NEIL BLOMKAMP Y JOHANNESBURGO
00:00 Horas, el momento de ciber
brujería, abro el terminal portátil, cargo el editor de texto
sensorial, y dejo fluir mis ondas cerebrales convirtiéndolas en
caracteres de comunicación escrita.
Llevo retraso en la conexión, el
último ferry de la colonia minera de asteroides en el que vuelvo a
casa tras mis jornadas laborales llegó tarde por culpa de un brote
de clamidia mutante en los camarotes de la decimo quinta bodega,
naturales de Colonia Medusa B, luego se quejan de su fama...
Pero vuelvo a estar en Tierra 1, en mi
apartamento de la corporación, cuatro paredes de moduplast, un
compilador de materia y una vaina de higiene y descanso. Al fin puedo
compartir con otros humanos mis inquietudes.
Esta noche quiero hablar del séptimo
arte, de una película que para mi resultó ser un soplo de aire
fresco, no muy original en su concepto, pero tremendamente divertida
y con un gusto estético rompedor. Una perfecta foto cyberpunk
sin abusar del neón ni los aerovehículos. No.
Un
cyberpunk cercano, de
manual, con tecnología que parece podría estar a un paso de
estrenarse en el próximo conflicto bélico a gran escala, aspectos
familiares de la informática, plausibles, y una mega urbe palpable,
peligrosa, con problemas sociales y tremendas brechas en los estratos
ciudadanos. Desmenucemos poco a poco esos puntos de “manual”
cyberpunk en Chappie,
nuestro filme protagonista de hoy.
Chappie
es una cinta de Neil Blomkamp,
sudafricano/canadiense fan del cine
verité
y el estilo documental
que nos enamoró (o al menos a mi) con Distrito
9,
largometraje que incluía todas las características de esa
personalidad que iba a adjudicarse como seña de identidad desde
entonces. Una historia de ciencia
ficción
que me recordó en esencia a la vieja Alien
Nation,
renovada y deconstruida, con elementos pop
de las tendencias actuales, y nuevos elementos más acordes a nuestra
nueva forma de entender el cine de alienígenas y enfocarlo a través
del prisma del racismo sin dejar de ser una historia fantástica de
cifi
en todo momento. Un must
que
seguro que abordaré de nuevo en un futuro distópico cercano.
Ese
debut en la industria de los “mayores”, se produjo principalmente
a la atención que causaron sus cortometrajes indie
en Peter Jackson,
y bueno, me atrevo a aventurarme a opinar que es un creador con su
propio universo, concienciado en darle un sentido a sus ideas a
través de su propia gran creación global, de donde salen el resto
de sus futuras obras. Todo en su carrera parece ser una cadena gruesa
y bien forjada, de eslabones, que dependen unos de los otros y que
están forjados en el mismo metal. Suena muy “metafórico”, pero
no se me ocurre otra forma de explicarlo improvisadamente en mi
teclado. Si hilásemos mucho, encontraríamos puntos de unión,
nexos, entre unas y otras de sus historias, en forma de ideas
remanentes y easter
eggs
en común.
La
cosa es que las influencias de Blomkamp
se
repiten en su obra, existen
leit motivs,
que
se repiten, desaparecen y vuelven aparecer, ideas que nunca son
desechadas por completo, y renacen más adelante, consolidando un
universo personal único y fácil de reconocer.
Distrito
9,
es en verdad, una idea expandida de su cortometraje Alive
in Joburg.
Y
es precisamente Johannesburgo (Joburg), la eterna protagonista de la
mayoría de esas historias entrelazadas de sus ficciones. Lo fue en
Distrito 9,
y lo es de nuevo en Chappie.
Una
gran ciudad global, crisol de ciudadanos de todo el globo en busca de
negocios, casi 4 millones de habitantes, un pasado convulso de
colonialismo y racismo que no termina nunca de cicatrizar y colea
vívidamente como uno de los principales problemas de convivencia y
seguridad civil. La expulsión de parados y familias empobrecidas
tras la crísis económica sufrida en los 90, resucitó el fantasma
del appartheid, dándose la casualidad de que la mayoría de personas
obligadas a abandonar el centro, eran precisamente negras.
Proliferaron los getos en las afueras, se deterioró la periferia,
como el barrio llamado Soweto,
y el crimen se disparó a niveles muy preocupantes en barriadas
típicamente blancas, de las que comenzaron a mudarse familias,
aterrorizadas, dejando edificios abandonados a su paso. Un caso de
deterioro urbano parecido al de Detroit,
del que hablábamos hace poco en otra entrada. La distopía hecha
realidad que hizo tomar medidas al gobierno, como la videovigilancia
urbana (tan criticada en U.K.
Por “atentar” contra la intimidad de los ciudadanos) y agilizar
planes de recuperación económica urgentes como el mundial de fútbol
de 2010.
CYBERPUNK Y CLASICOS BASICOS
Tras
estrenar otra interesante obra cifi
de tintes cyberpunk,
Elysium,
en 2015 llegó Chappie.
El
título, es el nombre del protagonista, un maravilloso robot que de
primeras, estéticamente, seguramente que os recordó a Briareos
de Masamune Shirow,
o los robots del videojuego Probotector.
Blomkamp elige
perfectamente la estética pop
con la que encandilar a los amantes del género, y crea Chappie,
un concepto que renueva, pero no inventa, la cosa que se convierte en
humano. La máquina, dotada de un complejo software de inteligencia
artificial,
le roba el puesto, o al menos compite, con Johnnie
V
de Cortocircuito
y el mismísimo Murphy
de Robocop,
robándonos instantáneamente nuestros corazones de coltán.
Pero
empecemos pro el principio.
La
película nos presenta un Johannesburgo superado pro la criminalidad,
salvado por Tetravaal,
una megacorporación tecnológica de desarrollo armamentístico y
software, que ha salvado a la ciudad del caos y la anarquía gracias
al proyecto scout,
un rentable ejército de robots policia perfectos, sincronizados,
casi indestructibles, que azotan alas bandas organizadas de los
suburbios y permiten a la policía seguir haciendo tráfico en los
semáforos y comer donuts sin tener que vestirse un chaleco
antibalas.
El
robot maravilloso se lo deberemos al joven profesor Deon
Wilson
(Dev Patel,
Slumdog Millionaire o El último Airbender), autor del programa de
I.A.
De las unidades scout.
Un personaje, que me evoca recuerdos del libro Elhacker y las hormigas
de Ruddy Rucker.
Dentro
de la misma corporación, tenemos a su rival laboral, Vincent
(Hugh Jackman,
sobran ejemplos), que desarrolla un prototipo alternativo conocido
como el 471, que se trata de una mole de metal y armamento pesado,
teledirigido a distancia por humanos con un interfaz de control
neuronal, similar a un simulador remoto de realidad virtual. La
rivalidad entre ambos conformará una de las líneas argumentales de
la película, recordando demasiado (tal vez) al Robocop
de Verhoeven,
cuando la ciudad de Detroit,
debía elegir, si Robocop
o la mole del modelo ED
209.
El parecido es innegable y seguro que el clásico es una de las
principales influencias de Blomkamp
en Chappie.
Sin ir más lejos, se comenta, que Blomkamp
estaría
inmerso en el rodaje de un nuevo episodio de Robocop.
Ahí está la admiración, sin duda.
Por
otro lado tenemos a los antihéroes, una banda de delincuentes, que
hacen de sí mismos, Ninja
y Yolandi,
también conocidos como Dieantword,
conjunto musical sudafricano que han alcanzado un tremendo éxito
mundial en escasos años, con su... ¿Techno Rap? No tengo muy claro
como etiquetar su música, aunque ellos lo llaman Zef,
un término autóctono de raíces zulú, que si entiendo bien, como
fan de su discografía, es algo así como “molar por ser
diferente”. Su estética radica en causar rechazo, diferenciarse de
forma extrema de cualquier otra tendencia, revindicar lo importante
de ser imperfectamente único, y la belleza de la fealdad, porque la
belleza es standarizada, y la fealdad es inimitable. Algo así. Al
final, como todo en esta vida generando millones de dólares y
asesorado desde el despacho de una gran multinacional, aquello que se
enfrenta al sistema, acaba perteneciendo al sistema, como si todo se
tratase de un extraño plan illuminati,
pero bueno, ahí están, interpretándose así mismos en Chappie,
sin mucho acierto, encasillados en el rol que venden de sí mismos en
su faceta musical, como el Langui,
pero en sudafricanos. No se si me entendéis. Pero bien, que Ninja
no es un gran actor, pero como esperpento zumbado y personaje
antisocial, lo borda, porque es lo que interpreta cada día de su
vida en el estudio de grabación, las entrevistas, y el show
bussines. Y digo “interpreta”, porque bueno, pese a que siempre
ha estado interesado en la cifi
y la creación de historias y personajes distópicos (como él
mismo), musicalmente, comenzó con mensajes de conciencia y crítica
social, el típico rap educativo y reivindicativo a lo Mos
Def
o Common,
que peca de querer ser llamado poesía, pero carece de los recursos
literarios para ni siquiera acercarse a serlo. Pero lo más
sorprendente en su metamorfósis pública, es cuando se junta con
Yalndi
y el productor musical Hi-Tek,
que precisamente venía de ser uno de los músicos estrella de
artistas de rap norteamericanos de los más “correctos” como los
ya expuestos antes, y de repente, boom, crean ese estilo Zef,
de rave, que representan también con artes gráficas, moda
customizada y grafiti (al más puro estilo nuevo punk,
irreverente) que colorean cada uno de sus videoclips, que suelen
presentar también situaciones relacionadas con el consumo de drogas,
violencia y pornografía. Todo un giro de 360 grados en sus carreras
que les han aupado al éxito. Y por eso usé el término
“interpretar”, porque me cuesta creer que Ninja
y Yolandi
sean Ninja y
Yolandi
365 días al año, 24 horas al día, o igual sí, y nada tienen que
ver sus editores y asesores de imagen, no se, que voy a saber yo.
El
caso es que este par de mamarrachos dan el pego con el papel
requerido.
La
banda criminal se cierra con Amerika
(José Pablo
Campillo,
actor de teleseries con el que también contó Blomkamp
en
Elysium).
Los tres están metidos en una deuda con un criminal rival, de las
que sus vidas penden de un hilo si no consiguen la pasta en un límite
de tiempo. No se les ocurre otro mejor y ridículo plan de fumetas,
que desmantelar el proyecto scout
de súper policias robots que les impiden campar a sus anchas por la
ciudad con una AK-47 robando bancos, secuestrando a su creador, Deon,
y obligarle a cooperar en contra de su voluntad.
Con
el secuestro de Deon,
comienzan una relación con tintes de síndrome de Estocolmo, que
evolucionará cuando le obligan a activar uno de los modelos scout
averiados recuperados de un tiroteo, y programarlo para un uso
privado de los criminales. Cuando el robot es reparado y encendido,
Deon
le carga su última beta de una nueva versión de I.A.,
y la máquina “nace” consciente de sí misma, lista para aprender
de su entorno y las personas que lo rodean, formando una personalidad
singular.
PINOCHO
Nos
encontramos entonces como decía antes, en la clásica historia de la
máquina que se humaniza, el horizonte abierto de la especulación
con los límites de las inteligencias
artificiales,
en contraste de los humanos que nos cosificamos que he estado
tratando en entradas anteriores. Chappie
es recién nacido, pero de titanio, con un cerebro informático, que
procesa y aprende con muchísima más velocidad que el humano. Se
considera humano, carece de maldad, y encarna el mito del niño
salvaje corrompido en la gran ciudad, una eterna historia filosófica
que ya postuló Kant,
o un ciber Victor
de Averyon,
libre de pecado, que aprenderá la diferencia, entre lo considerado
bueno y lo considerado malo mediante el error y el acierto.
Es
imposible no encariñarse con la maquinita parlante, reirnos con él
como lo hicimos con Johnny
V
en los 80, y llorar por él como por
Simon Birch o
Forrest Gump.
Es un ser ingenuo, desvalido, pero letal.
La
máquina viva, con sentimientos, capaz de experimentar miedo, dolor,
tristeza. Una I.A.
Avanzada y amable, una humanidad 2.0. que en esta ocasión no
considerará a los humanos una especie inferior que eliminar o
tiranizar como Skynet
o
Hal 9000
o la reciente Madre.
No, es una I.A. Que
quiere ser solamente humana, como la de Spielberg.
El
cuento de Pinocho
una vez más.
Es
su toque pop
(o zef),
icónico, y gamberro, otro de sus puntos fuertes. Tal vez no nos
haría gracia ver un actor de 8 años disparando metralletas contra
la policía, diciendo obscenidades, y disfrazado de rapero gangster
con tatuajes y cadenas cubanas de oro al cuello. Incluso a lo mejor,
resultaba de mal gusto, ridículo, infumable. Pero Chappie
es eso, dentro de un cuerpo de metal moviéndose como los prototipos
militares del DARPA,
capaces de saltar obstáculos sobre una cinta de deporte automática
mientras le golpean con barras de metal, y no se cae. Chappie
en realidad es esa máquina terrorífica, tan cerca de convertirse en
una realidad tecnológica del Instituto de Masachussetts.
Por
todo eso, comenzaba la entrada hablando de que Chappie
no inventa absolutamente nada, nos recuerda demasiado a otras
historias y películas, pero funciona, cumple con sus promesas
durante sus principales hilos argumentales, la lucha corporativa de
Deon y
Vincent; y
el desarrollo de humanización de Chappie
junto a una pandilla de delincuentes carentes de moral, los peores
tutores posibles sin ninguna duda, que seguramente como imagináis,
terminarán aprendiendo algo de la máquina. Es un cuento moderno
maravilloso, con moralejas y buenas intenciones, capaz de
emocionarnos. Y es ese dulzor para todos los públicos, ese exceso de
azúcar que nivela lo que podría haber sido una estúpida película
vacía, trivial, de sólo disparos y robots. Eso, pese a lo cursi, es
lo que hace que a cualquiera le pueda gustar Chappie,
porque no nso mintamos, por muy punk que nos consideremos, a todos
nos gustan los finales felices.
Añadir, que no se si es algo a favor de la película en sí, o en contra del reparto y sus actuaciones, pero lograr que Chappie, que es un personaje inexistente moldeado en CGI, nos parezca tan real y nos transmita tanto, es un éxito poco tenido en cuenta en la era de lso efectos especiales digitales. Total, a este paso, dentro de poco nos colarán actores virtuales, y no nos daremos cuenta. El óscar para la mejor I.A.
¿Resultado?
Acción, humor, mucho punk,
pizcas de gore, gamberreo y dilemas filosóficos cifi
de decálogo. Una delicia cyberpunk
, con sus criminales, sus corporaciones, su espionaje industrial, y
nuevas tecnologías sensoriales (cumple con casi todo lo
indispensable del género como veis), que embotella los clásicos
básicos, en un nuevo envase ergonómico con una nueva etiqueta en la
que no falta el eslogan “con una nueva receta mejroada”.
Una
idea de los 80 desarmada y vuelta a ser construida, con los gustos
del los 10 del S XXI. No puede haber fallo si se tiene le mínimo
gusto, y Blomkamp
lo tiene.
¿Algo
más? Rumores de una segunda parte en ciernes.
Blomkamp no
tiene pinta de abandonar la ciencia ficción,
y si no lo es ya, se convertirá en un maestro de las historias
futuras.
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