Y LA REALIDAD SUPERÓ A LA FICCIÓN
Y llegó el día, la distopía se hizo
realidad, aquello que dábamos por imposible, las ficciones más
derrotistas posibles de pasquines baratos con historias de ficción
sobadas, el problema de unas personas que viven muy lejos a y las que
no conocemos se convirtió en nuestro problema, una vez más en la
historia de la humanidad, y no aprendemos.
No, hoy no os hablo como Pixel Van
Gogh, Ninja cibernético a tiempo parcial, os hablo como la persona
de carne y hueso que hay detrás, no de un terminal sensodyne c-5000
con trodos de silicona para acceder al ciberespacio, si no aporreando
un teclado negro y viejo, pegajoso, por el reciente baño de
desinfectante industrial que acabo de aplicarle. Y no estoy en un
megabloque de apartamentos baratos, estoy en un sótano subterráneo,
rodeado de servidores, switches, pantallas, y ordenadores que zumban
monótonos y van a hacerlo toda la noche, al menos hasta las 07
horas si yo puedo oírlo. Y una vez abandone este cuartucho de
emergencias de servicios y sistemas que la empresa que paga mis
facturas tiene habilitado para crisis y emergencias, subiré a una
superficie desierta lamida por los primeros rayos de un sol tibio
incapaz de exterminar el maldito COVID-19 en los idus de Marzo.
Que si los chinos comen murciélago,
que si sus mercados son una guarrería y escupen en el suelo, que si
en sus fábricas las condiciones de salubridad son muy malas, que si
esos tipos con trajes aislantes fumigando la ciudad son para
impresionar porque el comunismo todavía pesa en su cultura y el
telón de acero en verdad no se ha caído todavía…
Y aquí estamos, con el culo de Europa
paralizado por completo por “una gripe”, vaya, quien nos lo iba a
haber dicho. La información, la desinformación, internet, Ana Rosa
Quintana invitando a toreros a hablar de una pandemia… ¿Es que
podríamos haber hecho otra cosa?
He dormido 3 horas de las últimas 40,
he sufrido el peor cuadro de ansiedad de mi vida, he intentado evitar
que mi mujer bajase a la calle a por champú aterrorizado, para
después de hiperventilar unos minutos, darme cuenta de que no es
ninguna pesadilla, es la puta vida real.
Y si miro a largo plazo, lo peor, es
que tal vez, sea sólo el aperitivo de los tiempos que están por
venir, de las distopías de las que hablo en éste blog desde hace
más de un año, pero con gente que muere de verdad, con guerras de
verdad, virus de laboratorio de verdad, crisis económicas de verdad.
¿A caso tiene mi generación más derecho que la de nuestros abuelos
de vivir en paz? ¿Tiene más derecho la humanidad occidental que la
oriental de vivir sin plagas, golpes de estado y trabajos precarios?
Da la sensación de que nada es
casualidad, de que quisiesen cambiar las reglas, de que la sociedad
del bienestar sea un espejismo a corregir. ¿Putin y los famosos
hackers rusos? ¿Guerra económica EEUU VS China? ¿Brexit? Mientras
La Unión Europea vuelve a ponerse fronteras, y el puzle se
balcaniza, aunque sea, temporalmente, y por medidas de seguridad.
Y los muros que los ricos levantaron
para separarles de los pobres, son ahora el muro que los pobres
flanquean para impedir que lo salten los ricos, y ApocalipsisSuave pasa de ser una novela de ciencia ficción a ser un
ensayo. Y Daniel Estulin de repente, o Enrique de Vicente
, dejan de parecernos conspiranoicos trasnochados para convertirse en
iluminattis.
Y todo deja de tener sentido de nuevo,
porque arriba es abajo, cuando quieren que abajo sea arriba, y nunca
nos cuentan la película como queremos que termine.
He comprado un coche nuevo, y mi
concesionario no se ha molestado en llamarme para decirme "Oiga,“su
coche se va a retrasar hasta después de la alarma sanitaria”, no,
me han cobrado unos miles y me han dejado colgado llamando a un
teléfono que no responde nadie.
Y el ratoncito Mickey Mouse me ha hecho
exactamente lo mismo para semana santa, y sus esbirros roedores de
call center tampoco atienden ninguna llamada.
Y entonces miro a mi alrededor, y veo
gente que sale a hacer footing con mascarilla y guantes, al alcalde
de una ciudad de casi 5 millones de habitantes diciendo que las
fuerzas de la ley y el orden tienen permiso para disgregar
cualquier aglomeración de personas por cualquier medio, y mi
bidé, fiel amigo al que he ignorado desde hace tanto tiempo, mi
bidé, hola bidé.
Y no aguanto ni un segundo más, porque
a veces incluso lloro, agotado pro la escasez de sueño, con los
nervios a flor de piel, saturado de estadísticas, noticias y
políticos en televisión, harto de gente que quiere llevar más
razón que otra, harto de medidas marciales que no solucionan nada
cuando debemos seguir viajando en metro, bus o trabajar en centros de
trabajo de 100 compañeros/as. Puedo ir a la fábrica pero no puedo
bajar a dar una vuelta a la manzana porque en mi piso de 35 metros
cuadrados de 800 euros mensuales en las afueras no tengo espacio para
hacer ni abdominales sin golpearme la nuca con una pila de cajas de
plástico contenedoras del chino llenas de la colorida ropa de
verano. Esas medidas, sólo, porque una parte de la población
prefiere que la sigan sirviendo la cena en mesa con una botella de
cabernet y el BMW en doble fila, con el maletero lleno de papel de
culo de triple capa perfumado con lilas.
Mientras, Reino Unido dice “que
mueran los débiles y se inmunicen los sanos” en una darwiniana
parodia de separatismo reafirmativo. Y al presidente de EEUU le da
igual que solo en Ohio haya más casos que en España. ¿por qué
ellos no se preocupan, y mis líderes occidentales sí? ¿Quién
miente? ¿Quién arriesga? Me duele la cabeza pero no puedo parar.
¿Servirá de algo rezar? ¿O será
mejor confiar en mis máquinas? No lo aguanto, vuelvo a ser Pixel Van
Gogh, y vuelvo a abrir el libro de Rodolfo Martínez que estoy
leyendo, y vuelvo a componer una canción de punk distópica con mi
amigo Jaime a la guitarra, y me pongo Akira por enésima vez en la
Tablet, y decido hacer una entrada del blog porque ya llevo casi 2
semanas con la cabeza como un misil haciendo entrevistas de trabajo
para prosperar en la megacorporación, visitando concesionarios de
aeroberlinas para decidirme por una, y ultimando los detalles de un
viaje familiar a Nukaworld Park y de repente el virus bio-informático
Cha-Laoh satura todo el cantón corporativo. Y vuelvo a estar sólo.
DE CONFLICTOS Y POSTGUERRAS, WE STAND ON GUARD
Hecha una entrada tan personal, pasemos
a la obra de hoy, cómic, que hace tiempo que no lo toco, y que va en
cierta consonancia con los acontecimientos actuales, y no, no es
Crossed, tranquilos. Hoy vamos a hablar de We stand on
Guard, obra de Brian K. Vaughan a las ideas y Steve
Skroce a los dibujos, rellenados pro Matt Hollingsworth.
Brian, neoyorkino que parece
sentirse muy a gusto en la ciencia ficción pese a sus comienzos en
Marvel, con personajes futuristas pese a todo como Cable,
que ha destacado por Y, el último hombre y Ex Machina
. Aunque parezca una tontería (ya veréis luego que no), merece en
ésta entrada, añadir el dato de que su esposa, es canadiense, de
Ottawa.
Y Steve Skroce, croata –
canadiense, que también comenzó en MArvel, con Cable
y Spiderman, pero que se asentó como talento en la
ilustración con las hermanas wachosky currando en el
storyboard de la sagrada Matrix, y en Ectokid, e
incluso colaborando con uno de los más geniales, Geoff Darrow,
en su obra conjunta Doc Frankenstein.
El tercero en discordia, Matt
Hollingsworth, venía de trabajar en Dc, Vertigo y Dark
Horse y de participar en los efectos visuales de películas como
Serenity y Superman Returns. Y la meta
retroalimentación cierra el circulo de inspiraciones si añadimos
que reside en Croacia.
Así que encontramos puntos de conexión
suficientes en el trío de ases para que sus energías fluyan y
converjan de manera fructífera en We Stand On Guard.
Planeta cómic nos lo trae en
tapa dura, con todas sus grapitas en el interior.
Al turrón. ¿De qué va? El zoom del
satélite de tungsteno se posa sobre Canadá. Y nos introduce de una
forma tan cotidiana como al que estamos viviendo todos, en familia,
frente a la TV éstos días, oyendo noticias terribles y
reinterpretándolas con atrevimiento e ignorancia, con cuñadismo,
haciendo quinielas sin tener ni puta idea del asunto ni de
geopolítica ni de nada. Y en un abrir y cerrar de ojos, fuego,
sangre, mucha sangre sobre todo, la obra no escatima en pantones
rojos y explicitas viñetas que representan, por otro lado, la
realidad de la guerra, y no una guerra cualquiera, la tercera guerra
mundial.
Tras el conflicto, Canadá queda
invadida por tropas de ocupación norteamericanas, cuyo principal
objetivo, aparte de aplacar la resistencia civil paramilitar, es
esquilmar el más precioso recurso natural de Canadá para beneficio
propio, el agua.
A priori, no tiene ningún sentido que
EEUU quisiese invadir Canadá ni en una distopía si quiera, parece
una idea de Terrance y Philips de Southpark, pero
vamos a ver que encontramos para convencernos de semejante disparate:
Por un lado, notamos las influencias de
Steve Skroce a la hora de retratar su Canadá en la obra, nos
va a transmitir el carácter de sus gentes, su multiculturalidad
incluyendo personajes francófonos en la ficción (cosa que a mi me
da por saco, porque los textos de sus bocadillos, vienen en
francés, para darle ese puntito “inmersivo”, y que queréis que
os diga, tengo la suerte de chapurrearlo por cuestiones laborales
pero no me apetece tener que andar haciendo esfuerzos mentales para
leer un cómic por muy “cool” que quede dejar sus textos en
francés), canciones populares canadienses, datos históricos que
enriquecen el background, varios easter eggs (como el de
Outlander y el de Little Robo, a ver si los encontráis en las
viñetas) y por supuesto en la recreación de sus paisajes, flora y
fauna.
Y que en la tradición bélica de EEUU,
nunca ha habido un enfrentamiento abierto (exceptuando Méjico) con
un país limítrofe o que comparta suelo. Y proponer ésta idea,
requería del conocimiento local de sus autores.
Por el otro, no puedo pasar sin hacer
un furtivo hermanamiento de We Stand On Guard con Cuchillode agua, novela de bacigalupi a la que ya le hemos hincado
el monocolmillo, y os recomiendo que leáis conjuntamente con ésta
de hoy, para entender, si se puede, un poco más, las ya hoy
acuciantes necesidades norteamericanas de aumentar sus reservas de
agua dulce potable antes del colapso total de sus cañerías y
grifos, que sirven de inspiración para convertir en villanos a los
yankees en éste tebeo, invasores crueles, opresores y ladrones de
agua.
Así que una premisa abusrda, puede
cobrar plausibilidad.
Y durante éste tiempo de postguerra,
tenemos a nuestro grupo de “makis”, revolucionarios y patriotas,
acusados de terroristas por parte de los nuevos líderes vencedores,
que arrastran truculentas historias alimentadas por la venganza y el
odio hacia el invasor, un odio visceral, cultural, enraizado, que no
atiende a ninguna razón, como posiblemente tampoco atienda el de un
niño palestino lanzándole piedras a un tanque israelí, son
consecuencias de la guerra y la ocupación. Porque la guerra, que es
uno de los mensajes del cómic, la guerra no siembra ningún fruto
dulce, solo nos dará cosechas podridas de odio y rencor. “La
guerra siempre es guerra”, como me gusta esa frase amigo Fargo,
que bien me viene tan a menudo.
De ese grupo armado protagonista, Amber
encabezará la ficción, entre flashbacks de su niñez y el
desarrollo de la historia. La heroína, es una víctima civil
transformada en libertadora y Juana de arco de su causa
independentista. Una soldado autodidacta, que se ha visto obligada a
ser lo que es, porque la guerra, las circunstancias, el hambre, la
han empujado hacia esa rama de su evolución.
La obra no profundiza demasiado en el
resto del grupo, a excepción de Amber, y su motivación
enfrentándose a las tropas de ocupación norteamericanas, pese a que
nos los presentan con algunos detalles, pero no es justamente un
cómic de trasfondo, historias personales, personalidades profundas y
magnéticas, no. Es un cómic de acción y reacción, disparos,
sangre, muy bélico y cinematográfico, que me recuerda a algunos
viejos Predator, en los que la historia solía ser siempre un
bodrio repetitivo, pero en las que el entorno y las habilidades de
caza del alienígena coleccionista de cráneos eran el motor de las
viñetas, nos importaba poco las motivaciones, fobias o filias del
poli neoyorkino o la teniente rusa que tenía que enfrentarse al
xeno, sólo queríamos ver cómo moría o como vivía. En We Stand
On Guard, pese al mensaje antibelicista y la oda al amor propio
canadiense que ni la policía montada ni el jarabe de arce, lo que
mola es eso, los tiros, la sangre, las sorpresas en combate, la
guerra de guerrillas y el sabotaje.
Y bueno, otra cosa, los robots
gigantes. Es posiblemente el gancho artístico más importante de la
obra, en esa postguerra distópica, las ocupaciones no se mantienen
con tanques y camiones, si no con enormes mechas de combate cuyos
diseños son embaucadores, de una gracilidad tecnológica realista,
bruta, que nos recuerdan a los actuales droides cánidos en pruebas
del Instituto tecnológico de Masachussetss, pero de tamaño
descomunal. El imaginario tecnológico baila entre Star Wars,
historias pulp de la Segunda Guerra mundial (como el prototipo
Haunebu), Transformers y los ciborgs de Masamune Shirow.
Os costará no encontrar similitudes
entre ciertas viñetas y los AT-At del Imperio contraataca.
Porque además, el paralelismo entre el grupo rebelde enfrentándose
al imperial sobre la nieve, es yo creo que clarísimo.
Una historia cyberpunk que gira
en torno al odio, la venganza, el hambre, los abusos militares
durante un periodo de ocupación, la injusticia, y el poder, que
vuelve a mostrarnos una vez más la cara más grotesca de la guerra,
como una colección de cuadros negros de Goya, con una
pizquita de Geoff Darrow pero sin su particular horror
vacui, y una fantasiosa y maravillosa colección de
vehículos de combate futuristas.
Podemos añadir incluso, la recurrente
temática distópica de la desinformación desde el poder y las
mentiras de la historia, porque como he dicho un montón de veces, la
historia la cuentan los vencedores, no los vencidos. Así que EEUU,
convertida en villana opresora, es el blanco de una crítica
encubierta por parte del guionista, que trata de poner de manifiesto
las cloacas de la casa blanca y que no todos los fines justifican los
medios.
Que a veces, los libertadores, sólo
tienen que dar un paso para cruzar al otro ladi la fina línea de los
torturadores. Guantanamo se me ofrece como referencia al caso.
Esto, si nos permitimos el esfuerzo de
tratar de empatizar con los adalides de ambos bandos en el conflicto
del cómic, Amber y su némesis la teniente Yedida,
podría dar como resultado, la asunción de evitar juzgar los
motivos de cada una de las partes, lo que nos llevaría a un debate
filosófico de lo bélico que me hace acordarme de las ideas de
Heinlein a cerca de la necesidad de la existencia de la guerra
como solución a la vía diplomática fallida, a un conflicto entre
naciones.
¿Es intrínseca la guerra a la
humanidad? Lo de siempre, no hay ni buenos ni malos, según en que
bando te haya tocado estar.
Recomendable,
pero me atrevería a decir que en ningún caso imprescindible, un
tentempié futurista correcto, acertado, del que a lo sumo me chirría
su patriotismo por la bandera de la hoja de arce roja, que nos viene
bien en los días que vivimos para recordarnos, que de la noche a la
mañana, te cierran un país, te lo ocupa un ejército extranjero, y
de nada te sirve ya tu nuevo suburvan, ni la reserva de las
vacaciones en un resort para dentro de un mes, porque van a quitarte
tu casa, tu familia, tu dinero, tu orgullo, y cuando no te quede
nada, si te dejas, te quitarán también la vida, y no somos una
generación exenta de ello, ni nosotros, ni nuestros niños, así que
tras leer we stand on guard, reflexionemos, qué futuro
queremos, y las posibilidades de pasar del primer mundo al tercero en
cuestión de días.
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