EL PUÑO DE LA ESTRELLA DEL NORTE
Estos plácidos días libres que el
techno sindicato de obreros especializados nos ha dado a los
residentes de Ciudad Capital, los he pasado en el yermo, en las
ruinas de un rascacielos devorado por dunas, donde he podido
desconectar de la realidad y dedicarme a leer y broncearme bajo el
abrasador sol radioactivo antes de volver a la colonia industrial
32-Z donde realizo mis funciones de eutanasia tele asistida a civiles
deprimidos en cabinas de Happy Death Co.
A veces recojo algún ECU de las
cenizas que barro de la cabina y me da para unos dermos de sinte
nicotina, yo lo llamo, propina.
El caso es que he podido darme un
atracón de un cómic que llevaba mucho tiempo queriendo rememorar, y
uso este verbo, porque ya tuve contactos dispersos con el
protagonista de nuestra entrada de hoy, un tipo llamado Kenshiro.
El héroe de El puño de la estrella del norte,
un título rococó que podemos acortar usando el original, Hokuto
No Ken.
Hokuto
es una obra manga firmada por Tetsuo Hara y
Buronson (Yoshiyuki Okamura),
que irrumpe en el mercado nipón en 1983 en la prestigiosa editorial
Jump, y se convierte
desde ese momento en el éxito de ambos artistas, dibujante y
guionista.
Aquí
en España, como he comentado en alguna ocasión, recuerdo cuando
llegaron las primeras cintas VHS a tiendas de cómics (tuve la suerte
de crecer en un barrio repleto de algunas de las más famosas a nivel
nacional) y las primeras colecciones impresas traducidas al
castellano y maquetadas de izquierda a derechas, y Hokuto
era una de ellas. Todos mis amigos (algunos más mayores con algo más
de solvencia) comenzaron a comprar aquellas cintas y tebeos, y a mi
me llagaban prestadas de rebote, o las veíamos y leíamos en comuna.
Pude comprobar en mi entorno que los ingredientes imprescindibles
para el éxito entre la muchachada española de aquellos principios
de los 90 en aquellas publicaciones, eran, la sangre, las hostias y
alguna teta furtiva.
No
en vano, las televisiones autonómicas ya habían hecho su
avanzadilla previa con Caballeros del Zodiaco.
Y de hecho, las similitudes de aquella historia con las de Hokuto
me parecen más que notables e iremos viendo por qué.
Hokuto
ofrecía exactamente aquellos ingredientes del éxito, ni más, ni
menos, y yo tras el OVA que circuló desde entonces, y algún
videojuego que me he trinchado, he querido leer por primera vez los
tomos originales, y lamentablemente, no he encontrado ni una sola
diferencia a lo que recordaba de mis púberes escarceos con la obra.
Ni una sola sorpresa. Pese a ello, el clásico de la ciencia ficción
ultraviolenta japonesa, ofrece algunas anécdotas a tener en cuenta.
KUNG FU POSTATÓMICO
Me
encuentro ante 27 tomos de unas 200 páginas (arriba o abajo) cada
uno, todo un reto. Pero confío en un ritmo ascendente que me
envuelva y me genere adicción viñeta a viñeta. A medida que
machaco páginas, 400, 600, 800, 1000...2000...me desespero porque
nada cambia y me encuentro en una rueda de jaula de roedor sin poder
salir, sudando y sudando para hacerla rodar más rápido a ver si
llego a alguna parte, pero otra vez vuelvo a encontrarme lo mismo que
hace 10 tomos.
Kenshiro
es un especialista de artes marciales solitario, que recorre el
desolado páramo postnuclear que nuestros gobiernos han dejado como
recuerdo de la tercera guerra mundial. Nos lo presentan como un loco
enamorado dispuesto a vengar la muerte de su amor verdadero, Yuria,
que fue asesinada a manos de quien fue su mejor amigo, Shin.
Su corazón arde desesperado sediento de rencor. Y como heredero de
una increíble técnica de kung fú milenaria, está dispuesto a
vencer en duelo a su antiguo “hermano” en un combate sin igual. Y de aquí en adelante, hecha la sinopsis, no hay spoilers, como siempre, tranquilos en Tungsteno Dreams.
Hay
que reconocer ya en el planteamiento ciertos puntos de vista
clásicos, shakespirianos
incluso, que son toda una declaración de intenciones. La premisa
cumple con los requisitos más refritos del romanticísmo y los
duelos victorianos, una historia decimonónica de dolor insuperable,
locura y destrucción, un drama de manual que cambia los duelos a
pistola en un cementerio a las cinco de la madrugada, por peleas a
puño descubierto en ciudades en ruinas cubiertas de dunas radioactivas.
Estos
combates, si se caracterizan por algo en Hokuto,
es por estar llenos de florituras, aspavientos y poses inverosímiles,
que son preludio junto con el grito de guerra que da nombre a la
técnica que vamos a presenciar (la patada de las garzas carmesíes,
el puño del colmillo del lobo, y mamarrachadas semejantes), de un
golpe mortal capaz de rebanar un torso humano entero a mano
descubierta, y bañar todo de sangre.
EL ESTILO VIEJA ESCUELA
Antes
hablábamos de Caballeros
del Zodiaco,
y aquí tenemos una de las primeras similitudes, que no la única, y
vamos a desarrollarlo. Caballeros
(o
Saint Seya
que es su título original), obra de Kurumada,
se estrena en la misma editorial que Hokuto
en el 1986, a posteriori de Hokuto.
Por lo que deduzco, así valientemente, sin ningún estudio plausible
a mis espaldas más que la percepción de la que hago gala, que
caballeros bebe
directamente de Hokuto,
influenciándose no solo en las teatrales técnicas de combate, sus
posturitas y los mortíferos resultados, si no en otras
características muy notables.
Por
ejemplo el estilo. Hokuto
no es el típico manga posterior a los 90 que todos, incluso los
neófitos como yo, tenemos en mente cuando pensamos en el cómic
japonés. No hay ojos enormes, no hay momentos cómicos que
caricaturizan más aún o incluso deforman a nuestros personajes por
un par de viñetas, no hay medidas corporales no armónicas como
caderas diminutas y senos gigantescos desparramándose en escotes,
no. El estilo de Hokuto,
para un ignorante como yo, parece más occidental que oriental,
englobándose en ese arte mangaka
old school
que aún no había conquistado el resto del globo (o al menos nuestra España) con Chicho
terremoto
o Bola de dragón,
y del que podemos ir persiguiendo sus eslabones desde los 80 hasta el
presente con la evolución mediática del anime
y manga
y su exportación, en otros títulos como Heidi, Ulises 31, Caballeros
u Oliver y Benji
(Capitán Tsubasa),
siendo testigos de como poco a poco la tendencia artística del
mercado manga
viraba a los clichés que hoy conocemos.
De
los rostros adróginos y asexuados a los ojos grandes y las curvas
imposibles. Tetsuo
Hara
dibuja personajes finos, esbeltos, de una plausible corrección
anatómica que peca de escorzos imposibles y medidas tan estilizadas
que guiñan al arte clásico de El
Greco (no
es broma).
Sus
personajes femeninos no están hiper sexualizados, mientras que sí
lo están bastante más los masculinos, que cuando no son gigantescos
gargantúas punk o neo bárbaros y scavengers, cuando Hara quiere acentuar
el protagonismo de un nuevo personaje importante en la trama, se le
ve el plumero de cómo prácticamente copia la anatomía ideal del
propio kenshiro,
o dibuja un nuevo y bello mancebo bien esculpido en gimnasio a
caballo entre el arte griego y el póster de guateque gay, con unas
ambiguas características andróginas que vuelven a repetirse en los
luchadores de Caballeros
del Zodiaco,
en la que a veces, no sabíamos si el combatiente era un chico o una
chica y su nombre oriental poco común en España tampoco ayudaba a
descifrarlo.
El
propio rostro de nuestro protagonista, Kenshiro,
es un rostro triste, inmutable, de cejas gruesas y pocos registros,
a lo Chuck Norris,
Steven Seagal
o Charles Bronson
añadiendo
un toque de humor pero que no va muy desencaminado ya que lo que
nunca se les pidió a éstos actores míticos del género justiciero,
es que interpretasen mayor emoción que el dolor o el odio, lo demás
era apretar gatillos y repartir mamporros, y es lo que se le pide a
Kenshiro,
y es ése el rol que cumple, el de justiciero impasible.
LLANERO O SAMURAI SOLITARIO Y ANTICUADO
El
sino de Kenshiro
en la obra de Hokuto
es el de ir deshumanizándose a medida que mata más y más enemigos,
página tras página. Una máquina de matar, solemne, sin
remordimientos, que en el fondo es la coraza de un corazón
bondadoso, la generosidad en persona. Un Jesucristo mega violento del
yermo atompunk.
Recorre el mundo en ruinas, sin destino claro, salvando a los débiles
y asesinando villanos, el profeta del kung fú.
Número
tras número eso es lo único que ocurre, y por eso la colección me
hastía y no la considero una obra ni imprescindible ni recomendada
para el rastreador de historias y ciencia ficción.
La excusa del yermo postapocalíptico es sólo una excusa de
ambientación para poder copiar la estética de Mad Max,
otra vez presente en todas mis entradas del cercano futuro
cataclísmico; Pero es que el propio Tetsuo Hara
ha reconocido la increible influencia ejercida en él por la saga de
Miller. Desde las
hordas de punkis motorizadas hasta el propio atuendo de kenshiro,
todo apesta a Mad Max.
Y si Hokuton es una
obra que yo recomendase a alguien por algún motivo, es precisamente
por su lore
y todos los guiños que encontramso en sus viñetas y poco más. Ni
el guión, ni el argumento, ni las inexistentes tramas, ni la
profundidad de los personajes.... nada brilla en ese aspecto en la
obra. Es su dibujo, sus detalles en cada scavenger, en cada neo
bárbaro, y en el mundo del “mañana
mañana” lo
único que salva la colección a mi humilde y soberbia opinión. Pero
no la salva lo suficiente como para llegar a terminarme los 27 tomos.
Uno de los personajes del manga, comparado con Mad Max
Son clavados.
Aún
así, la ascensión de la obra al podio de los clásicos, se va
consolidando a medida que escribo renglones, por nuevos motivos que
siguen sin tener nada que ver con su cansina y repetitiva historia.
Otro de ellos es la similitud que le encuentro con La
espada salvaje de Conan.
El estilo de dibujo, los desiertos, los bárbaros, la violencia y el
hilo conductor de ambos personajes. Conan,
en
unos 70 tomos de unas 90 páginas cada uno, llega a una a un nuevo
pueblo o a su taberna, Conan
le
hecha el ojo a una mujer, Conan
se
mete en líos,
Conan
mata mucho y violentamente sin apenas recibir ni un solo rasguño,
Conan
roba oro, fornica, y se marcha a otro pueblo.
Kenshiro
llega a un nuevo pueblo en ruinas habitado por débiles
supervivientes, Kenshiro
entra en el bar del pueblo (siempre con un aire de Saloon del lejano
oeste muy perceptible), llegan las pandillas motorizadas a matar,
saquear y violar, kenshiro
se encabrona, Kenshiro
mata a todo kiske sin recibir ni un golpe, kenshiro
se va a otro pueblo en busca de un adversario digno, un nuevo
némesis.
Y
así una vez y otra vez en ambas colecciones y ambos se han
convertido en iconos populares sin darnos jamás ni una sola sorpresa
en el guión. El colmo de la monotonía. Y aún así, son leyendas.
No hay ciencia exacta para el éxito, no hace falta ser R.R.Martin
para llevarte el gato el agua.
Y
en esas, Kenshiro,
no parará de viajar por el yermo repartiendo golpes mortales,
encarnando el cliché del que ya hemos hablado alguna vez del
“Llanero solitario / Ronin”, el vagabundo misterioso y solitario,
capaz de derrotar a un ejército apache él solo con su revolver o a
una legión del Shogún con su katana, a cambio de una sonrisa y un
plato de estofado, que nunca duerme en el mismo lugar, que enamora a
la hija del alcalde pero que no la tocará ni con un palo, sólo pro
el respeto que le profesa a la humanidad y porque no hay sitio para
el amor en su destrozado corazón de lobo solitario.
Hay
que destacar, explotado este rol, que en Hokuto,
la mujer desempeña un papel tristemente infravalorado, anticuado
incluso para los 80, machista, asumiendo un rol de doncella en
apuros, de sexo débil u objeto a recuperar, rehén, y todo eso que
nos han metido a jeringuilla décadas atrás con todas las historias de justicia
callejera como en el videojuego Double
Dragon
sin ir más lejos. A la chica hay que rescatarla a hostias contra una
banda de cachudos tatuados con chupa de cuero y pelos de colores. Ese
es el espíritu de Hokuto.
Insisto en que es un pastiche absoluto de trasnochadas historias
heróicas y paladinescas del príncipe azul desenamorado que ha de
rescatar a la princesa llorona del dragón o el brujo lividinoso. Muy
en la línea de obras de siglos pasados como El
Reino de la Noche
ahora que caigo escribiendo esto. Infumable para el siglo XXI, pero
hay que hacer el esfuerzo de entender lo que habría en la cabeza de
William Hope,
que a su vez fue fuente de inspiración de generaciones posteriores
como el papá de Conan,
Robert E. Howard. Deduzco
que Buronson
es de ésta escuela post romántica y casposa.
Sin
tener muy claro si lo siguiente que detecto, es fruto precisamente de
la micro misoginia de la obra, o todo lo contrario en un progresista
ejercicio de visibilización y normalización homosexual ochentera,
lo que sí hay entre lineas son amistades y camaraderías masculinas,
que traspasan la línea de la amistad y la admiración hasta alcanzar
el punto de amor y deseo. Nunca de forma explicita, Hokuto
podría catalogarse, pese a sus camiones cisterna de sangre en
viñeta, de shonen,
o lo que es lo mismo, obra manga juvenil que exalta la camaradería
adolescente y los sentimientos románticos y amorosos, ya que su
forma de abordar los temas “adultos” es inexistente, no hay nada
formal tras las venganzas, ni los desamores de la historia. Todo es
sumamente plano, pueril, estúpido incluso. Ocurre por ocurrir, sin
transfondo.
Llegados
a éste punto, que no se me olvide revindicar la tremenda importancia
de los viejos cuentos de artes marciales, porque como decía antes (o
como llevo diciendo todo el artículo más bien), el lore
atompunk
no es más que un capricho, o una excusa, y en realidad Hokuto
es una historia shaolin, la historia del luchador definitivo, del
maestro de todas las artes derrotando a los maestros del resto de
artes, porque ya nada tiene ni nada desea excepto eso. La mierda que
le flipa a Tarantino
ya sabéis.
Si
miramos bien las viñetas, Kenshiro
es mitad Mel Gibson
en Mad Max,
mitad Bruce Lee.
Y es innegable.
Hokuto
no tiene nada de ciencia
ficción,
es una historia interminable de kung
fú.
EL ENGAÑO Y LAS CONSECUENCIAS
Bueno,
llegados a tan realista y triste conclusión, ¿qué hago entonces
escribiendo de Hokuto
en un blog de ciencia
ficción
si no hay de eso pro ningún sitio? Me la han metido doblada, pero ni
tan mal.
Tenía
ganas de descubrirlo pro mi mismo después de mis encuentros
anteriores y no concluyentes con la saga.
Porque
el largometraje de anime,
era un tostón que solo entretenía cuando llovía sangre y los
tsubos
explotaban en un confeti de órganos y piel muerta tras los golpes de
dedo de kenshiro.
Y
porque los videojuegos, numerosos desde la propia Mega Drive con el
título Last Battle
(no
incluye el título original de la serie para no pagar derechos) hasta
las nuevas generaciones, no aportan mucho más que unas cuantas
tollinas mal dadas en escenarios aburridos a hordas de enemigos
clónicos.
Porque
los títulos que estrenaron en Xbox360, no aportaban nada más que
eso, fases aburridas e interminables repletas de enemigos clónicos,
que producían somnolencia hasta que llegábamos al jefe de fase, que
ese sí que representaba un reto y unos largos minutos de tensa
diversión y agujetas en los dedos. El único aliciente a seguir
ejecutando combos con los botones era precisamente el de conseguir
nuevos combos desbloqueables con los que estallar cabezas en la
siguiente fase.
Aunque
ésta sea mi opinión, dejo claro una vez más, que Hokuto
es
un mito popular, y para muestra un botón. Más de 25 videojuegos
editados desde los 80 para master sistem, nintendo famicom, mega
drive, play station, game boy, nintendo DS, o xbox. E inclusive una
live action movie de 1995.
Y
con lo que me gustan los videojuegos y las películas, podría
continuar enrollándome con ese campo, pero creo que hasta aquí
vale, para una obra post apocalíptica, que nada tiene de cifi,
y que no voy a ser capaz de leer entera en meses y posiblemente
abandone a la mitad, donde me he quedado ya.
Un
saludo, y no me odiéis por mi opinión, solo yo me responsabilizo de
ser así de cenizo.
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