DMITRY
Febrero
va a ser un mes intenso para los adeptos a la ciencia
ficción en todos sus formatos,
como manifestamos los sectarios del Tungsteno, Se vienen ya mismo
estrenos de cómic, de cine, de videojuegos y de literatura, y voy a
dedicar el mes a éstos estrenos en la mayor medida posible.
Uno
de esos estrenos a los que me adelanto éste domingo, es precisamente
el nuevo videojuego de la saga Metro,
con el subtítulo Exodus.
Por eso mismo, voy a escarvar en las raíces de ése título fps
de acción postapocalíptica, que bien podría haber incluido en mi
serie de entradas agrupadas bajo la etiqueta “El
fin”,
pero Metro
merece tener su propio protagonismo. Además los videojuegos no van a
ser los protagonistas de la entrada, si no los libros, mucho más
interesantes que su versión informática de ocio, que después
enfrentaremos.
Para
empezar, como casi siempre, una pequeña presentación a cerca del
padre de la criatura, Dmitry
Glukhovsky.
Un intelectual antistablishment
ruso, que al final, bajo mi punto de vista, ha entrado de lleno en el
mismo sistema comercial al comenzar a vivir de sus obras. Y no es una
crítica, que va, ojalá yo viviese de cualquier método creativo o
artístico, como pudiera ser la literatura, pero opino que el tipo ha
sabido ver el filón del fandom
y los universos expandidos, incluso perteneciendo a una “liga
inferior”
de escritores a nivel global, porque no está a la misma altura del
ranking de otros escritores que han ramificado sus oingresos
derivados de sus obras, como por ejemplo el mismo R.R.
Martin,
pero sin embargo el hombre se ha perfilado como un inquieto
bussinessman
del entertainment.
Dmitry
es periodista, ha trabajado para Euronews en Francia, y ha redactado
una tira cómica en diarios de su Rusia natal, titulados “La madre
patria”. Cursó estudios en Europa y en Israel y habla 5 idiomas.
Un perfecto yerno en potencia como aquél que dice.
En
2002, los albores del internet actual, decidió aprovechar las nuevas
herramientas que el nuevo milenio ponía a disposición de todos e
hizo un excepcional uso del tópico de la democratización de la red.
Comenzó a colgar los capítulos del borrador del primer Metro
2033, la novela que le llevó
al éxito. En Rusia se convirtió en un éxito de libre acceso tras
unos cuantos meses. Las editoriales comenzaron a timbrar en su puerta
y finalmente accedió a la publicación de su obra, no sin haber
hecho una serie de cambios sustanciales sugeridos por la propia
editorial para que el texto tuviese mayor éxito. Y es por motivos
como ese, por el que anteriormente me atrevía a opinar, que aquél
joven Dmitry que
comenzó en el underground
virtual de la red, pasó a formar parte de la industria del
entretenimiento aceptando cambios en sus párrafos, en pos de una
mejor comercialización del título.
Lo
importante, sin juicios de moral, que insisto, ya me gustaría a mi,
no malinterpretemos, es que le dio resultado, vaya que sí. Metro
2033 se ha publicado en casi
todo el mundo, en docenas de idiomas, y ha sido continuado por las
secuelas Metro 2034 y
Metro 2035. A parte
de los títulos rubricados por él mismo, ya anticipaba que Dmitry
se ha convertido en un pequeño magnate de la ciencia
ficción, porque se han editado
bajo su licencia, docenas de libros escritos por otros escritores,
amateur la mayoría, inspirados en el mundo post nuclear que
Glukhovsky había
creado, donde el protagonista es el metro, los túneles, un
ecosistema subterráneo dantesco donde el ser humano sobrevive al
invierno radioactivo.
Y
el imperio de Metro
no termina ahí, tenemos también dos exitosos videojuegos de acción
basados en el mismo universo, que éste 15 de Febrero de 2019 se
convertirá en trilogía.
Y
para rematar, se lleva negociando desde hace tiempo, la adaptación
televisiva o cinematográfica de su universo novelado.
En
poco más de una década, Dmitry Glukhovsky
ha pasado de estudiante a autor best
seller y experto en
universos expandidos. Propietario de una fructífera licencia bajo el
nombre Metro.
METRO, LAS NOVELAS
Timunmas
se ha encargado de traer al español unas ediciones de la trilogía
muy cucas. Recuerdo cuando lo vi por primera vez en la librería en
2009. Lo agarré, leí la contracubierta, y no lo dudé un instante.
Para empezar, el metro de Moscú ya es un hábitat lo suficientemente
llamativo y poderoso.
El
palacio subterráneo, una red de transporte público construido con
pompa, soberbia y lujo, pese a lo alienante que resulta para el
proletariado hacer sus recorridos hacinados en vagones subterráneos.
Es la red de metro que más pasajeros transporta al año, más que
el de Tokyo o Nueva York, con 379 kilómetros de recorrido ocupando
el tercer puesto del podio tras Londres y Nueva York, y 222
estaciones. Una linea de metro construida además de como medio de
transporte público, como refugio atómico, un enorme búnquer
sellado y hermético.
Y
en la novela, ese laberinto de túneles y raíles, se convierte en el
último refugio de la humanidad. En ningún caso se crea un lore
universal, la narrativa sólo nos habla de Rusia, de cómo ha quedado
reducida a escombros y amasijos radioactivos tras una tercera guerra
mundial muy próxima.
Pese
a que Dmitry accedió
a manipular el texto original, el resultado de la primera novela,
Metro 2033, me
resultó una obra imprescindible de la CIFI.
Nos
convertimos en al sombra de Artyom,
un joven huérfano que habita en su estación en una monótona y
anodina vida como stalker.
Forma parte de un pequeño grupo de rapiñeadores, basureros, o
exploradores, que salen a la superficie de Moscú embutidos en trajes
antiradiación caseros, a buscar restos útiles de tecnología, o
material con el que comerciar después en las otras estaciones de la
red de metro. Ya que, importante, cada estación de metro habitada,
constituye una micronación por sí misma, en un complejo sistema de
gobierno global que conforman todas las estaciones, que bullen en
constantes luchas de poder, armadas o diplomáticas.
Dmitry
transporta una copia de los conflictos globales entre súper
potencias y el mundo de occidente, a una miniatura política
encerrada en los túneles del metro de Moscú. Crea paralelísmos
entre diferentes grupos de gobierno actuales y las diferentes
estaciones del metro.
Encontraremos
así una linea comunista, otra conocida como la línea del IV Reig,
una línea neutral, las estaciones de la Hamsa, y otra serie de
estaciones que escapan al dominio de las principales, con extrañas
costumbres.
La
humanidad sobrevive mediante el cultivo subterráneo de setas y otros
vegetales aptos para el crecimiento subterráneo, y las granjas de
cerdos y aves.
Es
un ecosistema social y humano cerrado, sin escapatoria, ya que la
radiación impide la supervivencia en el exterior, y no solo las
partículas gamma, si no toda una nueva fauna mutante hostil que
acecha entre las ruinas de edificios, calles y monumentos. Por lo que
no hay escapatoria, la humanidad superviviente, que a duras penas
continúa reproduciéndose bajo tierra, tras el apocalípsis nuclear,
está condenada a entenderse, o no, porque no pueden ir a otro lugar,
no hay otro lugar.
Agobiante,
claustrofóbico, carente de esperanza, así es el futuro distópico
cercano que Glukhovsky nos
ofrece. No es bonito, ni alagüeño, es deprimente, sucio y oscuro.
Dentro de los túneles el hombre se convierte en un lobo para el
hombre, la supervivencia es la única obligación del individuo, y
simpatizar con uno de los grupos poderosos es la mejor opción de
prolongar tu esperanza de vida con un cuenco lleno de guiso de setas
y un uniforme militar para no pasar frío.
La
población, sin posibilidad tecnológica ni educativa, alcanzan la
edad adulta sin posibilidades, oficio, ni beneficio, una metáfora
plausible de lo que ocurre hoy día con nuestra juventud, la tasa de
desempleo, el fracaso escolar y la falta de oportunidades y la
carencia de especialistas en sectores primarios que nos espera para
el futuro, y por qué entonces la migración es necesaria, teniendo
en cuenta, que el aislamiento y la nulidad de circulación humana que
propone el metro en la novela, es un de los grandes impedimentos para
el progreso de una neo sociedad avocada a su autodestrucción.
Parece
simple vislumbrar esos “easter
eggs” ocultos entre
líneas de ficción, que en realidad están gritando los defectos de
nuestra actual sociedad.
Los
grupos dominantes de las líneas, además, son poco diplomáticos, y
la red de metro carece de protocolos, manda el ruido del Kalashnikov,
y los conflictos que no se resuelven mediante diálogo,
inevitablemente, acaban en baños de sangre indiscriminados,
esclavitud, violación y abuso. La guerra en estado puro, una crítica
clara a los conflictos derivados por la balcanización de los años
90 y la ruptura soviética, que todavía hoy colea con conflictos
bélicos a los que el resto del mundo preferimos no mirar, porque
como dijo aquél político británico ante el auge del nazismo en
Alemania
“Es
un problema entre gente que no conocemos, y viven muy lejos, que no
nos incumbe”
O
algo así, no copio de ninguna web, trato de exprimir lo que leo.
La
crueldad del Metro 2033
es tan real como la que se vive en el conflicto checheno, o en
cualquier otro conflicto en cualquier punta remota del mundo. Solo
que parece obvio cuales son las fuentes más cercanas grabadas a
fuego en el subconsciente del autor.
Tan
cruel es, que en los túneles del Metro 2033
la única moneda de curso legal aceptada fuera del trueque, son los
casquillos de munición. Las balas, son dinero. Aplastante.
En
semejante infierno, Artyom
comenzará un viaje desde su humilde estación, un viaje de madurez,
de autoconocimiento, en el que evolucionará personalmente,
descubriendo su lado más oscuro, priorizando entre ética y moral,
obligado a tomar decisiones para sobrevivir tras descubrir la
cantidad de basura bajo la alfombra que han estado barriendo durante
décadas sus líderes políticos del subsuelo. Engaños, mentiras,
manipulación de las masas, traiciones, falta de principios, y todo a
lo que nuestras democracias occidentales nos tienen acostumbrados,
marionetas de poderes económicos, sin izquierda ni derecha, si no
que detrás de sus promesas, mentiras y eslóganes, sólo ay
avaricia. Es así de crudo. El civil somos ganado, números
prescindibles, combustible para el motor gubernamental. La
conspiración final.
Artyom
nos invita a los lectores a quitarnos nuestra venda ante el mundo
real en el que vivimos, corrupto y manipulador.
Artyom
comenzará su periplo, coartado por un misterioso forastero llamado
Hunter, y su propia
curiosidad por conocer realmente el mundo que hay más allá de su
estación. Artyom
deberá llegar a la estación conocida como La Pólis, para informar
sobre la actividad de unas criaturas mutantes humanoides conocidos
como “los negros” por su oscuro y brillante tono de piel. Estos
“negros”, han tratado de acceder a la estación de Artyom
en el pasado, y desde entonces, causan una extraña fascinación en
la mente del joven. Las criaturas mutantes son consideradas una
amenaza para la supervivencia de todas las estaciones de metro, y
según los dirigentes de La Pólis, hay que frenar su avance.
En
su viaje, Artyom
conocerá diferentes personajes, enigmáticos, traicioneros,
amigos... De todos, mi favorito, el misterioso Cervantes.
Es
muy, muy interesante, el protagonísmo de los propios túneles
durante toda la novela y lso recorridos que hace en solitario el
joven stalker.
Glukhovsky introduce
elementos de la literatura de terror, muy convincentes. Consigue
hacernos creer mediante las supersticiones de los habitantes del
metro, y sus leyendas urbanas, el miedo y el pánico a la oscuridad y
sus túneles, las criaturas mutantes que consiguen colarse en sus
entrañas, humanos caníbales inadaptados, e incluso fantasmas, los
espíritus de aquellos moscovitas que no llegaron a refugiarse en el
metro cuando cayeron las bombas. El metro respira, está vivo, es una
criatura que degluta y exprime a los organismos vivos que hay en su
interior. La paranoia se convierte en una constante en cada nuevo
tramo de túnel entre estación y estación, en la más profunda
oscuridad y soledad, en esa en la que se dice que los seres humanos
volvemos a estados fetales de consciencia y alcanzamos momentos de
terrorífica iluminación lisérgica plagada de espejismos y seres de
pesadilla. Los túneles son, en realidad, elementos reveladores de
consciencia.
De
ahí en adelante, sin spoilers,
porque deberíais leerlo, Artyom
tratará de tomar sus propias decisiones, siempre confuso, entre
mentiras, incapaz de averiguar la verdad, manipulado, entre aceptar
las órdenes de los militares y líderes del metro, o a su propia
intuición y las revelaciones que ha sufrido durante su viaje. El
final, es, sencillamente, apoteósico.
Reconozco
que en ocasiones es algo complicado seguir el hilo, debido a los
múltiples momentos en los que la realidad y la paranoia se
entremezclan en la percepción de Artyom,
contagiando al lector. Y también por que el peregrinaje de estación
en estación es complicado, los nombres de las estaciones, en ruso,
son difíciles de memorizar para un castellanoparlante, y además
orientarse lo es más, en ocasiones no tenemos claro hacia dónde se
dirige Artyom ni por
qué, pero Timunmas
nos echa una manita en sus ediciones, con un mapa bastante chulo,
desplegable, con toda la red de metro, los nombres de las paradas, y
toda una leyenda cartográfica para identificar si son estaciones
habitadas, por qué facción gubernamental, y otros datos de interés,
para ir marcando el camino recorrido por Artyom
a medida que leemos.
Unos
años después llegaba Metro 2034,
sin Artyom, con
nuevos protagonistas.
Homero,
un viejo charlatán y soñador con una ansia enfermiza en convertirse
en un gran historiador de la época que les ha tocado vivir, dejando
todo documentado a la posteridad.
Hunter,
militar traumatizado que ya conocímos en el 2033.
Shasha,
una joven inconforme con la vida que le ha tocado vivir en los
túneles.
Con
2034 me pasó algo, algo, malo. No me gustó ni la mitad que el 2033.
Por lo que no creo que me extienda tanto como con el anterior.
El
libro, afortunadamente, es más corto, y digo afortunadamente porque
es que es una historia disparatada, carente del terror que me
transmitió 2033, y carente también del rico trasfondo subterráneo,
haciendo hincapié en las mismas cuestiones que el 2033, pero con
desgana.
La
historia se centra en el quijotesco periplo del esquizofrénico
Hunter, seguido de su
nuevo Sancho Panza Homero,
quien de cuerdo tampoco tiene nada, y comenzará a fantasear de
manera neurótica cuando se les une Shasha, convencido
de que forman una especie de santísima trinidad designada por el
destino para elevados fines y propósitos. Se enroca en que llevarán
a cabo una nueva Iliada subterránea y post atómica. Pero sólo son
un grupo de desequilibrados en un mundo acre y hostil sin compasión.
Por
un lado, la concepción de yuxtaponer la realidad a los delirios de
Homero
y el histrionísmo paranóico de Hunter
con Shasha
como víctima de sus consecuencias, es interesante. Es una forma de
enfrentar las diferentes realidades que percibimos en nuestro
entorno. Pero por otro, la novela carece de la originalidad de la
anterior, de su ritmo “road
movie”
de viaje por los túneles, del misterio y el terror, carece de todo
por lo que reconoceríamos Metro
2033,
y queda como una novela anecdótica, curiosa pero en ningún caso
bajo mi opinión un must
de la CIFI. Pero la máquina
Glukhovsky ya estaba
en amrcha, supongo que tanto él como su agente y la editorial,
deseaban seguir adelante con ella.
El
único sentido que le veo a Metro 2034
es el de novela eslabón, y gracias a que se editó Metro
2035.
Metro 2035
es un giro tremendo en la identidad de la saga, una voladura de
conceptos que destruye todo lo anterior y nos crea un nuevo entorno
poco consecuente. Pese a ello, la novela es buena, funciona y supera
con creces a 2034. Pero refuerza mi percepción de que Glukhovsky
se ha dejado devorar por la indústria y el parné. Lo mejor de la
novela, es que nos devuelve a Artyom,
un maduro e incrédulo Artyom
curado de espanto, insumiso, un antihéroe en desarrollo que encaja
perfectamente en cómo ha asumido sus experiencias vividas en 2033.
Artyom ha cambiado,
de una forma consecuente y
lograda. Ahora está insatifecho con todo, se cuestiona su
existencia, se castiga por sus errores incapaz de perdonarse, y no
voy a dar spoilers
de por qué. Pero está convencido de darle un giro a su vida, de
tirarse a una piscina sin agua pase lo que pase, porque considera que
ya no tiene nada que perder dentro del metro, convencido de que hay
más fuera, todo el día tratando de sintonizar una vieja radio de
comunicaciones en busca de supervivientes a la tercera guerra
mundial. Su carácter curioso, sigue siendo el motor de sus impulsos,
como en 2033.
Artyom
sigue siendo un personaje bien caracterizado, consolidado,
sostenible, con el que empatizar en la lectura, y eso se agradece.
Entonces
aparece Homero,
y le llena la cabeza de pájaros , se lían la manta a la cabeza, y
otra vez de romería por las vías.
En
ésta ocasión, y por eso digo que la novela es poco continuísta, la
mayor parte del desarrollo de la trama sucederá en el exterior de
los túneles. Pero ya no es ese exterior nuclear del 2033, lleno de
mutantes y en un constante invierno radioactivo. Maldito Glukhovsky,
me estás volviendo loco, que forma de marearme, y qué perdida de
credibilidad en tu trilogía, sólo 2 años después de tu
maravillosa ópera prima, ahora resulta que el exterior de Moscú no
tiene mutantes, ni sus residuos y partículas gamma son tan
perjudiciales ni nocivas para la salud. ¿pero qué demonios? Es como
leer un libro diferente, que va de algo parecido, pero diferente. Ha
cambiado deliberadamente la identidad de la saga de un plumazo, y en
ved de peligros mutantes, el peligro es muy humano.
En
Metro 2035
nos enfrentamos a la gran mentira, una crítica camuflada de ficción
en contra de la contrainformación, las fake news, la globalidad
incierta. El leit
motiv
está muy bien y me parece muy acertado, sin spoilers,
pero me han cambiado el universo Metro
en el que ya me había empapado. Dmitry
ha destruido lo construido anteriormente para ofrecer una nueva
ficción, más humana, menos weird
y más social.
En
fin, el artista es él y el lector soy yo, es lo que hay, e insisto
que aún así, con estas quejas, es una digna novela de CIFI
infinitamente mejor que la anterior 2034, pero no mejor que la
original 2033. A gustos los colores.
A
parte de la triología original, Timunmas
ha editado dos spin
off
de autores amateurs, titulados Hacia
la luz
y San Petesburgo.
Son unas novelas de entretenimiento, generadas desde el fandom,
que como lectura ligera pueden tener un pase, pero que no aportan
nada al universo Metro
y ni siquiera me parecieron buenas. Las compré, no pude reprimirme,
pero han pasado sin pena ni gloria en mi estantería. Son novelas más
bien juveniles, sin profundidad, inspiradas más por el hype de los
videojuegos y el pastiche wasteland
postatómico al estilo Fallout
que por el germen inicial de Glukhovsky.
Me lo imagino aceptando estas novelitas como producto de sus
“becarios” con la intención de sacarles algún provecho mientras
se dedica a sus cosas.
LOS VIDEOJUEGOS
En
2010 4A Games
desarrolla su versión de Metro
2033,
con el mismo título, para video consolas y ordenadores. El juego se
trata de un shoter
fps
de una muy aceptable manufactura gráfica, con toques de survival
por lo importante de gestionar de la mejor forma posible las escasas
unidades de munición y las alternativas de subterfugio ofrecidas en
contra de plantar combate directo.
También,
como característica intrínseca a su temática de supervivencia,
cabe destacar la gestión de filtros de aire para las máscaras de
gas que necesitaremos para abandonar los túneles y recorrer el
exterior radioactivo de Moscú, obligándonos a estar pendientes del
oxígeno del que disponemos y de las señales de nuestro contador
Geiger. Estas características añaden un punto de tensión y
claustrofóbia a lo que un clásico juego de disparos nos hubiese
ofrecido a secas.
Es
muy importante también el uso de la luz y la oscuridad, tanto para
escabullirnos como para poder ver a más de un palmo de nuestra
máscara de goma. Del mismo modo, el sigilo y el silencio marcarán
la diferencia en al infiltración a cualquier estación enemiga de
la red de metro.
La
ambientación de las estaciones habitadas, nos hace reimaginar lo que
ya habíamos leído en la novela, y nos cambiarán para siempre la
idea que teníamos de las mismas, pro su realismo y su arte
conceptual inmejorable. Campamentos tercermundistas, chatarra
reutilizada, pobreza, granjas subterráneas, nos transportarán de
inmediato a aquellas páginas con todo un nuevo espectro de matices
que no hubiésemos imaginado.
Nos
hacen el trabajo sucio.
Los
túneles, laberínticos, oscuros, son un entorno en el que es
complicado orientarse, y la brújula, será otra herramienta
indispensable para no andar dando vueltas en círculo por una misma
estación.
El
desarrollo del primer juego, nos pone en la piel de Artyom
y nos repite, con ciertas licencias creativas y cambios, la misma
historia de la novela, con “los negros” amenazando la soberanía
de las diferentes facciones políticas de la red de metro.
Los
combates son muy difíciles, salir vivo de una estación hostil a
camisa abierta y Kalashnikov en mano es prácticamente imposible y
nos obligará a tener una buena estrategia previa de asesinatos
silenciosos al más puro estilo black
ops,
fundir unas cuantas bombillas para movernos en la oscuridad sin ser
vistos, y ahorrar la mayor cantidad de balas.
Mientras
que en el exterior, en las ruinas, el combate se vuelve mucho más
frenético y salvaje, en un sálvese quien pueda cuando descubrimos
mutantes hambrientos.
La
campaña de marquetin y los resultados del lanzamiento fueron
excepcionales, y muestra de ello, el vídeo de publicidad que es toda
una obra de arte visual y podría ser el trailer de una buena
película o teleserie.
Tras
el reconocimiento del juego, y la expansión de las novelas, vino el
juego Metro Last Light,
que según Dmitry
Glukhovsky,
es una nueva aventura oficial de Artyom
entre sus novelas Metro
2033 y
Metro 2034,
indispensable para englobar los hechos acontecidos en su universo
narrativo, sólo que en vez de en papel, en videojuego. Chico Listo.
Un hacha de los universos expandidos como decíamos antes. Pero a mi
no me la pega. Es un videojuego bastante chulo, que mejora lo visto
en la anterior entrega, pero sobre la misma dinámica, y que como
obra narrativa no me aporta nada, si no lo contrario, más bien me
acaba despistando y haciendo un burruño mental a cerca de Artyom
y el universo Metro.
Pero
bueno, bastante burruño me ha creado ya la tercera novela, parece
que a Glukhovsky
ya le da un poco igual la consecuencia en su universo, y sólo desea
hacer caja, entreteniéndonos eso no lo niego, pero pasándose por el
arco del triunfo la lógica narrativa. Al final el universo Metro,
si
tenemos que tener en cuenta tanto los videojuegos como las novelas,
es un guirigay mal tejido con regustillo a ficción prefabricada para
fandom.
Y
ahora, el 15 de Febrero de 2019 llega la tercera entrega jugable,
Metro Exodus,
que parece que es una extensión narrativa, sin paños calientes y
pasándose por el forro los spoilers,
de la novela Metro
2035.
Pero a mi ésto me mosquea, y vuelve a darme un tufillo chungo
respecto al ansia viva de Dmitry
de contar billetes, que de verdad, a mi también me gustaría y
seguro sucumbiría a estos placeres, pero si en Metro
2035
no había ya mutantes ni otros peligros en el exterior, ¿Por qué lo
vende como continuación de la novela si en el trailer de lanzamiento
del videojuego hay unos monstruos mutantes que ponen la piel de
gallina? Pues no se, pero dejo de verle coherencia a ese universo
extendido, y me quedaré siempre con lo brillante que me pareció
Metro 2033.
Pero vaya, que no me sorprende, que se me olvidó comentar que es que también hay cómic de Metro, Dmitry explota cualquier formato, editado por Black horse, de quien ya hemos hablado en el blog en alguna ocasión.
Aún
así, habrá que jugarse el juego, tratando de separar en parcelas
literatura y ocio electrónico, como hice con los anteriores dos
títulos. Porque como hablaba en otras entradas, a cerca de la
“prostitución televisiva de la literatura”, pues con el
videojuego ya estamos pasando por lo mismo, porque es un sector igual
o más goloso todavía, y los creativos parecen estar escasitos de
ideas propias.
Ahora,
explorar Moscú en el pellejo de Artyom
con
el joy pad en la mano, seguro que vuelve a ser una experiencia
divertida, no lo voy a negar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario