domingo, 30 de diciembre de 2018

EL FIN EN FOTOGRAMAS – I : ATOLLADERO


CYBERPUNK POSTAPOCALIPTICO EN ESPAÑOL


Bienvenidos de nuevo a los sueños de tungsteno. Hoy pretendo despedir el año 2018 (ya estamos en el futuro, de nuevo!!) con una entrada de la serie “EL FIN” que como hice en la entrada inicial EL FIN EN PIXELS – I :WASTELANDS, relatará obras de diferentes formatos relacionadas con la ciencia ficción postcataclísmica. Y he seleccionado una obra, no representativa, independiente, algo desconocida, pero bien válida para la serie de entradas en el blog. Porque podría haber empezado por Mad Max, o El Puño de la Estrella del Norte o incluso El Libro de Eli... Pero eso hubiese sido demasiado obvio, y me gustan los rodeos. A fin de cuentas, no queremos que el blog sea del montón, o al menos, hay que intentarlo. Lo que no quita que por supuesto habrá tiempo y obligación para los incunables.

Esta misma semana la segunda cadena de la televisión pública, en Nuestro Cine, dedicaba su doble sesión en las películas que versionan el tebeo patrio, y con gran acierto, con la misma intención de alejarse del tópico que los durmientes de tungsteno, seleccionaron dos títulos que para mi, eterno aprendiz, eran absolutamente desconocidos pese a su antigüedad. Uno de esos dos títulos me llamó poderosamente la atención desde su comienzo. Se trataba de una película llamada Atollladero, y bueno, ahora entraremos en faena, pero antes, empecemos la casa por los cimientos.




Desde la absoluta ignorancia lo primero que hice tras terminar la película fue investigar. Oscar Aibar a la dirección de lo que era su ópera prima en 1997, punto de comienzo de una carrera que incluye otros films como Platillos Volantes, El Gran Vázquez y El Bosque entre otros.
Catalán licenciado en bellas artes que decidió dedicarse por completo a la creación de historias, gráficas y audiovisuales, comenzó con historietas en viñetas para revistas icónicas del underground como Cimoc, EL Víbora, Tótem o Cairo, famosas por sus tiras crudas para adultos. Y precisamente esa es la principal característica con la que podemos catalogar ampliamente la obra creativa de Aibar, “cruda”.
Su cómic más reseñable, publicado en la revista Makoki en colaboración con Miguel Angel Martín, se trata precisamente de Atolladero Texas, de dónde surge siete años después la película Atolladero. He tratado de leerlo éstas últimas 48 horas, pero no lo he localizado en formato digital por ninguna parte por más que he buceado en la web, así que lo dejo pendiente y con el reconcome que me produce no haberlo consumido con ansia tras haber visto la película, porque el film me ha generado un tremendo interés en ésta obra. Así que tendré que barajar las posibilidades de adquirir algún ejemplar físico descatalogado en el mercado de segunda mano y coleccionistas, lo que requiere un estudio previo de oferta y demanda para no arrepentirnos después de haber pagado ciertos precios.



Otras obras gráficas reconocidas de Oscar son ADN, que sí tengo ya en mi poder y tal vez devore hoy mismo tras escribir la entrada, o Nacido Salvaje. Su curriculum artístico es envidiable, y ha tenido la fortuna de codearse en trabajos con gigantes patrios de la historieta adulta como Bernet, Raf o Pep Brocal entre otros. Su dedicación y talento le han otorgado diferentes premios, tanto en el cómico como en el cine, y sus obras en papel han cruzado las fronteras siendo editadas EEUU, Brasil y diferentes puntos de Europa.

Presentado el creador, podéis ampliar mi breve repaso en su página web, Oscaraibar.com.



EL ATOLLADERO, TEXAS


¡Al turrón!. Según comienza esa película desconocida para mi, va segundo a segundo generando mayor interés en mi cerebro de espectador. Porque va acumulando aspectos que me fascinan, ciencia ficción, el desierto, post apocalípsis, el yermo, cyberpunk, estética wasteland, y efectos especiales de serie B (nada peyorativo por favor, no me malinterpretéis, pero son efectos económicos si los comparamos con una superproducción, es cine independiente).
De primeras, despertaba mis neuronas reservadas a la producción de dopamina etiquetadas con Robert Rodríguez, Tarantino y Underground. Me transporté rápido y con apenas unos fotogramas, al videojuego Wasteland, a Perdita Durango, y al libro Cuchillo de Agua de Bacigalupi.
Es como si mi mente hubiese estado en contacto con ésta desconocida película durante la creación de mis ficciones cyberpunk en una Arizona distópica publicadas de forma amateur y novel en la web amiga El Naufragio. Era como si ya la hubiese visto, como si la hubiesen hecho adrede para mi, un regalo de película, que había estado esperándome sólo a mi.
De verdad fue una sensación muy especial. Su estética bizarra me cautivó al instante, y supe que quería verla entera. La película y yo eramos almas gemelas separadas al nacer.
Y de repente, valor añadido, Iggy Pop, el mismo que viste y calza, hype, expectación, un brillante en una joya de latón, nada puede salir mal en ésta peli.

Todo iba de maravilla. Arizona de 2048, un pueblucho de mala muerte en medio del yermo post radioactivo, aislado de las grandes megalópolis cyberpunk de las dos costas estadounidenses, un lugar sin ley, un future western, como la Tombstone futurista que yo mismo imaginé unos pocos años atrás para cyberpunk2020 en El Naufragio. Como si ya hubiese estado allí. Pero era el desierto de Los Monegros, la magia del cine, un desierto ibérico se había convertido en Arizona.



La película nos presentará a un teatral elenco de personajes, en un escenario muy reducido, con su propia alma y protagonismo, y por eso lo catalogo de teatral, porque podría perfectamente representar sus 4 estructurados actos en una obra en vivo y en directo.
Por un lado está la camarilla del pez gordo del pueblucho, el juez Wedley, una momia pervertida e impedida sustentada biomecánicamente por los cuidados de su médico alcohólico; Su polioperada, lujuriosa, promiscua y monstruosa mujer; y su sicario personal interpretado por Iggy, del que añadir por cierto, que más allá del puntito de culto que añade a la cinta su participación, no es para nada un buen actor bajo mi humilde opinión, para nada, de hecho, es el peor de todo el staff.
Por otro lado tenemos la cuadrilla de rednecks que habitan Atolladero y que mal gastan su tiempo en la cantina y lupanar del lugar, con sus prostitutas, su predicador, y un entrañable grupo de borrachos.
Y en medio, el protagonista, Lennie, y su jefe el sheriff. La pareja de policías locales representan el yin y el yang, el sheriff es corrupto, decadente, vicioso, borracho...en fin, un hijo de puta de la peor calaña con estrella en la pechera. Y Lennie, encarna la esperanza entre tan deplorable colección de personajes esperpénticos e indeseables. Es un buen poli, tiene vocación, y quiere abandonar Atolladero, irse a la gran ciudad, a Los Angeles, a la academia de policía, dejar ese estercolero donde le tocó crecer que es Atolladero. Se resigna a estar predestinado a terminar sus días en semejante vertedero.
Porque como comentaba anteriormente, Atolladero es en realidad otro protagonista más, muy vivo, es el agujero que devora a todos sus habitantes, con su ecología los transforma en lo que son, monstruos. Los cambia a golpe de desesperanza y decadencia. El pueblucho es como la isla de Lost, la casa de Haunted Hill o la cafetería de La Colmena de José Cela, interactúa de ése modo con sus habitantes, con sus huéspedes. Atolladero es el verdadero protagonista de la historia, castiga por igual a todos sus habitantes, sin piedad, sean buenos o crueles depravados, drogadictos, sodomitas y pederastas. Porque todos esos desagradables perfiles van a pasear por nuestra pantalla sin paños calientes.
El yermo de Atolladero nos presenta crudamente lo que en realidad el ser humano está predestinado a ser en un habitat como éste, sin ley. Como dice el refrán :

Pueblo pequeño, infierno grande

Y Atolladero es eso, un Puerto Hurraco cyberpunk. Sin spoilers, como siempre, el film es una road movie en la más pura escuela Tarantiniana, con un goloso abuso del insulto y lo soez en los diálogos, y su festín de sangre en los tiroteos. Un western CIFI con ese regustillo a Abierto hasta el amanecer o Hell Ride. Con mucho metraje de vehículos unos detrás de otros en carretera, piedras rojas, nopales, y continuos tiras y aflojas entre tipos duros. Aparentemente no parece guardar ninguna moraleja, ningún “secreto” entre violencia y degradación, pero yo creo que es precisamente ahí dónde está la salsa de la receta. 
Atolladero es la eterna cuestión de si el hábitat o la sociedad hacen al hombre, o el hombre está predispuesto genéticamente a ser bueno o malo independientemente del entorno en el que se desarrolla. Porque en Atolladero escasean las personas buenas, escasean mucho, tal vez Lennie sea el único, tal vez...
En Lennie exploramos el concepto de prosperidad, de vocación, de inconformismo. Mientras que el resto de habitantes de Atolladero encarnan la envidia y el egoísmo, de forma psicopática y extrema.
Y sin que la película se cebe en éste tópico, nos deja esa cuestión debajo de toneladas de violencia y de degradación humana gratuita, maravillosa, agorera, apocalíptica.
Un pastiche de momentos y personajes western con sus toques cyberpunk y el lore yermense. Efectos digitales forzados, que han envejecido fatal en la última década y añaden ese toque de serie B, y un vestuario tan creíble como homebrew de clase de pretecnología, que nos retrata todavía mejor la esencia de cómic convertido en viñetas, con maquillajes que me recuerdan a los gángsters de Dick Tracy o las películas de Asterix y Obélix, y no es malo, no, es cómic, con esa personalidad underground y pulp que vengo revindicando en todo el escrito.



En resumen, no esperéis una película técnica, ni comercial, pero de verdad si os gusta Robert Rodríguez, Tarantino, y el cyberpunk, ésta es una película que debéis de ver sí o sí, y luego ya, igual me pitará un oído o el otro.
Saludos, y a soñar con tungsteno.

martes, 25 de diciembre de 2018

BRUCE STERLING: ISLAS EN LA RED


BRUCE STERLING


Esta noche del 24 al 25 de Diciembre, debería estar nervioso esperando a Robot Klaus o Santa Bot, debajo de un enorme árbol sintético e inerte repleto de luces led de colores flúor parpadeantes. Mirándome en el reflejo de una esfera colgando de una rama, percibiendo el espacio con ojo de pez como en un dibujo de Escher. O celebrando la venida del mesías con glotonería y bebidas espirituosas. Pero sin embargo estoy encerrado en una mazmorra futurista, rodeado de pantallas y computadoras, arrullándome con la nana de sus discos duros en movimiento. Mi familia, las máquinas. Y no es broma, no, es que formo parte de la clase obrera descualificada que ha de hacerse cargo de nuevos puestos tecnológicos, y si las máquinas y los sistemas funcionan 24 horas al día, algún humano tiene que estar revisándolo también esas 24 horas al día, de momento, hasta el alzamiento de las inteligencias artificiales superiores el día menos pensado. Cuando los humanos seremos siervos de los droides, alimento de sintéticos, o con mucha suerte, convivamos con ellos pacíficamente.
Hoy me toca un alucinante turno de 10 horas lleno de emociones (no), que hemos regado mis compañeros y yo, con unas botellas de verdejo cortesía del boss, que sin duda ninguna tiene más espíritu navideño que el señor Scrudge, y aquí me debato, entre la vigilia y la somnolencia total. Así que he decidido poner en activo mis neuronas e injertos y aporrear el teclado de tungsteno.



Voy a hincarle el diente a uno de los padres fundadores del cyberpunk, Bruce Sterling alias “Chairman Bruce”, a.k.a. “Vincent Ominaveritas”. Este buen señor, natural de Texas, es un auténtico Marco Polo, que desde su infancia en la India, no ha parado de recorrer el mundo en el plano profesional (docente en diferentes escuelas, talleres literarios y universidades estadounidenses como otros compañeros de movimiento cultural cyberpunk como RudyRucker) y en el personal (residente en diferentes países europeos como Serbia o Italia), y como reza el dicho “el que mucho lee y mucho camina, mucho sabe y mucho ve”… o algo.
Junto con William Gibson, Pat Cadigan, Rudy Rucker, John Shirley y Lewis Shiner, forman el círculo original de cyberpunkers, aquellos que promulgaron el manifesto cyberpunk y la obra recopilatoria Mirrorshades.
Como anécdota, al igual que John Shirley, estuvo también interesado en la composición y la música experimental.
Este inquieto creador, antes de que se uniese su grupo definitivo de colegas, ya se dedicaba a la ciencia ficción más clásica, historias extraplanetarias, como su debut, Oceanic Involution. Su estilo encajaba en la clásica obra CIFI en la que la línea entre lo fantástico y lo galáctico es muy delgada y hasta su incorporación en el círculo cyberpunk, ésta tendencia creativa sigue muy presente en la primera obra que se le incluye en el subgénero, El chico artificial, de la cual, yo tengo muchísimas discrepancias acerca de que sea una obra punk, en ningún caso, y considero que sigue perteneciendo a esa rama clásica más cercana a la space opera que a la distopía. De su catálogo publicado en castellano, llegó más tarde Islas en la red, que no mucho más lejos de ser un distópico thriller corporativo y geopolítico, tampoco considero que llegue a alcanzar el sabor cyberpunk de Gibson, o de autores posteriores a la creación del grupo, como Neil Stephenson, Alec Efinger o Jon Williams.
Añadimos a los títulos editados disponibles en nuestra lengua, Cismatrix, La máquina diferencial, El fuego sagrado, Distracción (más en la línea de espionaje y thriller de Islas) y el ensayo La caza de hackers.

ISLAS EN LA RED


Tras ésta pequeña introducción al artista, me tiro de lleno a la piscina con la que está considerada como su obra cumbre del cyberpunk, Islas en la Red.
Sin spoilers, el tomo nos presenta al matrimonio Webster, y su pequeño bebé. Una pareja feliz, de clase media acomodada, con un buen contrato como gerentes de un hostal de la compañía Rizome, a píe de playa. Rizome es un modelo de megacorporación futurista todopoderosa, que se dedica a todos los palos, con presencia en docenas de países, y encarna el espíritu más cyberpunk de la novela, porque si algo opino a nivel personal que escasea en ésta distopía cercana, es el punk.



Laura y David, los Webster, viven en la perfecta área de confort, en una burbuja de bien estar insuflada por Rizome, y me viene muy al pelo con la breve y satírica introducción que hacía de la entrada respecto a lo laboral. Somos números, deshumanizados, somos peones de las empresas que nos dan el sustento, nos sentimos parte del sistema, involucrados, pero realmente somos ganado empresarial.

-Jo jefe, que bólido deportivo más bonito se ha comprado usted.
-¿Has visto? Es precioso. Pues te digo una cosa….Si trabajas duro, te esfuerzas, y echas horas… El año que viene me compro otro

Y en el futuro cercano que Sterling imaginó, David y Laura, se sienten parte importante de Rizome, que se ha esforzado muchísimo en corporativizar a sus empleados, de una forma casi religiosa, y eso es algo en lo que actualmente también se esfuerzan las grandes compañías, enfatizando la lealtad de sus empleados como si fuesen legionarios batallando por un bien común o una gran obra. Un espejismo, un engaño para hacernos sentir válidos, útiles, imprescindibles, pero seguimos siendo números, sin nombre ni apellidos, parte de un presupuesto anual, herramientas que deben cumplir objetivos. El beneficio no es común, es beneficio para los accionistas, CEO’s y directivos. Una visión muy real de hacia dónde va encaminado el mundo laboral del futuro, capitalismo salvaje, en el que la política es suplantada por el comercio global, y los partidos políticos dejan de ser la pantalla de sus accionistas, siendo las grandes empresas las que asumen realmente las decisiones de países enteros. Ciudadanos que son empleados, empleados que son ciudadanos, todo es lo mismo. Al final lograrán que nos sintamos afortunados por pertenecer a una gran empresa, aunque no respeten convenios ni estatutos, mientras nos den techo, comida, 12 horas laborales para estar ocupados y hacernos sentir productivos, a cambio de un salario del que sobre para algunos caprichos, que también fabrique nuestra propia compañía empleadora, consiguiendo así que el flujo de dinero sea un círculo cerrado y no cambie de manos.

Y ahí están Laura y David, son felices, se quieren, están orgullosos de pertenecer a Rizome, y mientras cumplan con sus obligaciones laborales, Rizome se encargará de que no les falte de nada en su primer mundo occidental. Es un buen trato, poco pretencioso, sin muchas miras, pero ¿para qué más? ¿Quién no lo firmaría ahora mismo? Ni los funcionarios oye.
Y un día, se celebra en su agradable y acogedor hostal familiar de vacaciones, una reunión de conspiradores corporativos y traficantes de datos. Rizome ha elegido el hostal de los Webster para tan secreto y judeo masónico encuentro de eminencias del mercado de la información ¿Es un honor o un regalo envenenado? ¿Sabía Rizome lo que iba a ocurrir allí o no? El caso, como podéis imaginar, es que en ese momento comienza el thriller, la conspiranoia, las sospechas y los tejemanejes geo políticos y de intereses entre empresas y naciones.
El matrimonio se ve obligado a salir de su área de confort, y comienzan un periplo internacional en representación de los intereses de Rizome, agentes dobles, paraísos fiscales, nidos de piratas informáticos… El mundo de verdad. Porque como decía Ortega, somos “nosotros y nuestras circunstancias”, o al caso “islas en una red”, y en el caso del matrimonio Webster, sus circunstancias finalizaban en el porche de su hostal vacacional de arena prensada de la cadena Rizome. De repente, se enfrentarán al mundo real, comenzarán a absorber información, a entender, a sacar conclusiones de la enorme telaraña corporativa que es su sociedad. Comenzarán a vivir, sufrirán crisis matrimoniales, crisis personales, por primera vez se enfrentarán sus conceptos morales, se conocerán a sí mismos de verdad, pondrán en duda su pasado, su presente y su futuro. Es un viaje personal de iluminación y desarrollo ético, un despertar cognitivo, demasiada información por asimilar, un mundo cruel, frío, en el que la vida humana carece de valor por mucho que Rizome les hubiese hecho creer durante años que su labor era imprescindible para el desarrollo de la empresa, que eran únicos. Un mundo en el que todos tenemos más de una cara, incluso nosotros mismos tenemos caras que no nos hemos visto, que duermen en nuestro interior, esperando el momento de asomar y tomar el control.

Durante su viaje, Laura y David, se quitan la venda de los ojos. Bienvenidos a la realidad. Ahí fuera hay otros países, con otras personas, que sobreviven sin pertenecer a una empresa, que viven al margen de sus reglas occidentales impuestas por el zaibatsu, existen alternativas, hay opciones a la globalización, al sistema económico que conocen, a la jerarquía empresarial a la que se someten voluntariamente. Ampliarán sus miras y abarcarán nuevos conceptos sociales. Descubrirán “más islas”.
Porque en Islas en la Red, la información es el arma, y es información lo que modifica la personalidad de nuestros protagonistas durante sus viajes. No solo es la información con lo que negocian los piratas de datos entre países y corporaciones, como mercenarios del espionaje industrial y la inteligencia privada, si no la información que ellos mismos descubren y asimilan de primera mano. El saber no ocupa lugar, la información es poder. Quizás Bruce, como hombre internacional que decíamos que es al principio, se nutre a sí mismo de forma autobiográfica, y plasma en ésta obra la importancia de conocer mundo, expandir horizontes, conocer otras culturas y otras formas de vida, como medio personal de enriquecimiento, e incluso, como camino personal a la iluminación intelectual. La experiencia como vía verdadera.
Respecto al protagonismo de la información en la novela, la distopía no iba para nada mal encaminada hacia otros derroteros de candente actualidad, en varios aspectos. Por un lado, la seguridad de nuestros datos personales en las redes y sistemas, la inseguridad del Big Data; Por el otro, que teniendo a un click toda la información que deseemos gracias a la tecnología, vivimos en una era en la que la información que nos llega, la que creemos que encontramos por nosotros mismos, en realidad llega a nuestros canales habituales preseleccionada y editada, si no se trata de cortinas de humo o contrainformación. La era de la desinformación, que ya vivimos actualmente y que Bruce Sterling vaticinaba en ésta historia, y lo que está por llegar, ya que uno de los momentos álgidos del libro en éste aspecto, se alcanza cuando un dirigente político sud asiático, en pleno meeting en un estadio, sufre un pirateo digital de su imagen en vivo y en directo, afectando seriamente a su fama, su discurso, y al orden público. Este efecto digital, que en el momento de concepción de Islas en la red era todo un artificio de ficción, hoy en día es un truco barato real, y quizás, siendo conspiranóico, ya nos estén manipulando digitalmente discursos políticos o noticiarios televisivos. En China, ya dan los noticiarios presentadores digitales, otra ficción cyberpunk que veíamos en la saga de videojuegos Deus Ex, y sabemos que esos presentadores asiáticos son digitales, porque nos lo han avisado, porque si no, seguro, que con la calidad que tienen, no nos daríamos ni cuenta.



Llegará el día, que no sabremos distinguir lo real de lo falso a través de una pantalla, y eso, es realmente preocupante.

NI PUNK NI CYBER


En Islas en la Red, no encontraremos software peligroso, ni Inteligencias artificiales megalómanas, ninjas biónicos, estaciones orbitales, ni nada de toda esa mandanga. Por encontrar, respecto a tecnología y ficción, encontraremos poco más que drones, extraña arquitectura, y FX digitales de realidad aumentada… El mundo de Islas en la Red, no dista mucho del nuestro, es una distopía demasiado realista y cercana, enfocada al tedioso y pesado conflicto diplomático y sus tejemanejes detrás del telón de acero, porque la guerra fría no acabó, solo se templó. Y esto, es lo que llevo remarcando toda la entrada, éste libro no tiene nada de punk.
Los protagonistas, no son tirados, parias ni crápulas antisistema, sino todo lo contrario, gente bien incorporada en el sistema, cuyo golpe de efecto, su cambio personal, se produce cuando descubren la mierda bajo la alfombra del sistema, la realidad global. Pero por lo demás, son un matrimonio encantador, ideal, más en la línea de protagonistas de El hacker y lashormigas o Apocalipsis Suave, que de Cuando falla lagravedad o Neuromante.
Los Webster, se enfrentarán a una crisis originada por todas las nuevas sensaciones vividas, y experimentarán breves momentos de querer ir contra corriente, totalmente predecibles ante tal cantidad de nueva información, pero que no representan el punk. Es más bien como cuando un adolescente comienza a tomar partido en movimientos políticos e ideológicos, simpatizando con unos u otros, con ganas de cambiar el mundo con pancartas, batucadas y proclamas, gritando fuerte al mundo a sabiendas de que su voz no va a llegar ni a la vuelta de la esquina y nadie va a oírle ni a prestarle atención. Sueños de cambio, realidades de hormiga. Volvemos al eterno símil, cada uno somos un número, insignificante para nuestro gobierno, miserable, sacrificable.

¿Podemos decir que el punk de éste título reside precisamente en ésta obvia verdad? Para mi, aunque es una verdad incómoda, y agorera, el desarrollo con el que acaba desvelándonos todo este complot es demasiado light. Es una novela carente de acción, de tensión, con un estilo narrativo que no me impresionó, o incluso me atrevería a decir que se me hizo bola en varios capítulos. De forma sutil, reaccionaria y contracultural, pero no punk, Bruce le da el mayor peso protagonista a Laura, ella es la heroína del matrimonio, la inconforme, cabezota y testaruda, mientras que David desempeña un papel menos que secundario, complementario, es el “espejo espejito” al que Laura le pregunta obteniendo respuestas que no quería escuchar, pero que la reafirman en sus nuevos sentimientos y su afán de búsqueda de la verdad. En cierto modo es una novela feminista, y en ese aspecto, convence, el papel de Laura cuaja perfectamente, sin resultar forzado, ella es la matriarca de la familia Webster, lleva los pantalones, y me gusta como los lleva, pero sigue sin ser punk. Laura es una persona decidida pero correcta y protocolaria, una youpie con muchos ovarios, pero no una macarra anarquísta.
Por todo esto, Islas en la Red, para mi, no es una novela cyberpunk, pese a que Sterling haya sido uno de los principales divulgadores del subgénero. Y ahora, muchos diréis de mi “Qué flipado” “¿Quién se cree para dictaminar semejante cosa?” “Este es un fantoche” Pues lo que queráis, sí, sentiros libres del mismo modo que yo me siento para decir esto.

No es una novela divertida, no tiene acción, no tiene punk y tampoco tiene cyber, ¿Entonces? Tiene intrigas, traiciones, agentes dobles, titiriteros, trileros, y drama existencial… Me reitero pues, para mi es un thriller geopolítico en clave de ficción distópica. Y me atrevo a decir, que nunca lo recomendaría como un indispensable del cyberpunk por mucho que otros reputados críticos o expertos del género (que seguro que saben mucho más que yo, o tal vez no tanto) lo defiendan. Es mi opinión, y la defiendo con todo lo expuesto. Y habiendo leído también El chico artificial, novela que despacharé en seguida las próximas semanas, considero humildemente que pese a pertenecer al círculo cyberpunk original, Sterling, como decía más arriba, no está a la altura del resto de autores reconocidos en el subgénero, ni de su quinta ni posteriores. Muy a mi pesar y sin importarme convertirme en un patito feo o una oveja negra afirmándolo. No niego su mérito ni su notoriedad, yo no soy escritor, pero como lector y aficionado, pues no puedo colocarlo, de momento, en mi podio, al menos con estas dos lecturas a mis espaldas, cuando me haga con el resto editados en castellano, quizás cambie de opinión, que para eso, siempre hay tiempo, aparte de lo placentero que resulta contradecirse a uno mismo a tiempo de vuelta.



miércoles, 19 de diciembre de 2018

COWBOY BEBOP, EL FUTURE NOIR ANIMADO


UNA SERIE DE DIBUJOS ANIMADOS POST CYBERPUNK


Hoy vamos a viajar al 2071 imaginado en 1998 por Hajime Yatate, que no es una persona, si no varias, es un seudónimo coral que responde al alias de “El creador Original”, un grupo creativo de la productora japonesa Sunrise, a cargo de otras obras clásicas CIFI de la televisión japonesa como Gundam.
El encargado de dirección fue Shinichiro Watanabe, con Macross en su palmares, y algún capítulo de Animatrix.

A simple vista, podréis pensar que hablo de una serie infantil de dibujos animados, y bueno...en ocasiones, algunos de sus capítulos son sosos y tibios, con toques de un ridículo e inocente humor oriental que a veces uno no llega a captar. Pero la atmósfera de sus 26 episodios, esconde en realidad una de las mejores obras audiovisuales de ciencia ficción emitidas en televisión en las últimas décadas. No en balde, el CIFI y el cyberpunk han encontrado sus mejores representaciones en movimiento en el anime japonés, alcanzando un reconocimiento maduro muy a tomar en serio con títulos como Akira, Appleseed, Ghost In The Shell, Alitta Battle Angel, Blame, etc... Si me pusiese a elaborar un catálogo encontraríamos más títulos de éxito en la industria del dibujo animado nipón, que en Hollywood, donde por norma suelen ser mal logradas adaptaciones del anime, de obras clásicas literarias, o títulos originales aislados en el tiempo y de poca proyección comercial como son los casos de Días Extraños, Johnny Mnemonic, Robocop, Blade Runner, o Desafío Total.
Por lo que no hay que tomar a la ligera los dibujos animados para adultos dentro de la ciencia ficción, y en especial los subgéneros del cyberpunk y el tech-noir, porque han hecho más por ellos que la industria californiana.

Dicho ésto, la propia televisión japonesa decidió limitar los capítulos del estreno de la serie en horario para todos los públicos durante su primera emisión, porque consideraron que no era apta para todas las edades. Yo sinceramente, creo que no es para tanto, pero realmente, sería echar a perder la serie si en España la emitiésemos en horario infantil, porque seguramente aburriría a muchos críos, que no percibirían muchos de los matices existenciales y los guiños cinéfilos que la serie nos ofrece. Es más, en España pasó sin pena ni gloria, emitida únicamente en un par de canales televisivos autonómicos como el andalúz y el catalán.
En el resto del mundo, especialmente EEUU, su emisión fue un éxito absoluto convirtiéndose en culto. De hecho, la todopoderosa Netflix, ya ha anunciado que tiene un remake en metraje real en marcha, del que se especula Keanu Reeves será el encargado de interpretar uno de los papeles principales. Ya veremos como acaba la noticia.


HUMO Y XPLOTATION 70`S A BORDO DE LA BEBOP


Si hay algo que me llama poderosamente la atención en Cowboy Bebop, y que le diferencia de otros animes, es su enorme cantidad de guiños al género policiaco de los 60 y la novela negra, junto con una banda sonora al pelo, magistral, que convierten la serie en un producto mimado y cuidado al detalle, demasiado para esos escépticos que me leéis y aún pensáis que los “dibujitos” no pueden dar mucho de sí.
De hecho, algunos de los mejores capítulos llevan como título un género musical como el Blues, el Jazz o el Folk. Muy melodramático.
El tabaco es la otra seña de identidad de la serie. No hay ni un sólo capítulo en la que alguien no encienda un pitillo.

la vida se está volviendo dura para los fumadores”

Dicen en un capítulo, y ese podría ser el lema de toda la serie, perfectamente. El tipo duro en gabardina y corbata debe fumar, la femme fatale siempre sugerente soltando humo de sus atractivos labios, tan noir! Un estilo envuelto en volutas de humo azuladas que revive los años 70 en el futuro distópico.

En 2071 la humanidad ha conquistado el sistema solar gracias a unas “autopístas” de relee (al estilo Mass Effect) por las que cruzar el sistema a toda velocidad como el que va por la radial de peaje en un GTI. El humano se ha esparcido por lunas y planetas del sistema, en colonias, olvidándose de la vieja Tierra, que sufrió un apocalíptico destino al estallar su relee, afectando a la Luna, que perdió un buen pedazo de su esfera, con horribles consecuencias para el ritmo gravitacional y ecológico de nuestro planeta azul.
Esas colonias, no son maravillosas ciudades de space opera con torres y agujas que llegan hasta el cielo, no, son colmenas industriales al más puro estilo cyberpunk, con diferentes ecologías y estilos de vida, diferentes modas, y diferente cultura, pero todas respiran un aire de opresión grisáceo y tristón, decadente y distópico. Así que no catalogaría Cowboy Bebop como una space opera pese a que viajen de una colonia a otra en naves espaciales, si no más bien una obra post cyberpunk, como Carbono Modificado, en la que el humano también ha trascendido, capaz de colonizar nuevos planetas, pero incapaz de deshacerse de las lacras sociales y políticas que nos distinguen en la actualidad, una evolución tecnológica, pero no social,

Tecnología alta, perfil bajo”.

La serie abre con una de las mejores cabeceras que he visto en mucho tiempo, un homenaje al Xplotation policial que tocó techo con Clint Eastwood y Charles Bronson, toda una declaración de intenciones y una inmejorable carta de presentación a la zaga del maestro Lalo Schifrin, compositor de Harry el Sucio, Starsky y Hutch o Enter the Dragon entre otras.
En un futuro dónde viajamos de satélite en satélite en naves espaciales monovolúmen, Cowboy Bebop se agarra a todo esto del xplotation noir y policiaco de los 60 con anacronísmos tan descarados como el uso de viejas pistolas del siglo XX, no usan armas láser no, usan 9 mm, Colt, Desert Eagle, como Harry. La estética y las influencias están muy claras.
A ritmo de blues, jazz, y funk embarcamos en la Bebop, la nave espacial hogar de nuestros protagonistas originales, Spike y Jet, que irá engordando filas con Faye, Ed y el perro Ein.

Los perfiles y las identidades de nuestros protagonistas gozan cada uno de un rico trasfondo y de una marcada personalidad que influirá en el desarrollo no lineal de los capítulos de la serie. A lo largo de los 26 episodios, como decía antes, hay un gran número de ellos que no trascienden, que funcionan de forma independiente como entretenimiento pasajero, sin un hilo conductor o argumental, respetando siempre sus señas características de estilo noir. Aún así, la serie respeta las líneas temporales de cada uno sobre la misma línea, en orden, y consigue que todos formen parte de una misma historia, aunque repleta de interludios triviales.
La nave espacial Bebop, se convierte así en la piedra angular de todos ellos, en su pegamento. Porque otra de las características que une la serie al subgénero cyberpunk, es la individualidad de sus protagonistas, sus intenciones materiales, un grupo de caza recompensas de delincuentes y fugitivos, movidos por la paga para seguir tirando hacia adelante, mientras arrastran pesadas cadenas del pasado, huyendo de sus propias vidas hacia adelante, con más ansia que ética.
Ese universo personal de cada protagonista, sus secretos, serán desvelados poco a poco en los capítulos estrella de la serie, los más enriquecedores, aportando peso y calidad argumental a la serie, evitando que sea solo una colección de aventuras de entretenimiento en el espacio.
La serie es conclusa, nos ofrece un principio y un final, y eso la hace redonda, sin dudas, sin ambigüedades, impertérrita.



Spike, el cowboy, el ronin (cómo ya desarrollaba en la entrada referente a Blame!), un ex miembro de un grupo del crimen organizado, estilo Yakuza, atormentado por el dolor del desamor y la deslealtad.

Jet, el sensei, la voz de la experiencia, un expolicía con el brazo artificial, fantasma metálico de su pasado.

Faye Valentine, en el papel de la buscona (ya se que no es muy acertado ni queda muy bonito, pero no pretendo que tenga connotaciones de género), nómada sin pasado, amnésica, especialista en el timo, el engaño y tretas de seducción. Un personaje en el rol de femme fatale.

Ed, una cría andrógina, natal de la Tierra, el personaje donaire, el soplo de juventud en la tripulación, el contrapunto de humor con tecnología, ya que la pequeñaja es un hacker insuperable, de habilidades innatas.

Ein, la mascota, un perro mejorado biológicamente, inteligente y empático como un humano. El mejor amigo del hombre.

Un grupo heterogéneo y unido con alfileres, que en ocasiones se ocultan información, se mienten, y se odian, pero que poco a poco formarán lazos distantes, a su manera, con frías pero firmes relaciones personales.


¿UN WESTERN O UNA DE SAMURAIS?


A parte de la importancia de la banda sonora, seña de identidad indiscutible de la serie, inseparable de la misma como por ejemplo en las películas de Tarantino (de las que por cierto en ocasiones la serie parece beber en cada tiroteo o duelo, no exento de sangre y muertes que parecen piruetas); Todo está imbuido de ese aire de novela negra, ese future noir, encarnado en Spike. Con su americana y su aspecto varonil, etiqueta yakuza, víctima del romanticísmo y el desamor, con un cigarrillo encendido bajo la lluvia de la gran ciudad. Esa postal es Cowboy Bebop.
Una exaltación de la masculinidad al más puro estilo japonés con todas sus premisas

En la mayoría de los artículos relacionados a Cowboy Bebop se ha aceptado que se trata de un western futurista, y de ahí incluso el título, pero la figura del cowboy, como leíamos con WilliamGibson, en la ciencia ficción, no alude sólo al símil de nuestros protagonistas cyberpunk con el de llanero solitario en una sociedad dura y al margen de la ley, por lo que estimo que abarca mucho más que la alusión al caza recompensas o atrapa forajidos.
Para mi, Spike, encaja más en el paralelísmo oriental del ronin, como decía anteriormente. Un samurai sin señor, una rolling stone obligada a seguir sobreviviendo tras verse despojado de un código, de un señor, de unas normas. Un animal extraviado que ha perdido el camino de regreso.
Cowboy Bebop se me asemeja más a una historia de crímen de John Woo que a un western, aunque lo debería de hablar con mi suegro, que es una verdadera enciclopedia del salvaje oeste. No yo.



A parte de los capítulos de desarrollo de personajes, flashbacks del pasado y cuentas pendientes, hay pequeñas perlas creativas al margen de los fantasmas personales del equipo de cazarecompensas de la Bebop. Encontraremos algunos episodios maravillosos, homenajeando por ejemplo a Alien el Octavo Pasajero, guiños a obras maestras como Conde Cero, otros géneros directamente unidos a la serie por su estética y antecedentes como el blackxplotation pimp de Iceberg Slim, y pequeños cuentos CIFI que abordarán clásicos temas como la inmortalidad, el poder, el consumismo y la religión.
La búsqueda de uno mismo, la soledad, el amor, son asuntos sentimentales importantes en toda la serie también.
Entre todo esto, sin complejos ni miedo, la inocente serie de “dibujitos” se atreve incluso con personajes transgénero y las relaciones homosexuales.
Largos planos fijos, estáticos, sobre los que fluyen conversaciones poéticas y profundas.
Y bajo todo ésto, los caprichos inconexos, y los infantilísmos aportados por peRsonajes como Ed para refrescar el ritmo y adaptarlo al mayor público posible, la serie es todo un drama en su corazón.
Sólo hay que saber mirar, hay que prestar atención a las mejores partes del guión, empaparse de la música de cada capítulo... y tal vez encender un cigarro, o no, para darse cuenta de la genialidad subyacente en Cowboy Bebop, una serie de “dibujos animados”. Claro.
Os animo a visionarla en Netflix, o cualquier otro método que estiméis oportuno. 
Un saludo.

viernes, 14 de diciembre de 2018

EL HACKER Y LAS HORMIGAS 2.0


PRE CYBERPUNK


Ya hemos dedicado unas líneas a uno de los padres fundadores del movimiento cyberpunk, Rudy Rucker, y hoy voy a zambullirme en una de sus escasas obras publicadas en castellano, toda una lástima no gozar del resto de sus obras pertenecientes al género.

La obra en cuestión es El hacker y las hormigas 2.0, de la que hablaré, como siempre, sin spoilers, pero en la obligación de hacer una sinopsis para su reseña y destacar sus principales virtudes y defectos.
El título es un pequeño thriller corporativo en un futuro cercano pero no especialmente lejano ni distópico, un precyberpunk intencionado en más de un sentido, en una sociedad muy fácil de reconocer por lo parecida que es a la actual, pero con pequeños matices futuristas, principalmente ficcionados en los aspectos relacionados a la programación, la tecnología doméstica, la inteligencia artificial y la realidad virtual. Un escenario que podría estar perfectamente a la vuelta de la esquina en una o dos décadas.



En ése futuro inmediato, previo a las decadentes ambientaciones cyberpunk de rascacielos con hologramas publicitarios y vehículos aéreos, nos situamos en Los Perros, algún imaginario punto aburguesado de la bahía californiana, a caballo entre San francisco, Barkley y Silicon Valley, donde conoceremos a Jerzy Rugby.
Nuestro protagonista es un paria, como tú, como yo, no es ningún antihéroe agresivo y radical, ni un buscavidas egoísta y amoral, no. Es un hombre de carne y hueso, con problemas, los mismos problemas que podemos tener tú y yo, problemas laborales, sentimentales o económicos. El pobre Jerzy está atrapado en una galopante crísis de los 40, reinventándose, reseteando su vida, sumido en un divorcio en trámites que le ha separado de sus hijos y le genera problemas económicos. Ha vuelto a vivir como un soltero, al más puro estilo estudiante, mediocre, con la nevera a medias en una vivienda de alquiler que le cuesta pagar, evitando abrirle la puerta a su agente inmobiliaria cada vez que suena el timbre. En su pequeño pisito picadero, mata las horas en su pasión y forma de vida, la programación, porque Jerzy es un chupadatos de manual, un programador y desarrollador brillante e imaginativo que entre todas sus penurias puede dar gracias de conservar un buen puesto de trabajo en Go Motion, una importante compañía tecnológica, que pretende romper el mercado gracias a androides domésticos, proyecto del que está al frente, y en una continua BETA, ya que su único compañero de piso, es precisamente un prototipo del androide de servicio en pruebas, su modelo Veep, Studly, que no pude evitar imaginar hoja tras hoja a algo parecido a Johnny V de Cortocircuito. Un donaire metálico, un objeto animado tratado como una mascota o un ser vivo ciertamente inteligente.
Así que no hablamos de un alcohólico ni un drogadicto, ni de un empleado de ninguna mafia local, ni nada parecido no, Jerzy es un buen tipo, tiene buenas intenciones, sólo quiere seguir con su vida adelante y tratar de ser feliz, prosperar, consiguiendo recompensas laborales y reconocimiento, algo de sexo informal de recién soltero, y una cerveza y unas caladas de un canuto al terminar la jornada laboral, para seguir sintiéndose joven ahora que le han liberado de sus anteriores responsabilidades paternales y conyugales. Con sus camisas estampadas, sus calcetines de colores en sandalias, toda la jornada laboral y parte de su tiempolibre en casa programando softwares en entornos virtuales para inteligencias artificiales comerciales.
Es que cae bien, es muy majo, y es complicado no sentirte identificado con él en la vorágine que en realidad es la vida cotidiana de todos nosotros, aplastados por empleos y obligaciones, alienados, desarrollando labores indignas o fútiles para las firmas que nos pagan a fin de mes, con el único objetivo de pagar nuestras facturas y llenar nuestras neveras.
Y ahí encontramos una de las motivaciones del señor Rugby, evitar esa alienante sensación de número, de cifra para una gran compañía como en su caso es Go Motion. Jerzy ama programar, es su pasión, su vida, y tiene suerte de poder ganarse el jornal con ello, pero está enfocado en llevar a un siguiente nivel sus ambiciones e ilusiones como programador, concibe su labor como una necesidad altruista para la humanidad, a fin de cuentas, está involucrado en un importante proyecto de patentar robots, vida artificial inteligente, para todos los hogares del mundo civilizado, pero eso sólo es un primer paso de lo que él llama “la gran obra”, una utópica idea comunitaria entre programadores, en la que aportando cada uno su pequeño grano de arena, serán responsables del futuro.
Es una noble manera de evitar sentirnos “como una mierda pinchá en un palo”, pensar a lo grande, casi mesiánicamente, sin darse demasiadas ínfulas ni dejar de pisar en firme. Una auto palmadita en la espalda, autovalorarnos. Pero ¿qué tiene de malo? Es bonito ser médico y salvar vidas, ser bombero y rescatar personas, ser policía y perseguir a los malos, ser profesor y dejar un pequeño poso de ti mismo en futuros presidentes... Pues Jerzy considera que su labor remunerada, aparte de enriquecer a unos cuantos CEO's de una gran compañía de nuevas tecnologías, es parte del futuro que se esta construyendo. Me gusta su actitud, es un tipo optimista del que tomar nota.
En ese aspecto me recuerda a Jasper, el protagonista de Apocalipsis Suave de McIntosh, un tipo de a píe, real, no el más listo de la clase, sobreviviendo en un futuro muy, muy cercano, pero bastante jodido. Son dos obras con ciertos paralelismos, ya hablaremos de ésta otra en un futuro, pero toma nota si te interesa.

La obra, teniendo en cuenta que RudyRucker es programador y profesor de informática de vocación, debe de ser toda una delicia para los que os dedicáis a ello profesionalmente, o como hobby. Mis conocimientos informáticos no van mucho más allá de un título auxiliar de redes y sistemas, los conocimientos adquiridos como usuario (no demasiado fan pese a todo de las máquinas) y algo de obsoleta programación web. Así que cuando Jerzy y otros programadores comienzan a hablar de C++, súper C, y otro montón de trabalenguas tecnológicos, a mi me suena a sánscrito y me pierdo un poco entre renglones, deseando terminar el capítulo para proseguir con la chabacana existencia de Jerzy, pero se nota que RudyRucker lo está disfrutando en esas líneas repletas de tecnicismos reales e imaginarios.

ESPIONAJE Y PARANOIA


Metidos en el ajo, Jerzy, se verá envuelto, sin comerlo ni beberlo, en una trama de intereses corporativos, competencias desleales y espionaje industrial, que convertirá su anodina y común vida de perdedor con estudios, en una constante paranoia. Todo comenzará por culpa de las hormigas, un nuevo software desarrollado por su jefe en Go Motion, programas con código de IA, que en la red virtual, se muestran como hormigas, pequeños insectos simpáticos e inofensivos, que sin previo aviso, sembrarán el caos en la red y tendrán al culpa de todas las desgracias de Jerzy, que pasará de freak anónimo, a prófugo y proscrito, y hasta ahí voy a leer.



Una de las características en común con el género que lanzó a la fama a Rucker, el cyberpunk, es la importancia de los entornos virtuales en la novela, aportando la dosis ficticia al hiper realismo de programador senior que inunda el libro de vez en cuando. Una de las mejores realidades virtuales imaginadas, en la línea colectiva vista por ejemplo en Snowcrash, El cortador de césped o incluso ReadyPlayer One. Un ciberespacio con interfaces de navegación similares a los actuales, pero adaptados a la navegación virtual, con detalles muy realistas de esos de los que la ciencia ficción vaticina involuntariamente y el día menos pensado se convierten en realidad, muy creíbles. Jerzy pasará parte de la novela navegando y hackeando la red virtual, conociendo misteriosos hackers anónimos, identidades desconocidas tras sus “esmoquines” (termino elegido por Rucker para los avatares virtuales), humo y espejos, una fantasía binaria en la que no te puedes fiar de nadie, porque no sabes quién es nadie en realidad si no consigues hackear su línea de usuario.
Es una buena visión futurista del fenómeno catfish, que ya sufrimos hoy día en nuestra humilde red, pero planteado en un entorno virtual. La suplantación de identidad, los falsos perfiles, desconfianza y paranoia, un obeso mórbido de Dakota tras el nickname de Susanita69 en un chat lésbico de Estrasburgo, la oscura y desconocida deep web y sus peligros en un mundo digital sensitivo, phising y spam. Todo eso se hace palpable en la red virtual gracias a los periféricos de realidad virtual en El hacker y las hormigas. Todo cobra forma y color en una simulación global, con ese aire de videojuego, a lo Sims,

Y es que las personas que forman el entorno social de Jerzy, tanto en su círculo virtual como en el real, todas tienen más de una cara. Nadie es lo que parece. Jerzy se convierte en un títere, un punching ball de altos intereses en la sombra, una cabeza de turco, y tras perder a su esposa y sus hijos, sólo le quedan dos cosas, su robot y su dignidad, y decidirá luchar por ello, por “la gran obra”, separando la paja del grano y desenmascarando a sus acusadores.

Esa “gran obra” se convertirá ademas en la excusa perfecta para Rucker, con la que esto y un bizcocho, une en el mismo universo literario El hacker y las hormigas con su obra Software, principio de la tetralogía del Ware, convirtiendo la historia en una improvisada precuela de la saga, némesis absoluta y caricatura gamberra de la robótica Asimoviana.
Tanto los robots en los que Jerzy trabaja, como las propias hormigas, están dotadas de esa sombría humanidad artificial, que se va de las manos de sus creadores, como en las películas de los 80 en las que el coche te intentaba ahorcar con el cinturón de seguridad, o el ordenador de tu casa tenía celos del ligue que llevabas a casa y usaba la domótica doméstica para cargársele. Como una rebelión de los electrodomésticos, dominados por Skynet o el efecto 2000. Son un adelanto de lo que Software nos depara. Añade un puntito de terror global, de desconfianza a la tecnología doméstica, despierta la sospecha de si mi tostadora tendrá una mini cámara y un micrófono incorporados para espiar mis gustos en mermelada y enviar datos de espionaje comercial a los fabricantes.

Como thriller corporativo de ciencia ficción, para mi, de momento, es la mejor obra del círculo de los cyberpunkers originales, muy por encima del Islas en la red de Bruce Sterling, a quien por cierto tengo ganas de incarle el diente muy pronto en el blog. No discerniremos el final con facilidad en ningún momento, y tendremos varios giros suaves, muy bien conducidos, nada bruscos, que redirigen la trama sorprendiéndonos y manteniéndonos pegados al hilo, con misterio, de forma fluida y entretenida pese a los tediosos renglones para programadores citados anteriormente, que quizás sean el único momento en que el libro se hace bola si no estamos familiarizados con toda esa jerga especialista entre la realidad y la ficción.
Jerzy siempre tiene alguna conducta simplona, llena de carisma, que nos hará encariñarnos de él y nos permitirá una sonrisa entre renglones, aireando esos densos momentos informáticos o realidades virtuales complicadas de imaginar a la vez que leemos. El ritmo está perfectamente equilibrado.



REALIDAD NO VIRTUAL


Pese al complot corporativo y la trama en ritmo de thriller, es el costumbrismo que envuelve a nuestro querido Jerzy lo que realmente me cautiva del libro. A parte de su divertidísima crisis de los 40, su inmadurez emocional y sus subidones de “mojo” en los que se cree Casanova, le cuesta mantenerse tan optimista, como a cualquiera, Jerzy no es de piedra y tiene sus bajones. Bajones en muchos momentos fomentados por la opresiva y artificial sociedad de su entorno burgués.
Los Perros es un reflejo de la superficialidad chic de la clase media aspirando a diario en convertirse en clase alta, en machos alpha, una sociedad en la que una imagen vale más que mil palabras y el fin justifica el medio. Una sociedad que poco a poco se deshumaniza, sin llegar a los extremos cyberpunk en los que la vida no vale más de un puñado de criptomonedas, pero en evolución a ello en un mundo capitalista repleto de pececillos aspirantes a tiburones, pirañas emocionales, vampiros de talento ajeno y amores que duran lo mismo que el crédito de la cuenta bancaria de tu pareja.
Una sociedad que nos aisla, en la que es fácil sentirse sólo y abandonado. Una sociedad en la que si no te sientes fuerte, y te amilanas ante el resto y sus fascinantes vidas de atrezzo cubiertas de purpurina, te come la depresión mientras te miras al espejo, y tú te ves más calvo, más viejo, más gordo, pero de la vista estás de puta madre. Y el médico de cabecera no va a preocuparse de ¿por qué? Pero va a firmarte una receta de deliciosos medicamentos.
Una sociedad canibal, salvaje, en la que sólo el fuerte logra el éxito, pero ¿qué es el éxito? ¿Quién marca el gálibo de la prosperidad? ¿Qué campaña de marquetin nos ha convencido de en qué debemos convertirnos? ¿A qué falso ídolo adoramos o a que súper estrella queremos parecernos? Es una reflexión peligrosa que una vez decidimos abordar, nos deja desorientados en un laberinto de debates psicológicos y sociales de candente actualidad.
El hacker y las hormigas es una novela de ficción, con muchísima realidad, que casi me atrapa más que sus entornos virtuales, y sus teorías darwinistas aplicadas a la inteligencia artificial.

Una lectura fácil y fresca que os recomiendo a todos los fans de la ciencia ficción suave y los futurismos creíbles.

P.D: El 2.0. del título, en la edición en castellano, no es que se trate de una segunda entrega del título original anglosajón, si no que incluye una revisión de Rucker sobre el texto, para la corrección de tecnicísmos anticuados, y algún pequeño "easter egg" añadido que empaqueta la obra dentro del universo Ware.