OBSESIONADOS POR LA COMUNICACIÓN
Buenos días, espero terminar de
escribir éste macro meme y dejarlo en la red antes de que el Segundo
sol del sistema Raquiti Omega desintegre el casco de mi regata
interestelar de segunda mano y me desintegre por completo. El sistema
de refrigeración de éste cacharro está averiado y sólo a mi se me
ocurre viajar a las playas de Ramalaán II en ésta época del año.
Estoy nadando en sudor dentro de mi traje.
Detalles escabroros al margen,
centrémonos en la obra protagonista de hoy. Una lectura de lo más
curiosa, que a ratos durante su parte intermedia, se me hizo tediosa,
confusa e insustancial, pero que recupera ritmo con un final de
infarto que liga con el comienzo magistral con el que engancha.
Hoy hablaré de La era del diamante:
Manual ilustrado para jovencitas del
siempre grande Neal Stepehenson.
Neal
se ganó una cápsula criogénica de honor en el búnquer de los
tecnofantes de la ciencia ficción
con Snowcrash a
principios de los 90. Y La era del diamante
fue el siguiente título en consagrarle. Cierto es que podría haber
empezado la casa por el tejado hablando de Snowcrash,
pero voy a dejarlo para otro momento, y unas revisiones con calma ya
que hace años que lo leí, y tengo más reciente éste último.
Además, aunque todo está inventado y no vengo yo a aquí a decir
como hay que freir los huevos, de Snowcrash ya
he leído casi todo lo dicho, y aunque algo podré aportar, he
decidido darle algo más de protagonismo a ésta otra obra, heredera
estilística de Snowcrash,
pero para nada una nueva obra cyberpunk,
si no más bien un capricho ecléctico de ciencia ficción
especulativa que sigue
centrándose en las grandes obsesiones de Neal
en su carrera, el lenguaje (tanto el computacional como el humano,
una visión única y global de transmisión de información) y los
entornos de interacción virtuales, como canal de comunicación a
preveer en el cercano futuro como nueva forma natural de relacionarse
y compartir. Y digo obsesiones, porque aunque no he leído toda la
obra del Neal, en
Snowcrash ya se
centraba en los mundos virtuales y el lenguaje multiformato (orgánico
e inorgánico), y tengo entendido que en otra de sus principales
sagas, la del Criptonomicón
(que por cierto sospecho que nace de ideas creativas subyacentes tras
la ejecución de La era del diamante)
sigue siendo la tónica reinante.
Y
para más I.N.R.I., que conste que Neal
estuvo inmerso en la creación de un videojuego MMORPG que trató de
financiar por mecenazgo y que al final dejó morir ante la
imposibilidad de llevar a cabo todas las mega ideas que deseaba
plasmar en las mecánicas del juego online multijugador en un mundo
persistente.
Así
que sin duda, éste hijo de intelectuales científicos, de carrera
científica, está totalmente picado con la interpretación de
avatares en entornos virtuales, la forma en al que intercambiarían
información, y los lenguajes de programación y las formas de
comunicación humana, que ya, atraviesan líneas que hace años sólo
hubiese imaginado un escritor de cifi.
De
hecho, el mero hecho de pensar cómo ha cambiado nuestra forma de
comunicarnos y de interactuar unos con otros, las redes sociales, sin
necesidad de un interfaz virtual ni inmersivo, ya rompe las barreras
de lo que hace tan sólo 20 años hubiésemos imaginado la sociedad.
Ya es habitual ver a dos acompañantes sentados en una mesa, sin
dirigirse la palabra, sólo con el teléfono móvil en sus manos,
durante largos minutos. Eso es parte del cambio, un cambio que nos
resulta lento, si lo comparamos con los sueños de la ciencia
ficción, pero que se está
produciendo mucho más rápido de lo que nos damos cuenta,
silenciosamente.
EL SHANGAI DEL FUTURO CERCANO
La era del diamante,
es una obra como decía antes, extraña, inusual, serpenteante y que
del mismo modo que Neuromante
no es para nada una obra introductoria para novatos, ésta, tampoco
lo sería bajo mi humilde criterio de lector. De facto, La
era del diamante, comparte
varias características estílisticas de forma con Elneuromante sin duda ninguna,
como por ejemplo, la de emplear constantemente neologísmos técnicos
ficticios, inventados por Neal,
para referirse a la tecnología existente en su futuro imaginado,
pero que nosotros como lectores, no llegamos a imaginar con
precisión, generándonos dudas a cerca de cómo debemos enfocar
nuestra imaginación mientras leemos, lo que a mi, me hace perder el
hilo en ocasiones y tener que releer renglones, cosa que me pone
nervioso y no me gusta nada. Pero hago el sacrificio, y sigo para
adelante, sintiéndome troleado y regateado en ocasiones, en las que
mientras Neal
desarrolla una escena (que yo me voy imaginando), da un quiebro y
añade datos del entorno o del suceso, que deberían haber sido
detallados al principio, y no cuando suelta la bomba, confundiéndome
con sus “sorpresitas”.
No es
secreta la admiración de Neal
por Neuromante, ya
que de hecho, inspiró profundamente su obra Snowcrash,
pero eso ya lo contaremos cuando proceda.
Ese
estilo barroco (reconocida la etiqueta por él mismo) de Neal,
que ya comenzó a cultivar en Snowcrash
(aún tengo dudas de como se sucedió el capitulo en el que A.T.
Entra en el edificio gubernamental donde trabajaba su madre por lo
parco de la narración) explota en la era del
diamante, y es lo que
durante la parte central del libro me hastió durante unos días,
necesitando un respiro para organizar en mi cabeza lo que estaba
leyendo y qué tipo de historia era.
Además,
tras el éxito cosechado con el cyberpunk
en Snowcrash, la
prensa y las editoriales no dudaron en colgarle el mismo San Benito a
La era del diamante,
pero no, amigos y amigas, no es una obra cyberpunk
aunque cumple varios preceptos imprescindibles del género, como lainclusión de cibernética, redes de datos y software autónomo, personajes de baja
estofa empujados a cumplir hitos épicos casi de rebote, etc; La
ambientación, conserva algunos puntos clásicos de la jungla de neón
y asfalto, pero añade elementos neo Victorianos más propios del
steampunk.
Para
ponernos ya de una vez en situación, La era del diamante
se desarrolla principalmente en la Shangai del futuro cercano. Un
futuro, en el que las naciones y la geopolítica han cambiado y ya no
existen países como tal, más allá de los efectos geográficos
geológicos, pero no políticos. Las naciones se componen de
personas, asociadas a una jerarquía anarco capitalísta (vaya rizo)
llamadas philes,
que beben de la más clásica y distópica visión del punk
futuro de pandilla (como la Naranja
mecánica
y sus grupos juveniles), cumpliendo sus miembros requisitos de
distinción al estilo “tribu urbana” de los 90
(vestimentas, modales, etnias, y otras características de identidad
distintivas e imprescindibles para permanecer a la phyle);
pero que son auténticos grupos organizados, conspiradores, con
intereses económicos en juego constante. El explotado zaibatsu
megacorporativo del cyberpunk,
es suplantado en La
era del diamante
por estas phyles
que hacen las veces de naciones descentralizadas que se rigen e
interactúan unas con otras según las leyes de un nuevo código
mercantil global aceptado de mutuo propio por todas ellas.
En
esa Shangai, Neal
se
recrea “Tolkienanamente” en dispersas descripciones de su
arquitectura, sus contrastes tecnológicos y culturales, neones y
pagodas, implantes y salones de té, folklore y tecnología. Un
crisol cultural que acoge a diferentes grupos de phyles
y a miles de parias autóctonos, “tetes”, desheredados por el
sistema de phyles,
desplazados al márgen de sus intereses y especulaciones.
En
ese futuro cercano, la nanotecnología
representa la nueva revolución tecnológica, lo que da una vuelta de
tuerca más al enfoque del clásico cyberpunk,
porque Neal
da por sentada la existencia de redes de datos y una suerte de red
llamada Ractiva
(muy interesante que luego detallaremos), pero los principales
intereses de las phyles
y el mayor logro tecnológico en la sociedad es la milagrosa
nanotecnología,
gracias la que diminutos robots biomecánicos, casi de tamaño
atómico, inundan el ambiente, se pegan a nuestra piel sin que lo
notemos, se cuelan por nuestras vías respiratorias y habitan en
nuestro interior como en El
chip prodigioso
sin que lo notemos a no ser que tengamos los nano sistemas defensivos
adecuados, y monitorizan todo, enviando información de todo tipo a
sus operadores (phyles
en su mayoría de casos) eliminando por completo el significado de intimidad. Ya que un minúsculo dron, que
digo uno, millones, flotarían a nuestro al rededor, haciéndo quién
sabe qué, desde grabándonos con fines comerciales, extrayéndonos
muestras orgánicas para investigaciones médicas y farmacéuticas, o
inoculándonos sustancias convirtiéndonos en conejillos de indias
involuntarios de grandes empresas y gobiernos. Terrorífico.
Pero
esa nanotecnología
va más allá, y ese ejército casi infinito de diminutas máquinas
microscópicas, también son excelentes obreros, capaces de recibir
“mapas” o “instrucciones” de construcción, y formar objetos, entre
ellos mismos, o compilando materia a nivel atómico y materia de la aparente “nada”. Como por arte de magia. Esas
nano máquinas,
llamadas nanositos,
pueden fabricarnos ropa, alimentos orgánicos, o cualquier cosa en un
electrodoméstico conocido como el C.M.
(Compilador de Materia) que
curiosamente, casualidad o inspirado el uno por el otro (La
era del diamante
es del 95 y Transmetropolitan
del 1997),
también encontramos en los cómics de Transmetropolitan,
dónde Spider
jerusalem le
pide toda suerte de fármacos, drogas y armas a su electrodoméstico
compilador de
materia
que además, para nuestro deleite y carcajadas, tiene un programa de
I.A. Con síndrome de abstinencia molecular.
Estos
electrodomésticos milagrosos, capaces de reciclar cualquier materia
orgánica o inorgánica y reconstruirla en unos minutos tras un
sonido de campanilla de microondas al terminar, están conectados a
una red conocida como la
toma,
que no es otra cosa que una red pública de suministro de nanositos
con sus estaciones de toma, como si fuesen estaciones de alta tensión
de la red eléctrica actual que proveen nuestros hogares de
electricidad.
MAS STEAM QUE CYBER
Ubicados
ya, debemos conocer a nuestros protagonistas y una sinópsis de la
trama sin spoilers,
como siempre, sólo un intenso cebo por si queréis leerlo.
John
Percybal Hackworth
es un jóven y reconocido nano ingeniero de la phyle
neovictoriana, una pandilla de nostálgicos británicos expertos en
nano tecnología y arquitectura mediante el uso de nanositos,
cuya punta de la pirámide jerárquica es una figura femenina
conocida como La Reina. Gustan de amanerados modales y formas
repipis, con mucha flema, bombín, chistera, paraguas y desplazarse
mediante velocípedos,
zancos hidráulicos, o cabalinas
(corceles robóticos). Su presencia en Shangai es muy numerosa, y
entonces comencé a imaginarme el entorno, como el capítulo La
cacería
de la serie Love,
death & Robots.
En
Shangai se han instalado también otra serie de phyles
de todo tipo, más industriales, comerciales, o religiosas, como los
Boer, los zulúes, los mormones, los judíos, el Sendero, etc...
la población foral, chinos de diferentes etnias, se agrupan en la
mayoría regente del reino celeste, o pertenecen si no a otra nación
en boga conocida como los puños del recto camino carmesí.
Al
margen de todas estas facciones tenemos a los “tetes”, baja
estofa, inmigrantes de aquí y de allá que no pertenecen a ninguna
phyle,
con poco poder adquisitivo, en paro, pocas expectativas de
desarrollarse en ningún ámbito personal ni laboral, que sobreviven
de la caridad, chapuzas, trapicheo, delincuencia y reciclaje de
bienes en los compiladores
de materia.
En
cierto modo, el invento del compilador
de materia,
garantiza el bienestar mínimo de cualquier clase social, ya que a
demás de ropa, entretenimiento o herramientas, los C.M.
Recordemos que pueden crear comida y fármacos. Así que la pobreza
absoluta, como tal, queda erradicada para todo aquél que tenga
acceso a un C.M.
Hackworth
recibirá la tarea de un alto cargo de su phyle
de desarrollar una nueva herramienta nanotecnológica, el conocido
como Manual
ilustrado para jovencitas,
que se trata de un libro interactivo, o mejor dicho ractivo,
que sirva como herramienta doméstica para la educación autónoma y
personalizada de las niñas vickys
(neo
victorianas) de buena familia y alta alcurnia, mientras sus tutores
legales o progenitores, cumplen con sus obligaciones para la phyle.
Ahora
tratemos de dejar claro el concepto, ractivo
en el Shangai de Neal
Stephenson.
Ractiva es
la nueva tecnología interactiva de ocio y entretenimiento, similar a
la red, o internet, pero con un carácter virtual, inmersivo, en la
que el usuario, no sólo vive una experiencia pseudo real, muy
vívida, pre programada o cuyo desarrollo depende de inteligencias
artificiales o programas, si no que interactúa en su vivencia
virtual, con otras personas, anónimas en la mayoría de los casos
gracias a sus avatares o identidades electrónicas (ractivas)
además de con bots y otros programas de comportamiento preconcebido.
La antigua industria del entretenimiento multimedia (televisión,
videojuego...) es llamada pasiva
en la era del
diamante,
y la ractiva,
es la nueva fórmula de interactuación multimedia y tecnológica
entre personas.
Suena retorcido, pero en el fondo, es una realidad virtual muy parecida al metaverso de Snowcrash.
Suena retorcido, pero en el fondo, es una realidad virtual muy parecida al metaverso de Snowcrash.
¿Te aburres el viernes noche en casa? ¿Sin plan? ¿Quieres
ser un espía británico, en un tren hacia Moscú repleto de espías
nazis durante la GGMM? Carga el ractivo
en tu terminal (del que Neal
apenas da detalles durante la obra, y nos vemos obligados a
reimaginar una y otra vez ese tipo de conexiones virtuales entre
usuarios, aunque finalmente llega a mencionar unas gafas, que imagino
como la típica mole de realidad virtual sobre el rostro) y vive una
aventura que nunca será igual, porque la mitad del tren son otros
usuarios. Una historia sin constantes, y con muchas variables.
Cómo
un MMORPG en realidad virtual ¿verdad? Claro. Ya mencioné antes esa
obsesión de Neal,
que para mi es el papá
de Ready PlayerOne,
tras inventar La
Calle del
Metaverso en
Snowcrash.
Y
aquí entra en escena Miranda,
una actriz emergente de ractivos.
Porque los ractivos
a la carta (me lo imagino en plan netflix
o HBO) tienen una
serie de papeles adjudicados a usuarios domésticos, y otros que son
siempre interpretados por actores y actrices, en sus cubiculos de
ractuación,
facturando cada minuto de interpretación. Una nueva forma de vida
del futuro.
Neal Stephenson
dará una increible importancia al factor interpretativo, casi
filosófica, a cerca del dramatis
personae, de una forma
casi “Calderoniana”
a lo la vida es
sueño,
en la que nos costará, tanto a nosotros como a sus propios
personajes, distinguir humanos de programas, y la realidad de la
r-realidad.
Este
libro digital a base de nanotecnología
que absorbe los estados de ánimo de la pequeña lectora, y acumula
datos de su carácter y sus respuestas, irá generando un entorno
virtual ficticio, único y personalizado según los datos recavados, que goza de un protagonismo absoluto en la obra,
trasladándonos de esa distópica Shangai a un mundo virtual de hadas
y fantasía, no exento de oscurantismo y crudeza, al más puro estilo
gótico de los hermanos Grimm,
en el que la jovencita irá aprendiendo mediante cuentos y fábulas,
que extrapolan datos de la realidad de la pequeña para convertirlos en relatos que serán a la vez clases teóricas de ética y moral con moralejas prácticas
y conocimientos académicos, que se van pregenerando a medida que la
niña interactúa y crea cada cuento protagonizándolo,
mientras el mismo sistema del libro, realimentado por la info
recopilada por los nanositos
de su lectora, manda guiones de interpretación a los ractores
conectados a la emisión de la lectura, como si de una de las
anteriores series a la carta se tratase.
Como decíamos antes, barroco, muy barroco, y poco práctico.
Como decíamos antes, barroco, muy barroco, y poco práctico.
No
obstante, ese manual
ilustrado para jovencitas,
es una beta personal en desarrollo que Hackworth
testea con su hija Fiona,
antes de que la hija de su jefe obtenga su propia copia.
Tremendamente
rebuscado todo, la implicación de los ractores
en las fábulas del manual,
etc... La lectura se va complicando. Pero pensemos en ello, ese
manual, es asombroso. Una visión tecnológica para suplantar la
educación convencional, las figuras paternas o familiares, y todo
creando fantasías persistentes no prescritas, en las que
interactuaremos con otros usuarios, bots, o humanos.
Todo
se tuerce, cuando Hackworth
pierde la beta del manual,
siendo asaltado por una pandilla de tetes juveniles, entre los que se
encuentra Harv,
el hermano de Nell,
dos críos que viven en un cuchitril con su madre Tequila,
una mala madre, despreocupada, casquibana, de mano suelta, que mete
un novio nuevo en casa cada dos semanas, a cada cual peor, borrachos,
pederastas, drogadictos y maltratadores. Harv
decide regalarle el botín a su hermanita pequeña, y ahí comienza
todo, un libro dentro del libro, no al estilo del hombre
en el castillo,
pero sí un poco la
historia interminable
en versión “virtual”, en cuanto la pequeña Nell
abre el libro, que le habla, le pregunta cómo se llama, y comienza a
contarle cuentos.
Como
una distópica Arya
Stark, que
huye de su hogar y crece sola de aquí para allá, agrandándose ante
la adversidad, madurando, dejando atrás la infancia de forma
precipitada. Nell
comenzará un viaje alucinante en el ractivo
del libro, y a la vez y como consecuencia, en la vida real, aprenderá a leer, aprenderá a superar sus miedos, sus
problemas, y su vida de mierda como niña no deseada en un hogar de
mierda, aprenderá lenguajes de programación, y se convertirá en la
heroína de la obra, alternando entre una cruel y desangelada
realidad y su mundo privado, el mundo del manual,
donde es la princesa
Nell,
en busca de las 13 llaves de los reyes feéricos, en la eterna
historia de superación narrada desde su infancia hasta su
adolescencia.
El
manual
es como un “juego de rol” vívido y total.
En
el otro extremo, tenemos al némesis de la historia, porque si algo
aprendimos también en Snowcrash,
es que Neal
Stephenson
adora crear un buen villano, pero no uno que sea malo y ya está, no,
un malvado de manual, carismático, imprescindible y que en el fondo,
no es tan malo y tiene unas aparentes “buenas” razones para ir en
sentido contrario de nuestros protagonistas. En éste caso es el
Doctor X,
una especie de Fumanchú
de novela de superagentes, un mandarín de los bajos fondos,
inmiscuido en planes megalómanos, ni mejores ni peores que los de
nuestros protagonistas, antihéroes en cierto modo, si no
sencillamente opuestos. Este villano encarna una serie de tópicos y
valores tan enigmáticos y folclóricos como jocosos y de xplotation
oriental. Porque Neal
es un gamberro, y un cachondo, y cuando crea escenas de acción
convierte la mejor ciencia
ficción especulativa
en un espectáculo hollywoodiense para todos los públicos, ácido y
socarrón.
Doctor X y sus secuaces, desean la tecnología del manual ilustrado para jovencitas, para otros planes que no voy a desvelar.
Doctor X y sus secuaces, desean la tecnología del manual ilustrado para jovencitas, para otros planes que no voy a desvelar.
LOS NIÑOS SON EL FUTURO
Y
volvemos a darle vuelta al torno Perico. Tal y como propuso en
Snowcrash,
en La era del
diamante
lo tradicional y lo místico tienen también un papel protagonista
entretejido con la trama tecnológica.
En
su obsesión de desarrollar una trama relacionada con los lenguajes, y la transmisión de datos, con más o menos fundamento científico que a mi se me pueda escapar,
ya que no soy informático, Neal
convierte lo virtual en orgánico, y lo orgánico en mecánico,
cruzando la línea que separa unos y ceros de un sistema nervioso humano, emplea el recurso de la mente colectiva y tira de biología y genética para computerizar a los humanos. Convierte las células en transmisores de información
cifrada, apoyado en la nanotecnología
e introduciendo en escena una extrañísima phyle
“sintética”
conocida como Los Tamborileros.
Los capítulos en los que entran en acción estos individuos, sin spoilers, son lisérgicos y alucinógenos, rompen toda lógica dentro de la narración. No se que narices tomaba Neal mientras lo escribía. Un despropósito tribal, chamánico y tecnológico, del que mejor, me contáis vosotros cuando lo leáis y compartimos la experiencia.
Los capítulos en los que entran en acción estos individuos, sin spoilers, son lisérgicos y alucinógenos, rompen toda lógica dentro de la narración. No se que narices tomaba Neal mientras lo escribía. Un despropósito tribal, chamánico y tecnológico, del que mejor, me contáis vosotros cuando lo leáis y compartimos la experiencia.
Finalmente,
como yo los llamo, los “troyanos”
que la obra nos clava bajo la ficción, parten desde la necesidad de
que el humano siga siendo quien controla la máquina y no al revés,
hasta la cuestión de la administración de permisos y accesos de la
tecnología popular y la liberación de los logros tecnológicos.
Por
supuesto también la revindicación del papel familiar en la pronta
vida del individuo y la infancia, ya que recordemos, que la obra gira
en torno en la visión de una niña desvalida de una vida
inapropiada, maquillada, edulcorada, a través de la fantasía que
crea para ella el manual
inteligente e interactivo, y la implicación de la ractriz
Miranda
en el desarrollo de sus capítulos, a distancia, desde el anonimato,
pero con una implicación que se va tornando maternal pese al
anonimato de ambas participantes. Principalmente, eso es La
era del diamante,
una oda a la importancia de tratar la infancia con el debido respeto,
invirtiendo la atención imprescindiblemente necesaria que todos los
niños y niñas necesitan para su correcto desarrollo adulto. No se
si Neal Stephenson
tiene hijos o no, o cuando los tuvo, pero desde luego, La
era del diamante,
es un perfecto cuento cifi
sobre la responsabilidad de criar niños y nunca infravalorar su
potencial.
Un
despertador biológico en forma de novela, vaya.
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