miércoles, 5 de febrero de 2020

LA NARANJA MECANICA, ULTRAVIOLENCIA POR BURGESS Y KUBRICK

THE CLOCKWORK ORANGE



Que alegría más joroschó el volver a videaros por aquí tan scorro estimados chelovecos y ptitsas. Hoy con mi más galante golosa quiero goborar de una vesche que os va a iteresobar sin dudas.
Permitidme aclarar el gorlo con una chascha de moloko con cuchillos antes de empezar a chumlar chepucas con mucho beep beep y todo ese buuu buuu, de la ciencia ficción.
No estoy naso, mi mosco va joroschó gracias al Gobro, si no que el rascaso de hoy nos hará smecar, su straco nos dejará smugos, querremos snufar ante la ultraviolencia practicada por los drugos,  los nadsat, el unodos unodos por los scharros hasta que salga la cala de las brosña china bien agarrada del boloso para finalizar vertiendo en su rota el veneno de los yarboclos y  hundiéndo la britba en su bruco y ver el rojo crobo chorrear mientras crincha socorro socorro y buah buah buah. 


La naranja mecánica.
Anthony Burgess, su autor, lingüista y políglota (español, italiano, inglés, árabe, ruso, francés…) tuvo que inventar ésta extraña jerga de lexemas eslavos y calós para poder publicar una novela repleta de horrores intrínsecos a la naturaleza humana sin que le acusaran de pornógrafo e inmoral. Haber reproducido en su inglés nativo todas las salvajadas, palabras malsonantes, insultos y blasfemias proferidas por sus protagonistas hubiese sido absolutamente intolerable para la crítica y los lectores.
Con éste slang que nada tiene que envidiar al sindarin ni el adunaico de su paisano J.R.R. Tolkien, el lector que realmente tuviese que leer La naranja mecánica, tendría que traducir de forma autodidacta los horrores narrados en ésta novela de ciencia ficción distópica en un futuro muy cercano al año de su edición. Pero creedme, que tras las veinte primeras páginas, coparéis joroschó el nadsat de los vechos sin problemas, y hasta agradeceréis el haberos evitado el lenguaje explícito.
Aplausos para el ejercicio creativo sin parangón de Burgess, que convertirá ésta obra en algo único de principio a fin, por mucho que a él mismo le duela la popularidad del título, por culpa de Kubrick mayormente, en disminución de otras novelas que él mismo considera mejores. Que injustos somos el público, y lo digo en serio, que devoramos con ansia piezas de artistas aupándolas a la posteridad, dejando en el cajón del olvido las que ellos querrían haber enristrado como bandera de su culmen creativo.
Ya hemos hablado de esto alguna vez por Tungsteno dreams, no nos repitamos.

LA JUVENTUD ES EL PROBLEMA

Y adulando esa primera e impactante característica que le dota de una identidad única e inconfundible a La naranja mecánica, ¿de qué va?
La naranja mecánica, que no todo el mundo debe por qué saber viene a significar en nuestro cristiano ibérico “ser más raro que un perro verde”, es una extravaganzza operística con el foco puesto en Alex, nuestro humilde y bello protagonista y narrador, que en primera persona, nos detallará un breve pero intenso periodo de su vida, la adolescencia.
Una adolescencia cómoda, en casa de papá y mamá, un poco en la onda que ahora llamaríamos nini que podemos resumir en:
“al oeste en reino unido crecía y vivía
Sin hacer mucho caso a los militsos
Robando ultramarinos sin cansarme demasiado
Porque pé y eme se creen que me saco el graduado.
Cierto día, asaltando casas con amigos
Unos drugos del barrio me metieron en un lío
Y mi agente judicial me decía una y otra vez
Málchico te van a lobetar i vas a ir a la staja”


Ouh yeah (drop the mic grasños vechos)




Alex tiene un techo, un papá y una mamá aterrados ante su conducta como si fuese aquello un episodio del reality “Hermano mayor” y Alex fuese Dakota, que no saben de qué forma educarle y han fracasado en el intento mientras el niñato psicópata y egoísta les amedrenta, les maltrata psicológicamente y les chulea a diario. Suele abandonar el hogar con la ropa limpia y planchada, la panza llena, y una cínica sonrisa de oreja a oreja para invertir su tiempo en maldades en la calle.
Narcisista, sociópata, egoísta, controlador, dictatorial, vacío, serían buenos adjetivos en la carta de presentación de nuestro querido Alex, porque creedme, que pese a todo, le cogeréis cariño…o no, no, ¿o sí? Menudo lío, porque Alex representa el nihilismo, la anarquía, es la esencia del punk, la semilla de los Sex Pistols, el súper hombre de Nietzsche, el James Dean distópico, violento, rebelde, libre, indómito. Pero está loco, sin duda, es una bomba de relojería, un asesino, un violador, un delincuente. ¿Merece la pena todo eso negativo sólo por la libertad, ser un animal al margen de la sociedad? ¿Ser Satán? ¿Qué nadie te quiera y todos te odien? El precio es alto.
Década de los 60, Burgess concibe el libro, ubica al quinceañero Alex en la Bretaña gris e imperialista de lo que por entonces iba a ser su futuro cercano, finales de los 70, que visionó de forma distópica aunque no muy tecnológicamente avanzada, aunque nos decora el mundo de Alex con avances como la televisión universal, el ómnibus, y viajes espaciales en la primera plana de las gassetas informativas.
En ésa sociedad futura que Burgess imaginó, el principal problema era la juventud. Y aquí abordamos el más jugoso y suculento elemento distópico de La naranja mecánica, el más imitado, el más icónico y el que sentó cátedra. La pandilla juvenil como elemento imprescindible en las sociedades capitalistas desfragmentadas del futuro cercano.
Alex es el autoproclamado líder tácito de una pandilla juvenil, compuesta por los málchicos, drugos, niñatos uniformados con las platís inconfundibles que les hacen ser reconocidos como miembros de una misma banda, como un equipo deportivo o una escuadra militar, y que pasan de la escuela y los trabajos remunerados porque es mejor y más divertido robar tiendas, atracar ciudadanos honrados, puentear coches, patear enemigos de bandas rivales, violar chicas indefensas hasta arriba de estupefacientes y en semejante escalado de anarquía y violencia adrenalítica, culminar matando por placer.
¿Parece un buen plan, divertido? Maldita sea, es asqueroso, inmoral, pero… ¿Qué vió Burgess en su entorno para imaginarse un futuro como ese, tan cercano y descontrolado, en el que la juventud sería una plaga violenta e indomable que sembraría el caos en las calles y sobrepoblaría las cárceles?
Anthony Burgess cuenta en entrevistas y memorias, que a él no le fue muy bien en los colegios católicos a los que asistió, que muchas pandillas de críos organizados le propinaban palizas y le perseguían, por ser “el empollón”. El fenómeno bullying, el acoso escolar, estaba a la órden del día en su infancia. Y bueno ¿cuántos de los que me leéis no os habéis sentido en ocasiones absolutamente víctimas, o tremendamente infelices en vuestra etapa escolar o de instituto, tras vivir sucesos desagradables con otros compañeros? No voy a frivolizar, ni banalizar algo tan serio y grave, algo que la sociedad, los padres y los educadores deben de atajar y vigilar, pero ¿y si los padres son como los de Alex y prefieren mirar hacia otro lado en vez de asumir que su hijo es un pequeño psicópata en potencia? Nada nuevo bajo el sol. Ocurre. Los hijos somos en la mayoría de los casos perfectos desconocidos para nuestros progenitores, y en ocasiones, derribamos el telón de acero emocional que nos separa en edades adultas.
No hace falta que un chaval venga de una familia desestructurada para ser cruel con sus congéneres, carecer de humildad, empatía, ni sentimientos. Para ser un mentiroso, un hipócrita y un cínico. Tal vez, pese a que sea un niño, sólo necesita una recompensa por ello, material o sensorial. O impunidad. Quién sabe.
¿Qué puede ocurrir con los críos que lo sufren? Puede que lo denuncien a los adultos pertinentes, lo que no garantiza represalias o el fin de las vejaciones. Puede que se callen, que tengan miedo, que sufran y crezcan torcidos. Puede que se revelen, que se conviertan en algo peor que lo que su acosador era. Quedaros con ésta reflexión porque se plasmará en la naranja mecánica.
Así que los niños, muchas veces, estamos sólos ante la maldad de otros niños. Sí, la maldad.
¿A caso un niño pude ser malo? ¿No representa la infancia la dulcificación humana, la ignorancia libre de pecado, y el aprendizaje? Un niño no es otra cosa que un humano en desarrollo, a medias, y sospecho que Burgess (ya veremos luego por qué) opinaba que el humano lleva el mal en su interior, de forma tan natural como lleva el bien.
Damien de La profecía, ¿Quién puede hacer daño a un niño?, El Hijo, El pueblo de los malditos, son solo algunas ficciones (enmarcadas en el terror todas eso sí) que ya proponían al niño como verdugo, y no como víctima desvalida. Nada da más miedo que un niño malvado.
¿Responde la maldad a malfunciones o patologías neuronales, respuestas químicas, sustancias biológicas u hormonales? ¿Tiene tratamiento o cura? ¿Es algo ético o moral que se puede reconducir o tratar mediante terapias conductistas y educacionales? ¿El castigo que impone la ley a quien la infringe sirve para reinsertar una vez aprendida la lección o la reincidencia es genética?
Todo eso propone Burgess en La naranja mecánica, ahí es nada.



Volviendo al fenómeno “pandilla juvenil”, del mismo modo que todos hemos pasado por el colegio y el instituto, ¿cuántos de vosotros no habéis tenido algo parecido a una pandilla? ¿habéis querido ser parte de una “tribu urbana”? Vistiendo de una forma significativa, con unos colores, punkis, rockers, raperos, bakalas, skineheads de cruz gamada o de hoz y martillo. La adolescencia es ese momento de nuestras vidas en el que cualquier listillo, educador, pollavieja, o señor con bata y gafas diría que somos más susceptibles de estar en contra de todo, de querer ser algo, de querer no hacer nada más que vivir, de desobedecer a nuestras familias y a la ley y el poder ejecutivo, de delinquir.
Como cantaba la polla records
Mil colegas quedan tiraos por el camino,
¿Cuántos más quedarán?”
De la adolescencia hay que salir, tanto como si la iniciasteis volando recto, sin creeros en la cima del mundo, con los píes en la tierra y libres de sustancias psicotrópicas en sangre, como si lo hicísteis todo mal.
Porque pese a que si lo hicísteis todo mal, y ahora creéis que podríais escribir un libro de vivencias divertidísimo o provocador como La naranja mecánica, ¿deberíais estar orgullosos, jactaros, o arrepentiros y fustigaros? Así es la vida tal y como entiendo yo la intención de Burgess. Fases.
Desde luego me pone los pelos de punta y me causa pesadillas la impunidad con la que Alex y sus drugos violan muchachas, golpean ancianos indefensos o allanan moradas con violencia por diversión, me resultan psicópatas peligrosos. Inaceptable.
Pero en esas adolescencias ¿quién no tuvo peleas de pandillas, okupó algún edificio público abandonado para montarse un cuchitril en el que beber litronas, o ganó algunas pelas de forma arriesgada? Todo eso está al margen de la ley, está mal, daña a alguien en la cadena de consecuencias que comienza en la mariposa batiendo las alas, asumámoslo. ¿Fuimos malos? ¿Seguimos siendo malos pese a haber abandonado esas actitudes, ser puntuales en nuestro trabajo, hacer felices a nuestros hijos, estar apuntados a Unicef o Acnur? ¿Podemos ser malos cuando se nos cruza el cable? ¿cómo reaccionaríamos ante una amenaza contra un ser querido, usaríamos una respuesta equitativa a la fuerza del agente hostil, o no?
Quedaros también con estas ideas al empezar a leer La naranja mecánica, por favor.
Y no menos importante, ¿Todo el mundo merece una segunda oportunidad? El verdugo puede pasar a ser víctima en cualquier momento.
De la naranja mecánica en adelante, la juventud se convirtió en el enemigo público número uno de los futuros cercanos:
Las pandillas de Akira, los alumnos de las clases de 1999 y 1984, The Warriors, las bandas de La trilogía del Sprawl, Los guerreros del Bronx, y todos dedicados a lo mismo, con sus uniformes de pandilla, drogados o borrachos, delinquiendo, armados y poniendo en jaque a las autoridades oficiales. Todo viene de La naranja mecánica, que reinventa la pandilla y la eleva a guerrilla urbana, crimen organizado, en una ficción de los 60 que pese a que ya conocía el fenómeno en la sociedad real, no hubiese imaginado tal vez la evolución de grupos como los panteras negras hasta bloods, crips, salvatruchas, mara13, ñetas, kings, y otros clásicos de la pandilla juvenil organizada muy reales y peligrosos.



CONDUCTISMO CONTRA LA VOLUNTAD DE DIOS

Interesantísima esa casualidad del “libro dentro del libro” que me evoca la experiencia lectora de El hombre en el castillo durante el episodio del asalto al HOGAR. Que episodio más puramente digno de Philip K. Dick, que además se produce el mismo año, de una forma cohetanea, ambos a la vez, en sendos libros publicados en 1962. 
Sospecho o quiero atreverme a imaginar, que ese episodio encierra una extrapolación del Yo del autor, Burgess, convirtiéndose en Alexander, el dueño de la vivienda llamada HOGAR, y a la vez autor de una novela inconclusa titulada La naranja mecánica, tal y como ocurría con El hombre en el castillo que simulaba en sus páginas un libro gemelo titulado La mangosta se ha posado, cuyo escritor apuntaba a ser un avatar intradimensional (la dimensión literaria y la real que Philip K. Dick parecía poder diferenciar como reales ambas) del reviviendopropio K.Dick. En la naranja, Burgess a través de el escritor Alex, revive uno de los episodios más trágicos de su vida, la violación de su esposa durante su estancia en la armada británica en Gibraltar. 
La esposa de Burgess fue violada y agredida por una pandilla de desertores norteamericanos en Gran Bretaña, perdiendo el bebé de ambos que llevaba en sus entrañas. Un suceso asquerosamente terrible, real, vomitivo y difícil de superar por cualquier mente por sana y analítica y privilegiada o bien amueblada que esté. Qué crueldad, qué macabra broma del destino, unos jóvenes que abandonan el bando de “los buenos” que defendían al mundo de los “malos” durante la GGMM, cometiendo semejante atrocidad ¿con qué objetivo? Ultraviolencia.
Seguramente, esa es la simiente de toda la novela, el dilema que debió comenzar a bullir en el alma y el espíritu de Burgess, preguntándose ¿por qué? ¿De dónde nace el mal? ¿Por qué hay gente mala que le hace el mal a otros? ¿Entienden esos individuos malvados el mal como lo entienden quienes lo padecen, las víctimas? ¿Son las víctimas buenas por defecto en el acto que asumen su victimismo o la víctima también puede ser mala? ¿Hace le mal distinciones o es tan puro que afecta a todos, como la muerte?
De ahí nace, en mi opinión, La naranja mecánica. Ese momento es revivido por Burgess, retroalimentándose la dimensión real de la literaria, duplicando la existencia del libro, metafísicamente, dentro del texto, y fuera de ello en nuestras manos.
Ese avatar literario, autobiográfico, Alexander como Burgess, es una pieza vital en el entendimiento de la metamorfosis de Alex DeLarge tras su tratamiento conductivo, y encarna, alegóricamente, la misma cuestión del bien que se convierte en mal, por medio del odio, el rencor, la venganza, y de ese modo, expone que tanto el bien como el mal metamorfosean uno en el otro y viceversa según el prisma desde el que se contemplan, y que un verdugo es o puede ser a la vez víctima, y que ambas condiciones existen a la vez dentro de toda persona humana, de una forma casi divina, como designio de Dios y condición de la naturaleza humana.


Esa conducta humana del libre albedrío, de la capacidad de decisión para hacer el bien, o el mal, o simplemente hacer mientras el resto de la humanidad juzga a qué lado de la escala moral se encuentran nuestros actos, no se abarca como he leído en múltiples reviews y ensayos en lo meramente psiquiátrico o biológico, si no en lo misterioso y milagroso de la existencia humana, ya que extraigo una mayor sinceridad y transparencia en la figura del chaplino de la prisión y sus galimatías a cerca de la naturaleza humana que Dios quiso otorgarnos en la creación a su imagen y semejanza, que en los análisis “paulovianos”, “froudianos” o “jungianos” de la morralla pseudocientífica a cargo del rpoyecto conductista del método Ludovico aplicado al humilde protagonista y narrador, Alex el drugo
No en balde, si seguimos aprendiendo cosas a cerca de Anthony Burgess a través de ésta revisión de la obra, creció en el seno de una familia profundamente católica pese a la desestructuración anda ejemplar de la misma por bisicitudes de la vida y desgracias inesperadas como la muerte de su madre biológica y el arrejuntamiento de su viudo padre con la empleada del pub nocturno donde tocaba el piano para ganarse un sobresueldo aparte del que ganaba en la carnicería durante el día.
Así qué ¿por qué no apostar que Burgess creía en la naturaleza humana, de una forma menos científica que otros escritores? No obstante, y sin querer pecar de hacer spoiler, para los que no han ni leído el libro ni visto la película, ¿A caso el método de Ludovico curó realmente a Alex?
Burgess, en mi percepción, no creía en métodos conductistas de la época (Jung estaba en boga) y así lo suelta en su ficción distópica La naranja mecánica, y a la contra de muchas y muy numerosas opiniones de que es una novela que explora precisamente los métodos y terapias conductistas, para mi, es una novela que propone un viaje por las edades del hombre, de la adolescencia a la madurez, y los cambios de percepción en base a nuestras motivaciones, objetivo vitales y creencias.
Recordemos una vez más, saltando al biopic, que Burgess ha sido testigo de la maldad humana en todos sus formatos, los gratuitos e incomprensibles, los justificados, los patrióticos, los políticos, los casuales… Ha sufrido la pesadilla en su seno familiar, con sus seres más queridos, ha visto soldados morir en el frente, el hambre del pueblo oprimido, y la vida seguía para todos y cada uno de los seres humanos que no fallecían ese día y podían despertar al siguiente, en mejores o peores condiciones, en un mundo capaz de ofrecer a cada humano felicidad o tristeza. Todo parece estar visto desde la perspectiva de un plan divino, como una imparable locomotora con una pila de tarugos de madera que tienen que ir a la caldera de forma aleatoria para que todo siga en marcha, y esos tarugos son vidas humanas, mientras todo sigue en marcha, hasta que sea el momento en el que la mano de Dios te arroja la fuego. 
¿Debemos hacer caso a los sagrados textos y poner la otra mejilla ante cualquier agravio? ¿O es el ojo por ojo y el diente por diente la mejor manera de mantener un orden y un equilibrio?
Sea como fuere, parece ser que la violencia convive con nosotros, habita nuestro interior, y es una respuesta tan funcional como cualquier otra para resolver según qué situaciones, independientemente de que las consecuencias se adecúen a las  intenciones de quien la ponga en práctica. La violencia es real.



No se puede tener miedo a la vida, porque la vida es violenta, un parto es violento, se sangra, es un momento entra la vida y la muerte para el neonato y su madre, y si todo sale bien, bienvenido a la vida, lo único seguro es que morirá, y es muy probable que lo pases tan mal como bien y no exactamente en medidas equitativas, porque igual te toca ser el hijo del sultán de Brunei, o el bastardo de una prostituta en Kowloon.
¿Estadística o plan divino?
No hago más que preguntar en ésta entrada del blog, estoy confuso, pero todo esto abre un melón de Villaconejos en su punto.


LA MUSICA AMANSA A LAS FIERAS



Por último, otro de los pilares de la ficción, se basa en la afición apasionada de Alex por la música clásica. ¿No es acaso, junto con las drogas, la ropa estrafalaria y las pandillas, el otro gran pilar de cualquier adolescente? La música.
Volvemos por un momento a cotillear la vida de Burgess, que no contento con escribir, enseñar como profesor y ser militar de carrera, también compuso sinfonías con más o menos popularidad y talento, ya que de casta le viene al galgo, recordemos que su padre era pianista. 
La mayoría de sus piezas fueron compuestas en su estancia afincado en Malaya y Brunei.
La música, uno de los artes más primitivos, bellos, democráticos y universales de la especie humana. Consideramos música a Daddy Yankee y también a Mozart, sin excepciónes por mucho que esto cree disputa. 
La música nos hace llorar, reir, recordar, bailar, nos inspira, e incluso está reconocida como herramienta terapéutica o hipnótica, empleada desde la antigüedad en misas y otras celebraciones y rituales de carácter cultural o religioso.
En ocasiones he leído en artículos, que era la novena de Bethoveen el chispazo “pauloviano” desencadenante de la violencia en el cerebro de Alex, pero no, nada más lejos. La música clásica es lo único que Alex apreciaba y respetaba en éste mundo con fervor ciego. La música clásica es sagrada para Alex, inmancillable por el pop y las basuras modernas nadsat
El entorno de Alex, su sociedad, es cínica, está corrupta, los funcionarios de prisiones, los médicos, la policía, los educadores, incluso los pandilleros, nadie tiene las manos limpias, ¿es peor Alex que los demás? Que los demás sean unos desgraciados no le exime a él de sus pecados y delitos, por lo que, podemos cambiar la formulación ¿No merecen todos un castigo y un correctivo? Al final casi parece que podemos culpar a la sociedad del comportamiento de Alex. Se debería medir a todos los individuos con la misma vara, la ley no es tan ciega parece ser, sólo bizca, y todos tienen preparada la primera piedra en corro alrededor del reo condenado a lapidación.
¿Ofrece la sociedad soluciones? Si entendemos que solucionar es arreglar, o sencillamente extirpar, en realidad, ambas lo son. Burgess nunca estuvo muy a favor de los sistemas políticos capitalistas conservadores.
Por encima de la ley y el sistema, aquél que entiende y valora la verdadera música, ¿no es suficientemente sensible como para entender el milagro de la vida y su belleza? El que derrama una lágrima con las notas de Schubbert, guarda algo en su viejo tic-tac que aún lo mantiene unido a la humanidad y la cordura. Un cable por el que trepar desde el fondo de la oscura charca hasta la superficie, tomar aire, ver la luz.



El arte requiere de sensibilidad, y alguien con sensibilidad debe poder terminar por entender el mundo que lo rodea, la creación, sus iguales, la obra de Dios.
Ahí veo yo el fino cordón umbilical que Burgess crea para que Alex siga siendo humano, siga siendo adolescente, y no un monstruo, no un demonio, ni un psicópata perdido. Hay esperanza dentro de Alex
¿Acaso Anthony Burgess perdonó en su vida personal? Eso  lo elevaría por encima de todas las demás cuestiones como un verdadero cristiano piadoso y por ende un ser humano excepcional.
Lamentablemente, Anthony tras continuar con una ajetreada vida política, social (de copas con Burrough), recorrer Europa en una furgoneta como un hippie, eludir impuestos, y otras aventuras que incluyen la mafia italiana, reposó definitivamente en Mónaco dónde está enterrado desde 1993.


KUBRICK



Para ir terminando ésta entrada de hoy que me ha llevado casi el mismo tiempo que la lectura de la novela (algunas horas, que no es poco), no podemos dejar el tema sin recordar la película que versionó la novela en 1971.
Recuerdo mi primer visionado de la cinta siendo un adolescente, un nadsat de instituto, con su propia pandilla macarra, de tiernas incursiones delictivas y vandálicas, y claro… Esto de la naranja mecánica es como leer Nietzsche en segundo de B.U.P., te vuela el tarro y te crees que todo el monte es orégano, quieres ponerte los abanderado por encima del chándal y raparte una cresta, coger el palo de la fregona y salir por ahí a hacer el gilipollas.
Es una de esas películas de las que se debería respetar religiosamente el PEGI, porque un cerebro blandito como el pan bimbo no va a pillar el mensaje ni al vuelo ni con guantes de baseball. Sólo vas a quedarte con la ultraviolencia, el chumchumchum, el metesaca, los tolrochos en la rota y todo eso como un espectáculo visual gratuito y transgresor, anarquista, antisistema y anticristiano. El caos absoluto. Como darle un revolver a un chimpancé.
La película a manos de Kubrick, fue la primera gran producción que el ovacionado director de culto produjo con la Warner, no sin polémica ni leyenda. Para empezar, resulta que la versión europea de la novela, contiene 21 capítulos, un número que Burgess consideraba importante, habiendo planificado la extensión del libro en ese número antes si quiera de ponerse a escribir por cuestiones numerológicas premeditadas.
En la versión norteamericana, no hay capítulo 21, la historia termina abruptamente en el capítulo 20, y esa es la versión que Kubrick leyó, y la que con bastante tino y respeto pese a un puñado mínimo de licencias creativas, adaptó magistralmente, absolutamente confiado de que aquello estaba bien, sin más, desconociendo la existencia de un capítulo 21 tan importante (sin spoilers).
En EEUU, la película originalmente fue calificada X, obligando a Kubrick a recortarla para lograr finalmente la categoría R. Si la novela era cruda, salvaje, violenta y desagradable, la película no lo era menos, con desnudos y escenas de explícita violencia sexual y física capaces de herir la sensibilidad de más de un espectador.
Tal fue su impacto, que algunos fans comenzaron a hablar nadsat, que por cierto, fue edulcorado y empleado con mucha menor frecuencia que en el libro para su mejor digestión por el gran público, e incluso hubo asaltos violentos a indigentes y personas en condiciones de vulnerabilidad y desfavorecidas.
¿Por qué la clase media reactiva se siente siempre tan atraída por la marginalidad y los lumpen, actuando de la forma impropia a su estrato? Los drugos arrasaron con su forma de vestir, su argot y sus fechorías delictivas, y es que debe haber alguna explicación para la atracción que genera siempre lo prohibido, lo marginal, los perfiles bajos. Desde que la generación beat formada principalmente por etnia blanca de clase media que comenzaron a imitar hábitos y looks de los afroamericanos del geto, pasando por los hippies, hasta nuestros patrios neo kinkis emulando a El JAro, El Vaquilla y El torete con cuarenta años de retraso, el retorno de la riñonera y el chandal por dentro del calcetín como los toxicomanos de Vallecas y San Blas en los 80. Es demencial como el delito, lo repudiado, lo negativo puede con el tiempo pasar a convertirse en moda y ser imitado y reinterpretado, con el riesgo que conlleva vestirse de bruja en la noche de todos los santos, los demonios y los fantasmas se acercarán a ti, y si no dominas de verdad la magia negra, te devorarán.
La fama del filme superó a la de la novela con rapidez, convirtiéndose en una película prohibida en Reino Unido hasta su reedición en el año 2000.
En España se estrenó en el 75, apenas unos días después del fallecimiento del Cuadillo, con el cuerpo calentito casi,  en versión original subtitulada mostrando el metraje R integro. Como se decía durante el régimen, “Una americanada”, para la censura , no era tan peligrosas si no dañaban directamente el estilo de vida ibérico, el estado, la iglesia ni alguna vaca sagrada más. La sangre, los desnudos y los mensajes subversivos eran cosas de yankees que ni iban ni venían con el régimen.
Con estas y todo la película recibió 4 nominaciones a los Oscar, aunque no se llevó ninguno. Era la primera vez que esto ocurría en la alfombra roja con un film de ciencia ficción.
En pantalla, Malcolm McDowell (El libro de Eli, Tankgirl, Silent Hill Revelation, Fisto of the north star, etc) inmortalizó a Alex Delarge para siempre, tanto casi como el rostro monocromático de El ché Guevara, absolutamente mercantilizado y convertido en souvenir durante los 90 y en adelante, una señal contracultural y emblema de la cultura pop.



Con su corte de pelo, el ojo pintado, y el bombín. Algo diferente a los platís que narraba la novela, pero muy efectivo, top ten en Halloween y carnavales desde entonces. Era un poco más adulto que la versión literaria de nuestro humilde narrador, pero lo clavó, tan salvaje, tan despiadado, tan malvado.
McDowell las pasó canutas durante el rodaje, sufrió lesiones en las costillas en algunas escenas violentas, se lesionó las córneas durante las escenas del tratamiento Ludovico, perdió el conocimiento incluso en algunas tomas.
Y postrodaje, protagonizó diversas polémicas con Kubrik, inconforme con lo cobrado, y apoyó a Burgess en otra serie de enfrentamientos contra el director que le abondonó a su suerte en diversas ruedas de prensa que se tornaron encerrona por parte de la prensa más amarillista y los detractores del film.
¿Hay diferencias pues de la peli a la novela? Sí, las hay, pequeñas, pero las hay. No enturbian el resultado.
La fotografía, los emplazamientos, el vestuario, la banda sonora, el pene de cerámica... Todo se convirtió en mito casi instantáneamente.
¿Con qué me quedo? Con la novela sin duda, por mucho que le joda a Burgess, que Dios te bendiga y gracias por éste relato tan corto pero tan intenso.

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