EL DEPORTE Y EL FUTURO, DROGA Y CIRCO.
¿Qué tal la semana? Espero que bien
tungstenitas, deseo que no os hayan explotado más de la cuenta en
vuestras megafactorías ni que vuestro sector haya sufrido ninguna
guerra corporativa reciente. La vida es dura, pero siempre tenemos a
mano pequeñas alegrías que nos hagan sentir más humanos y menos
máquinas como los fármacos recreativos, la realidad virtual o el deporte.
El deporte, a casi todo el mundo le
gusta el deporte, verlo, que no tanto practicarlo, ya que el deporte,
nos guste o no, entraña sus riesgos para la salud aunque su
finalidad es precisamente mejorarla. Yo, por ejemplo, he quedado
seriamente averiado de los píes, precisamente, por venirme arriba
durante semanas con unas zapatillas de pobre, y ahora pago las
consecuencias, físicas y económicas, de tener que recibir un
tratamiento que no cubre la seguridad social para volver a caminar
sin ver las estrellas. Así que eso opino del deporte.
Pero verlo desde el sofá noruego de impresión
3D en mi salón de pladur y sinteplástico, con una cerveza y
ganchitos derivados del petróleo con acidulantes y conservantes,
¡eso ya es otra cosa!
Unos pocos elegidos llegarán a la cima
del deporte, se convertirán en dioses, ídolos superiores a los
políticos, los CEOs del zaibatsu, y las estrellas del chrome
rock. Deportistas de élite, la más flamante especie depredadora
del sistema. ¿Y el resto de deportistas que en su ascenso al ático,
pasan la puerta de entrada del rascacielos del Olimpo, pero se les
estropea el ascensor en la segunda, tercera o cuarta planta sin
llegar a la 20? Vaya, poco pensamos en ellos, que durante un tiempo
corto, se lucraron rápidamente, con pingües beneficios que se
evaporaron rápido, en malas gestiones e inversiones, y nunca
volvieron a ser nadie... Mucho psiquiatra.
Como aquellos héroes y heroínas nacionales, que dieron la plata, el oro o el bronce a sus naciones, y años después, acaban con la masa proletaria, compartiendo piso entre 4 y atendiendo en una category killer deportiva con su nombre en una chapita en el pecho del niki, porque ya nadie sabe quienes son ni lo que han hecho mientras les piden un par de Nikes del 43 del almacén.
Como aquellos héroes y heroínas nacionales, que dieron la plata, el oro o el bronce a sus naciones, y años después, acaban con la masa proletaria, compartiendo piso entre 4 y atendiendo en una category killer deportiva con su nombre en una chapita en el pecho del niki, porque ya nadie sabe quienes son ni lo que han hecho mientras les piden un par de Nikes del 43 del almacén.
Sí, el deporte es cruel, es un negocio
que desprestigia el esfuerzo, sacrificio, dedicación y logros de
quienes lo practican tanto como sus beneficios, eclipsando sus
riesgos, y cada generación sigue inundando los sueños nocturnos de
pequeños y mayores. ¿Y cuando les pregunto a mis cachorros de la
familia qué quieren ser de mayores? Responden sin ninguna
duda...futbolistas, angelitos míos, qué miedo.
El negocio y el mundo del deporte es un
mundo lunar, con la cara visible y la cara oculta, con mucho helio 3,
un mundo corporativo que se sostiene sobre intereses económicos y de
ingeniería social, diseñado por los titiriteros para moldear los
estratos, sin ninguna duda. El espectáculo deportivo en la clase
proletaria y media, es como el crack para la clase desfavorecida, es
opio, pan y circo, fanatismo religioso.
Son un grupo de gente capaz de criticar cualquier otra afición o actividad que no sea la de ir al estadio con la cara pintada, un tambor, bufandas de colores y cascos de vikingo, plumas de indio o pelucas de rizos. Gente que se considera digna y normal a diferencia del resto que juegan con espadas de gomaespuma, leen tebeos, saltan bancos del parque o lo que sea que hagan esos frikis. Es esa misma gente, orgullosa de sus costumbres (y por que no, cuidado, cada uno camela como quiere camelar si dejas a los demás camelar también) dispuesta en ocasiones a partirse la cara contra otros seres humanos exactamente iguales que ellos pero con otros colores en su disfraz. Parte de esa misma gente, entrará en la trampa del sistema politizando su afición, atribuyendo valores políticos a sus camaradas de grada o a su propio equipo y sus dirigentes.
El efecto del deporte sobre la sociedad es demoledor. Lobotomiza y moldea a la víctima más que un político, más que una compañía de telecomunicaciones, más que el refresco de Cola extra azucarado y más que nada que puedas amar más que a tus hijos y tu pareja sin darte nada a cambio, sin compartir contigo ni uno de los céntimos de los millones y millones que generan diferentes empresas buitre al rededor gracias a tu pasión por ello.
Pero no me malentendáis, no lo critico, formo parte de esa misma trampa en otros sectores del espectáculo como el cine o la música, donde encontraremos perfiles muy similares. El ser humano somos así, susceptibles de idolatrar.
Son un grupo de gente capaz de criticar cualquier otra afición o actividad que no sea la de ir al estadio con la cara pintada, un tambor, bufandas de colores y cascos de vikingo, plumas de indio o pelucas de rizos. Gente que se considera digna y normal a diferencia del resto que juegan con espadas de gomaespuma, leen tebeos, saltan bancos del parque o lo que sea que hagan esos frikis. Es esa misma gente, orgullosa de sus costumbres (y por que no, cuidado, cada uno camela como quiere camelar si dejas a los demás camelar también) dispuesta en ocasiones a partirse la cara contra otros seres humanos exactamente iguales que ellos pero con otros colores en su disfraz. Parte de esa misma gente, entrará en la trampa del sistema politizando su afición, atribuyendo valores políticos a sus camaradas de grada o a su propio equipo y sus dirigentes.
El efecto del deporte sobre la sociedad es demoledor. Lobotomiza y moldea a la víctima más que un político, más que una compañía de telecomunicaciones, más que el refresco de Cola extra azucarado y más que nada que puedas amar más que a tus hijos y tu pareja sin darte nada a cambio, sin compartir contigo ni uno de los céntimos de los millones y millones que generan diferentes empresas buitre al rededor gracias a tu pasión por ello.
Pero no me malentendáis, no lo critico, formo parte de esa misma trampa en otros sectores del espectáculo como el cine o la música, donde encontraremos perfiles muy similares. El ser humano somos así, susceptibles de idolatrar.
Por eso el deporte es un negocio actual
que encaja en la distopía futurísta mejor que cualquier otro.
Porque el zaibatsu ha llevado el espectáculo deportivo a cuotas que
aún no han tocado límite, y que seguro evolucionarán a cúspides
inimaginables por nadie, o tal vez ya imaginadas en la ciencia
ficción una vez más. Porque
el deporte es cyberpunk,
tiene sus antihéores, anárquicos, malos ejemplos, sancionables,
rock stars de la pelota, la raqueta, el hierro o los guantes.
Individuos volátiles, drogadictos, políticamente incorrectos,
antisistema, viciosos y puteros, que podrían liderar alzamientos
populares con sólo chasquear sus dedos. ¿Por qué no lo hacen? ¿Qué
ejemplos tenemos hoy en día?
Héroes
de la clase obrera y líderes de lo incorrecto como Maradona y Tyson;
asesinos monstruosos como Pistorios y OJ Simpson; ácidos detractores
de lo establecido y agitadores como Rodman y Barckley; tramposos como
Armstrong; y líderes políticos y espirituales como Mohammed Alí o
Jessy Owens, que si los comparamos con los demás personajes citados,
tristemente, pertenecen a otra época, una época épica no tan
lejana con necesidad de ideales, con hambre en la conciencia, con
ganas de luchar, una sociedad de la que deberíamos rescatar valores
y cambiarlos por todo ese somnífero y cloroformo social impuesto por
el orden mundial como es el sexo, las drogas, los likes y los
pulgares hacia arriba. Otros, como el antiguo piloto de Rallies Claude Maurice Marcell, decidieron en vez defender unos valores, crear los suyos propios y montar sectas. ¿Entendéis a dónde voy? Es triste que se hayan convertido en role
models
auténticos perdedores como ellos, porque pese a sus goles, triples o
touch downs y k.o.s, son perdedores de la moral, son máquinas de
entretener, marionetas del sistema, droga, son droga para el pueblo
transmitiendo un mensaje erróneo, una fake
new
que dice “puedes llegar a lo más alto siendo un patán”, y así
va la sociedad, con niños pensando que ¿para qué estudiar si puedo
anotar tantos, tener mujeres y esnifar droga pura? Pero incluso para
eso, hay que esforzarse mucho, y lo que es más importante, la
segunda fase, hacer los contactos, estar en el lugar adecuado en el
momento adecuado, pasar por el aro del que suelta la gallina, tener
carisma, y renunciar a tu alma.
Porque
el juego de los deportistas de élite incluye las galas, la etiqueta,
las relaciones públicas con empresarios, actrices, periodístas
influyentes, políticos, abogados, economistas, el waltz de los millonarios, de la avaricia
que los deshumaniza poco a poco, de aceptar su posición de
depredadores en la pirámide, y del más tengo – más quiero. Y
terminarán cayendo en la trampa del patrón, convertidos en mulas de
sus intereses, culpables de malversación de fondos, cohecho,
testaferros, y toda una larga lista de delitos fiscales de guante
blanco, o casados con una heredera de casa real corrupta y pagando el
pato en prisión.
El
deporte es cuna y tumba de celebridades fuera de la cancha, dignas de
un cuento de Gibson,
capaces de verse involucrados en complots empresariales y políticos,
sucesos violentos, negocios de extraperlo y mercado negro, como Molly
Millions y Armitage,
sin ninguna duda. Poco se explota esa faceta humana, al margen de lo
profesional de los deportistas de élite. ¿Por qué? ¿No interesa?
¿Alguien lo restringe desde los sillones de piel y las enormes mesas
de cristal de una sala de juntas?
A
veces alguien se atreve a hablar de ello, y os recomiendo la serie
televisiva Ballers,
donde el mundo oscuro de las estrellas de la NFL queda medio
destapado en una ficción con mucha realidad autobiográfica. Entre
el quaterback de moda y la biografía de los Motley Crüe
hay pocas diferencias, dolares, drogas, burdeles, y una larga y
divertida lista de censurables aventuras al margen de la ley.
A
parte del carácter megacorporativo tan distópico que el deporte
encarna, sus conquistas socio culturales y cerebro planistas
impuestas desde posiblemente lugares como el instituto Tavistock, y
sus antihéroes, el deporte también representa algo digno de tener
en cuenta para imaginarnos el futuro, tecnología e I+D.
Mas
fuerte, más rápido, más lejos. Los griegos lo dejaron claro hace
siglos, y sigue siendo el lema de la actividad física, lograr que la
mente desbloquee sus puntos débiles para llevar el cuerpo a su
tope de explotación, como la mejor máquina de ingeniería creada
por Benz o Ferrari. Precisión, control, puntería, resistencia,
perfección. Para llevar los huesos y la carne al récord, hacen
falta mejores zapatillas, mejores raquetas, mejores motores, y ahí,
igual que un gobierno tiene la gallina de los huevos de oro en la industria tecnológica y armamentística (siempre que tenga enemigos claro), ahí es donde el deporte
moviliza el producto interior bruto de la nación. Ingenieros de todo
tipo, físicos, médicos, mecánicos a sueldo del deporte para
mejorar las herramientas del mismo, y toda una legíón de ciudadanos
de baja estofa en naciones en vías de desarrollo civiles (que no
industriales) de los que nadie se acuerda cosiendo y manufacturando
sus revolucionarios accesorios deportivos en barcos factorías
flotando sobre aguas internacionales por 1€ la hora, como en una
historia de Neal Stephenson.
Salvando los vacíos legales obvios, hay muy poca diferencia desde el
camello enjoyado de Manhattan al indígena cultivando coca en la
selva dentro de éste negocio. La cadena capitalista en movimiento
con casi idénticos efectos, manufacturar un producto millonario que
tiene al obrero entretenido y despreocupado, en resumen.
Todo
ese desarrollo tecnológico, podría derivar en un futuro ficticio (o
no) en mejoras genéticas para los deportístas, o incluso injertos
cibernéticos para seguir siempre mejorando el espectáculo, más
fuerte, más alto, más lejos. Me imagino el discóbolo con un brazo
cromado y me fascina la nueva humanidad que sueño con un toque
Windjammers.
Así
que no es locura que el deporte ocupe un interesantísimo puesto en
la ciencia ficción y
las distopías que
aún no he visto explotar con tiento en la literatura ni el cine,
pero tal vez sí en uno aparentemente menos formal como es el de los
videojuegos.
ROLLERBALL
Una
de las películas que a mi opinión abanderaría todo éste punto de
vista futurista del deporte es Rollerball
de 1975.
Dirigida
por Norman Jewison
(El violinista en el tejado, Huracán Cárter o Jesucristo
Superstar), nos llevará a un futuro pasado imaginado a finales de
los 70, y digo futuro – pasado porque nos ubica en nuestro ya
caducado 2018, ya sabéis cómo va ésto de la ciencia
ficción, tiene fecha. En ese
futuro que él imaginó, los gobiernos, los países, ya no existen o
son meros títeres de las corporaciones. Uhhhh, se me pone el vello
de punta, pura filosofía cyberpunk,
vamos bien.
Seis
corporaciones dominan el globo, la energética, la de alimento, la
bélica, y básicamente sin recordarlo ni haber tomado nota, cada una
representa una necesidad básica del capitalismo y el new
world order. De
una forma utópica, camuflada por los titiriteros fumadores de puros
cubanos, la sociedad ya no tiene guerras, ni enfermedad, ni paro,
pero todo está pre programado por las corporaciones, la libertad es
un espectro difuminado que el ciudadano cree disfrutar gracias a
tener las necesidades básicas cubiertas por la megacorporación para
la que trabaja, y sobre todo porque tienen Rollerball,
el deporte corporativo rey, el espectáculo número uno en todos los
hogares del mundo. “Que le den a lo demás si cada martes tengo mi
partido de rollerball”,
ya sabéis.
La
película, no obstante, es la adaptación del cuento de cifi
escrito por William
Harrison
con nombre Roller
ball Murder
que sintetizaba la misma historia.
Toda
la idea introductoria del blog de hoy resumida en un film, dejando
claro que yo no invento nada en mis reviews, sólo presto atención a
lo que vienen décadas avisando otros genios creativos.
El
caso es que Rollerball
es un deporte de contacto que mete en una cancha circular con
inclinación (similar a la de ciclísmo en pista actual) que conforma
un circuito ovalado por el que desfilarán ambos equipos sobre
patines y motocicletas. Alucinante mezcla.
El
objetivo, parece ser (y digo parece, porque en la película,
siguiendo muy bien las clásicas reglas de worldcrafting
del cyberpunk
apenas
nos explican nada ni nos introducen al cotarro) que consiste en
recoger una pesada esfera de metal que se lanza al campo cada tanto,
y tras dar varias vueltas al circuito sin haberla perdido o haber
sido placado, introducirla en una “canasta” única sobre la pista
para conseguir el tanto. Según lo vi me recordó al roller
derby
del que me he hecho asiduo en youtube hace poco.
Con
patines, velocidad, motocicletas y una pista ovalada, está claro que
va a haber contacto físico. La estética retro futurísta de los
jugadores tiene todo ese encanto del punk
con sus cascos, sus hombreras, mitones con tachuelas, y a la vez el
punto casposo retro
de jugadores con patillas, flequillos y correctos bigotes ralos de
vendedor de cadillacs en un concesionario.
La
película comienza con un partido de lo más llamativo, Houston
contra Madrid, me quedé boquiabierto y divertido con que Jewison
incluyese una mota de polvo setentera como Madrid entre las
metropolis mundiales que podría haber elegido para su distopía. Y
nos introduce a un equipo liderado por Jonhatan,
el capitán, un veterano jugador de rollerball
que lleva ya siendo el ídolo de los hinchas varias décadas, mucho
más de lo normal en un deporte tan veloz y violento donde las
lesiones obligan a las estrellas a jubilarse anticipadamente.
Jonhatan es
interpretado por James
Edmund Caan
(decir que es Sonny
Corleone
en El Padrino
debería ser suficiente), un deportista correcto, conforme a los
cánones sociales, fiel a la corporación energética que le provee
de un lujoso rancho, coche caro, ropa de diseño, helicóptero y de
diferentes mujeres , lo más llamativo, esa visión de que la
corporación no sólo te dará de comer, si no que saciará tus
apetitos sentimentales o meramente carnales con elegancia
proporcionándote una pareja profesional, sumisa, cariñosa y
complaciente, hasta que te canses de ella y le pidas una nueva a la
corporación. Totalmente impensable hoy en día, sin entrar a valorar
lo machista o incorrecto que puede suponer en nuestro pensamiento
social actual (también diseñado pro arquitectos de la mass
social obviamente), pero que dice mucho de lo vacuo que el ser humano
es por naturaleza cubiertas sus necesidades maslowianas.
Lo mismo nos da 8 que 80 si el viento sopla a nuestro favor.
Y
ojo, que precisamente, ese conformismo seccionario, ese don del
confort regalado sin hacer preguntas de por qué vías llega es uno
de los motores del cambio, porque ¿qué tienen los demás? ¿Qué
hace la corporación con los demás si está haciendo ésto conmigo?.
A
Jonathan
le remueven la conciencia cuando el presidente de su corporación le
invita a retirarse de forma muy persuasiva. Jonathan,
encarnando los valores de equipo, rebeldía y superación, derogará
la propuesta, poniendo en su contra al poder establecido y espoleando
a los hinchas de la clase proletaria a creer que es posible ser libre
en un mundo en el que la corporación son nuestros dueños y la mano
que nos da de comer.
Por
que claro, tras el estrellato del rollerball
¿que hay? ¿La corporación me quitará el rancho, la esposa
semestral, el helicoptero? El drama del deportista profesional real,
la caída desde el noveno piso como decían en la película de La
Haine.
Aún hecho éste inciso, esa no es la motivación de nuestro
Jonathan,
no quiero confundiros.
Jonathan
es testarudo, es ese tipo de héroe viril, macho alfa de otra década,
atormentado por la pérdida de su único amor verdadero, una de las
esposas que la corporación le proveyó y que no ha borrado de su
mente ni vuelto a ver en los último años. Un machote romántico que
sigue hacia adelante gracias al equipo y el rollerball.
Sin
rollerball
y sin chica, ya no le queda nada, su vida se derrumba, y decide
impedir marchitarse, rebelándose en la pista contra sus amos.
Comenzará
a tirar de la manta, a inmiscuirse en asuntos prohibidos, a husmear
en las entrañas del nuevo orden, expandiendo la profundidad de la
historia, presentandonos a Zero,
el superordendor corporativo que acumula todo el saber de la
humanidad (correctamente seleccionado y clasificado previamente por
las corporaciones), vamos, el internet de ahora, o una especie de
Multivac asimoviano
de
marca blanca.
También veremos como la sociedad se olvida de la realidad con fármacos recreativos a parte de con el Rollerball, en unas pinceladas snobistas pero denigrantes de un futuro ultraprocesado.
Jewison
nos dio una fiable (en aquella década) visión de los glamurosos
problemas del deportísta de élite, marioneta del poder, falso
libertino controlado, que llegado un momento de clarividencia
personal, decide luchar contra el director de orquesta. El capitán
se Houston es un antihéroe, un pez contra corriente, que rechaza los
regalos de la sumisión y se encabrita contra sus antiguos mecenas.
Toda una metáfora distópica repetida hasta la saciedad.
En
el apartado técnico, la película, que hoy en día tiene un ritmo
lento y el Rollerball
no le llegaría a la suela de los zapatos en velocidad ni emoción al
Motorball
de la Alita
de Rodríguez,
presenta guiños e influencias kubrickianas
que me recordaron a La
naranja mecánica
( años anterior) tanto en su visión futura inmediata de la moda
textil y la estética, como el uso de la música clásica de Bach
en la BSO para una película futurísta, dejando caer que el futuro
tendrá las mismas epopeyas, dramas y problemas que el humano lleva
teniendo desde la antigüedad. A fecha de hoy me parece una buena
película si tenemos en cuenta el prisma social y estilístico de
hace nada más ni nada menos 40 años. Con momento poéticos por momentos que tratan de gritarnos algo dificil de traducir (la escena del "tiro al abeto"). Y sobre todo, si comparamos
ésta arriesgada obra pionera, con su horrible remake
de 2002.
“Hay,
cómo hemos cambiado” decía la canción, y qué mejor recuerdo
musical que ese para despellejar Rollerball
de 2002, de la mano del polémico (por el caso legal Pellicano
contra
el FBI) John
McTiernan
(con joyas como Depredador y El último Gran Héroe) que nos regaló
un bodrio de gran tonelaje, reventando el clásico de Jewison
y la obra de Harrison,
con un elenco de actores suficientes e insuficientes totalmente
desaprovechados y mal dirigidos como el rapero LL
Cool J,
el siempre carismático Jean
Reno
y Chris Klein (
American Pie y otra larga lista de mediocridades a mi opinión)
resucitando a Jonhatan
como capitán de un equipo de rollerball
pero en una caótica actualidad del siglo Xxi, en extremo oriente, en
una nación satélite de la antigua URRS balcanizada donde todo vale
y las mafias locales campan a sus anchas mientras el proletariado es
no más que esclavos en minas de carbón, que sin mucho protagonismo
en el lore
andan por la ciudad montando manifestaciones y revueltas mientras el
resto de la sociedad mundial se lo pasa pipa con el rollerball.
En
ésta nueva versión, las moralejas rebeldes y los cánticos
antisistema y proratas de superación individual quedarán totalmente
al márgen, mitigadas y sustituidas por fallidas escenas de acción y
velocidad, chicas guapas y tíos cachas en busca del blockbuster.
Poco, muy poco puedo destacar de esa segunda versión, más que los
uniformes de los equipos de rollerball
están muy chulos con un toque menos deportivo que la original y
mucho más MTV, acordes con los 30 aós discurridos entre película y
película, y que lso equipos de rollerball
serán mixtos y no sólo masculinas, que no representarán
corporaciones, si no que son bandas de especialistas violentos y
zumbados criminales ganándose la vida sobre patines, y que la lacra
del rollerball
en vez de zaibatsus y empresas será la audiencia televisiva y el
enriquecimiento de los ejecutivos deportivos con prioridad sobre el
de los deportistas. Una crítica muy descafeinada a cerca de la mafia
deportiva en general, ajena a males sociales endémicos y leitmotives
distópicos, muy cogidito todo con pinzas, que lo único que refleja
es como decía al principio, la forma en al que ha cambiado el gusto por filmar, la
moda, el estilo y la sociedad desde los años 70 a los 2000, los
cambios de consumo por parte del espectador, Bach
sustituido por rap y punk californiano, patillas y bigotes por
biceps, crestas y silicona, uniformes protocolarios en la pista por
cascos de samurai y hombreras con pinchos, nada de ordenadores con inteligencia artificial controlando al sociedad ni nada por el estilo y bla, bla, bla. Pero nada,
absolutamente, nada más. Ningún acierto de guión, ninguna escena
divertida, nada, sólo estética, un videoclip de hora y pico.
LA ERA DORADA DE LOS 90 Y EL DEPORTE FUTURISTA EN VIDEOCONSOLA
Y del cine, al soporte que mejor nos transportó jamás al futuro y
sus deportes, el videojuego.
Principalmente
en los 80 y 90, cuando la distopía ligera seguía teniendo
hype
y recepción en las subculturas intelectuales y juveniles influida
por el cine del momento como robocop,
Mad Max, blade Runner, The Runningman
y un largo etcétera de clásicos atemporales.
De
todos y tras haber hablado de Rollerball,
tal vez los títulos Speedball
y Speedball 2
fueran los más carismáticos.
SPEEDBALL
1988,
Bitmap Brothers
(Xenon o GODS entre otros títulos) traían a la palestra de las
consolas de 8 bits como la NES de Nintendo y la Master System de
SEGA, un título que trató de repetir lo visto en la película
Rollerball
con algunos cambios de guión incluidos. Un equipo de deportistas –
gladiadores, con una estética chromed
digna del explotation
distópico – pandillero de los 80, disputarían la victoria del
futurista deporte más violento jamás soñado por el hombre en
nuestras televisiones del futuro 2095.
Copiando
más un reglamento cercano al hockey hielo, sustituía la pista de
carreras ovalada por una cancha vertical con dos porterías
enfrentadas. La bola metálica era puesta en juego y comenzaba un
alocado partido de rebotes, golpetazos y goles al que yo soy incapaz
de poner orden ni concierto. La velocidad de la bola, el control y la
dificultad de manejo, la latencia del control del jugador y otros
fallos monstruosos incluso para la época, lo convierten en un juego
icónico pero nada disfrutable.
Pero
tranquilos, porque pocos años después, 1990, limaron las aristas
del juego pariendo Speedball
2,
la liga había evolucionado tras múltiples temporadas, el deporte
violento rey había llegado al 2105, y eso, en el juego, se notaba.
La velocidad de la bola comenzaba a ser equiparable a la de los
jugadores y la reacción de los mismos a nuestras ordenes desde el
joy pad. La jugabilidad mejoró susancialmente aunque seguía siendo
endiabladamente dificil ganarle un partido a al IA. Los gráficos
eran más atractivos y coloridos, y sobre todo, la gestión del
equipo como en la mayoría de simuladores de deportes reales, fue un
acierto. Podíamos mejorar nuestros jugadores del equipo con mejores
protecciones de pecho o de cabeza, mejoras de velocidad en sus
piernas, mejoras de ataque en sus brazos, y en definitiva,
gestionábamos nuestro estilo de juego para después liarnos a golpes
en la cancha.
El
equipo aumentó de jugadores, los power
ups
disponibles en cancha ( a modo arcade) superaban a los de a anterior
edición, y Speedball
se
colocó con nombre propio entre los clásicos de la década 16 bits
como Megadrive.
Años
después, en playstation de sony, se trató de revivir la franquicia
con Speedball 2100,
que pasó totalmente desapercibido en el mercado y al que yo nunca
jugué.
CYBERBALL
La
NFL recibió su versión futurista de la mano de Atari,
con título Cyberball.
Los titánicos jugadores de football americano se convertirían en el
futuro del 2022 en robots de varias toneladas equipados con
tracciones de oruga, pinzas y sierras o cualquier otro ingenio
mecánico con el que avanzar yardas y aplastar a su equipo rival
hasta el touch down.
El juego era un simulador más que un arcade, y eso apra mi, era de
agradecer por dos cosas. La primera, soy un pesimo jugador de
videojuegos de deportes, siempre pierdo. La segunda, no tenía ni
idea de las reglas del football americano, con lo que necesitaba
tiempo para estudiarlas, aprenderlas, y tener una pizarra de coach en
el juego, para elegir las técnicas y las jugadas de cada pateo, me
venía de perlas.
Dicho
esto, puede parecer un jeugo aburrido y lento, pero a mi me gustaba
mucho más que Speedball
y lo alquilaba con frecunecia en el decomisos los fines de semana
para mi Megadrive.
Las explosiones de los jugadores y avanzar yardas eran dos factores
muy adictivos para intentar ganar, cosa nada fácil tampoco.
POWERBALL
Menos
popular fue Wresttleball
(powerball en
europa) para
las consolas de SEGA de la mano de Namco, lanzado en el 91. Una poco
exitosa mezcla futurísta de soccer, footbal americano y rugby, en un
5 VS 5 que incluía porterías y porteros, cyborgs, y mucha violencia
en la cancha, pero que no tuvo rivalidad con Speedball.
SUPER BASEBALL 2020
Aquí
llegó la versión del deporte rey en el caribe, japón y
principalmente la costa este de EEUU. Baseball
2020
de SNK en 1991 era una bestia de Neo Geo que gráficamente, con sus
movimientos, sus sprites, su paleta de colores y su jugabilidad, se
meaba en todos los deportes futuristas vistos en el resto de 8 y 16
bits.
Una
copia futurísta del baseball cuyos equipos, mixtos por cierto (bien
vista la paridad para una sociedad futura) integraban robots a parte
de humanos. La cosa se complicaba en cada tiempo, ya que el campo iba
cubriéndose de minas explosivas que dificultaban atrapar la bola
bateada por el equipo lanzador o interceptar las carreras a base o
home runs del bateador.
Con una dificultad media, y teniendo en cuenta que para ser un
deporte nada europe sus reglas son relativamente fáciles, éste
juego era un come monedas de los recreativos hasta que pudimos
disfrutar su port en megadrive entre otras consolas más populares y
baratas que la Neo Geo, oscura joya de deseo y hacedora de envidias
entre chavales de los 90.
SOCCER BRAWL
Y por fin, el deporte rey europeo recibía en 1992 su cyber
transformación de la mano de SNK de nuevo, convirtiendo en todo un
espectáculo de pixels y color el fútbol (soccer). Eso sí, la
versión del 11 VS 11 se reducía a la mitad de jugadores,
manteníamos el campo tradicional en una versión de vista horizontal
con scroll de izquierda a derecha, y añadíamos equipaciones
hi-tech, muchas faltas, empujones, zancadillas, y espectaculares
disparos a match-1 con su aura de super saiyan incluida tras la bola.
Toda una gozada en la que la IA era un rival cruel y complicado.
Siempre me quejé de que la vista de portería llegaba tarde y mal,
obligándonos a predecir su llegada (o mirar el pequeño mapa de
ubicación ene l margen inferior de la pantalla de juego, cosa
imposible mientras regateabamos) para saber cuando tirar sin que el
portero rival nos arrebatase la pelota. Ahora, luego te desquitabas
con unas cuantas faltas y patadas reglamentarias.
EL LEGADO
Estos
pueden ser los títulos más carismáticos, reconocidos, o solo los
que yo más he jugado, o los que mejor pueden representar la idea
ficticia de la evolución del deporte. Pero sin duda, hubo otros
muchos más títulos, que sin ser exactamente futuristas, o sí,
reinventaban la sana actividad del ejercicio con toques tecnológicos
o distópicos como por ejemplo Windjammers
(El
juego de frisbee más popular de la historia) o luchas de robots que
actualmente comienzan a tener su hueco y target entre la población
como deporte tecnológico y que hace años imaginábamos en los
videojuegos con títulos como Zero
Divide, Robo Pit o
Rise of the Robots,
que
viendo los nuevos modelos del Instituto de Massachussets para el
DARPA, dentro de no mucho serán estrellas de algún nuevo “deporte”
o espectáculod e ocio como en la pelíacula Acero
Puro,
dejando muy atrás esos pequeños barredores Rumba teledirigido con
una radial incorporada, diseñado por un fumeta de coficiente
intelectual superior, que combaten hoy en pequeños rings pero que ya
se televisan.
El caso es que lo miremos como lo miremos, todos imaginamos el deporte del futuro de forma violenta e inhumana, no falla, literatura, videojuegos, cine... ¿Acaso la naturaleza competitiva del deporte es en si violencia? ¿Es el deporte un generador de violencia social? Cualquiera que me lea va a tomarme por una especie de chiflado alborotador, de gordinflas vago anti ejercicio, de hater desmesurado, envidioso de la tableta abdominal de Ronaldo o los biceps de rafa Nadal. Pero no, tranquilos, el deporte me parece positivo, lo que no me parece tan positiva es la sociedad, que no sabe agarrar las herramientas que le dan por el mango, y siempre acaba haciéndose daño. Hoolligans, deporte politizado, acoso en vestuarios, fraudes fiscales, blanqueo de capitales de dudosa procedencia...Sí, eso también es deporte, el deporte a gran escala, es deporte prostituido y corrompido por los poderosos, y por parias convertidos en poderosos.
Ya lo decía Pirelli, la potencia sin control, no sirve de nada, que profundo.
El futuro es ahora amigos, no lo rechacen. Esto solo
acaba de empezar.
Por cierto, ¿conocéis novelas de deporte futurista o video juegos futuristas de tennis o baloncesto? Porque nunca las leí ni los jugué, así que no os cortéis en compartir.
¿Tal vez el baloncesto y el basket sean deportes de afición objetiva civilizada y no haya potencial para un público violento siendo poco rentable su versión futurista y explosiva? Ahí lo dejo...ojo... como suelo decir, tanto generas, tanto vales. Del tennis no se, pero el basket, vaya si mueve masas. Y ojo que las hinchadas en el este de Europa las hay bien punkys.
Hasta otra tungstenitas, y cuidado, que incluso en el mundo del ajedrez, la ciencia ficción tiene algo que decir, o mejor la realidad, y recordemos al hombre contra la máquina, Deep Blue contra Kasparov.
¡Hasta dentro de una semana más o menos!
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