AMAMOS A LOS NAZIS
Bienvenidos todos y todas al futuro. Ya
es 2019, el año digital del Tungsteno según el calendario atómico
del gran Tecnofante. Sí. Y como me abruma verme de repente en el
futuro distópico e inmediato, así, con estos pelos, he decidido
viajar al pasado...o al futuro...o.. a una época que nunca ha
sucedido, o sucede en una línea temporal paralela, en otra
dimensión...o..Vaya, necesitamos un tutorial de Einstein para
doomies si queremos aclararnos. Nos vamos a la ucronía,
posiblemente la más famosa de todas, o al menos una que vuelve a
estar de moda gracias a Amazon Prime Video.
El Hombre en el Castillo, de
nuestro tecnosacerdote favorito, Philip K. Dick.
Avisados quedáis, stalkers y
cowboys, de que la entrada de hoy es larga, trae mucha chicha
personal, reflexiones emotivas, que no dan lugar a ambigüedades al
buen entendedor, y que no pretenden herir la sensibilidad de
absolutamente nadie, ni siquiera, de quien esté en desacuerdo con mi
punto de vista. Si os atrevéis, continuad.
No os asustéis con el encabezado de la
entrada (ni os animéis en caso contrario tampoco), pero seguro que
ya he llamado vuestra atención. No voy a hacer campaña social
nacionalista, racista, autoritaria ni megalómana, ya que son
conceptos que rechazo y que son antagonístas a mi naturaleza. No
creo en la supremacía blanca, ni soy antisemita, y ante todo rechazo
toda forma de violencia posible que se le pueda causar a un ser vivo,
porque es sólo pensar en cualquier tipo de dolor infligido y mi
cerebro me manda flashbacks sensoriales del pasado a cada
célula, poniéndome los pelos de punta y estirando las zonas de mi
cuerpo más arrugadas como la piel de una pandereta, con el recuerdo
lejano de cada hueso que me he roto. Y no se lo deseo a absolutamente
nadie. Lo paso mal incluso visualizando deportes de contacto,
consentido, entre adultos. Es ver los impactos, la sangre y los
chichones, y me entra el amarillo. Soy así de blando, y jamás se me
pasó por la cabeza estudiar medicina.
Y en lo político, como nacido en
democracia, no contemplo una forma de gobierno autoritaria en la que
el ciudadano pierda sus ya de por si escasos derechos
constitucionales para opinar y mejorar su propia sociedad. Aunque
reconozco, que a veces, pienso que me sometería voluntariamente a un
gobierno intelectual de gente con elevados cocientes y demostrada
empatía emocional, y eso sí sería una utopía de ciencia
ficción.
Pero
aclarado esto, aunque fuese innecesario y ¿a quién le importan mis
temores y preferencias?; Admitámoslo, ¿A quién no le encantan los
nazis en una buena historia de ficción?
Meter nazis en una película, videojuego o libro, y si es posible en
las más bizarras e inimaginables pretensiones, es irresistible, un
cebo apetitoso, el luminoso de un lupanar de carretera para las
polillas, un camión cisterna de sangre fresca en el océano para
tiburones. ¡Nazis! Nunca deja de haber suficientes historias
ficticias de Nazis.
Hay
un recuerdo de cuando yo era un niño, recién empezados los 80, que
siempre me llena de felicidad, y que tengo grabado a fuego como algo
de lo mejor de aquellos primeros años como ser humano... Los sobres
Montaplex. Si sois de mi
quinta, ojalá los recordéis con la misma ternura y admiración que
yo. Unos sobres de papel con ilustraciones bélicas, en cuyo
interior, en una matriz de plástico barato, venían dispuestos a ser
arrancados más de una docena de diminutos soldados en diferentes
posturas y con diferentes armas, que recreaban legiones de diferentes
ejércitos pasados, de diferentes batallas libradas. Y ahí comenzó
mi fascinación con los Nazis.
Bueno,
las películas de Indiana Jones,
influyeron lo suyo también. Y muchos videojuegos de Spectrum
en los que la imaginería del ejército enemigo a derrotar, si no era
exactamente nazi, era una réplica, como en Army Moves,
por ejemplo, que era de mis favoritos. Y me recuerdo a mi mismo, con
cualquier envase de poliestireno blanco, moldeado por inyección en
caprichosas formas geométricas, que trajeron a casa seguro y
comprimido, un nuevo electrodoméstico, colocando sobre su blanca
superficie granulada a todos aquellos mini hombrecitos armados, como
si aquél resto industrial de embalaje fuese un enorme búnker de
guerra, en el que pintaba con rotuladores Carioca
una esvástica y al otro lado una hoz y un martillo. No tenía ni
idea por aquél entonces de que representaban cada uno, más que uno
era para los ejércitos nazis alemanes, y el otro para los ejércitos
comunistas rusos, y más allá de eso, desconocía cualquier
trasfondo social ni político, solo sabía, por lo que la cultura pop
ochentera de la guerra fría me había enseñado a tan corta edad, y
los pequeños apuntes de mi amado padre, quien a parte de ser un
pequeño aficionado a la historia del siglo XX, desde siempre
alimentó mi imaginación con todo lo que pillaba por banda para
explicármelo todo como si yo fuese un pequeño hombrecito.
Y
funcionó, porque entre Hollywood,
Dinamic, Marvel
Cómics y mi padre, me quedé
con la copla desde pequeño que los nazis fueron señores muy malos y
muy poderosos que quisieron conquistar el mundo en una guerra.
Y ya
desde pequeño, debía de estar gestándose en mi, mis genes de
resistencia a la autoridad, que es un problema que reconozco tener, y
que me trae por el camino de la amargura en muchas ocasiones
(adminstrativas, laborales, familaires, etc), y a mi el mero hecho de
imaginar que unos señores hubiesen querido dominarme, a nivel
individual, sin patriotismos ninguno, ya me parecía algo terrible
que había que evitar.
Poco
a poco, cuando fui creciendo, fui descubriendo más y más sobre
aquellos hombres malvados. Y hasta el día de hoy, siento una
terrible fascinación, e incluso miedo, a cerca de aquella horda, que
tampoco hace tanto de mi nacimiento, quiso, según nos relatan los
libros de historia, sembrar el terror en la humanidad y provocó
tanta muerte, y de eso no hay punto de vista posible que debatir.
Sus
leyendas esotéricas, la Sociedad Tule, sus castillos, las búsquedas
místicas de reliquias, su posible tecnología inversa alienígena,
sus prototípos de armamento dignos de una space opera,
sus experimentos genéticos atroces, los nazis escondidos en la
Antártida, y tantas otras leyendas extrañas a su alrededor los
convierten en un mecanismo humano tan histriónico y ficticio, pese a
haber sido tan real, que es imposible no fascinarse con ello si uno
es amante de la CIFI y
la fantasía. Son el malvado perfecto para cualquier historia.
Representan al mismísimo Satán. Inteligentes, guapos, poderosos y crueles,
un enemigo casi inderrotable, el terror a un IV Reich inyectado en la
memoria colectiva. Es casi como si todo hubiese sido fruto de una
mente como la del mismo Philip K. Dick,
como si lo que los documentales, los libros de historia, y los
supervivientes del genocidio nos cuentan a los que nacimos después,
sean los únicos testimonios que puedan acreditar entre la neblina de
lo imposible, del cuento chino, que aquél terror de tebeo pulp,
fue real, que superó la imaginación y la crueldad de cualquier
escritor de ciencia ficción.
La
iconoclástia que rodea a su líder, Hitler,
parece hoy día un fenómeno que más que un recordatorio a
la memoria histórica mundial, comienza a convertirse en cultura pop,
como el propio retrato de El Ché,
un sello de merchandising del pasado, que poco a poco, estúpidos
humanos, vamos vulgarizando, olvidando la peligrosa realidad que
subyace bajo su mirada de acero, terrible, destructora... Y
convertimos su ridículo bigote en mofa
hipster de nueva
generación, con obras como Hipster Hitler,
la saga de videojuegos Wolfenstein,
o mi talismán del nuevo cine de acción y comedia independiente,
Iron Sky.
Los
que crecimos en los 80 vimos a Hitler
en Darth Vader, en
Calavera Roja, en videojuegos y en mangas hentai como Urotsokidoji II...
No se si podemos seguir temiéndole como al hombre del saco después de tanta chuminada.
No se si podemos seguir temiéndole como al hombre del saco después de tanta chuminada.
Y
entre todos, estamos convirtiendo a Hitler
en un personaje de ficción, estamos difuminando su recuerdo real, y
lo estamos asimilando como una invención de los mass
media de
entretenimiento, con el peligro que eso conlleva, porque la juventud,
tenemos la obligación de recordarlo, para no caer de nuevo en el
mismo error con sus encarnaciones actuales, y los nuevos aspirantes
amateur a Hitler por
todo el mundo, llamémoslos Trump, Duterte, Lepén,
Santiago Abascal o
Putin, muy a pesar de
que leyendo ésto, algunos de vosotros me odiéis, me insultéis, o
me hagáis la cruz y raya. Cualquier político que cuestiona la
humanidad y los derechos fundamentales de una persona por su color de
piel, la religión que profese o su sexualidad, y que públicamente
haga apología de soluciones que incluyan la violencia en sus
alegatos, discursos y programas... Es un nuevo Hitler
en desarrollo, y no uno de esos de los videojuegos, películas y
tebeos, uno de verdad.
Al final, cualquier ficción es mejor con nazis, la industria pone nazis en películas de zombies, en space operas, en películas de súper héroes, en lo que sea, y mejora. ¡Toda ficción es mejor con nazis! Es un gancho recurrente para llamar nuestra atención.
Tras ésta introducción, absolutamente subjetiva, personal, y de cuyas opiniones sólo me responsabilizo yo, y no me importa quien pueda o quiera malinterpretarlo desde el punto de vista del forofo de la ciencia ficción y las distopías, sin arrepentimiento ninguno, pasamos a la obra, El Hombre en el Castillo.
Tras ésta introducción, absolutamente subjetiva, personal, y de cuyas opiniones sólo me responsabilizo yo, y no me importa quien pueda o quiera malinterpretarlo desde el punto de vista del forofo de la ciencia ficción y las distopías, sin arrepentimiento ninguno, pasamos a la obra, El Hombre en el Castillo.
LOS ESTADOS UNIDOS DEL PACIFICO Y EL GRAN REICH DE LA COSTA ESTE
En
una década de 1960 que nunca ha existido, o sí, imaginado por al
mente del maestro Philip K. Dick,
desde su percepción del pasado, o no, EEUU y los aliados Europeos
junto con el bloque soviético, han perdido la Segunda Guerra
Mundial. América del Norte ha sido repartida, como la Alemania
postguerra de nuestra historia contemporánea, pero a lo grande,
entre los vencedores, Japón y EL Reich, aunque en el centro del
continente, queda un reducto desmilitarizado sin interés estratégico
para ambos bandos vencedores, en el que refugiados de la guerra viven
con ciertas libertades como provincia satélite no ocupada, de
momento. Esa es la llamada Zona Neutral.
Se
trata de una ucronía, curiosa ficción atemporal, en la que nos
novelizan una realidad histórica alternativa, que puede incluir
anacronísmos sociales y tecnológicos, inexistentes en la era real
según nuestra línea cronológica. En este caso, la década de los
60 del Hombre en El Castillo
es todo un ejemplo de ello, ya que para los lectores, aquella época
es el pasado, pero su lore
presenta elementos futuros, típicos avances tecnológicos de la
ciencia ficción,
ooparts.
Los
nazis de El Hombre en El Castillo
tienen transportes aéreos hipersónicos de la Lufthansa no
imaginados en el 1962 en el que se estrenó el libro, y han llegado
ya a la Luna y a Marte, cuando en la realidad de los lectores,
Armstrong no pisaría el satélite hasta el 69. Dick
se adelantó al pequeño paso para el hombre, y le cambió el
protagonista.
Pese a éstas maravillas tecnológicas, todo en El Hombre en el Castillo está teñido de color pulp y noir, no es una distopía futurísta, juega con el tiempo y la tecnología de forma caprichosa y delicada, confundiendo la realidad histórica con la ficción.
Pese a éstas maravillas tecnológicas, todo en El Hombre en el Castillo está teñido de color pulp y noir, no es una distopía futurísta, juega con el tiempo y la tecnología de forma caprichosa y delicada, confundiendo la realidad histórica con la ficción.
Y
antes de continuar, me gustaría añadir la observación personal, de
que muy posiblemente Philip
amase a los nazis y a los japoneses ocupantes, en el mismo sentido
que yo los amo, tal y como he introducido antes, ya que la década de
los 60 qué el escribe, desde los 60 que él vivía, los avances
tecnológicos y las maravillas de geocontrol y terraformación
llevadas a cabo por El Reich en su mundo paralelo imaginario, son
titánicas, muy superiores tecnológicamente a las actuales de su
época, lo que me hace pensar, que él también admiró el prodigio
industrial alemán de la GGMM, como algo temido pero técnicamente
superior e ingenioso. No se si lo escribió estrictamente desde la
ficción pura y dura, inocentemente, o hay un pequeño reproche
industrial y de desarrollo al respecto de cara a su sociedad de la
era Kennedy.
Los
nazis de El Hobre en el Castillo,
siguen siendo tiranos, crueles, megalómanos...villanos a fin y al
cabo, pero son eficaces, todo lo que hacen lo hacen bien, a lo
grande. Es una de cal y una de arena.
La
obra narrativa, en un estilo de intrigas y espionajes e intereses
geopolíticos entre ejes y administraciones de las potencias
vencedoras, cruza los hilos argumentales de diferentes personajes,
todos con un protagonismo equilibrado en la trama, aunque algunos más
que otros:
- Frank Frink, descendiente judío residente en la costa oeste ocupada por los japoneses. Conformista miembro de la clase obrera proletaria.
- Señor Childan, comerciante de antigüedades de manufactura nativa norteamericana prebélica, en el San Francisco japonés.
- Juliana, ex novia de Frank Frink, indómita, decidida, atrevida, una heroína adelantada a su ucronía, que vive independiente en la zona neutral.
- El Señor Tagomi y el señor Baynes, cargos públicos relevantes.
A
estos personajes, iremos sumando otra serie de nombres
secundarios como John Cinderella
(atención al apellido, sin spoilers,
“Cenicienta” en español, porque es, bajo mi humilde punto de
vista, toda una declaración de intenciones oculta por K.
Dick); altos cargos alemanes de
las SS, la SD o la Gestapo en un contínuo conflicto de intereses
internos; Ed, el compañero de trabajo de Frank; Betty y Paul, un
joven matrimonio japonés, clientes del señor Childan,
etc... No quiero hacer spoilers,
nunca, ya lo sabéis.
La
cuestión es que la masilla que une las vidas de éstos heterogéneos
perfiles, es el propio Hombre en el Castillo, alias de un escritor de nombre Abdensen, autor
de una novela prohibida, subversiva, titulada La langosta
se ha posado, que se distribuye
de forma ilegal en los EEUU ocupados, y que narra una ucronía en la
que los EEUU de la novela, no han sido ocupados por los aliados
vencedores. Y aquí viene todo lo “gordo” de la novela. Estamos
ante un fenómeno literario complejo, confuso y delicioso. Una
ucronía dentro de otra ucronía, personajes ficticios, leyendo su
propia ucronía, mientras nosotros, el lector, estamos leyendo la
ucronía general. Sacos dentro de sacos, ruedas dentro de ruedas, el
efecto de espejos que repite una imagen dentro de otra hasta el
infinito. Que manera más fantástica y mágica la de Philip
K. Dick de involucrarnos en el
libro, de jugar con nuestra realidad, de hacernos dudar por un
instante de nuestra dimensión como lector. Magistral. Un recurso
mucho más delicado y complejo que el controvertido Bandersnatch
de Black Mirror que a
todos revoluciona en Netflix
éstos días. Por eso Philip
está en el Olimpo de la CIFI
con permiso de Asimov.
¿Es
acaso El Hombre en el Castillo, un
capricho personal de Philip?
¿Su propio álter ego dentro del laberinto de realidades y ucronías
que el libro nos ofrece? Quién sabe, porque si algo tiene la novela,
es posibilidades. La interpretación de lo que leeremos y
descubriremos en sus páginas, es una auténtica voladura de cabeza,
y no me quedará más remedio que ofrecer mis teorías más adelante,
con aviso de spoiler
previo. Esta reseña no puede pasar sin eso. El tomo es el más claro
ejemplo que nunca he visto de que un libro es una entrada a otra
realidad, con permiso de La Historia Interminable.
La
población civil estadounidense, 20 años tras el fin de la guerra,
se ha adaptado mayoritariamente a su nueva forma de gobierno, a sus
señores nazis o japoneses, y aceptan su soberanía, alaban su
eficacia, es su nuevo gobierno les guste o no, son lentejas, o las
comes o las dejas. Un retrato social aplastante, porque Philip
no nos habla de rebeldes, grupos terroristas, luchadores por la
libertad... No señor. El nuevo americano es nazi o es japonés, y se
adapta al nuevo gobernante, asume incluso una posición de segunda
escala social, queda por debajo del invasor en la pirámide, acepta
el estrato que le corresponde porque estaba en el bando equivocado,
por voluntad o porque le tocó nacer en el bando equivocado, y muchos
americanos nacidos en la democrática EEUU pre GGMM, en la novela,
han preferido cambiarse la chaqueta sin ningún complejo.
Que
realidad tan humana. ¿De verdad nos imaginamos luchando en guerras
de guerrillas urbanas si la GGMM hubiese acabado por otros derroteros
y en Europa todos hablásemos alemán ahora? Lo dudo muchísimo, y
menos 20 años después. Philip
se carga la rebelión, describe al hombre de la forma más realista
que a nadie se nos hubiese ocurrido, abofeteando el pastiche de
ciencia ficción con
buenos y malos, vencedores crueles y vencidos sublevados. No, ésta
ucronía es muy real.
Unete
al enemigo si no puedes contra él, salva tu pellejo, si te dejan
vivir, no desaproveches la oportunidad. Y ahí, en ese área de
confort tenemos a Frank y
al señor Childan. La
mano de obra barata, el ciudadano de segunda, dócil hasta que su
cabeza logra conectar los cables adecuados y hacer “click”.
Hasta
tal punto se normaliza en la novela la situación de ocupación, que
los ciudadanos de descendencia japonesa en la costa oeste propiedad
delos estados del Pacífico, sufren de lo que tan de moda ha estado
éste pasado 2018 que han llamado “La apropiación cultural”. El
ejercicio de aclimatación y evolución social propuesto por Philip
K. Dick
en ésta obra es tan sobresaliente, que prevee con absoluto realísmo
la hipótesis de la globalización actual y la llamada “apropiación
cultural”. Los encuentros entre el señor Childan
y los compradores japoneses de clase alta, o la obsesión del señor
Tagomi
por ofrecer un correcto presente de artesanía norteamericana a sus
asociados de negocios (que acabará siendo un reloj de Mickey
Mouse,
fijaos en lo irónico de K. Dick
al momento de menospreciar la cultura americana como no más que un
cliché pop producto del marquetin, considerando un tesoro, un objeto
de vulgar merchandising) antes de cada reunión importante, cortesía
samurai.
La
dieta de los descendientes norteamericanos en la costa oeste nipona
es puramente asiática, su moda, sus nuevas costumbres adquiridas de
las tradiciones espirituales orientales, como el Wu
o
el I Ching
(importantísimo
ésto que veremos más adelante). Existe un mestizaje, una
globalización entre conquistados y conquistadores, que dota de un
realismo extremo al relato.
Todo
esto nos inmiscuirá también en una curiosa reflexión a cerca del
valor de los objetos materiales y el arte, en el que no me quiero
inmiscuir aquí demasiado, pero que es muy, muy interesante.
El hombre en el
castillo no es Ubik
ni Suelan los androides con ovejas eléctricas.
Es mucho más complejo, más difícil, y más filosófico. Son 250
páginas muy bien aprovechadas, y cada perfil de cada personaje, nos
retrata la realidad de la sociedad post bélica.
El
delirio nazi, tan poderoso, tan mesiánico, ha calado en la sociedad
de la ucronía, son conversos absolutos. ¿Y por qué no? Claro que
sí. Que mejor forma de convencer a un planeta entero es si no
superior al bélico. Si una máquina de guerra es imparable, ¿qué
queda si no asumirlo?. El discurso ario, el súper hombre de
Nietzsche, las
promesas de grandeza y control, casi nos las creemos leyendo el
libro, en esa década de las 60 paralela, casi llegaremos a pensar
que hubiese sido mejor que hubiesen ganado los nazis antes de nuestro
nacimiento.
El
reflejo literario del éxito del populismo, la farsa del poder,
Philip nos la cuela
doblada, nos convence con facilidad, para después, en diferentes
actos, quitarnos el antifaz en nuestra cara y enseñarnos el truco de
prestidigitación. Lo único que le importa al gobierno es el poder,
la riqueza, y el cuento de las razas, las etnias y las religiones, es
para los gobernados, es una medida de control es opio, una religión
industrial en vez de mitológica. Todo son paparruchas incluso para
el nazismo, toda esa palabrería hitleriana para multitudes con
antorchas... droga mental. El verdadero motor de todo sigue siendo el
dinero, el poder, el control de las herramientas de dominio, y
mientras la población civil crea el sueño nazi, sus dirigentes
seguirán siendo dioses.
Y
ocurre igual en la sociedad actual, los políticos de extrema derecha
quieren evacuar de sus calles a los inmigrantes que mendigan en
lenguas incomprensibles, pero besan la mano del inmigrante adinerado
que maneja los lobies energéticos. Es todo una farsa de control
social, una promesa de odio y fuerza que va a ser quebrantada. No
existen los principios, sólo los beneficios.
El
racismo es un invento estúpido, sólo camufla la diferencia entre
ricos y pobres. La gran hipocresía, la doble moral.
Esta
reflexión a cerca del poder y la mentira del populismo, nos invita a
pensar a cerca de que la historia la escriben los vencedores, y ésta
ucronía, nos muestra una realidad alternativa (igual que a sus
personajes se la muestra la langosta se ha posado)
que no ha de ser necesariamente mejor ni peor que nuestra realidad.
Como
reconocía antes en mi introducción, los nazis son el eterno
ejercito infernal, los malos, pero... ¿A caso Japón fue mejor? O ya
no Japón, con su desmesurada crueldad en las poblaciones civiles del
pacífico, principalmente en China, ¿fueron mejores los rusos o los
propios americanos? Dios bendiga a América, país de la libertas,
levantada por emigrantes del viejo mundo... La misma América que
durante la Segunda Guerra Mundial en la que libraba a la humanidad de
los nazis, segmentaba la sociedad en blancos y negros impidiendo su
mestizaje y reduciendo los derechos civiles de unos en pos de las
ventajas recibidas por los otros. La misma América que durante aquél
conflicto, acinó a su población inmigrante asiática en campos de
concentración. La misma América que juzgó y encarceló por ideas
políticas comunistas a cientos de ciudadanos durante la guerra fría.
La misma América que hoy, gracias al esfuerzo de millones de
emigrantes durante generaciones, mete en jaulas a centro americanos
sin visado hasta el extremo de dejar morir de hambre y sed a niños
separados de sus padres, dentro de una jaula, sólo porque no tienen
pasaporte. La América de la estatua de la libertad.
Es
cierto, América no ejecutó a millones de judíos inocentes. ¿Pero
sólo haber sido menos cruel que los nazis, la convierten en una
buena nación gobernante? No nos engañemos, no, la podemos catalogar
como “menos mala”, pero jamás buena con semejante currículum de
barbaridades. Y ya de los gulags rusos o sus purgas étnicas mejor ni
hablamos. Sencillamente, todas son decisiones reprobables, crueles y destructivas sin excusa ni humanidad, que no se deberían repetir en la historia futura, ninguna.
Así
que...repasando todo esto por encima... ¿Era peor la realidad de
vida que ofrece El Hombre en el Castillo
que la que nos ha tocado vivir? Cada uno contaría la fiesta según
la viviese, y no hay más realidad que la subjetiva de cada individuo
a éste respecto.
Si
algo tengo seguro gracias a Brian Fargo,
es..
“Guerra...la
guerra...siempre es guerra”
Fallout
Y
sólo trae calamidad, muerte, hambre y pena, para que después los
ganadores cuenten a la siguiente generación lo bien que lo hicieron
y como defendieron las libertades de las que entonces gozarán,
gracias a su patria y los valientes hombres y dirigentes que les
llevaron hasta la victoria.
La
historia y la política son marquetin, y ni Steve Jobs
tuvo tanto talento en eso como Hitler.
Por eso la ucronía del Hombre en el Castillo
es tan convincente.
La
obra refleja también las ideas que Philip K. Dick
adquirió de la escuela de Jung,
a quién también hace referencia directa en otras de sus obras, pero
entrar en Jung, con
el volúmen de texto de blog que me queda, y lo que llevamos ya, es
mejor dejarlo para otro momento. Os invito a cotillear en al red de
todas formas.
LA CULTURA ORIENTAL Y SPOILERS
Como
mencionaba anteriormene, sobre la maestría del autor al relatar la
globalización, “apropiación cultural” o mestizaje generado
entre ocupantes y nativos en la costa oeste americana bajo el
gobierno japonés, es importante hasta decir basta, la influencia de
la cultura oriental en la nueva sociedad imaginada por K.Dick
en el libro, convirtiéndose en un protagonísta etéreo más, si no
el más importante de todos, sin desvelar muchos misterios de la
trama, pero siendo indispensable la revisión del asunto.
El
oráculo “de los palitos”, el I Ching,
una práctica que ejercitan ante la duda y el estress tanto los
personajes japoneses de los hilos argumentales, como los
norteamericanos, asumiéndolo ya como parte de su nueva cultura
adquirida, importada por los vencedores.
No
es la primera vez que vemos cómo en una obra de ciencia
ficción, nuestros personajes
recurren a técnicas adivinatorias ancestrales del lejano oriente, en
la trilogía cyberpunk
de Marîd Audran, Yasmine,
la amante de Marîd,
gustaba de practicarle predicciones de numerología
a él. Es curiosa esa “apropación cultural” de nuevo, porque
ambos personajes eran musulmanes.
Del
mismo modo, en EL Hombre en el Castillo, judíos,
americanos y japoneses, todos practican el I Ching.
Los
resultados proverbiales del juego de palillos, afectarán a las
decisiones de todos los personajes que solicitan su consejo. Casi
como una voz del más allá, como una ouija, que les da advertencias
desde otro lado, que no es su ucronía. Ups... esto puede
considerarse un mini spoiler. Pero no puedo hablar de El
Hombre en el castillo obviando
la importancia del I Ching
y sus resultados premonitorios para cada personaje.
El
propio Philip K. Dick, reconoció
haber practicado el I Ching
durante toda la creación de la novela. ¿Frivolidad o experimento?
No se puede adivinar viniendo de Philip,
persona controvertida al máximo, amigo de los excesos, las
experiencias extrasensoriales inducidas o no, e incluso creador de su
propio dogma religioso entre el delirio y la genialidad. Y esto
refuerza mi hipótesis, de que Philip
se representó a sí mismo en la novela de algún modo, y bien
transportándose a sí mismo a un universo de renglones de letras en
papel, encarnando un avatar incorpóreo de Abdensen,
el escritor de la ucronía dentro de la ucronía, La
langosta se ha posado. O bien
quizás interpretando el I Ching,
convirtiéndose en un intruso en voz en off en el mundo que él mismo
estaba creando con su máquina de escribir. El paso de una dimensión
a otra, la realidad a la inventada. A caso ¿Qué es la realidad? La
vida es sueño como predijo Calderón
cuando creó a Segismundo.
Tal vez todos los personajes del hombre en el Castillo
tienen algo de Segismundo,
y eso es tan brillante y tan mágico. ¿Interactuó Philip
con su propia ficción,
confunde nuestra percepción cuando asimilamos ésta posibilidad con
el libro entre las manos? Sea como fuere, el final de la novela, nos
abre todo un abanico de posibilidades que a mí, me voló la cabeza
por completo más que ninguna otra novela hasta la fecha. Fue un WTF?
En toda regla. No sabía si estaba contento o no, tardé en
reaccionar.
Dick
enarbolaba la teoría de que con la palabra se puede manipular la
realidad, y ésta obra es la punta de lanza de semejante afirmación.
La más posible intención del autor, creo que es hacernos creer en
la realidad alternativa, la posibilidad, de que El Hombre e
el castillo sea una realidad
alternativa plausible, que esté pasando en el mismo momento que en
aquella década de los 60 Dick
estrenaba el libro y la gente lo leía. El libro, con otro libro en
su interior, la langosta se ha posado,
que ejercía de puerta dimensional dentro del libro que los lectores
reales sostenían en sus manos, que a la vez es otra puerta
dimensional. En el sentido figurado, ¿qué mejor acceso a otros
mundos tenemos los humanos que los libros? Es una perfecta alegoría.
Pero nos quedará la duda, de si Dick
creyó firmemente ésto practicando el I Ching.
Leyendo varias biografías suyas, en realidad, me surge la duda, y me
siento como un quijotesco cómplice de su imaginación desbordada.
Durante
uno de los capítulos, el señor Tagomi y
también Juliana,
sufren caóticas y lisérgicas experiencias, que les hacen confundir
su realidad, y que son confusas y enrevesadas para el lector. Parecen
ser víctimas de la confusión sensorial de diferentes realidades
paralelas, como si echasen un vistazo a la nuestra, o a otra.
Spoiler de los gordos: En especial, el trance de Tagomi San, me recuerda a la película Origen, en la que cuando la experiencia en el mundo onírico del sueño se les escapaba del control, recurrían a su "tótem" personal, su pequeño objeto para recordarles que pertenecen a otra realidad, y es tan parecido eso a la experiencia interdimensional de Tagomi, con el pequeño alfiler tallado por Frank y comprado al señor Childan, que casi no me queda duda de la inspiración de la película de Nolan.
El Hombre en el
castillo y La
langosta se ha posado, son como
dos tarrinas de yogur vacías unidas con un hilo largo de coser, se
comunican, se mandan mensajes. Ucronías dentro de ucronías.
Realidades paralelas, paradojas, al más puro estilo Donny
Darko muchas décadas antes. O
el autor que se mete dentro de su obra, como en Cool World.
La langosta se
ha posado, podría haberse
limitado a narrar a sus lectores como era el mundo en el que vivía
Dick, pero no, es
una tercera realidad en al que han ganado UK y EEUU, pero que no
corresponde con la historia real y académica, y propone una tercera
realidad distinta, cuyos vencedores coinciden con los nuestros, pero
que si Dick hubiese
estimado que era la realidad más óptima, podría haber empleado y
sin embargo al deshecha, continúa proponiendo realidades
alternativas más apetitosas para el personaje ficticio. El césped
del vecino siempre está más verde.
Tal
vez Dick, y digo tal
vez, esté mostrando así, mediante la ficción, la inconformidad con
su propia realidad. Como decíamos antes ¿Qué realidad es mejor
después de una guerra en realidad? ¿Cualquiera o ninguna?.
De
pequeño, vi una película en la tele, no recuerdo el título, era de
dibujos, de cuando en la televisión publica ponían todo tipo de
largometrajes de animación fantásticos, como Vampiros en
la Habana, o pelis de Bakshi.
Pues como digo, no recuerdo el nombre, pero me voló mis infantiles
sesos, Era un señor, que se metía a dormir en la cama, y soñaba
con un mundo, una ciudad, con todos sus habitantes, y cuando los
habitantes descubrían que eran fruto de un sueño, de un hombre,
inventaban a contra reloj la máquina que les sacaría del sueño, y
los llevaría a la realidad de aquél hombre que los soñaba, lo
raptaron mientras dormía, y se lo llevaron a una cámara
insonorizada donde no despertase nunca, para así ellos no morir. Con
lo que no contaron, es con que el señor, podría no despertarse y
seguir soñando, pero no tendría porque seguir soñando con ellos, y
en un cambio de sueño, todos se convirtieron en flamencos rosas que
alzaron el vuelo. Flipé. Y no flipaba tanto desde entonces hasta que
he leído El Hombre en el castillo.
Y
si nos ponemos estrictos, agnósticos, tal vez solamente Dick
nos lanzase un alegato a cerca de la verdad de las cosas, de la
realidad, de cómo percibimos la realidad, y de lo que nos creemos
que nuestros gobiernos nos dicen. La idea de que vivimos una gran
mentira por descubrir., como opinaba antes, la historia la escriben,
la diseñan, los vencedores.
LA PROSTITUCION DE LA LITERATURA
Y
entonces llegaron las plataformas de televisión digital, y le
echaron el ojo a aquellos grandes desconocidos del resto de cadenas y
productoras, los libros.
Que
pereza da leerte un libro de 1400 páginas, ¿verdad? No te
preocupes, yo te haré una serie de 1000 horas. Porque cómo ya
decíamos en anteriores entradas del blog, una imagen vale más que
cien palabras. Viva la televisión, y lo digo sin ironía, es un
inventazo, pero me joroba bastante la moda de convertir maravillas
literarias en series irreconocibles con el mismo título.
Sí,
ya sabéis de qué hablo, empezando por Juego de Tronos
que ha suplantado vilmente a Canción de Hielo y Fuego,
en lo que yo bautizo como la prostitución de la literatura. Pero a
ver, R,R,Martin, ¿por
qué lo hiciste? ¿dinero? ¿fama? Nos dejastes a tus hijos
primogénitos, los lectores, abandonados, huérfanos, desheredados,
para permitir la mutación de tus párrafos en imágenes de altísima
calidad y dramatización, pero que no son más que impostoras,
sombras de tu arte reinterpretadas, con un saco de licencias
creativas de guionistas que se han follado a tus personajes de forma
sucia e irrespetuosa, casi snab, para el orgásmico onanísmo
acelerado de millones de espectadores. ¿Por qué?
Y
entonces todo comenzó a valer. Daba igual que la obra original fuese
increíblemente buena, lo suficiente para no tocar ni un punto ni una
coma a la hora de llevarla a la gran pantalla. La productora tendría
siempre el derecho de pernada. Y luego vino por ejemplo Altered
Carbon.
Oh
Dios mio, qué ridículo afán de mutar una obra magnífica, solo en
pos de captar un target
objetivo de público mayor, añadiendo tendencias al nuevo guión
televisivo, dando importancia a personajes secundarios que no la tenían, inventando personajes nuevos, cambiándole la etnia y el
sexo a otros, solo para conquistar el share,
porque ahora, las grandes productoras deben emitir productos
feministas, multiétnicos, y no se... etereogástricos tal vez. Es
ficción, no un publireportaje educativo. ¿Por qué tanta corrección
destrozando la obra original? ¿Qué será lo próximo, la vida de un
Michael Jordan
interpretada por un blanco judío? Y no, no es una cuestión de
complejos, recordad que amo a los nazis, pero no los de verdad. Es
una mera cuestión artística, me resulta innecesario adaptar una
ficción tal cual es si ha sido un éxito literario certificado, sólo
para que las grandes productoras queden de snobs
pluralistas y nadie las tilde de nazis, de los de verdad.
Tan
hipócrita como los estados unidos del pacífico del Hombre
en el castillo.
Pero ojo, que es que claro, le tocó el turno a El Hombre en el
Castillo, 3 temporadas que van camino de una cuarta, que no he
sido capaz de ver completas aún (estoy en ello) pero que desde el
capitulo 3 de la primera, deja de tener nada que ver con el libro (lo
poquito que estaba conservando).
Porque de 250 páginas, ¿cómo es posible usar el mismo título para
300 horas de metraje? Válgame Dios.
Y como reconozco, son series donde han tirado un buen fajo de
billetes. Excelente vestuario, excelente decorado, excelentes efectos
especiales... Pero no lo llaméis igual que el libro del que se
inspira, porque es mentira y hace pupa.
En éste caso, la serie de Amazon, extiende el universo del
Hombre en el Castillo, con algunas licencias iniciales
innecesarias (como que la langosta se ha posado no es un libro, si no rollos de film de película enlatados, como capítulos del NO-DO), de corte populista, y continúa toda una trama a
posteriori de la novela, que bien, porque es ficción libre una vez
se fulminan las 250 páginas del libro, y de ahí en adelante, pues
practican el todo vale. Eso, y que nos tiran más a todos dos nazis
que dos carretas.
Y hasta aquí la entrada de hoy, que en realidad no tiene nada ni de
polémica, ni de punk, ni de incendiaria ni de ambigua, si
sabéis entender el punto de vista meramente artístico en cada uno
de mis quejidos.
¿Que falta hablar de la saga Wolfenstein? Nos vemos el
próximo tungsteno día, en la próxima tungsteno entrada, que mirad
menudo chorro de palabras hemos jiñado hoy aquí. Muchas gracias y
saludos a todos y todas, de todos los colores, religiones, sexos e
ideales políticos, incluidos los nazis malvados.
Que hoy los 3 reyes magos, que son cada uno de su padre y de su madre, os traigan más que carbón. Carbón solo a los nazis malvados. Y si es Carbón Alterado, en papel por favor, en papel.
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