WILLIAM GIBSON
Hoy he decidido empezar la casa por los
cimientos. Si me leéis ya habréis notado que sí, que me gusta la
CIFI, pero dentro del género suelo esquivar la tradicional
space opera (a excepción de Dune) y hacerme con cualquier
cosa que tenga una apariencia cyberpunk aunque a veces me
lleve un chasco (caso de Biónico por ejemplo). Me va más la CIFI
oscura que la dura, o los thrillers de ciencia ficción y las
distopías. Así que mucho estaba tardando en atreverme con la piedra
angular del cyberpunk según las Media Mass, aque pese a mi disección personal y subjetiva, goza de un mérito innegable, El Neuromante.
Yo, sinceramente, considero que El
Neuromante es sólo una introducción a la verdadera "chicha", los
títulos que la continuaron, Conde Cero y Monalisa
Acelerada... la trilogía del Sprawl.
Pero entraré en materia literaria más
tarde, id afilando desgarradores retráctiles y otras ciber prótesis
de filo de carbono, porque mi visión al respecto difiere de lo que
estamos acostumbrados a leer a otros aficionados y expertos. Pero
antes, me gustaría detenerme un poco en la figura del padre de la
criatura, William Gibson.
William nace en 1948 en Conway,
Carolina del Sur, en el seno de una familia monoparental de corte
clásico y tradicional, con una madre metidísima en el rol de ama de
casa y perfecta esposa, y un padre en el de traer dinero a casa con
un trabajo que le hacía estar poco en ella, en una agencia de
construcción e infraestructuras. El pequeño genio del cyberpunk
creció en Norfolk, Virginia, y a muy temprana edad sufrió la
pérdida de su padre, quedando sólo con su madre, quien muy afectada
por la viudedad, se encerró en sí misma y sus convicciones
religiosas. Supongo, tomándome ciertas licencias y asumiendo
hipótesis de cosecha propia, que William debía ser
introvertido y debió sentirse muy solo durante su desarrollo
juvenil. En entrevistas posteriores, el propio Gibson
describía su hogar en los Apalaches, como un sitio al que la
tecnología le costaba hacerse hueco, más que menos, y no compartía
la fe ni el fervor religioso de su madre. Me inclino a pensar en esto de su soledad, aún más cuando Gibson es enviado a un colegio interno para
chicos en Arizona, en medio del desierto. Sus pruebas académicas
demostraron su alto talento en lengua y literatura, y su
absolutamente nulo manejo de las ciencias y las matemáticas, cosa que me hace
gracia, porque me recuerda a mis propias notas académicas.
William pasó la edad del pavo
entre cintas y vinilos de música transgresora y lecturas Beatnik,
incubando muchas de las ideas que después integraría en su
cyberpunk como la crítica a
lo material y el consumismo, la experimentación con drogas, la
contracultura, el acercamiento a culturas orientales y exóticas con
otras políticas y sociedades diferentes al imperialismo
norteamericano, etc...
Todo
ese caldo de cultivo Beat,
esa sopa de rebeldía e inconformismo, llegó a su punto álgido con
la pérdida de su madre en la adolescencia, momento en el que vuelvo
a especular dándomelas del psicólogo que no soy, que el sentimiento
de soledad del William
Gibson, seguramente se
acentuó más, y a la vez, esa soledad le hizo
sentirse libre y despegado de todo su pasado, en ese cambio de niño a hombre, y podría haberse optado por ser fiel a sus convicciones y principios, como todo
adolescente hemos hecho alguna vez. En alguna ocasión escuché que “el
que de joven no tiene ideales por lo que luchar, no ha sido joven, y
el que los sigue teniendo cuando es viejo, es tonto”.
En ésa
explosión personal que es la adolescencia, influida por sus
lecturas contraculturales, Gibson
se escapa a Canadá para saltarse el servicio militar en plena guerra
de Vietnam, donde comenzará a desfasar con drogas y se involucrará con grupos juveniles pertenecientes a movimientos Punk y Hippies en el
verano del Amor del 67.
Respecto
a la abierta relación de Gibson
con las drogas durante su juventud, él mismo afirma que a tiempo
pasado lo ve como “hacerse una paja”,
desahoga pero no soluciona nada. En realidad cumple con el perfil
modélico de joven desestructurado con adolescencia turbia, pero con
intereses intelectuales, en la que unas cosas y otras suelen solaparse como excusa contra el
entorno social indebido, situación con la que también me he sentido muy identificado, y por eso me atrevo a empatizar y añadir notas de pié de página, totalmente subjetivas, en torno a éste breve
resumen de su vida y milagros.
No
quiero excederme más de lo debido con su biografía porque la tenéis
en Google,
y si os defendéis con el inglés, podréis verificar lo aquí
expuesto, y ampliarlo, con el documental No
Maps For This Territories,
que visualmente es un coñazo, con una edición muy amateur,
cansina y repetitiva repleta de cortinillas y filtros de primero de
edición, y un sin fin de tomas recursos inconexas, pero en el que el
verdadero protagonista es Gibson,
su palique y sus anécdotas vitales.
De
hecho, Gibson,
lo que domina de forma innata es la palabra y se le nota, su control
de la dialéctica es lo que me fascina. El tipo hubiese sido un
excelente agente comercial de ventas o presentador de la teletienda,
porque convence, hipnotiza. Puede estar soltando todo un guirigay de
pensamientos filosóficos y humanistas a cerca de la necesidad de la
tecnología y el posthumanismo,
que aunque no comprendiésemos o fuesen una sarta de paparruchas bajo los
efectos del LSD, nos lo creeríamos y después se lo contaríamos a
nuestros compañeros de trabajo durante el café, esparciendo las esporas
de su verdad. El tipo es un charlatán, tiene el don de la verborrea,
y gracias a eso mismo pudo escribir la trilogía del Sprawl
sin tener ni puñetera idea de ordenadores ni conceptos informáticos,
a diferencia por ejemplo de su coetáneo y camarada Rudy
Rucker.
¿Cómo
le dio a Gibson
por meterse en el cyberpunk
y convertirse en el adalid del movimiento literario y cultural?
Conociendo a otro de los fundadores del movimiento cyberpunk
en una convención de ciencia ficción, Shirley,
compositor de punk y escritor de CIFI.
Rápidamente, con los primeros cuentos que Gibson
aportó al círculo de los creadores del cyberpunk,
como iba a ser el caso de “Quemando
cromo”, Shirley,
reconocíó al nuevo miembro como el mesías del género que iban a
empezar a popularizar y que comenzaría a llevarse un premio
literario tras otro. El
Neuromante se llevó los
tres más importantes de la ciencia ficción en el mismo año tras su
debut.
EL NEUROMANTE
Mucho
se ha escrito y se escribirá sobre la obra cumbre del cyberpunk,
a la que Gibson
cataloga hoy en día de novela adolescente y visceral. Algo imposible
de repetirse por su puño y letra, debido a su evolución personal y
estilística, y cómo le entiendo. ¿Cuántas veces el fandom
hemos pronunciado, sobre autores y creadores, aquello de “Nada
como su primer libro, su primer disco, su primer cómic, su primera
película”, etc? Somos así de egoístas, no empatizamos nada con
los creadores.
Todo
amante de la CIFI recordará
siempre aquél comienzo:
“El cielo tenía el
color de un televisor apagado”
Una obra que no
recomiendo bajo ningún concepto como iniciación en el cyberpunk,
no, porque su traducción al castellano nunca fue fácil para ninguna
editorial, y su extrapolación poética se pierde en el camino,
convirtiéndose en ocasiones en una lectura confusa y dispersa, que
cuesta convertir en imágenes en nuestra (valga la redundancia)
imaginación mientras pasamos líneas. Dicho esto, quizás, sea una
evidencia de lo poco que sabía Gibson de tecnología e
informática, pero lo muy bien que se le da la redacción, inventando
términos creíbles del género que se asentaron para siempre, como
Ciberespacio, para referirse a aquella futura internet
que su circulo, y otros antes que ellos, imaginaron como panacea de
la información y comunicación global.
Para empezar en el
cyberpunk, yo os recomendaría “Snowcrash”
que es una novela muy accesible actualmente; o “Hardwired,
el hombre máquina” que pese
a que no es fácil de encontrar en papel, si disponéis de una
versión digital, es una lectura que entra con comodidad y sin
complicaciones para iniciarse.
Gibson
popularizó con éxito y
convirtió en seña de identidad otros términos como cowboy,
la matríz, los
gadgets
steam o por supuesto
el hielo para
referirse a programas informáticos defensivos o cortafuegos.
El
Sprawl, es ni más ni
menos, que la conurbación absoluta, la globalización urbana, el
escenario perfecto para un futuro súper poblado y altamente
dependiente de la tecnología. En el Sprawl,
kilómetros y kilómetros de ciudad continuada, con centros
neurálgicos y downtowns
unidos unos a otros por ensanches urbanísticos, la
multiculturalidad, las clases sociales en exclusión, las zonas
desmilitarizadas, los getos, y la supervivencia urbana en su máximo
nivel de expresión como antes nunca habíamos visto, se convierten
en el entorno en el que los protagonistas de Gibson
se ven obligados a desenvolverse. Y cumplimos de éste modo el dogma
cyberpunk
que Gibson adquirió
en sus adolescencia descarriada y Beat,
y sus vivencias contraculturales, consignas punk
y rol models
anárquicos y antisociales. La jungla crea animales, y la ley de la
calle es ser el más fuerte. En entornos económicamente hostigados y
socialmente depresivos, el que quiere sacar la cabeza a respirar
aprende a hacer relojes. Picaresca, ilegalidad y criminalidad. La
sociedad los hizo hacerlo, víctimas del sistema. Se crea el eslogan
cyberpunk,
“el perfil bajo, la
tecnología cara”.
Un
futuro cercano inspirado por la novela noire
pero iluminado a golpe de neón y pantallas de fósforo que sin
previo aviso golpeó a Gibson
durante su proceso creativo cuando Ridley Scott
estrenaba Blade Runner,
haciéndole decir algo parecido a “Esta
película es todo lo que yo había imaginado de Neuromante”.
Y es curioso, porque es mérito de Scott y
su equipo creativo, ya que la costa Oeste imaginada por K.
Dick en “Sueñan
los androides con ovejas electricas?”
ni por asomo era tan tecnológica como la de la película, si no más
bien una decadente ruina post atómica de lo que había sido la
civilización occidental, con supervivientes de perfil bajo, mal
organizados, y okupas. De hecho, en Blade Runner,
no hay ni rastro del ciberespacio ni de la influencia de las posibles
inteligencias artificiales, pese a que K. Dick
en la novela original, presentaba aquellos cubos sensoriales de los
merceristas,
con las que vivían experiencias virtuales del martirio de su
profeta. Aquella película, nos enfrentaba a los replicantes,
que pese a ser entidades orgánicas artificiales, con libre albedrío
y consciencia de sí mismas, no profundizaba tecnológicamente en las
miles de posibilidades que brinda el software propuesto pro Gibson.
La
novela asentó todo el punk
de lo cyber,
convirtiendo en norma sagrda del género las pandillas juveniles
armadas, las drogas, realidad virtual, los implantes cibernéticos y
de software neuronal, las inteligencias artificiales, y las mega
corporaciones. Todo lo tiene Neuromante.
Tiene acción, violencia, personajes misteriosos como la icónica
Molly, Rastafaris
orbitales, Ninjas guardaespaldas... tenía todo lo que la cultura pop
de los 80 quería, pero en el futuro cercano, multiplicando las
posibilidades. Un cocktail espectacular con una prosa superior a la
de cualquier guión de acción barata, pero con los mismos
ingredientes. Gibson
había optimizado las herramientas, sentando cátedra.
No
contento con darnos un apasionante thriller
de acción futurista, inyectó en la novela un montón de conceptos
sociales sobre los que pensar, o así lo veo yo, como por ejemplo:
El poder que ejercen las grandes multinacionales en las economías
globales; La tendencia de la sociedad a utilizar y depender de la
tecnología; la estratificación social y sus consecuencias; Los
aspectos negativos del titánico avance de la humanidad hacia el
progreso; Las cuestiones morales que podrían generar en el futuro
los adelantos médicos y técnicas como la clonación humana; El “Yo”
y la inmortalidad...
Por
todo esto, y por el estilo, os indicaba anteriormente que Neuromante
no debería ser el primer capítulo en al biblioteca cyberpunk
de nadie. Por mucho que Gibson
lo rechace, no es una novela meramente juvenil, otra cosa es que el
autor, haya madurado tanto que sea incapaz de rebobinar al estado
anímico y los juveniles ideales utópicos (o distópicos) que le
inspiraron a firmar la piedra angular de todo un subgénero.
La
historia, sin spoilers,
y muy resumidamente viendo el volumen de texto que hoy voy a
alcanzar, se puede reducir muchísimo a como tres personajes se ven
envueltos en un complot empresarial con intereses cruzados. Ellos son
Case, un cowboy
del ciberespacio;
Armitage, un agente
libre de diferentes organizaciones corporativas, gubernamentales y
paramilitares; Y la punta del triángulo, Molly, una
belleza ciberaumentada
que nada tiene de frágil si no más bien de peligrosa, una ciber
asesina a sueldo que
arrastra traumas y misterios.
Reunidos los tres por haces del destino urdidos en las sombras de las
altas esferas, tendrán que salvar el pellejo una vez entran de lleno
en una bola de mentiras y traiciones mafiosas que los llevará de
viaje por Asia, Norteamerica, y las colonias orbitales lunares. Su
final nos dejará helados. Stop.
¿Qué puedo aportar yo que no se haya dicho de Neuromante a
estas alturas, más de 30 años después de su estreno? Poco, debería
ser un virtuoso analista, y no lo soy. Pero diré que Neuromante
es sólo el principio. Y que mucho encontramos acerca de la obra,
pero no de sus continuaciones, que a mi parecer, son la verdadera
guinda del universo Sprawl.
EL CONDE CERO
Tras el éxito de Neuromante, vino Conde Cero, que en
español no da todo el juego que da en su idioma madre, Count
Zero, que jugaba con la dualidad de entenderlo como un título
nobiliario, o “Cuenta a cero”.
La novela se presenta como un capitulo a parte de Neuromante
en el universo del Sprawl, pero aunque puede leerse con
independencia de no haber leído el primero, es muy aconsejable, ya
que pese a que todos los personajes de la historia, incluidos los
protagonistas, son nuevos y no comparten un pasado directo con Case,
Armitage y Molly, todo el entorno nos hace entender
mejor la primera novela, y a demás encontraremos guiños del
universo Sprawl ya conocido en diferentes capítulos.
A diferencia de su predecesora, la obra tiene una narrativa muchísimo
más fluida, mmenos dispersa, carente de algunos de esos saltos de
hilo que tanto me despistaban, sin quiebros ni perifrasis, ni
aspiraciones prosaicas ni poéticas, es mucho más novelesco,
directo, está enfocado, y se agradece siendo sincero. Una narrativa,
no por ser más “rococó” ha de resultar mejor por ello, y Conde
Cero va mucho más al grano, aunque e ocasiones me haga algún
regate.
Ya no es confuso como un manga de Masamune leyéndose de
derechas a izquierdas en el que no nos ponen en situación y nos
enredan con personajes sin pasado y tramas geopolítcas que parecen
trabalenguas. Conde Cero es mucho más cercano.
En ésta ocasión seremos testigos de la evolución de un cowboy
novato, Bobby Newmark y su evolución involuntaria como jinete
de datos; Una marchante de arte llamada Mary Krushkova
contratada por un extraño coleccionista interesado con todos sus
activos en conseguir unas extrañas creaciones artísticas; Y el
personaje cuya trama más se me atraganta por los mismos defectos o
características que daban personalidad a Neuromante, la
confusión, protagonizada por Turner, un experto en seguridad
privada contratado por una compañía de I+D para un trabajo de
extracción civil. La introducción de Mitchelle, una de las
civiles que debe ser escoltada por el grupo de seguridad de Turner,
es la más enigmática de todas las vías argumentales cruzadas que
el libro nos muestra, y no voy a spoilear de más, porque se
convertirá en una piedra angular del cierre de la trilogía.
De éste modo, Gibson opta por un nuevo estilo de contar
historias, que entrelaza las vidas de diferentes protagonistas, en
diferentes puntos del mundo, que sin quererlo convergerán en la
misma trama urdida por los marionetistas en la sombra.
Conde Cero,
expone el Sprawl
desde dentro, mucho más de dentro que Neuromante,
transportándonos al corazón de los barrios de esa megaciudad,
presentándonos a su clase media y a su clase baja con un toque de
Blackxplotation futurísta
que me encantó, personificado en una banda de delincuentes surtidos
afroamericanos, tremendamente importantes en la trama, con su slang
más que menos ricamente traducido, sus pomposas pintas funky,
y una cultura techno religiosa que bebe del vudú.
Sin duda, un grupo de
personajes que recordaremos por mucho tiempo.
Gibson
nos introduce en las arcologías,
el proyecto urbanístico futurísta más empleado en al CIFI,
desde que el arquitecto Paolo Soleri acuñase
el término y comenzase la edificación de Arco
Santi en Arizona. Estos
megaedificios,
constituyen una mini ciudad en si misma, capaz de albergar miles de
familias en sus viviendas, pretendiendo ser autosuficientes, pudiendo
en la teoría permitir a sus inquilinos crear sus propias fuentes de
energía y de alimento, e incluso, para ello, ofertando puestos de
trabajo a sus propios habitantes.
El
libro volverá a hacer excursiones apasionantes pero poco científicas
al ciberespacio,
mejores y más detalladas que en Neuromante,
con toda esa jerga pseudotécnica inventada por Gibson,
y la importancia de las inteligencias artificiales y los programas
independientes que andan sueltos por la red vuelve a ser principal,
con un renovado peso incluso. Las realidades virtuales y el intento
por diferenciar como verdaderas o falsas las experiencias percibidas
en esos entornos casi reales, serán practicamente una constante en
éste segundo capitulo de la trilogía, que si bien se puede leer sin
Neuromante, como
decíamos antes, en mi opinión, es imprescindible si queremos pasar
al tercer tomo, Monalisa Acelerada.
Las cuestiones existenciales que subyacen bajo la ficción de Conde
Cero, volverán a girar en torno a la “identidad” y el “ego”
en diferentes realidades, la física y la virtual, a las que el ser
humano parece estar avocado a enfrentar en su carrera y evolución
tecnológica, hasta el punto en el que el hombre será máquina, y la
máquina se creerá hombre, o más aún.
Si en alguna ocasión algún capitulo se nos hace bola, aunque no
creo que sea el caso con los maravillosos momentos de la banda de
“pimps”, el reencuentro con el Finlandés, o los entornos
virtuales del parque Well en Barcelona... Tomad un respiro, y
retomarlo, porque el final es a mi humilde opinión, doblemente
apoteósico respecto al de Neuromante.
MONALISA
ACELERADA
Y entonces llegamos al desenlace, MonaLisa Acelerada, que ha
evolucionado en la misma dirección en la que ya avanzaba Conde
Cero, o eso, o ya me había acostumbrado por completo a la
retórica de Gibson sin darme ni cuenta. La obra que concluye
todos los caminos que los personajes que ya conocemos han tomado.
En ésta ocasión, es imprescindible haber leído el resto de la
saga, me da igual el orden, y es difícil decir por qué sin spoilear
nada, ahora que ya conocéis por encima, gracias a mis pequeñas
sinópsis, el reparto de papeles en ésta epopeya distópica. Pero
volveremos a encontrarnos con muchos personajes de Neuromante y
de Conde Cero, y muchas cosas tomarán un cierto sentido si
antes no lo tenían. Es un broche perfecto para dejarnos satisfechos
y aclarados respecto al Sprawl.
Gibson
no ha hecho muchos esfuerzos anteriormente en explicarnos la sociedad
y el lore del Sprawl,
da por hecho de que somos capaces de seguirle zig
zageando en la oscuridad
en un laberinto de callejones sin luces, y pobre de tí si le pierdes
el rastro. Pero nos hemos ido haciendo a la idea, y en Conde
cero ha sido algo más generoso
con las descripciones del lore
urbano norteamericano y europeo. Pero en Monalisa,
nos ofrece un nuevo entorno, suburbios fuera del Sprawl,
áreas chabolístas y en abandono, residencia de okupas organizados
en pequeñas pandillas o clanes, en un estilo que nos recuerda un
poco a Mad Max, los
edificios abandonados donde habita Isadore
en “¿Sueñan los
androides con ovejas eléctricas?” e
incluso el film The
Warriors.
Ese nuevo entorno que Gibson
no
nos ubica geográficamente en el imaginario mapa de los nuevos
Estados Unidos de América, pero del que dice es frío y yermo, es el
inhóspito Dog Solittude, un nuevo escenario sin luces, neón, ni
rascacielos, si no chatarra y fábricas abandonadas, en las que un
grupo de parias formarán parte involuntariamente, les guste o no, de
los grandiosos acontecimientos que están por venir.
El
papel de la joven Angie
Mitchell y
sus “dones” para bucear por el ciberespacio, serán el epicentro
de los sucesos, que se expanderán en ondas sísmicas en las páginas
de la novela, creando efectos al resto del plantel que no quiero
desvelar, porque si lo leéis, será muy satisfactorio volver a
reencontraros con estos protagonistas.
Gibson
añade a la fiesta a Mona,
una prostituta vícitima de las conspiraciones de un grupo mafioso, y
a Kumiko,
la hija de un Oyabun Yakuza extraditada a Londres por su seguridad.
El
libro vuelve a optar por el desarrollo de tramas en paralelo, como en
Conde Cero,
y visto lo visto en las anteriores entregas, ya es difícil innovar
nuevos conceptos, tecnologías, y leit
motives
filosóficos al respecto. Es una obra más plana y menos exigente,
pero no por eso desdeñable, ya que es totalmente necesaria para
terminar la trilogía, y el argumento es completamente enriquecedor.
Pese
a que es un cierre argumental perfecto, Monalisa
Acelerada,
ya digo que no es la novela más brillante de las tres, pese a que me
encantaron los hechos acontecidos en Dog Solittude y el reencuentro
de personajes. Pero el estilo original de Neuromante
va esfumándose poco a poco en ésta última historia, loq ue la hace
mucho más fácil de leer, más accesible, pero pese a todo, uno
acaba echando de menos al viejo Gibson
y su tortuoso estilo.
La
trascendencia y la singularidad son los aspectos cenitales de la
trama principal. En mi opinión, Gibson
asume el destino del homínido actual en una inevitable transición
evolutiva conjugándose con la tecnología para siempre.
¿Y
QUÉ MAS?
Si habéis llegado hasta éste
párrafo, os felicito, porque reconozco que la lectura de hoy es
larga, tediosa, y que yo me enrollo más que las persianas, pero como
podéis observar, la potencia y énfasis de la trilogía del Sprawl
va normalizándose, perdiendo fuelle, y mutando de genialidad a una
narrativa CIFI
menos compleja, para todos los públicos. El propio Gibson
se confiesa en No Maps
for this Territories,
de una forma muy cyberpunk
“Ya
no tengo acceso en mi memoria a aquella información que plasmé en
Neuromante,
no puedo repetirlo”
Lo que no se salta un canguro, es
el poso de imaginería universal para todos los autores y lectores de
CIFI
que dejó el Sprawl
desde entonces, a nivel mundial. Su slang técnico, creado por un
tipo que no tenía ni idea de informática ni software; Sus
escenarios urbanos; Los personajes adictos a sustancias químicas y
con pasados de dudosa reputación; Las inteligencias artificiales
asumiendo el rol de dios; Las guerras corporativas libradas en la
sombra por mafias despiadadas con armamento mortífero... Todo
aquello, dibujó el escenario del cyberpunk.
Y todo ésto, no
significa que todo valga, porque en el camino, nos quedamos con la
forma, pero perdemos el contenido.
No todo lo que traiga neones,
holopantallas, miembros cibernéticos y todos los ingredientes que
acabo de citar que Gibson
metió en el horno de Neuromante...
No todo es cyberpunk.
Gibson
ha evolucionado como persona, sus inquietudes han variado, ha escrito
mucho desde el Sprawl,
su estilo ha evolucionado y ha adoptado otros enfoques, en los que
subyacen nuevas preocupaciones y críticas, pero tenemos que recordar
a aquél joven desubicado, huérfano, influido por movimientos
antisistema y la anarquía antibélica, insumiso, que coqueteaba con
las drogas, sin muchas más aspiraciones que leer y escribir bajo los
efectos de una nueva droga. Aquél muchacho que ya no existe, que
duerme en el interior soterrado del Gibson
maduro y experimentado, debajo del escritor de cabecera CIFI,
artista multidisciplinar, guionísta... Aquél joven Gibson
era el cyberpunk,
sus valores, sus utópicos sueños contraculturales a ritmo de música
y delirios. Sus ganas de joder, de molestar, de escupir a la cara en
la sociedad burguesa, modélica y correcta, eso es cyberpunk,
y debe seguir siéndolo.
Que
los enormes decorados de luces LED fosforitas, las aparatosas gafas
de realidad virtual con docenas de cables conectados a clavijas en la
espina dorsal, los vehículos hibridos aéreos, ni ningún otro truco
de prestidigitador narrativo nos hagan olvidar, que el cyberpunk
se sirve crudo y sangriento.
Gracias
William.
Nadie “te quita lo bailao” aunque tú mismo te sientas ajeno a
ello, incapaz de revivirlo. Gracias.
¿Y
qué más? No se... quizás todo lo demás, como The
Matrix, El Cortador de Césped, Ghost In The Shell…
¡Todo!
Por
último, que aquí somos muy de pixel,
hacer mención al videojuego de Neuromancer,
que no, nunca he jugado, en mi casa no entró un ordenador de la
vieja escuela en la época correcta hasta la aparición de los
primeros multimedia en Windows,
y éste título de entretenimiento data del 88, firmado por uno de
los clásicos más clásicos donde los haya, Interplay.
Como no lo he jugado, no voy a
dármelas de listillo, pero no puedo dejar pasar la oportunidad de
que sepáis que existe, que se basa en la novela, pero no recrea su
hilo argumental, y que se trata de una aventura con puzles.
Creo que va siendo hora de cortar
el cordón umbilical que me une a la entrada de hoy, y dejar para el
futuro los rumores de una posible versión cinematográfica de
Neuromante, tan
malditos aparentemente como el Dune
que al final ha adoptado Villeneuve;
El por qué las editoriales españolas no reeditan Conde
cero ni MonaLisa
Acelerada y la
especulación de éstos títulos en el mercado de segunda mano; Las increíbles portadas de Josán González para las ediciones brasileñas de la trilogía; etc,
etc.
Gracias de nuevo a todos y todas,
y un enorme saludo, hasta la semana que viene.