAP Y CIENCIA FICCION ESPECULATIVA
¿Cómo lleváis el fin del verano mutantes? Yo voy a tener que pasar por revisión de chapa y pintura para que el técnico revise mi climatizador corporal, le estoy dando un tute por encima de lo recomendado por el fabricante, no paro de sudar aceite y mancho todo. El verano es un castigo, aunque desde que nos quedamos sin capa de ozono, ponerle nombre al resto de estaciones del año no tiene sentido, pero pese a los implantes aún somos humanos ¿verdad? La nostalgia y las tradiciones nos diferencian de las máquinas, por ahora.
Sin duda, lo mejor del verano suele ser la cerveza fría, y de todo el año, una vez más, me doy cuenta de que da igual que sea verano, y si me paro a pensar, el verano, sólo trae cosas malas como por ejemplo la canción del verano.
Hoy voy a hablar de música, música que tiene que ver con la ciencia ficción por supuesto, con los futuros distópicos y las ficciones especulativas, música que bailan los robots, porque hace ya muchas entradas que no hablo de música desde Aviador Dro, pero existe mucha música unida a la ciencia ficción igual que lo están el cine, la literatura, o los videojuegos, la música es otra vía narrativa que además atraviesa paredes porque penetra con sus algoritmos ritmicos en lo más reptiliano de nuestro cerebro y empezamos palmeando el suelo con el píe, y derepente eso se ha convertido en un zapateo, y al rato ha descarrilado un tren interior de movimientos espasmódicos y desacompasados en todo nuestro sistema psicomotríz que nos ha puesto a dar giros, vueltas y hacer aspavientos y ejecutar una rutina de bugs cervicales aritméticamente in crescendo. La música tiene poder.
Pero cuando además cuenta una historia, cuando además tiene lírica, tiene narrativa, estamos ante una de las más ancestrales y complejas formas de expresión. Técnica y vocacional, genética me atrevería a decir.
Y técnica porque para componer, hay que aprender, y puedes hacerlo en un conservatorio, o mirando y escuchando de forma autodidacta, pero hay que aprender, requiere tiempo, interés, entrenamiento, uno no compone de la noche a la mañana, requiere meses y años de dedicación. Una dedicación que además debe satisfacer al individuo involucrado, debe generarle placer, ponerle a cien las glándulas pineales y eyacular dopamina en un orgásmo porcino de media hora, porque requiere mucho tiempo.
Mueve el píe izquierdo, el derecho, y las manos para hacer sonar esa batería como debe, mira cuantas teclas tiene éste piano, ¿por qué las guitarras tienen tantas cuerdas?.
Y luego está la parte lírica, ¿sabes contar historias? ¿Tienes algo que decir? ¿Cómo llevas los recursos literarios, el compás, y la rima asonante y consonante? Ësta parte la considero algo más innata, pero no menos técnica si deseamos un resultado a la altura de un selecto grupo de consumidores.
Pero aún hay más, ¿tienes voz? ¿sabes solfeo? ¿Dominas tus cuerdas vocales para convertirlas en un instrumento mientras cuentas esa historia que tanto ha costado escribir? Esto es lo genético, y también requiere su desarrollo.
Así que hacer música, es una ciencia terriblemente compleja que no está al alcance de cualquiera, porque además, para que suene bien nso queda la parte no menos importante del androide ingeniero. ¿Tienes dinero para invertir en la maquinaria adecuada para poder inmortalizar ya esa canción que acabas de escribir y componer? ¿Sabes lo que es un patrón, un delay, un preset, un DB, fade in y fade out, pistas, la compresión, un pluggin? Oh Dios mío de los santos cables y las placas quemadas.
Pero un día, en los barrios bajos de la costa este americana a finales de los 70, en fiestas improvisadas y bla, bla, bla, brotó una enfermedad llamada rap que permitía a todos aquellos notas de barrio catalogados en perfil bajo, con escaso poder adquisitivo, financiaciones de dudosa procedencia, y carencias culturales y educativas, convertir su realidad diaria del lumpen en loops y arengas pareadas para mover el esqueleto, dar vueltas en el sintasol y cagarse en la sociedad que les discriminaba.
Durante décadas esa música evolucionó haciendo eses y meandros en el río del culto que crearía, y sigue fluyendo hoy día, de formas renovadas aunque no tan diferentes, ya que entre el amplio abanico de temáticas, looks e idiologías que aquél estilo aforamericano, siguen conservándose unos cánones aparentemente innamovibles, vacas sagradas del género, que son los leit motiv y señas claramente identificativas del rapero aceptado en su movimiento creativo como tal, tienda más a la lírica conservadora del mensaje social, la denuncia y la pseudo poesía de a duro; O al también conservador y nada vanguardista himno edonista de los gansters y soñadores de Tony Montana que quieren pasar de las zapatillas victoria a las Balenciaga a cualquier precio, maquiavélicamente, mediante cualquier medio lucrativo, para después jactarse de ello y hacer propaganda de las virtudes y bondades de saltarte el sistema para conseguir el éxito estandarizado que la sociedad blanca impone. Sea como fuese, entre medias hay cientos de subgéneros, ideas, puntos de vista y estilos de vida, con sus correspondientes targets objetivos y sus defensores y detractores.
Y no voy a redactar un ensayo del rap, pese a que muy bien podría hacerlo con cátedra, si no que voy ya, hecha la introducción reglamentaria, a presentar a mi protagonista de hoy, único en su especie (o casi) en ésta vorágine de cadenas de oro y anglicismos snob que es el rap según los españoles, que da para otro ensayo totalmente diferenciado.
Hoy voy a disfrutar de Erik Urano.
GORRIONES Y SATÉLITES
Rara avis el gorrión vallisoletano que sin saltarse los cánones más primigenios de la secta religiosa del hip hop, logró con éxito volar lo suficientemente lejos del vórtice de antimateria de los vibes sampleados de soul, funk, jazz y rhythm n blues; Y los cinturones de asteroides de rimas frenéticas sin contenido, cacofonías invalorables heréticamente llamadas “métricas”, skills, y flow; Y encontró su campo de gravedad rotacional, no lo suficientemente lejano para abandonar el sistema rap, pero lo suficiente para escapar a los telescopios, sondas y robots satélite que rastrean el espacio para que el orden de los códigos no implosione en un mega big bang bong boom bax en un compás de cuatro por cuatro a 90 bpm.
Y aquél gorrión dió una vuelta, y dos, y tres, en su órbita, cómodo, observando desde el confín del sistema todos aquellos planetas, astros y planetoides de diferentes tamaños y colores, con anillos o sin ellos, con la única norma en común de intentar mantener la “realidad” en sus mensajes y textos, el vivo reflejo de sus vivencias, de los barrios, de las calles y de los perfiles ni tan marginales ni tan aburguesados pero sistemáticamente desobedientes y antisistema.
Y desde la órbita de Valladolid, que no es Nueva York, Paris, ni tan siquiera la aburrida Madrid ni la “europea” Barcelona, el gorrión disparó su texto, lo convirtió en rap, y le añadió algo a todo ese lore de periferia y delincuencia al por menor que lo convirtieron en su seña de identidad, le añadió ciencia ficción, y resultó.
Hablamos entonces de un artista que de por sí, sin que exista una ridícula regla de que tengas que ser del gueto para que te den la licencia de hacer pareados, viene de una ciudad que podríamos los neófitos catalogar de apacible, sosegada, histórica y tradicionalmente conservadora. Siendo generosos, eso está muy bien para la agencia de turismo de la ciudad Castellana. Pero desde mi más temprana y antisistemática juventúd, ya en la Malasaña de los 90, raperos, punkies, sharperos y metaleros compartíamos las leyendas urbanas, o no (porque cuando el río suena agua lleva), de la fachadolid en la que grupos de skinetos campaban a sus anchas casi sin resistencia importunando a los “guarros” como nosotros, que desdichadamente habían nacido allí, en vez de la ciudad que inventó la pólvora, la sopa de ajo y los macarrones con queso que todos sabíamos que era la capital opresora del estado, no otra que Madrid.
Y con el tiempo, mucho viajar, madurar, y sin que la segregación urbanística de estratos sociales por nivel económico, etnia y lugar de residencia me sirvan de termómetro para nada, pero aceptando que los tópicos existen por que un estudio popular no regulado de estadística reincidente les concede su veracidad, llegué a la conclusión de que cualquier ciudad, cualquier pueblo, cualquier barrio, esconden tesoros y animales venenosos en sus arterias de ladrillo, pladur y cristal.
No me han intentado nunca atracar en La Ventilla, Bronx, Long Beach, y sí lo han hecho en la boca de metro O'Donnell frente a la casa de la moneda y timbre dentro del distrito de Salamanca. ¿Me seguís?
Pues haciendo gala de esa realidad absoluta, y del refrán “Pueblo pequeño, infierno grande”, Erik Urano comenzó la panspermia cósmica de sus vivencias urbanas (canon del rap) camufladas con pixels digitales, logrando casi un estilo cyberpunk que sin querer o queriendo (no se) aúna múltiples características del subgenero ci-fi sobre compases de 4x4 y fotografías de bloque proletario estándar costumbrista y naturalista, retratado como Zolá o Benito Pérez Galdós pero en versión contemporánea, porque los tiempos cambian.
Como me atrevía a decir en al introducción de la entrada, para hacer música hay que aprender, y una vez aprendes, lo ideal es pasar por múltiples fases creativas, consecuentes con uno mismo y la realidad de la que el artista absorbe sus energías telúricas. Erik Urano no escapa a mi lupa de esas fases, de una evolución hasta ser lo que es ahora, sin saber qué será mañana, porque igual que la ciudad está en movimiento como decían los Dro, el humano también, como Goya. Somos organismos dentro de organismos, parte de un sistema vivo que envejece, muta, y se renueva constantemente. El universo es infinito, se expande, y Erik Urano lo hace con él, de copiloto con Carl Sagan.
Porque antes de hablar de esa evolución y su gráfica percentil, añadir, que si algo es claro a los oídos y ojos del buen observador, es que Erik Urano tiene un respeto nada chic ni esnobista a los arquitectos, lo suyo no es moda, y patente queda en sus odas a kraftwerk, Los Dro, o esplendor geométrico entre otros, que no solo lee ci-fi, si no que la escucha, es un robot asimoviano que se cree humano, absolutamente convincente, y en ocasiones un humano que se siente robot, planteando en sus líricas todos esos dilemas sobre la alienación y la cosificación humana patrocinada por la sociedad, sin masonerías ni gilipolleces, casi basándose en un método cientifico infalible, en las predicciones de los “papás” de la cifi especulativa, y en los futuros cercanos que nunca llegan, porque han llegado sin darnos cuenta, nos han metido la puntita, y se nos han corrido dentro un montón de nanositos mientras seguimos girando en el remolino del sistema, lo laboral, la sociedad del confort, la política del bienestar y todas esas trampas del capitalismo occidental que va de culo y cuesta abajo mientras sonreímos, Amazon nos trae la compra con un dron y un becario de programación ruso nos espía por la cam de nuestro terminal móvil de 1500 pavos mientras nos masturbamos en la taza del water. “The future is now” decían los Nonphixion.
Insisto en que Erik urano no es moda, y haciendo honor a la verdad tampoco el único en su mundo del rap en hacer música inspirada en ciencia ficción, añadiría a Elphomega cuyo álbum Homogeddon es un parque temático de la distopía genial, inmejorable, de culto; O algún otro tímido asedio como el de Mitsuruggy con un álbum y un E.P. ni de lejos tan bien construidos en torno a la ci-fi pero con un puñado de droppins inspirados en clásicos y maestros como Asimov y Sagan. Pero Erik es sin duda el más constante en su pompa distópica, no es tema pasajero para él, si no su prioridad, en cada álbum (o en casi todos, a ver si me meto ya con esa evolución en su carrera) y de ahí su mérito, porque en las temáticas del rap más aceptadas, desde la llamada “era dorada” del género que los puristas y metomentodos consideran los 90, la ciencia ficción no ha sido un tema especialmente aceptado por los oyentes que esperaban continuadamente su dosis de violencia, códigos criminales, sexo explícito y dramas fruto de la marginalidad. Y cuando España importó el género, en sus inicios se caracterizó por añadir una alta carga de mensaje antifascista en la mayoría de sus grupos, más reactivos en general, hasta la democratización del género, su expansión por toda la piel de toro, y un pequeño salto generacional para equilibrar la balanza, sin contar con que la gente de los 90 tenía que enterarse de todo vía parabólica, y ya entrados los 2000 internet puso en la palma de la mano millones de Gigas de música pirateada al consumidor que pudo hacerse una nueva reconfiguración de sus clústers al respecto del software que se habían instalado en sus discos duros, con una consecuente ebullición volcánica de cismas, enfrentamientos filosóficos y cruzadas inquisitoriales sobre todo tipo de dogmas de diferentes profetas del barrio.
Así que su valentía, por mantenerse firme, sin miedo al qué dirán, afianza su personalidad hidráulica como el auténtico astronauta del rap. No hay otro.
Pero ahora parece que la moda, las nuevas generaciones, ha sufrido un cambio en todo aquello que venía arrastrándose décadas atrás, y se permite por beneplácito de los nuevos influencers del Trap norteamericano, el mestizaje de la cultura vulgarmente considerada friki, la más nerd, con el submundo delictivo que sigue abanderando el movimiento respecto al consumo de drogas y las financiaciones ilegales que siguen manteniéndose como piedra angular del estilo musical.
La nueva adolescencia millonaria del nuevo rap norteamericano, ha comenzado a defender el manga y el videojuego como partes imprescindibles de la cultura popular de su generación, y veamos, siendo objetivos, no me sorprende ni me escandaliza, lo que me hace ver es cómo otras generaciones anteriores fueron tan ciegas de en ocasiones no expresar esas mismas influencias sólo por el hecho de permanecer dentro del rebaño. Dicho ésto, muchos jóvenes artistas emergentes buscando su hueco en el mercado y las redes, componen ahora esta nueva música no menos cyberpunk en su filosofía, conocida como Trap (una evolución o subgenero del rap durante el siglo XXI) e incluyen con naturalidad y orgullo propaganda y conceptos relacionados con Ghost In the shell, Cowboy Beebop, el cyberpunk en general, pero casi siempre a través de la cultura otaku , sin el poso verdaderamente intelectual que Erik Urano nos aporta, pese a que su último trabajo se titule precisamente Neovalladolor en honor de la obra cúlmen de Katsuhiro, no debemos confundirnos ni caer en el prejuicio de catalogárlo previamente como kitch.
Muchos de éstas nuevas promesas emergentes mantendrán una relación esporádica y promiscua con la ci-fi, mientras Erik está casado con ella.
No obstante, la cultura popular es propiedad del pueblo, y el pueblo, somos todos, por lo que enriquezcamos mediante cualquier medio nuestra sociedad y expandamos horizontes al respecto.
DISTOPIA DE LOS BARRIOS
Vamos a lo musical, embrollos al margen y ya ubicados.
Una búsqueda rápida de Flat Eerik e tu oráculo virtual favorito te va a poner frente a la cara un par de títulos de la última década, Cosmonáutica y su reciente Neovalladolor. Los títulos son toda una declaración de intenciones. Pero hay más si rebobinamos la cinta de recuerdos, encontraremos títulos de obras completas como Energía Libre junto a Zar1, el maxisingle Matrix, el E.P. Balaclava, y sin duda hay un buen porrón de canciones para estudiar de Erik desde principios de los 2000 junto con su grupo creativo, los Urano Playerz.
Los ví en concierto en 2010, y de joven se me ha hecho de día con algunos de ellos en sus excursiones madrileñas gracias a un amigo en común de Torrejón. Pero mi primer cntacto mutual con algunos de ellos como Mike y More fue en foros en la internet del pleistoceno. Sin embargo, pese a tan agradables recuerdos, hablo en ésta entrada desde la más estricta y virginal objetividad de Erik como artista, como creador, y como yo lo veo como “sabedor” de su género musical, y “sabedor en ciernes” de la ciencia ficción. Esta entrada no es propaganda, es disección para aportar un registro más a mi biblioteca virtual de cultura choomer.
Comenzando de alante hacia atrás, Neovalladolor, su trabajo más reciente. El homenaje a Akira es un compendio de canciones que adaptan su versión urbana de los hechos sucedidos y sus circustancias cotidianas vallisoletanas, callejeo canónico ya hemos dicho en el género dogmáticamente inevitable, a un futuro presente, ya no cercano, presente. No es conceptualmente ficticio, ni mucho menos, si no un biopic pixelado que nos transporta de esa realidad gris y rutinaria a otra cromada, robótica y mecanizada, en una voltereta metafórica. Una metamorfósis del callejeo a distopía. Un futuro especulativo muy oscuro, no grimdark, pero como decía antes, muy cyberpunk y hablemos de ésto, porque también tiene su cánon ¿no?.
La realidad vallisoletana de Erik nos es pintada en tintas grises, monocromáticas, desesperanzadas y repetitivas, crudamente realistas, pero al pasarlas por su filtro de verde fósforo obtenemos una realidad alternativa que en un acercamiento al futurísmo italiano está protagonizado por luces led, materiales sintéticos creados por el hombre como el goretex y el neopreno, tecnicismos de la era de la comunicación, la red, y cálculos científicos que presagian lo que está por venir. Erik juega con la ciencia y el barrio haciendo malabares, convirtiendo la vida de sus protagonistas involuntarios, antihéroes fumando narcóticos como medida de distracción y evasión, en un nuevo Neo que tiene que enfrentarse a la realidad que lo anestesia, al sistema, usando y entendiendo su entorno, un entorno digital y tecnológico.
Musicalmente, las atmósferas conseguidas también se alejan de lo que el neófito catalogaría como rap, pero que un oído más experimentado tal vez pueda asociar entre otras muchas referencias a company flow o ninja tunes por decir algo de muchas, al vuelo. Y sobre composiciones sintéticas damos ese salto al futuro cercano. Vamos a encontrar giros que amenicen el viaje lírico con ritmos más bailables con ese “perreo subatómico” que él mismo bautiza, o música de rave, otro elemento muy ligado a la cultura choomer, con vibes cercanos al dubstep, veloces y dinámicos. Nos transportan a esa pista de baile con noctámbulos retrofuturistas pasados de moda bailando en la oscuridad con juguetes fluorescentes, crestas, botas, pendientes y pupilas dilatadas mientras Erik escupe su mantra.
La distopía, el cyberpunk, incluye ese nihilísmo, esa marginalidad social, y las drogas, pero si lo miramos bien, como dicen lso que saben de esto de verdad ¿Qué es la ficción si no un disfraz de la realidad? Más real que la vida misma, la toman en Neuromante, y la lleva tu jefe en el bolsillo de la americana.
Entre todo esto no se pierde la raíz y encontramos extrapolarizaciones y loops de raperos de los 90. Por lo que no es una obra ecléctica y multi género, no, la intención es clara, innovar, mutar, pero seguir siendo humano, no llegar a la ciberpsicosis tras una colección nueva de aumentos. Insisto, no es una obra de ficción.
Pistas de corta duración que cumplen con los algoritmos involuntarios de la radiofórmula actual pero que cumplen con creces su cometido pese a ésta peculiaridad contemporánea. Que por otro lado ayuda a querer darle una segunda vuelta al compacto.
Pese a todo el callejeo y su antiheroísmo tampoco vais a encontrar una apología gratuita de la delincuencia y la rebeldía sin causa, es un trabajo de una persona con inquietudes intelectuales que lleva mucho mamando ficción y ciencia.
Donde el Quijote veía gigantes que eran molinos, Erik ve mechas, y ese es su ejercicio imaginario más valioso.
Antes estuvo el E.P. Balaclava, caracterizado por ese sonido mecánico, las librerias que podrían haber sido usadas en tecno purista pero que han sido recicladas para hacer su peculiar rap nada convencional. Seguiremos prestando atención a sus píldoras ci-fi en sus versos, su respeto a la obra Matrix de las wachowski, sus visiones digitales que parpadean en sus ojos biónicos, su realidad vallisoletana en la que aparecen pop ups como espejismos mientras lo tangible se glitchea, y esos giros rave en el compás cuando dejamos de oir su voz.
Por detrás, Cosmonáutica, que es la antesala de Neovalladolor. Considero que fue el punto de inflexión que lleva a Erik al ambiente futurista, pero su lírica la veo aún más cerca de Energía Libre que de neovalladolor. Un trabajo eslabón que es imprescindible para entender la mutación.
Un pasito más atrás para entender toda ésta mutación, Energía Libre es el punto que yo considero en mi distancia, meta volante, de la versión anterior de Erik y su actualización. Parecen poder diferenciarse dos mitades claras, una más clásica, menos innovadora, más del rap influenciado pincipalmente por los movimientos costa este desde la mitad de los 90, más “boom bap” y otra mitad en la que el virus de su sistema va apropiándose de archivos ejecutables y rompiendo su hielo negro, lo que me hace valorarlo, ya que no encuentro la sorpresa en la faceta tradicional, que bien ejecutada sin duda técnica ninguna, me retrotrae inevitablemente a otros artistas anteriores, que ya han ejecutado de manera similar, las mismas reinterpretaciones del catálogo más convencional del género una y otra vez, pese a los droppin ingeniosos en torno al futurismo que nunca le han faltado.
Ojo al track que da nombre al título y a la canción “pura magia negra”.
Dejar claro que yo no busco consumir boom bap y eso ya me condiciona, con todo el respeto.
Así que de la discografía de Erik Urano podremos extraer una lista ideal para el holoreproductor y una botella de vodka mientras se manifestan frente nosotros carpas koi de colores y medusas hipnóticas a oscuras y con la persiana bajada en nuestro apartamento del megabloque para empleados de la corporación. Tal vez, descifremos alguna frase encriptada que nos ejecute una nueva subrutina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario