BRUCE STERLING
Esta noche del 24 al 25 de Diciembre,
debería estar nervioso esperando a Robot Klaus o Santa Bot, debajo
de un enorme árbol sintético e inerte repleto de luces led de
colores flúor parpadeantes. Mirándome en el reflejo de una esfera
colgando de una rama, percibiendo el espacio con ojo de pez como en
un dibujo de Escher. O celebrando la venida del mesías con
glotonería y bebidas espirituosas. Pero sin embargo estoy encerrado
en una mazmorra futurista, rodeado de pantallas y computadoras,
arrullándome con la nana de sus discos duros en movimiento. Mi
familia, las máquinas. Y no es broma, no, es que formo parte de la
clase obrera descualificada que ha de hacerse cargo de nuevos
puestos tecnológicos, y si las máquinas y los sistemas funcionan 24
horas al día, algún humano tiene que estar revisándolo también
esas 24 horas al día, de momento, hasta el alzamiento de las
inteligencias artificiales superiores el día menos pensado. Cuando
los humanos seremos siervos de los droides, alimento de sintéticos,
o con mucha suerte, convivamos con ellos pacíficamente.
Hoy me toca un alucinante turno de 10
horas lleno de emociones (no), que hemos regado mis compañeros y yo,
con unas botellas de verdejo cortesía del boss, que sin duda
ninguna tiene más espíritu navideño que el señor Scrudge,
y aquí me debato, entre la vigilia y la somnolencia total. Así que
he decidido poner en activo mis neuronas e injertos y aporrear el
teclado de tungsteno.
Voy a hincarle el diente a uno de los
padres fundadores del cyberpunk, Bruce Sterling alias
“Chairman Bruce”, a.k.a. “Vincent Ominaveritas”.
Este buen señor, natural de Texas, es un auténtico Marco
Polo, que desde su infancia en la India, no ha parado de recorrer
el mundo en el plano profesional (docente en diferentes escuelas,
talleres literarios y universidades estadounidenses como otros
compañeros de movimiento cultural cyberpunk como RudyRucker) y en el personal (residente en diferentes países
europeos como Serbia o Italia), y como reza el dicho “el que mucho
lee y mucho camina, mucho sabe y mucho ve”… o algo.
Junto con William Gibson, Pat
Cadigan, Rudy Rucker, John Shirley y Lewis Shiner, forman
el círculo original de cyberpunkers, aquellos que promulgaron
el manifesto cyberpunk y la obra recopilatoria Mirrorshades.
Como anécdota, al igual que John
Shirley, estuvo también interesado en la composición y la
música experimental.
Este inquieto creador, antes de que se
uniese su grupo definitivo de colegas, ya se dedicaba a la ciencia
ficción más clásica, historias extraplanetarias, como su debut,
Oceanic Involution. Su estilo encajaba en la clásica obra
CIFI en la que la línea entre lo fantástico y lo galáctico
es muy delgada y hasta su incorporación en el círculo cyberpunk,
ésta tendencia creativa sigue muy presente en la primera obra que se
le incluye en el subgénero, El chico artificial, de la cual,
yo tengo muchísimas discrepancias acerca de que sea una obra punk,
en ningún caso, y considero que sigue perteneciendo a esa rama
clásica más cercana a la space opera que a la distopía. De
su catálogo publicado en castellano, llegó más tarde Islas en
la red, que no mucho más lejos de ser un distópico thriller
corporativo y geopolítico, tampoco considero que llegue a alcanzar
el sabor cyberpunk de Gibson, o de autores posteriores
a la creación del grupo, como Neil Stephenson, Alec
Efinger o Jon Williams.
Añadimos a los títulos editados
disponibles en nuestra lengua, Cismatrix, La máquina
diferencial, El fuego sagrado, Distracción (más
en la línea de espionaje y thriller de Islas) y el
ensayo La caza de hackers.
ISLAS EN LA RED
Tras ésta pequeña introducción al
artista, me tiro de lleno a la piscina con la que está considerada
como su obra cumbre del cyberpunk, Islas en la Red.
Sin spoilers, el tomo nos
presenta al matrimonio Webster, y su pequeño bebé. Una
pareja feliz, de clase media acomodada, con un buen contrato como
gerentes de un hostal de la compañía Rizome, a píe de
playa. Rizome es un modelo de megacorporación futurista
todopoderosa, que se dedica a todos los palos, con presencia en
docenas de países, y encarna el espíritu más cyberpunk de
la novela, porque si algo opino a nivel personal que escasea en ésta
distopía cercana, es el punk.
Laura y David, los
Webster, viven en la perfecta área de confort, en una burbuja
de bien estar insuflada por Rizome, y me viene muy al pelo con
la breve y satírica introducción que hacía de la entrada respecto
a lo laboral. Somos números, deshumanizados, somos peones de las
empresas que nos dan el sustento, nos sentimos parte del sistema,
involucrados, pero realmente somos ganado empresarial.
“-Jo jefe, que bólido
deportivo más bonito se ha comprado usted.
-¿Has visto? Es
precioso. Pues te digo una cosa….Si trabajas duro, te esfuerzas, y
echas horas… El año que viene me compro otro”
Y en el futuro cercano que Sterling
imaginó, David y Laura, se sienten parte importante de
Rizome, que se ha esforzado muchísimo en corporativizar a sus
empleados, de una forma casi religiosa, y eso es algo en lo que
actualmente también se esfuerzan las grandes compañías,
enfatizando la lealtad de sus empleados como si fuesen legionarios
batallando por un bien común o una gran obra. Un espejismo, un
engaño para hacernos sentir válidos, útiles, imprescindibles, pero
seguimos siendo números, sin nombre ni apellidos, parte de un
presupuesto anual, herramientas que deben cumplir objetivos. El
beneficio no es común, es beneficio para los accionistas, CEO’s y
directivos. Una visión muy real de hacia dónde va encaminado el
mundo laboral del futuro, capitalismo salvaje, en el que la política
es suplantada por el comercio global, y los partidos políticos dejan
de ser la pantalla de sus accionistas, siendo las grandes empresas
las que asumen realmente las decisiones de países enteros.
Ciudadanos que son empleados, empleados que son ciudadanos, todo es
lo mismo. Al final lograrán que nos sintamos afortunados por
pertenecer a una gran empresa, aunque no respeten convenios ni
estatutos, mientras nos den techo, comida, 12 horas laborales para
estar ocupados y hacernos sentir productivos, a cambio de un salario
del que sobre para algunos caprichos, que también fabrique nuestra
propia compañía empleadora, consiguiendo así que el flujo de
dinero sea un círculo cerrado y no cambie de manos.
Y ahí están Laura y David,
son felices, se quieren, están orgullosos de pertenecer a Rizome,
y mientras cumplan con sus obligaciones laborales, Rizome se
encargará de que no les falte de nada en su primer mundo occidental.
Es un buen trato, poco pretencioso, sin muchas miras, pero ¿para qué
más? ¿Quién no lo firmaría ahora mismo? Ni los funcionarios oye.
Y un día, se celebra en su agradable y
acogedor hostal familiar de vacaciones, una reunión de conspiradores
corporativos y traficantes de datos. Rizome ha elegido el
hostal de los Webster para tan secreto y judeo masónico
encuentro de eminencias del mercado de la información ¿Es un honor
o un regalo envenenado? ¿Sabía Rizome lo que iba a ocurrir
allí o no? El caso, como podéis imaginar, es que en ese momento
comienza el thriller, la conspiranoia, las sospechas y los
tejemanejes geo políticos y de intereses entre empresas y naciones.
El matrimonio se ve obligado a salir de
su área de confort, y comienzan un periplo internacional en
representación de los intereses de Rizome, agentes dobles,
paraísos fiscales, nidos de piratas informáticos… El mundo de
verdad. Porque como decía Ortega, somos “nosotros y
nuestras circunstancias”, o al caso “islas en una red”, y
en el caso del matrimonio Webster, sus circunstancias
finalizaban en el porche de su hostal vacacional de arena prensada de
la cadena Rizome. De repente, se enfrentarán al mundo real,
comenzarán a absorber información, a entender, a sacar conclusiones
de la enorme telaraña corporativa que es su sociedad. Comenzarán a
vivir, sufrirán crisis matrimoniales, crisis personales, por primera
vez se enfrentarán sus conceptos morales, se conocerán a sí mismos
de verdad, pondrán en duda su pasado, su presente y su futuro. Es un
viaje personal de iluminación y desarrollo ético, un despertar
cognitivo, demasiada información por asimilar, un mundo cruel, frío,
en el que la vida humana carece de valor por mucho que Rizome
les hubiese hecho creer durante años que su labor era imprescindible
para el desarrollo de la empresa, que eran únicos. Un mundo en el
que todos tenemos más de una cara, incluso nosotros mismos tenemos
caras que no nos hemos visto, que duermen en nuestro interior,
esperando el momento de asomar y tomar el control.
Durante su viaje, Laura y David,
se quitan la venda de los ojos. Bienvenidos a la realidad. Ahí fuera
hay otros países, con otras personas, que sobreviven sin pertenecer
a una empresa, que viven al margen de sus reglas occidentales
impuestas por el zaibatsu, existen alternativas, hay opciones
a la globalización, al sistema económico que conocen, a la
jerarquía empresarial a la que se someten voluntariamente. Ampliarán
sus miras y abarcarán nuevos conceptos sociales. Descubrirán “más
islas”.
Porque en Islas en la Red, la
información es el arma, y es información lo que modifica la
personalidad de nuestros protagonistas durante sus viajes. No solo es
la información con lo que negocian los piratas de datos entre países
y corporaciones, como mercenarios del espionaje industrial y la
inteligencia privada, si no la información que ellos mismos
descubren y asimilan de primera mano. El saber no ocupa lugar, la
información es poder. Quizás Bruce, como hombre
internacional que decíamos que es al principio, se nutre a sí mismo
de forma autobiográfica, y plasma en ésta obra la importancia de
conocer mundo, expandir horizontes, conocer otras culturas y otras
formas de vida, como medio personal de enriquecimiento, e incluso,
como camino personal a la iluminación intelectual. La experiencia
como vía verdadera.
Respecto al protagonismo de la
información en la novela, la distopía no iba para nada mal
encaminada hacia otros derroteros de candente actualidad, en varios
aspectos. Por un lado, la seguridad de nuestros datos personales en
las redes y sistemas, la inseguridad del Big Data; Por el
otro, que teniendo a un click toda la información que
deseemos gracias a la tecnología, vivimos en una era en la que la
información que nos llega, la que creemos que encontramos por
nosotros mismos, en realidad llega a nuestros canales habituales
preseleccionada y editada, si no se trata de cortinas de humo o
contrainformación. La era de la desinformación, que ya
vivimos actualmente y que Bruce Sterling vaticinaba en ésta
historia, y lo que está por llegar, ya que uno de los momentos
álgidos del libro en éste aspecto, se alcanza cuando un dirigente
político sud asiático, en pleno meeting en un estadio, sufre un
pirateo digital de su imagen en vivo y en directo, afectando
seriamente a su fama, su discurso, y al orden público. Este efecto
digital, que en el momento de concepción de Islas en la red
era todo un artificio de ficción, hoy en día es un truco barato
real, y quizás, siendo conspiranóico, ya nos estén manipulando
digitalmente discursos políticos o noticiarios televisivos. En
China, ya dan los noticiarios presentadores digitales, otra ficción
cyberpunk que veíamos en la saga de videojuegos Deus Ex,
y sabemos que esos presentadores asiáticos son digitales, porque nos
lo han avisado, porque si no, seguro, que con la calidad que tienen,
no nos daríamos ni cuenta.
Llegará el día, que no sabremos
distinguir lo real de lo falso a través de una pantalla, y eso, es
realmente preocupante.
NI PUNK NI CYBER
En Islas en la Red, no
encontraremos software peligroso, ni Inteligencias artificiales
megalómanas, ninjas biónicos, estaciones orbitales, ni nada de toda
esa mandanga. Por encontrar, respecto a tecnología y ficción,
encontraremos poco más que drones, extraña arquitectura, y FX
digitales de realidad aumentada… El mundo de Islas en la Red,
no dista mucho del nuestro, es una distopía demasiado realista y
cercana, enfocada al tedioso y pesado conflicto diplomático y sus
tejemanejes detrás del telón de acero, porque la guerra fría no
acabó, solo se templó. Y esto, es lo que llevo remarcando toda la
entrada, éste libro no tiene nada de punk.
Los protagonistas, no son tirados,
parias ni crápulas antisistema, sino todo lo contrario, gente bien
incorporada en el sistema, cuyo golpe de efecto, su cambio personal,
se produce cuando descubren la mierda bajo la alfombra del sistema,
la realidad global. Pero por lo demás, son un matrimonio encantador,
ideal, más en la línea de protagonistas de El hacker y lashormigas o Apocalipsis Suave, que de Cuando falla lagravedad o Neuromante.
Los Webster, se enfrentarán
a una crisis originada por todas las nuevas sensaciones vividas, y
experimentarán breves momentos de querer ir contra corriente,
totalmente predecibles ante tal cantidad de nueva información, pero
que no representan el punk. Es más bien como cuando un
adolescente comienza a tomar partido en movimientos políticos e
ideológicos, simpatizando con unos u otros, con ganas de cambiar el
mundo con pancartas, batucadas y proclamas, gritando fuerte al mundo
a sabiendas de que su voz no va a llegar ni a la vuelta de la esquina
y nadie va a oírle ni a prestarle atención. Sueños de cambio,
realidades de hormiga. Volvemos al eterno símil, cada uno somos un
número, insignificante para nuestro gobierno, miserable,
sacrificable.
¿Podemos decir que el punk de
éste título reside precisamente en ésta obvia verdad? Para mi,
aunque es una verdad incómoda, y agorera, el desarrollo con el que
acaba desvelándonos todo este complot es demasiado light. Es una
novela carente de acción, de tensión, con un estilo narrativo que
no me impresionó, o incluso me atrevería a decir que se me hizo
bola en varios capítulos. De forma sutil, reaccionaria y
contracultural, pero no punk, Bruce le da el mayor peso
protagonista a Laura, ella es la heroína del matrimonio, la
inconforme, cabezota y testaruda, mientras que David desempeña
un papel menos que secundario, complementario, es el “espejo
espejito” al que Laura le pregunta obteniendo respuestas que
no quería escuchar, pero que la reafirman en sus nuevos sentimientos
y su afán de búsqueda de la verdad. En cierto modo es una novela
feminista, y en ese aspecto, convence, el papel de Laura cuaja
perfectamente, sin resultar forzado, ella es la matriarca de la
familia Webster, lleva los pantalones, y me gusta como los
lleva, pero sigue sin ser punk. Laura es una persona
decidida pero correcta y protocolaria, una youpie con muchos
ovarios, pero no una macarra anarquísta.
Por todo esto, Islas en la Red,
para mi, no es una novela cyberpunk, pese a que Sterling
haya sido uno de los principales divulgadores del subgénero. Y
ahora, muchos diréis de mi “Qué flipado” “¿Quién se cree
para dictaminar semejante cosa?” “Este es un fantoche” Pues lo
que queráis, sí, sentiros libres del mismo modo que yo me siento
para decir esto.
No es una novela
divertida, no tiene acción, no tiene punk y tampoco tiene
cyber, ¿Entonces? Tiene intrigas, traiciones, agentes dobles,
titiriteros, trileros, y drama existencial… Me reitero pues, para
mi es un thriller geopolítico en clave de ficción distópica.
Y me atrevo a decir, que nunca lo recomendaría como un indispensable
del cyberpunk por mucho que otros reputados críticos o
expertos del género (que seguro que saben mucho más que yo, o tal
vez no tanto) lo defiendan. Es mi opinión, y la defiendo con todo lo
expuesto. Y habiendo leído también El chico artificial,
novela que despacharé en seguida las próximas semanas, considero
humildemente que pese a pertenecer al círculo cyberpunk
original, Sterling, como decía más arriba, no está a la
altura del resto de autores reconocidos en el subgénero, ni de su
quinta ni posteriores. Muy a mi pesar y sin importarme convertirme en
un patito feo o una oveja negra afirmándolo. No niego su mérito ni
su notoriedad, yo no soy escritor, pero como lector y aficionado,
pues no puedo colocarlo, de momento, en mi podio, al menos con estas
dos lecturas a mis espaldas, cuando me haga con el resto editados en
castellano, quizás cambie de opinión, que para eso, siempre hay
tiempo, aparte de lo placentero que resulta contradecirse a uno mismo
a tiempo de vuelta.
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