CYBERPUNK POSTAPOCALIPTICO EN ESPAÑOL
Bienvenidos de nuevo a los sueños de
tungsteno. Hoy pretendo despedir el año 2018 (ya estamos en el
futuro, de nuevo!!) con una entrada de la serie “EL FIN” que
como hice en la entrada inicial EL FIN EN PIXELS – I :WASTELANDS, relatará obras de diferentes formatos relacionadas
con la ciencia ficción postcataclísmica. Y he seleccionado una
obra, no representativa, independiente, algo desconocida, pero bien
válida para la serie de entradas en el blog. Porque podría haber
empezado por Mad Max, o El Puño de la Estrella del Norte
o incluso El Libro de Eli... Pero eso hubiese sido demasiado
obvio, y me gustan los rodeos. A fin de cuentas, no queremos que el
blog sea del montón, o al menos, hay que intentarlo. Lo que no quita
que por supuesto habrá tiempo y obligación para los incunables.
Esta misma semana la segunda cadena de
la televisión pública, en Nuestro Cine, dedicaba su doble
sesión en las películas que versionan el tebeo patrio, y con gran
acierto, con la misma intención de alejarse del tópico que los
durmientes de tungsteno, seleccionaron dos títulos que para mi,
eterno aprendiz, eran absolutamente desconocidos pese a su
antigüedad. Uno de esos dos títulos me llamó poderosamente la
atención desde su comienzo. Se trataba de una película llamada
Atollladero, y bueno, ahora entraremos en faena, pero antes,
empecemos la casa por los cimientos.
Desde la absoluta ignorancia lo primero
que hice tras terminar la película fue investigar. Oscar Aibar
a la dirección de lo que era su ópera prima en 1997, punto de
comienzo de una carrera que incluye otros films como Platillos
Volantes, El Gran Vázquez y El Bosque entre otros.
Catalán licenciado en bellas artes que
decidió dedicarse por completo a la creación de historias, gráficas
y audiovisuales, comenzó con historietas en viñetas para revistas
icónicas del underground como Cimoc, EL Víbora, Tótem
o Cairo, famosas por sus tiras crudas para adultos. Y
precisamente esa es la principal característica con la que podemos
catalogar ampliamente la obra creativa de Aibar, “cruda”.
Su cómic más reseñable, publicado en
la revista Makoki en colaboración con Miguel Angel Martín,
se trata precisamente de Atolladero Texas, de dónde surge
siete años después la película Atolladero.
He tratado de leerlo éstas últimas 48 horas, pero no lo he
localizado en formato digital por ninguna parte por más que he
buceado en la web, así que lo dejo pendiente y con el reconcome que
me produce no haberlo consumido con ansia tras haber visto la
película, porque el film me ha generado un tremendo interés en ésta
obra. Así que tendré que barajar las posibilidades de adquirir
algún ejemplar físico descatalogado en el mercado de segunda mano y
coleccionistas, lo que requiere un estudio previo de oferta y demanda
para no arrepentirnos después de haber pagado ciertos precios.
Otras
obras gráficas reconocidas de Oscar
son ADN, que sí
tengo ya en mi poder y tal vez devore hoy mismo tras escribir la
entrada, o Nacido Salvaje.
Su curriculum artístico es envidiable, y ha tenido la fortuna de
codearse en trabajos con gigantes patrios de la historieta adulta
como Bernet, Raf o Pep Brocal
entre otros. Su dedicación y talento le han otorgado diferentes
premios, tanto en el cómico como en el cine, y sus obras en papel
han cruzado las fronteras siendo editadas EEUU, Brasil y diferentes
puntos de Europa.
Presentado
el creador, podéis ampliar mi breve repaso en su página web,
Oscaraibar.com.
EL ATOLLADERO, TEXAS
¡Al
turrón!. Según comienza esa película desconocida para mi, va
segundo a segundo generando mayor interés en mi cerebro de
espectador. Porque va acumulando aspectos que me fascinan, ciencia
ficción, el desierto, post
apocalípsis, el yermo,
cyberpunk,
estética wasteland,
y efectos especiales de serie B (nada peyorativo por favor, no me malinterpretéis, pero son efectos económicos si los comparamos con una
superproducción, es cine independiente).
De
primeras, despertaba mis neuronas reservadas a la producción de
dopamina etiquetadas con Robert Rodríguez,
Tarantino y
Underground.
Me transporté rápido y con apenas unos fotogramas, al videojuego
Wasteland, a Perdita
Durango, y al libro Cuchillo
de Agua de Bacigalupi.
Es
como si mi mente hubiese estado en contacto con ésta desconocida
película durante la creación de mis ficciones cyberpunk
en una Arizona distópica publicadas de forma amateur y novel en la
web amiga El Naufragio.
Era como si ya la hubiese visto, como si la hubiesen hecho adrede
para mi, un regalo de película, que había estado esperándome sólo
a mi.
De
verdad fue una sensación muy especial. Su estética bizarra me
cautivó al instante, y supe que quería verla entera. La película y
yo eramos almas gemelas separadas al nacer.
Y de
repente, valor añadido, Iggy Pop,
el mismo que viste y calza, hype,
expectación, un brillante en una joya de latón, nada puede salir
mal en ésta peli.
Todo
iba de maravilla. Arizona de 2048, un pueblucho de mala muerte en
medio del yermo post radioactivo, aislado de las grandes megalópolis
cyberpunk
de las dos costas estadounidenses, un lugar sin ley, un future
western,
como la Tombstone futurista que yo mismo imaginé unos pocos años
atrás para cyberpunk2020
en El Naufragio.
Como si ya hubiese estado allí. Pero era el desierto de Los
Monegros, la magia del cine, un
desierto ibérico se había convertido en Arizona.
La
película nos presentará a un teatral elenco de personajes, en un
escenario muy reducido, con su propia alma y protagonismo, y por eso
lo catalogo de teatral, porque podría perfectamente representar sus
4 estructurados actos en una obra en vivo y en directo.
Por
un lado está la camarilla del pez gordo del pueblucho, el juez
Wedley, una momia pervertida e impedida sustentada biomecánicamente
por los cuidados de su médico alcohólico; Su polioperada,
lujuriosa, promiscua y monstruosa mujer; y su sicario personal
interpretado por Iggy,
del que añadir por cierto, que más allá del puntito de culto que
añade a la cinta su participación, no es para nada un buen actor
bajo mi humilde opinión, para nada, de hecho, es el peor de todo el
staff.
Por
otro lado tenemos la cuadrilla de
rednecks
que habitan Atolladero y que mal gastan su tiempo en la cantina y
lupanar del lugar, con sus prostitutas, su predicador, y un
entrañable grupo de borrachos.
Y
en medio, el protagonista, Lennie,
y su jefe el sheriff. La pareja de policías locales representan el
yin y el yang, el sheriff es corrupto, decadente, vicioso,
borracho...en fin, un hijo de puta de la peor calaña con estrella en
la pechera. Y Lennie,
encarna la esperanza entre tan deplorable colección de personajes
esperpénticos e indeseables. Es un buen poli, tiene vocación, y
quiere abandonar Atolladero, irse a la gran ciudad, a Los Angeles, a
la academia de policía, dejar ese estercolero
donde le tocó crecer que es Atolladero. Se resigna a estar predestinado a terminar sus días en semejante vertedero.
Porque
como comentaba anteriormente, Atolladero
es en realidad otro protagonista más, muy vivo, es el agujero que
devora a todos sus habitantes, con su ecología los transforma en lo que son,
monstruos. Los cambia a golpe de desesperanza y decadencia. El pueblucho es como
la isla de Lost,
la casa de Haunted
Hill
o la cafetería de La
Colmena
de José Cela, interactúa de ése modo con sus habitantes, con sus huéspedes.
Atolladero es el verdadero protagonista de la historia, castiga por
igual a todos sus habitantes, sin piedad, sean buenos o crueles
depravados, drogadictos, sodomitas y pederastas. Porque todos esos
desagradables perfiles van a pasear por nuestra pantalla sin paños
calientes.
El
yermo de Atolladero
nos presenta crudamente lo que en realidad el ser humano está
predestinado a ser en un habitat como éste, sin ley. Como dice el
refrán :
“Pueblo
pequeño, infierno grande”
Y
Atolladero es
eso, un Puerto
Hurraco
cyberpunk. Sin
spoilers,
como siempre, el film es una road
movie
en la más pura escuela Tarantiniana,
con un goloso abuso del insulto y lo soez en los diálogos, y su
festín de sangre en los tiroteos. Un western
CIFI
con ese regustillo a Abierto
hasta el amanecer
o Hell Ride.
Con mucho metraje de vehículos unos detrás de otros en carretera,
piedras rojas, nopales, y continuos tiras y aflojas entre tipos
duros. Aparentemente no parece guardar ninguna moraleja, ningún
“secreto” entre violencia y degradación, pero yo creo que es
precisamente ahí dónde está la salsa de la receta.
Atolladero
es la eterna cuestión de si el hábitat o la sociedad hacen al
hombre, o el hombre está predispuesto genéticamente a ser bueno o
malo independientemente del entorno en el que se desarrolla. Porque
en Atolladero
escasean las personas buenas, escasean mucho, tal vez Lennie
sea el único, tal vez...
En
Lennie
exploramos el concepto de prosperidad, de vocación, de
inconformismo. Mientras que el resto de habitantes de Atolladero
encarnan la envidia y el egoísmo, de forma psicopática y extrema.
Y
sin que la película se cebe en éste tópico, nos deja esa cuestión
debajo de toneladas de violencia y de degradación humana gratuita,
maravillosa, agorera, apocalíptica.
Un
pastiche de momentos y personajes western
con sus toques cyberpunk
y el lore
yermense. Efectos digitales forzados, que han envejecido fatal en la
última década y añaden ese toque de serie B, y un vestuario tan
creíble como homebrew
de clase de pretecnología, que nos retrata todavía mejor la esencia
de cómic convertido en viñetas, con maquillajes que me recuerdan a
los gángsters de Dick
Tracy
o las películas de Asterix
y Obélix,
y no es malo, no, es cómic, con esa personalidad underground
y pulp
que vengo revindicando en todo el escrito.
En
resumen, no esperéis una película técnica, ni comercial, pero de
verdad si os gusta Robert
Rodríguez,
Tarantino,
y el cyberpunk,
ésta es una película que debéis de ver sí o sí, y luego ya,
igual me pitará un oído o el otro.
Saludos,
y a soñar con tungsteno.
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