jueves, 18 de julio de 2019

APOCALIPSIS SUAVE POR WILL McINTOSH

EL FINAL EN INCOMODOS PLAZOS



Apenas han pasado unas horas del aniversario de mi ensamblaje, treinta y ocho vueltas a la órbita de la vieja Tierra desde que me sacaron de la caja de cartón y poliestireno de la factoría robótica y pulsaron el botón de encendido. Y sigo sin entender las costumbres humanas. No logro actualizar mi software de la manera correcta, siempre parcheando pluggins y pasando a las nuevas versiones de betas, para tratar de dar sentido a los datos recopilados.
Eludo su sociedad cuando puedo, permitiéndome viajes al futuro cada vez que me queda un rato libre fuera de la megafactoría y las puestas a punto, con libros, cine, tebeos y videojuegos, posiblemente hasta que mi batería iónica deje de irradiar, o mi chip positrónico deje de calcular.
Y nunca seré el más sabio, ni el que más medallas lleve en su pechera, por saber más o menos de una cosa u otra, ni lo pretendo. En verdad, me conformo con seguir haciéndolo de momento, y seguir dando forma a ésta biblioteca privada del ocio y la cultura, una mota de polvo en el infinito ciber cosmos.

Hoy vengo con algo de literatura, una obra fresca y tan absurda como realista. Una pequeña delicia rápida y fácil de digerir pese a lo pesimista y aterradora que me resultó cuando dejaba de prestar atención al palurdo del protagonista, y se lo prestaba al entorno que le tocó vivir.

Apocalipsis Suave de Will McIntosh. Will es uno de estos escritores intelectuales, empleado en una universidad, dedicado a la sociología en cuerpo y alma, con diferentes estudios acerca de las relaciones amorosas online, efectos de la televisión en los espectadores, redes sociales, comportamiento colectivo, zen y budismo… Cosas que se notan mucho en Apocalipsis Suave. Ha publicado docenas de relatos cortos y cuentos en multitud de revistas, participó en los Talleres Clarion, pero fue con Apocalipsis Suave la novela con la que se estrenó en el mundo editorial a lo grande en 2011 tras haber conseguido un Hugo al relato corto el año anterior.

Hecha una breve presentación del autor, empatizo y me empapo mejor de Apocalipsis Suave, porque veo cosas que me pegan mucho con el tipo de persona que me imagino, desde el más ignorante atrevimiento y con mucha imaginación por supuesto.
Porque Apocalipsis Suave es una maravillosa novela distópica demasiada cercana, que nos sitúa en el gran catacrack de lo que consideraríamos lo más parecido a nuestra sociedad del bienestar, un relato demasiado plausible de cómo todo se va al carajo, la gran crisis, el fracaso absoluto del capitalismo, el cambio de las reglas y la nueva ley del más fuerte. Como rezan las tapas de su edición española a cargo de Gigamesh, “El fin en incómodos plazos”, y sin duda es así, ya que no es una novela que nos cuente unos pocos días de ese colapso, si no que como en la vida misma, llega poco a poco, año tras año, inundando las vidas de miles de personas, jugando con sus esperanzas hasta que dan la puntilla mortal que les convierte en desposeídos, anónimos sin techo, zarrapastrosos que una vez fueron el vendedor del mes de un concesionario de coches de lujo, profesores de universidad, albañiles o agentes de policía. El fracaso no hace distinciones llegado el momento de cobrarse nuevas víctimas.
Lenta y progresivamente, mientras políticos nos dan falsas estadísticas en la tele, nos invitan a seguir votando, haciéndonos creer que eso es muy importante. Me imagino que los villanos de medievo se sentían igual que nosotros cuando los sacerdotes locales les instaban a rezar y acudir al culto para salvar su alma del fuego eterno, solo que a nosotros nos hacen creer que ejercer nuestro derecho democrático es lo que evitará que estemos ene l bando de los que tienen empleo o de los que están en la cola del paro. A fin de cuentas, nos prometen cosas, para que nos pongamos en sus manos. Pero nada está en nuestras manos. Así que debemos mantener entrenado nuestro instinto de supervivencia, antes de que tu vecino tire tu puerta abajo y se lleve todas tus latas de conservas.
Nuestra historia comenzará en Savannah, Georgia, ciudad donde casualmente Will McIntosh ejerce su magistratura. Así que intuyo se habrá inspirado de primera mano. Y allí tenemos a nuestro triste protagonista, Jasper, nada que ver con un héroe, ni un antihéroe cyberpunk, aunque bien la novela podría emplazarse en una distopía pre-cyberpunk, tal vez, entre la actualidad y el oscuro futuro cercano, pero no encontraremos ciber terroristas ni tecnología avanzada en Apocalipsis Suave, aunque sí coqueteos con bio terroristas antisistema y amenazas genéticas de crispr, y alguna estrella del punk rock adicta a las drogas capaz de convencer a las masas de lo que ni ella misma se cree. Así que en ocasiones, sí, roza lo cyberpunk.



EL CRACK DEL SIGLO XXI


Nuestro Jasper no es más que un paria, un currito con mala suerte, devorado por la crisis, que le mastica y le exprime el sabor, como si fuera un chicle, hasta que se cansa de masticar y decide escupirle y entonces se pega a la suela de su calzado. Jasper podría ser cualquiera de nosotros, un tipo con sentido del humor, estudios, sin suerte en lo laboral, complicaciones para relacionarse con los demás (especialmente con mujeres) y poco más, un plane jane de manual. Un tipo poco interesante en el que hay que dedicar tiempo a picar para sacarle jugo. Y precisamente eso, el no tener nada de especial, su mediocridad, le han arrastrado al hoyo, sin curro, un nómada, nombre mucho más estiloso que vagabundo, ya que en ese futuro cercano, es más normal ser uno de esos nuevos vagabundos, que alguien de la clase “media”, y si hay algo a tener muy en cuenta en la novela, es el contínuo esfuerzo de autodignificación por parte de los afectados de cara a la galería.
Pese a todo, esa mediocridad, le salva el culo en más de una ocasión, ya que ante el descontrol y la ley del más fuerte, el clavo que sobresale es el que recibe el martillazo. Y al final, ser un don nadie es lo mejor que parece poder pasarle a Jasper.
Vaya, vaya, vaya… Un vagabundo es un vagabundo, hasta que te conviertes en uno. Está claro. ¿Y cómo es posible haber llegado a eso? Estás en la bola de nieve, con todos los demás, y no tienes ni idea de a donde rueda montaña abajo, no puedes saltar en marcha, solo sigues rodando rezando por estrellarte con un pino cuanto antes. La famosa “área de confort”, aunque apestes y no lleves calcetines, siempre es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer, y tu instinto de supervivencia y un buen cartón de vino te harán seguir ahí un día más y otro, y cuando a todo el mundo que conoces le pasa lo mismo, y son desahuciados de sus casas, y comienzan a vivir en el parque o debajo del puente, como tú, entonces asumes, que es lo normal, que es lo que toca, y que ya vendrán tiempos mejores pero de momento sólo queda continuar respirando. La resignación da paso a la normalización y ésta a su vez, como decía antes, a la dignificación de pertenecer a un grupo nómada.

Porque una vez estás dentro, nadie va a leer tu curriculum, ni te van a ofrecer un trabajo de nuevo, ni querrán siquiera compartir acera contigo y se harán a un lado cuando te vean y te huelan, sujetando sus bolsos contra el pecho y mirando a otro lado. Y te acordarás cuando eras tú quien se comportaba así, y no podrás odiarles sin culparte a ti mismo. Menuda mierda.
Eso es Apocalipsis Suave. A resumidas cuentas, como de una bofetada nos recuerda a todos que no somos invulnerables al fracaso, que somos números en el sistema, y cuando las cuentas no salgan, van a tirarnos a esa papelera del desempleo, la marginación y la segregación.
No ha sido un meteorito, ni los aliens, ni un virus de laboratorio, ni los zombies…Fuimos nosotros mismos, el capitalismo, los gobiernos, el sistema, lo que creó Apocalipsis Suave. Pero cuando la balanza se desequilibra tanto, tanto que los pobres superan en las calles a la clase media, las ciudades se convierten en un lugar hostil y comienza a cundir la inseguridad, la corrupción policial, las mafias locales, el extraperlo, y en resumen, la anarquía y la ley del más fuerte.
Grupos antisistema, bandas armadas como “Los Saltimbanquis”, organizaciones que enaltecen el odio, el ser humano es un animal sociable por naturaleza, y como dice el refrán “cada oveja con su pareja”. Precisamente, y atendiendo al interés del comportamiento social que estudia McIntosh, la forma en la que trata las relaciones amorosas, la vergüenza, la humillación, la ira a través de Jasper es el gran viaje de la novela. Año tras año, Jasper no se rendirá, se adaptará a la situación, mantendrá la esperanza, insistirá en recuperar una clase social decente y sobre todo está obsesionado con no permanecer solo y tiene una necesidad imperiosa y en ocasiones absurda y ridícula, de permanecer emparejado. Supongo que somos así, los malos tragos se pasan mejor en compañía. Jasper es un paga fantas, se le dan fatal las mujeres, tiene el corazón hecho trizas y no parece aprender, pero necesita más sentirse querido que llenar el buche y ponerse unos zapatos. Y suena ridículo, que en una situación tan mala, de hambre, de necesidad, en la que no cubriríamos ninguna de las necesidades básicas de Maslow, Jasper sea nuestro reflejo de que optimizaríamos tan mal nuestra situación, que antepondríamos las relaciones humanas a la supervivencia fisiológica tal cual. Resumen, caeríamos como chinches porque “desde que amanece apetece”.



RELACIONES HUMANAS EN SITUACIONES LIMITE


Apocalípsis Suave es, sobre todas las cosas, una novela que plantea nuevos modelos de conducta social ante la adversidad.
Y cierto es, que no todos tenemos madera de supervivientes. ¿Cuántas veces os habéis preguntado, viendo una película o leyendo un libro, cómo responderíais en una situación de anarquía? No todos serviríamos para cargar la escopeta del abuelo y ejercer la ley del más fuerte ahí fuera. Yo no creo que esté preparado, Jasper no lo estaba, y es entonces cuando el gorrilla, el abusón y el machaca, que no fueron nunca a la escuela ni les importó cotizar en la seguridad social, sabrán cómo hacerse con el control con un bate de baseball entre las manos, sin remordimientos, y con la tranquilidad de que ahora la tortilla se ha dado la vuelta y es su turno y no el de los empollones, gafudos ni encorbatados.
“Habemos” más corderos que lobos, somos una generación que no está preparada para el colapso.
Es una ciencia ficción tan próxima, tan terrible, que da miedo, que casi no parece ciencia ficción, pero encontraremos situaciones que nos sacarán del susto, enfocadas principalmente a la bio genética, y cómo grupos antisistema sacarán provecho de sus avances para seguir poniendo en jaque al deteriorado gobierno y su orden en ruinas.
Junto a Jasper yo reí, flipé y tuve miedo, porque es tan cercano, tan de carne y hueso, que no paraba de imaginarme qué hubiese hecho yo en su situación. Un viaje lento pero nada aburrido a través de la transformación del individuo en situaciones límite y del sistema y la sociedad cuando todo ha fallado. La lucha contra el rechazo, un gigantesco ejercicio de humanidad cuando el hombre es un lobo para el hombre. El infierno en la tierra sin punkies con cresta en vehículos tuneados ni edificios cubiertos por dunas.
No os la podéis perder, porque es un libro que aunque da pocas dosis de cifi, se atreve con la metamorfosis de thriller social o romántico incluso, al del género fantástico y por qué no “pre-cyberpunk” que recomiendo abiertamente a todo el mundo, con sus pros y sus contras, porque me pareció tan ameno y original como agorero y profético.
A fin de cuentas, Roma cayó, Bizancio cayó, la paz mongola de los 100 años cayó, Alejandro Magno cayó, Napoleón cayó, Hitler cayó… ¿Cuándo caerá el modo de vida occidental? ¿Cómo y por qué?. 
Roma no se "deshizo" en un día sería el nuevo refrán apropiado para encabezar ésta novela.
Un drama aderezado con absurdas pero agradables situaciones distópicas y ridículas obsesiones sociales bien conducidas, ya que McIntosh, si de algo sabe, es de la conducta humana.




martes, 9 de julio de 2019

CHAPPIE


NEIL BLOMKAMP Y JOHANNESBURGO


00:00 Horas, el momento de ciber brujería, abro el terminal portátil, cargo el editor de texto sensorial, y dejo fluir mis ondas cerebrales convirtiéndolas en caracteres de comunicación escrita.
Llevo retraso en la conexión, el último ferry de la colonia minera de asteroides en el que vuelvo a casa tras mis jornadas laborales llegó tarde por culpa de un brote de clamidia mutante en los camarotes de la decimo quinta bodega, naturales de Colonia Medusa B, luego se quejan de su fama...

Pero vuelvo a estar en Tierra 1, en mi apartamento de la corporación, cuatro paredes de moduplast, un compilador de materia y una vaina de higiene y descanso. Al fin puedo compartir con otros humanos mis inquietudes.

Esta noche quiero hablar del séptimo arte, de una película que para mi resultó ser un soplo de aire fresco, no muy original en su concepto, pero tremendamente divertida y con un gusto estético rompedor. Una perfecta foto cyberpunk sin abusar del neón ni los aerovehículos. No.
Un cyberpunk cercano, de manual, con tecnología que parece podría estar a un paso de estrenarse en el próximo conflicto bélico a gran escala, aspectos familiares de la informática, plausibles, y una mega urbe palpable, peligrosa, con problemas sociales y tremendas brechas en los estratos ciudadanos. Desmenucemos poco a poco esos puntos de “manual” cyberpunk en Chappie, nuestro filme protagonista de hoy.



Chappie es una cinta de Neil Blomkamp, sudafricano/canadiense fan del cine verité y el estilo documental que nos enamoró (o al menos a mi) con Distrito 9, largometraje que incluía todas las características de esa personalidad que iba a adjudicarse como seña de identidad desde entonces. Una historia de ciencia ficción que me recordó en esencia a la vieja Alien Nation, renovada y deconstruida, con elementos pop de las tendencias actuales, y nuevos elementos más acordes a nuestra nueva forma de entender el cine de alienígenas y enfocarlo a través del prisma del racismo sin dejar de ser una historia fantástica de cifi en todo momento. Un must que seguro que abordaré de nuevo en un futuro distópico cercano.
Ese debut en la industria de los “mayores”, se produjo principalmente a la atención que causaron sus cortometrajes indie en Peter Jackson, y bueno, me atrevo a aventurarme a opinar que es un creador con su propio universo, concienciado en darle un sentido a sus ideas a través de su propia gran creación global, de donde salen el resto de sus futuras obras. Todo en su carrera parece ser una cadena gruesa y bien forjada, de eslabones, que dependen unos de los otros y que están forjados en el mismo metal. Suena muy “metafórico”, pero no se me ocurre otra forma de explicarlo improvisadamente en mi teclado. Si hilásemos mucho, encontraríamos puntos de unión, nexos, entre unas y otras de sus historias, en forma de ideas remanentes y easter eggs en común.

La cosa es que las influencias de Blomkamp se repiten en su obra, existen leit motivs, que se repiten, desaparecen y vuelven aparecer, ideas que nunca son desechadas por completo, y renacen más adelante, consolidando un universo personal único y fácil de reconocer.
Distrito 9, es en verdad, una idea expandida de su cortometraje Alive in Joburg.

Y es precisamente Johannesburgo (Joburg), la eterna protagonista de la mayoría de esas historias entrelazadas de sus ficciones. Lo fue en Distrito 9, y lo es de nuevo en Chappie.
Una gran ciudad global, crisol de ciudadanos de todo el globo en busca de negocios, casi 4 millones de habitantes, un pasado convulso de colonialismo y racismo que no termina nunca de cicatrizar y colea vívidamente como uno de los principales problemas de convivencia y seguridad civil. La expulsión de parados y familias empobrecidas tras la crísis económica sufrida en los 90, resucitó el fantasma del appartheid, dándose la casualidad de que la mayoría de personas obligadas a abandonar el centro, eran precisamente negras. Proliferaron los getos en las afueras, se deterioró la periferia, como el barrio llamado Soweto, y el crimen se disparó a niveles muy preocupantes en barriadas típicamente blancas, de las que comenzaron a mudarse familias, aterrorizadas, dejando edificios abandonados a su paso. Un caso de deterioro urbano parecido al de Detroit, del que hablábamos hace poco en otra entrada. La distopía hecha realidad que hizo tomar medidas al gobierno, como la videovigilancia urbana (tan criticada en U.K. Por “atentar” contra la intimidad de los ciudadanos) y agilizar planes de recuperación económica urgentes como el mundial de fútbol de 2010.

CYBERPUNK Y CLASICOS BASICOS


Tras estrenar otra interesante obra cifi de tintes cyberpunk, Elysium, en 2015 llegó Chappie.
El título, es el nombre del protagonista, un maravilloso robot que de primeras, estéticamente, seguramente que os recordó a Briareos de Masamune Shirow, o los robots del videojuego Probotector. Blomkamp elige perfectamente la estética pop con la que encandilar a los amantes del género, y crea Chappie, un concepto que renueva, pero no inventa, la cosa que se convierte en humano. La máquina, dotada de un complejo software de inteligencia artificial, le roba el puesto, o al menos compite, con Johnnie V de Cortocircuito y el mismísimo Murphy de Robocop, robándonos instantáneamente nuestros corazones de coltán.
Pero empecemos pro el principio.



La película nos presenta un Johannesburgo superado pro la criminalidad, salvado por Tetravaal, una megacorporación tecnológica de desarrollo armamentístico y software, que ha salvado a la ciudad del caos y la anarquía gracias al proyecto scout, un rentable ejército de robots policia perfectos, sincronizados, casi indestructibles, que azotan alas bandas organizadas de los suburbios y permiten a la policía seguir haciendo tráfico en los semáforos y comer donuts sin tener que vestirse un chaleco antibalas.
El robot maravilloso se lo deberemos al joven profesor Deon Wilson (Dev Patel, Slumdog Millionaire o El último Airbender), autor del programa de I.A. De las unidades scout. Un personaje, que me evoca recuerdos del libro Elhacker y las hormigas de Ruddy Rucker.
Dentro de la misma corporación, tenemos a su rival laboral, Vincent (Hugh Jackman, sobran ejemplos), que desarrolla un prototipo alternativo conocido como el 471, que se trata de una mole de metal y armamento pesado, teledirigido a distancia por humanos con un interfaz de control neuronal, similar a un simulador remoto de realidad virtual. La rivalidad entre ambos conformará una de las líneas argumentales de la película, recordando demasiado (tal vez) al Robocop de Verhoeven, cuando la ciudad de Detroit, debía elegir, si Robocop o la mole del modelo ED 209. El parecido es innegable y seguro que el clásico es una de las principales influencias de Blomkamp en Chappie. Sin ir más lejos, se comenta, que Blomkamp estaría inmerso en el rodaje de un nuevo episodio de Robocop. Ahí está la admiración, sin duda.

Por otro lado tenemos a los antihéroes, una banda de delincuentes, que hacen de sí mismos, Ninja y Yolandi, también conocidos como Dieantword, conjunto musical sudafricano que han alcanzado un tremendo éxito mundial en escasos años, con su... ¿Techno Rap? No tengo muy claro como etiquetar su música, aunque ellos lo llaman Zef, un término autóctono de raíces zulú, que si entiendo bien, como fan de su discografía, es algo así como “molar por ser diferente”. Su estética radica en causar rechazo, diferenciarse de forma extrema de cualquier otra tendencia, revindicar lo importante de ser imperfectamente único, y la belleza de la fealdad, porque la belleza es standarizada, y la fealdad es inimitable. Algo así. Al final, como todo en esta vida generando millones de dólares y asesorado desde el despacho de una gran multinacional, aquello que se enfrenta al sistema, acaba perteneciendo al sistema, como si todo se tratase de un extraño plan illuminati, pero bueno, ahí están, interpretándose así mismos en Chappie, sin mucho acierto, encasillados en el rol que venden de sí mismos en su faceta musical, como el Langui, pero en sudafricanos. No se si me entendéis. Pero bien, que Ninja no es un gran actor, pero como esperpento zumbado y personaje antisocial, lo borda, porque es lo que interpreta cada día de su vida en el estudio de grabación, las entrevistas, y el show bussines. Y digo “interpreta”, porque bueno, pese a que siempre ha estado interesado en la cifi y la creación de historias y personajes distópicos (como él mismo), musicalmente, comenzó con mensajes de conciencia y crítica social, el típico rap educativo y reivindicativo a lo Mos Def o Common, que peca de querer ser llamado poesía, pero carece de los recursos literarios para ni siquiera acercarse a serlo. Pero lo más sorprendente en su metamorfósis pública, es cuando se junta con Yalndi y el productor musical Hi-Tek, que precisamente venía de ser uno de los músicos estrella de artistas de rap norteamericanos de los más “correctos” como los ya expuestos antes, y de repente, boom, crean ese estilo Zef, de rave, que representan también con artes gráficas, moda customizada y grafiti (al más puro estilo nuevo punk, irreverente) que colorean cada uno de sus videoclips, que suelen presentar también situaciones relacionadas con el consumo de drogas, violencia y pornografía. Todo un giro de 360 grados en sus carreras que les han aupado al éxito. Y por eso usé el término “interpretar”, porque me cuesta creer que Ninja y Yolandi sean Ninja y Yolandi 365 días al año, 24 horas al día, o igual sí, y nada tienen que ver sus editores y asesores de imagen, no se, que voy a saber yo.
El caso es que este par de mamarrachos dan el pego con el papel requerido.



La banda criminal se cierra con Amerika (José Pablo Campillo, actor de teleseries con el que también contó Blomkamp en Elysium). Los tres están metidos en una deuda con un criminal rival, de las que sus vidas penden de un hilo si no consiguen la pasta en un límite de tiempo. No se les ocurre otro mejor y ridículo plan de fumetas, que desmantelar el proyecto scout de súper policias robots que les impiden campar a sus anchas por la ciudad con una AK-47 robando bancos, secuestrando a su creador, Deon, y obligarle a cooperar en contra de su voluntad.

Con el secuestro de Deon, comienzan una relación con tintes de síndrome de Estocolmo, que evolucionará cuando le obligan a activar uno de los modelos scout averiados recuperados de un tiroteo, y programarlo para un uso privado de los criminales. Cuando el robot es reparado y encendido, Deon le carga su última beta de una nueva versión de I.A., y la máquina “nace” consciente de sí misma, lista para aprender de su entorno y las personas que lo rodean, formando una personalidad singular.

PINOCHO


Nos encontramos entonces como decía antes, en la clásica historia de la máquina que se humaniza, el horizonte abierto de la especulación con los límites de las inteligencias artificiales, en contraste de los humanos que nos cosificamos que he estado tratando en entradas anteriores. Chappie es recién nacido, pero de titanio, con un cerebro informático, que procesa y aprende con muchísima más velocidad que el humano. Se considera humano, carece de maldad, y encarna el mito del niño salvaje corrompido en la gran ciudad, una eterna historia filosófica que ya postuló Kant, o un ciber Victor de Averyon, libre de pecado, que aprenderá la diferencia, entre lo considerado bueno y lo considerado malo mediante el error y el acierto.
Es imposible no encariñarse con la maquinita parlante, reirnos con él como lo hicimos con Johnny V en los 80, y llorar por él como por Simon Birch o Forrest Gump. Es un ser ingenuo, desvalido, pero letal.
La máquina viva, con sentimientos, capaz de experimentar miedo, dolor, tristeza. Una I.A. Avanzada y amable, una humanidad 2.0. que en esta ocasión no considerará a los humanos una especie inferior que eliminar o tiranizar como Skynet o Hal 9000 o la reciente Madre. No, es una I.A. Que quiere ser solamente humana, como la de Spielberg.
El cuento de Pinocho una vez más.

Es su toque pop (o zef), icónico, y gamberro, otro de sus puntos fuertes. Tal vez no nos haría gracia ver un actor de 8 años disparando metralletas contra la policía, diciendo obscenidades, y disfrazado de rapero gangster con tatuajes y cadenas cubanas de oro al cuello. Incluso a lo mejor, resultaba de mal gusto, ridículo, infumable. Pero Chappie es eso, dentro de un cuerpo de metal moviéndose como los prototipos militares del DARPA, capaces de saltar obstáculos sobre una cinta de deporte automática mientras le golpean con barras de metal, y no se cae. Chappie en realidad es esa máquina terrorífica, tan cerca de convertirse en una realidad tecnológica del Instituto de Masachussetts.



Por todo eso, comenzaba la entrada hablando de que Chappie no inventa absolutamente nada, nos recuerda demasiado a otras historias y películas, pero funciona, cumple con sus promesas durante sus principales hilos argumentales, la lucha corporativa de Deon y Vincent; y el desarrollo de humanización de Chappie junto a una pandilla de delincuentes carentes de moral, los peores tutores posibles sin ninguna duda, que seguramente como imagináis, terminarán aprendiendo algo de la máquina. Es un cuento moderno maravilloso, con moralejas y buenas intenciones, capaz de emocionarnos. Y es ese dulzor para todos los públicos, ese exceso de azúcar que nivela lo que podría haber sido una estúpida película vacía, trivial, de sólo disparos y robots. Eso, pese a lo cursi, es lo que hace que a cualquiera le pueda gustar Chappie, porque no nso mintamos, por muy punk que nos consideremos, a todos nos gustan los finales felices.

Añadir, que no se si es algo a favor de la película en sí, o en contra del reparto y sus actuaciones, pero lograr que Chappie, que es un personaje inexistente moldeado en CGI, nos parezca tan real y nos transmita tanto, es un éxito poco tenido en cuenta en la era de lso efectos especiales digitales. Total, a este paso, dentro de poco nos colarán actores virtuales, y no nos daremos cuenta. El óscar para la mejor I.A.

¿Resultado? Acción, humor, mucho punk, pizcas de gore, gamberreo y dilemas filosóficos cifi de decálogo. Una delicia cyberpunk , con sus criminales, sus corporaciones, su espionaje industrial, y nuevas tecnologías sensoriales (cumple con casi todo lo indispensable del género como veis), que embotella los clásicos básicos, en un nuevo envase ergonómico con una nueva etiqueta en la que no falta el eslogan “con una nueva receta mejroada”.
Una idea de los 80 desarmada y vuelta a ser construida, con los gustos del los 10 del S XXI. No puede haber fallo si se tiene le mínimo gusto, y Blomkamp lo tiene.

¿Algo más? Rumores de una segunda parte en ciernes.
Blomkamp no tiene pinta de abandonar la ciencia ficción, y si no lo es ya, se convertirá en un maestro de las historias futuras.