martes, 9 de julio de 2019

CHAPPIE


NEIL BLOMKAMP Y JOHANNESBURGO


00:00 Horas, el momento de ciber brujería, abro el terminal portátil, cargo el editor de texto sensorial, y dejo fluir mis ondas cerebrales convirtiéndolas en caracteres de comunicación escrita.
Llevo retraso en la conexión, el último ferry de la colonia minera de asteroides en el que vuelvo a casa tras mis jornadas laborales llegó tarde por culpa de un brote de clamidia mutante en los camarotes de la decimo quinta bodega, naturales de Colonia Medusa B, luego se quejan de su fama...

Pero vuelvo a estar en Tierra 1, en mi apartamento de la corporación, cuatro paredes de moduplast, un compilador de materia y una vaina de higiene y descanso. Al fin puedo compartir con otros humanos mis inquietudes.

Esta noche quiero hablar del séptimo arte, de una película que para mi resultó ser un soplo de aire fresco, no muy original en su concepto, pero tremendamente divertida y con un gusto estético rompedor. Una perfecta foto cyberpunk sin abusar del neón ni los aerovehículos. No.
Un cyberpunk cercano, de manual, con tecnología que parece podría estar a un paso de estrenarse en el próximo conflicto bélico a gran escala, aspectos familiares de la informática, plausibles, y una mega urbe palpable, peligrosa, con problemas sociales y tremendas brechas en los estratos ciudadanos. Desmenucemos poco a poco esos puntos de “manual” cyberpunk en Chappie, nuestro filme protagonista de hoy.



Chappie es una cinta de Neil Blomkamp, sudafricano/canadiense fan del cine verité y el estilo documental que nos enamoró (o al menos a mi) con Distrito 9, largometraje que incluía todas las características de esa personalidad que iba a adjudicarse como seña de identidad desde entonces. Una historia de ciencia ficción que me recordó en esencia a la vieja Alien Nation, renovada y deconstruida, con elementos pop de las tendencias actuales, y nuevos elementos más acordes a nuestra nueva forma de entender el cine de alienígenas y enfocarlo a través del prisma del racismo sin dejar de ser una historia fantástica de cifi en todo momento. Un must que seguro que abordaré de nuevo en un futuro distópico cercano.
Ese debut en la industria de los “mayores”, se produjo principalmente a la atención que causaron sus cortometrajes indie en Peter Jackson, y bueno, me atrevo a aventurarme a opinar que es un creador con su propio universo, concienciado en darle un sentido a sus ideas a través de su propia gran creación global, de donde salen el resto de sus futuras obras. Todo en su carrera parece ser una cadena gruesa y bien forjada, de eslabones, que dependen unos de los otros y que están forjados en el mismo metal. Suena muy “metafórico”, pero no se me ocurre otra forma de explicarlo improvisadamente en mi teclado. Si hilásemos mucho, encontraríamos puntos de unión, nexos, entre unas y otras de sus historias, en forma de ideas remanentes y easter eggs en común.

La cosa es que las influencias de Blomkamp se repiten en su obra, existen leit motivs, que se repiten, desaparecen y vuelven aparecer, ideas que nunca son desechadas por completo, y renacen más adelante, consolidando un universo personal único y fácil de reconocer.
Distrito 9, es en verdad, una idea expandida de su cortometraje Alive in Joburg.

Y es precisamente Johannesburgo (Joburg), la eterna protagonista de la mayoría de esas historias entrelazadas de sus ficciones. Lo fue en Distrito 9, y lo es de nuevo en Chappie.
Una gran ciudad global, crisol de ciudadanos de todo el globo en busca de negocios, casi 4 millones de habitantes, un pasado convulso de colonialismo y racismo que no termina nunca de cicatrizar y colea vívidamente como uno de los principales problemas de convivencia y seguridad civil. La expulsión de parados y familias empobrecidas tras la crísis económica sufrida en los 90, resucitó el fantasma del appartheid, dándose la casualidad de que la mayoría de personas obligadas a abandonar el centro, eran precisamente negras. Proliferaron los getos en las afueras, se deterioró la periferia, como el barrio llamado Soweto, y el crimen se disparó a niveles muy preocupantes en barriadas típicamente blancas, de las que comenzaron a mudarse familias, aterrorizadas, dejando edificios abandonados a su paso. Un caso de deterioro urbano parecido al de Detroit, del que hablábamos hace poco en otra entrada. La distopía hecha realidad que hizo tomar medidas al gobierno, como la videovigilancia urbana (tan criticada en U.K. Por “atentar” contra la intimidad de los ciudadanos) y agilizar planes de recuperación económica urgentes como el mundial de fútbol de 2010.

CYBERPUNK Y CLASICOS BASICOS


Tras estrenar otra interesante obra cifi de tintes cyberpunk, Elysium, en 2015 llegó Chappie.
El título, es el nombre del protagonista, un maravilloso robot que de primeras, estéticamente, seguramente que os recordó a Briareos de Masamune Shirow, o los robots del videojuego Probotector. Blomkamp elige perfectamente la estética pop con la que encandilar a los amantes del género, y crea Chappie, un concepto que renueva, pero no inventa, la cosa que se convierte en humano. La máquina, dotada de un complejo software de inteligencia artificial, le roba el puesto, o al menos compite, con Johnnie V de Cortocircuito y el mismísimo Murphy de Robocop, robándonos instantáneamente nuestros corazones de coltán.
Pero empecemos pro el principio.



La película nos presenta un Johannesburgo superado pro la criminalidad, salvado por Tetravaal, una megacorporación tecnológica de desarrollo armamentístico y software, que ha salvado a la ciudad del caos y la anarquía gracias al proyecto scout, un rentable ejército de robots policia perfectos, sincronizados, casi indestructibles, que azotan alas bandas organizadas de los suburbios y permiten a la policía seguir haciendo tráfico en los semáforos y comer donuts sin tener que vestirse un chaleco antibalas.
El robot maravilloso se lo deberemos al joven profesor Deon Wilson (Dev Patel, Slumdog Millionaire o El último Airbender), autor del programa de I.A. De las unidades scout. Un personaje, que me evoca recuerdos del libro Elhacker y las hormigas de Ruddy Rucker.
Dentro de la misma corporación, tenemos a su rival laboral, Vincent (Hugh Jackman, sobran ejemplos), que desarrolla un prototipo alternativo conocido como el 471, que se trata de una mole de metal y armamento pesado, teledirigido a distancia por humanos con un interfaz de control neuronal, similar a un simulador remoto de realidad virtual. La rivalidad entre ambos conformará una de las líneas argumentales de la película, recordando demasiado (tal vez) al Robocop de Verhoeven, cuando la ciudad de Detroit, debía elegir, si Robocop o la mole del modelo ED 209. El parecido es innegable y seguro que el clásico es una de las principales influencias de Blomkamp en Chappie. Sin ir más lejos, se comenta, que Blomkamp estaría inmerso en el rodaje de un nuevo episodio de Robocop. Ahí está la admiración, sin duda.

Por otro lado tenemos a los antihéroes, una banda de delincuentes, que hacen de sí mismos, Ninja y Yolandi, también conocidos como Dieantword, conjunto musical sudafricano que han alcanzado un tremendo éxito mundial en escasos años, con su... ¿Techno Rap? No tengo muy claro como etiquetar su música, aunque ellos lo llaman Zef, un término autóctono de raíces zulú, que si entiendo bien, como fan de su discografía, es algo así como “molar por ser diferente”. Su estética radica en causar rechazo, diferenciarse de forma extrema de cualquier otra tendencia, revindicar lo importante de ser imperfectamente único, y la belleza de la fealdad, porque la belleza es standarizada, y la fealdad es inimitable. Algo así. Al final, como todo en esta vida generando millones de dólares y asesorado desde el despacho de una gran multinacional, aquello que se enfrenta al sistema, acaba perteneciendo al sistema, como si todo se tratase de un extraño plan illuminati, pero bueno, ahí están, interpretándose así mismos en Chappie, sin mucho acierto, encasillados en el rol que venden de sí mismos en su faceta musical, como el Langui, pero en sudafricanos. No se si me entendéis. Pero bien, que Ninja no es un gran actor, pero como esperpento zumbado y personaje antisocial, lo borda, porque es lo que interpreta cada día de su vida en el estudio de grabación, las entrevistas, y el show bussines. Y digo “interpreta”, porque bueno, pese a que siempre ha estado interesado en la cifi y la creación de historias y personajes distópicos (como él mismo), musicalmente, comenzó con mensajes de conciencia y crítica social, el típico rap educativo y reivindicativo a lo Mos Def o Common, que peca de querer ser llamado poesía, pero carece de los recursos literarios para ni siquiera acercarse a serlo. Pero lo más sorprendente en su metamorfósis pública, es cuando se junta con Yalndi y el productor musical Hi-Tek, que precisamente venía de ser uno de los músicos estrella de artistas de rap norteamericanos de los más “correctos” como los ya expuestos antes, y de repente, boom, crean ese estilo Zef, de rave, que representan también con artes gráficas, moda customizada y grafiti (al más puro estilo nuevo punk, irreverente) que colorean cada uno de sus videoclips, que suelen presentar también situaciones relacionadas con el consumo de drogas, violencia y pornografía. Todo un giro de 360 grados en sus carreras que les han aupado al éxito. Y por eso usé el término “interpretar”, porque me cuesta creer que Ninja y Yolandi sean Ninja y Yolandi 365 días al año, 24 horas al día, o igual sí, y nada tienen que ver sus editores y asesores de imagen, no se, que voy a saber yo.
El caso es que este par de mamarrachos dan el pego con el papel requerido.



La banda criminal se cierra con Amerika (José Pablo Campillo, actor de teleseries con el que también contó Blomkamp en Elysium). Los tres están metidos en una deuda con un criminal rival, de las que sus vidas penden de un hilo si no consiguen la pasta en un límite de tiempo. No se les ocurre otro mejor y ridículo plan de fumetas, que desmantelar el proyecto scout de súper policias robots que les impiden campar a sus anchas por la ciudad con una AK-47 robando bancos, secuestrando a su creador, Deon, y obligarle a cooperar en contra de su voluntad.

Con el secuestro de Deon, comienzan una relación con tintes de síndrome de Estocolmo, que evolucionará cuando le obligan a activar uno de los modelos scout averiados recuperados de un tiroteo, y programarlo para un uso privado de los criminales. Cuando el robot es reparado y encendido, Deon le carga su última beta de una nueva versión de I.A., y la máquina “nace” consciente de sí misma, lista para aprender de su entorno y las personas que lo rodean, formando una personalidad singular.

PINOCHO


Nos encontramos entonces como decía antes, en la clásica historia de la máquina que se humaniza, el horizonte abierto de la especulación con los límites de las inteligencias artificiales, en contraste de los humanos que nos cosificamos que he estado tratando en entradas anteriores. Chappie es recién nacido, pero de titanio, con un cerebro informático, que procesa y aprende con muchísima más velocidad que el humano. Se considera humano, carece de maldad, y encarna el mito del niño salvaje corrompido en la gran ciudad, una eterna historia filosófica que ya postuló Kant, o un ciber Victor de Averyon, libre de pecado, que aprenderá la diferencia, entre lo considerado bueno y lo considerado malo mediante el error y el acierto.
Es imposible no encariñarse con la maquinita parlante, reirnos con él como lo hicimos con Johnny V en los 80, y llorar por él como por Simon Birch o Forrest Gump. Es un ser ingenuo, desvalido, pero letal.
La máquina viva, con sentimientos, capaz de experimentar miedo, dolor, tristeza. Una I.A. Avanzada y amable, una humanidad 2.0. que en esta ocasión no considerará a los humanos una especie inferior que eliminar o tiranizar como Skynet o Hal 9000 o la reciente Madre. No, es una I.A. Que quiere ser solamente humana, como la de Spielberg.
El cuento de Pinocho una vez más.

Es su toque pop (o zef), icónico, y gamberro, otro de sus puntos fuertes. Tal vez no nos haría gracia ver un actor de 8 años disparando metralletas contra la policía, diciendo obscenidades, y disfrazado de rapero gangster con tatuajes y cadenas cubanas de oro al cuello. Incluso a lo mejor, resultaba de mal gusto, ridículo, infumable. Pero Chappie es eso, dentro de un cuerpo de metal moviéndose como los prototipos militares del DARPA, capaces de saltar obstáculos sobre una cinta de deporte automática mientras le golpean con barras de metal, y no se cae. Chappie en realidad es esa máquina terrorífica, tan cerca de convertirse en una realidad tecnológica del Instituto de Masachussetts.



Por todo eso, comenzaba la entrada hablando de que Chappie no inventa absolutamente nada, nos recuerda demasiado a otras historias y películas, pero funciona, cumple con sus promesas durante sus principales hilos argumentales, la lucha corporativa de Deon y Vincent; y el desarrollo de humanización de Chappie junto a una pandilla de delincuentes carentes de moral, los peores tutores posibles sin ninguna duda, que seguramente como imagináis, terminarán aprendiendo algo de la máquina. Es un cuento moderno maravilloso, con moralejas y buenas intenciones, capaz de emocionarnos. Y es ese dulzor para todos los públicos, ese exceso de azúcar que nivela lo que podría haber sido una estúpida película vacía, trivial, de sólo disparos y robots. Eso, pese a lo cursi, es lo que hace que a cualquiera le pueda gustar Chappie, porque no nso mintamos, por muy punk que nos consideremos, a todos nos gustan los finales felices.

Añadir, que no se si es algo a favor de la película en sí, o en contra del reparto y sus actuaciones, pero lograr que Chappie, que es un personaje inexistente moldeado en CGI, nos parezca tan real y nos transmita tanto, es un éxito poco tenido en cuenta en la era de lso efectos especiales digitales. Total, a este paso, dentro de poco nos colarán actores virtuales, y no nos daremos cuenta. El óscar para la mejor I.A.

¿Resultado? Acción, humor, mucho punk, pizcas de gore, gamberreo y dilemas filosóficos cifi de decálogo. Una delicia cyberpunk , con sus criminales, sus corporaciones, su espionaje industrial, y nuevas tecnologías sensoriales (cumple con casi todo lo indispensable del género como veis), que embotella los clásicos básicos, en un nuevo envase ergonómico con una nueva etiqueta en la que no falta el eslogan “con una nueva receta mejroada”.
Una idea de los 80 desarmada y vuelta a ser construida, con los gustos del los 10 del S XXI. No puede haber fallo si se tiene le mínimo gusto, y Blomkamp lo tiene.

¿Algo más? Rumores de una segunda parte en ciernes.
Blomkamp no tiene pinta de abandonar la ciencia ficción, y si no lo es ya, se convertirá en un maestro de las historias futuras.

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